“Vale la pena morir a manos de
los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú en cambio no
resucitarás para la vida”. Un sincero acto de fe y una valiente profecía. Así
se expresa el cuarto de los hermanos macabeos, torturados y martirizados por
orden del rey Antíoco IV Epífanes (2Mac 7,14).
Con razón se ha dicho que
precisamente en aquel tiempo de persecución contra los creyentes se afianza la
creencia en la resurrección de los muertos. La gracia del martirio se apoya en
la gracia de la resurrección. Ante aquellos que dan la vida por él, Dios no
puede mostrarse menos generoso.
También puede referirse a la
resurrección el último verso del salmo responsorial: “Con mi apelación vengo a
tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante” (Sal 16,15). Esperamos
que el Padre celestial nos conceda amarle con fidelidad y tener la constancia
en Cristo, como desea san Pablo a los fieles de Tesalónica (2Tes 3,5).
LA PEREGRINACIÓN
Sin embargo, sabemos que en
tiempos de Jesús no todos creían en la resurrección de los muertos. Entre ellos
se encontraban los saduceos y los sacerdotes. Según el evangelio algunos se
acercaron a él y le contaron una leyenda que se apoyaba en la ley del levirato
(Dt 25,5) y en el recuerdo de Sarra, la que sería esposa de Tobías (Tob 3,8).
Si una mujer se había casado con
siete hombres, ¿de cuál sería esposa a la hora de la resurrección? Esa era la
pregunta. Jesús respondió recordando que los llamados por Dios a la vida eterna
y a la resurrección ya no se casan. Tras recordar este pasaje, el Papa Francisco
añade su propio comentario:
“Si miramos solo con ojo humano,
estamos predispuestos a decir que el camino del hombre va de la vida hacia la
muerte. Jesús le da un giro a esta perspectiva y afirma que nuestra
peregrinación va de la muerte a la vida: la vida plena. Nosotros estamos en
camino, en peregrinacion hacia la vida plena, y esa vida plena es la que
ilumina nuestro camino”.
DIOS DE VIVOS
Los saduceos habían citado un
texto de la Escritura. Y Jesús recurre a otro: el de la zarza que ardía sin
consumirse. En ella Moisés descubrió al Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob
(Ex 3,6). Los patriarcas continuaban vivos en la presencia del Dios que prometía
la liberación de su pueblo. Por eso, Jesús podía extraer una conclusión
esperanzada:
-“No es Dios de muertos, sino de
vivos”. Dios no ha renunciado a su poder creador ni a la misericordia que
derrama sobre sus hijos. Para él, todos son hijos de la resurrección. “El Dios
de los vivos no se rodea de muertos” (A. Stöger).
- “Para él todos están vivos”.
Esa es la revelación de Dios. Pero es también la interpelación para los
hombres. Hay vivientes a los que ignoramos. Los consideramos muertos. La fidelidad
de Dios a la vida es un ejemplo para nuestra sociedad.
Señor Jesús, te proclamamos
como Camino, Verdad y Vida. En medio de esta cultura de la muerte, nosotros
sabemos y confesamos que estamos llamados a vivir contigo en el amor y en la
gloria. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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