Domingo 23 de diciembre de 2012. 4º de Adviento. C
A Belén había llegado Ruth en el tiempo en que se segaba la
cebada. Con la llegada de aquella extranjera se preparaba un futuro glorioso.
De su familia había de nacer el rey David. Pero el profeta Miqueas no mira al
pasado cuando ve en aquel lugar el origen de un reinado futuro. De Belén,
pequeña entre las aldeas de Judá, saldrá el jefe de Israel.
Esta profecía de Miqueas no puede ser olvidada. De hecho, la
encontraremos de nuevo en el Evangelio según San Mateo. A ella se remiten los
sabios, cuando el rey Herodes les consulta sobre el lugar de nacimiento del Rey
de los judíos. Un misterioso rey al que vienen buscando los Magos llegados del
Oriente.
Belén es más que una pequeña aldea perdida en el recuerdo. Belén
es también la esperanza de un mundo renacido. Belén es la promesa de la paz y
de la justicia. También es la promesa de la vida. No en vano el profeta Miqueas
alude de forma misteriosa a la madre que da a luz, para situar el tiempo del
jefe de Israel.
EL DON DE LA VIDA
La vida se hace especialmente presente en el Evangelio que hoy se
proclama (Lc 1, 39-45). En él se narra la visita de María de Nazaret a su
pariente Isabel. Las dos mujeres llevan la vida de un bebé en sus entrañas. Una
vida que es en primer lugar un don exclusivo de Dios, dadas las condiciones de
sus madres.
Para María y para Isabel, por otra parte, la vida de sus hijos es un signo de la
escucha y de la acogida de la palabra de Dios. Es la palabra de Dios la que
marca los plazos del tiempo. Y la que hace posible lo imposible. Ellas han
sabido escuchar la voz de lo Alto. Y por eso han entrado en la órbita de la
vida y de la salvación.
Las dos mujeres están llenas del Espíritu de Dios. Así le había dicho el ángel a María: “el Espíritu
de Dios te cubrirá con su sombra”. Ahora, se dice de Isabel que, llena del
Espíritu Santo, proclama a María como la bendita entre las mujeres y como madre
del fruto más bendito de la tierra.
LA CREENCIA Y LA FE
El Evangelio de hoy se cierra con otra frase inolvidable de
Isabel:: “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se
cumplirá”. Es ésta la primera de todas las bienaventuranzas de la nueva era de
la salvación.
• “Dichosa tú que has creído”. La creencia de María no era una
simple credulidad. Ante el anuncio del Ángel, ella había querido saber.
Mostraba sus dudas. No era fácil comprender el anuncio. Ni aceptar una
responsabilidad no esperada. Y, sin embargo creyó.
• “Dichosa tú que has creído”. La creencia de María no obedecía a
un deseo de sobresalir entre las gentes de su pueblo. Sospechaba ella lo que
aquella maternidad podía costarle. El ángel parecía adivinar sus temores. Y sin
embargo creyó.
• “Dichosa tú que has creído”. La creencia de María no se basaba
en su conocimiento de la realidad. Ni en su propio saber y entender. No se
guardó para sí misma las preguntas que bullían en su interior. No era fácil
aceptar una misión imposible. Y sin embargo creyó.
La fe de María era una sencilla pero difícil confianza en el Dios
que habla y propone horizontes inesperados. La fe de María se apoyaba sólo en
la palabra de Dios. Ahora Isabel le decía que lo dicho por Dios se cumpliría.
- Padre de los cielos, Al prepararnos para celebrar el nacimiento
de Jesús, queremos escuchar tu palabra que genera la vida y desencadena la
esperanza. Sabemos que tu palabra transformará nuestra vida y hará posible la
vida, la salvación y la paz. Por todo ello te damos gracias. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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