Homilía para el Domingo 21 de Febrero de 2016. IIº Domingo de Cuaresma, C.
“Dios sacó afuera a Abraham y le
dijo: Mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes. Y añadió: Así será tu
descendencia… Aquel día el Señor hizo alianza con Abraham en estos términos: A
tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río”.
Ese es el comienzo y el final de la primera lectura que se proclama en este
segundo domingo de Cuaresma (Gén 15, 5.18).
Como vemos, Dios se manifiesta a Abraham
por medio del cielo estrellado. En el evangelio de hoy Dios se manifiesta a los
discípulos por medio de su Hijo Jesús .
Dios promete a Abraham la posesión de una
tierra. En el evangelio de la transfiguración, la gran promesa de Dios es la
presencia de su Hijo entre nosotros.
En el texto del Génesis un sueño profundo
invadió a Abraham y un terror intenso y oscuro cayó sobre él. También en el
evangelio se menciona el sueño de los apóstoles, que, además, se asustaron al
entrar en la nube, símbolo de la presencia de Dios.
Como vemos, la suerte del hombre
no es indiferente a Dios. Las dos manifestaciones que hoy se recuerdan nos
llevan a preguntarnos cómo se manifiesta Dios en la historia de la humanidad y
en nuestra propia experiencia.
LOS SÍMBOLOS
En el segundo domingo de cuaresma
se nos presenta la transfiguración de Jesús en lo alto de un monte. Quienes han
peregrinado a Tierra Santa nunca podrán ya olvidar la experiencia religiosa
vivida en aquel lugar. Ni los símbolos que salpican el texto evangélico que hoy
se proclama (Lc 9, 28-36).
“La montaña en la Biblia representa el
lugar de la cercanía con Dios y del encuentro íntimo con él; el sitio de la
oración, para estar en presencia del Señor”. Así nos lo ha recordado el papa
Francisco.
La nube representa la majestad de Dios que,
al mismo tiempo, se nos muestra como cercano e invisible, amoroso pero
inaferrable. La nube es la imagen de su misericordia, que nos ilumina y nos
guía por el desierto de nuestra vida.
Moisés y Elías representan la Ley y los
Profetas, es decir, los dos grandes pilares de la fe de Israel. Ellos dan
testimonio de la verdad y de la misión de Jesús, que ha de culminar en su
muerte y su entrega por nosotros.
LAS PALABRAS
Además de los signos, el relato
evangélico de la transfiguración de Jesús nos presenta el cruce de dos
palabras. La palabra humana y la papabra divina:
“Maestro, qué hermoso es estar aquí.
Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Esa es
la voz de Pedro. Necesitamos descubrir que la belleza más auténtica radica en
la verdad. Y que ambas se hacen oración en los que creen. Nos gustaría que toda
la humanidad descubriera la belleza del mensaje y de la compañía del Señor.
“Este es mi hijo, el escogido, escuchadle”.
Esa es la voz que viene de la nube, es decir del mismo Dios. Él se nos revela
como Padre de Jesús y Padre nuestro. Su voluntad es que escuchemos al que Pedro
reconoce como Maestro. Su voz ha de prevalecer sobre todas las voces que tratan
de seducirnos. En él está la vida.
Señor Jesús, tu transfiguración
en lo alto del monte nos recuerda que eres tan humano que necesitas acercarte a
Dios. Y eres tan divino que en ti se cumplen las Escrituras y se manifiesta la
gloria del Padre. Ayúdanos a ser testigos de tu misión. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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