Domingo 16 de diciembre de 2012. 3º de Adviento. C
“Estad siempre alegres en el Señor”. Esa es la consigna que Pablo
transmite a los cristianos de Filipos (Flp 4,4). Todos creemos tener derecho a
la alegría. Y sin embargo, la alegría es escurridiza. No se puede programar, ni
comercializar. En
la exhortación “La Palabra del Señor” Benedicto XVI ha escrito que “Se pueden
organizar fiestas, pero no la alegría” (VD 123).
En la primera lectura de la misa de hoy (So 3, 14-18), el profeta
Sofonías invita a Israel a alegrarse porque el Señor ha cancelado su condena.
Pero el pueblo no podría saltar de júbilo si previamente Dios no se hubiera
gozado con él. Dios es el dador de la alegría. Su fuente y su garantía.
Esta dinámica dialogal de la alegría vale también para nosotros.
En su primera encíclica “Dios es amor”, el mismo Papa había escrito: “El encuentro con las manifestaciones visibles del amor de
Dios puede suscitar en nosotros el sentimiento de alegría, que nace de la
experiencia de ser amados” (DCE 17).
LA CONVERSIÓN DE LAS ACTITUDES
La alegría es siempre gratuita y sorprendente. Es verdad. Pero
requiere como fondo la paz del corazón. Y esa paz sólo se consigue por medio de
la conversión. Los hermanos de la comunidad de Bose han escrito que la alegría
cristiana no se puede confundir con el humor y el sentimiento. Refleja la
relación con el Señor y tiene un precio: la conversión.
La conversión es lo que exige Juan el Bautista a todos los que
bajan a escucharle a las orillas del Jordán. Pero tampoco la conversión puede
identificarse con un sentimiento íntimo e incontrastable. Requiere un
comportamiento público, que Juan resume en tres actitudes concretas, aplicables
a las gentes de su tiempo y del nuestro:
• Compartir los vestidos y los alimentos con quienes no los
tengan. Esos elementos hacen posible la vida y protegen la dignidad de la
persona.
• No exigir a los demás más de lo establecido. Ese límite refleja
el respeto a la justicia, que ha de hacer posible la armonía en la comunidad.
• No hacer extorsión a nadie. Esta prohibición condena la
frecuente altanería de los prepotentes de todos los tiempos que humillan y
explotan a los humildes.
EL ANUNCIO DEL MESÍAS
Sin embargo, no podemos olvidar que nadie revisa su vida por nada.
Todos necesitamos un motivo fuerte para cambiar nuestras actitudes. Juan el Bautista no era un predicador moral.
Su misión era anunciar la llegada del Mesías. Ese era el motivo para la
conversión.
• “Viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa
de su sandalias”. Juan no tenía la clave de la salvación: anunciaba al
Salvador. Él mismo se consideraba como un esclavo al servicio del Señor.
• “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Juan bautizaba con
agua, pero anunciaba un bautismo de viento y de fuego. Esos elementos, que
suelen destruir lo que encuentran a su paso, serían en los tiempos mesiánicos
el origen de una nueva vida.
• “Él tiene en la mano el bieldo”. Juan no tenía la clave para
discernir el bien y el mal. El Mesías traería en su mano el bieldo con el que
el labrador separa el trigo de la paja, lo valioso de lo deleznable. Sólo Él
podría realizar un juicio sobre las realizaciones humanas.
Señor Jesús, este tiempo de Adviento nos invita a esperar y
preparar tu venida. Sabemos que la conversión de nuestras actitudes puede hacer
perceptible tu presencia en el mundo. Y preparar la fiesta de la verdadera
alegría. Danos tu luz y tu fuerza para
anunciar y preparar tu venida. Amén.
D José-Román Flecha Andres
No hay comentarios:
Publicar un comentario