domingo, 31 de diciembre de 2023

"MOVIDOS POR EL ESPÍRITU SANTO"


Reflexión del Evangelio del Domingo 31 de Diciembre de 2023. Festividad de la Sagrada Familia.

Honra a tu padre y a tu madre

El evangelio, rico en colorido: un viaje a Jerusalén, unos padres, un niño, unos ancianos, unas tórtolas, un bullicio, etc. nos introducen, no solo como meros espectadores, sino en personas interpeladas por la escena.

Hoy en día, en nuestra sociedad, se dan cambios profundos y frecuentes en las leyes, incluso en las que rigen la familia, cosa que no ocurre en el evangelio de hoy: la humilde familia nazarena cumplió con todo lo prescrito.

Los padres de hoy en día tienen que preguntarse sobre la obligación del cumplimiento de ciertas leyes, que sirven más de adoctrinamiento, en lo referente a la educación de sus hijos (sacar del interior de cada persona) y, más concretamente, en lo que se refiere a la educación de ellos en la fe.

El amor familiar, reflejo del de Nazaret y procedente del Amor Trinitario, ha de cultivarse viviendo los consejos del Eclesiástico (1ª lectura de hoy), y que, de no ser así, los nubarrones del fracaso amenazarán la relación entre quienes forman la familia.

No todos los hijos son “Jesús”, ni todas las madres y padres son “María y José”. Si el diálogo y el perdón fluyen familiarmente, se va haciendo camino según el modelo de la Familia de Nazaret, se va construyendo Iglesia Doméstica según la Lumen Gentium (nº 11) del Concilio Vaticano II.

La mirada a los componentes de la Sagrada Familia, Jesús, José y María, muestran a todas las familias el respeto, la armonía, la paz en el hogar, y sirven de misioneras en su entorno por la felicidad que desprenden de la vivencia del amor divino vertido en su casa. Este amor ayuda a superar los complejos y resolver los problemas que toda convivencia conlleva, esas espadas que atraviesan los sentimientos, y que solo con la misericordia celebrada de Dios, se convierten en momentos de unión y fraternidad. Cuando los problemas aparecen por entendimiento distinto del compromiso de cada miembro de la familia, la mirada luminosa a la Familia de Nazaret abre a los valores trascendentes, reflejo de la mirada de Dios, que, en diálogo entre los componentes de esa familia, se unifican las miradas, los valores, los comportamientos y culminan en el fin propuesto para todo hogar: la paz y la felicidad que dimana de esa paz.

Sobrellevaos mutuamente y perdonaos

La evolución del mundo familiar plantea nuevas coordenadas, distintas y distantes (ingeniería social), de alguno de los puntos de la carta de san Pablo a los Colosenses, y que, manteniendo por encima de todo el amor, fluyente entre marido-esposa recíprocamente culmina, no solo en el amor entre los cónyuges, sino que da paso a la vida y a la trascendencia concretadas en los hijos, y que revertida de estos a los padres recrean familia en ambiente de verdadera libertad humana. “Vuestros hijos…podéis esforzaros por ser como ellos, mas no tratéis de hacerlos como vosotros: porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer” (Jalil Gibrán; El profeta).

Esa Iglesia doméstica, del carácter dialogante y verdadera escucha, será una pequeña aportación de sinodalidad doméstica para la Iglesia universal con proyección de futuro. La fraternidad, fruto del diálogo en familia, es muestra del sueño de Dios-Padre para la humanidad: llegar a la plenitud de su Reino, primacía, razón y vida del anuncio de Jesucristo durante su existencia terrenal. El diálogo intrafamiliar será, por tanto, prueba ante el mundo del “ya, pero todavía no”; del Reino que ya ha comenzado, y que no tendrán fin.

Movidos por el Espíritu Santo

La actitud de los dos ancianos, Simeón y Ana, cargados de años, y movidos por el Espíritu Santo, tiene que ser recordatorio de los valores y respeto a los mayores para la familia de hoy, y la experiencia y sabiduría de los mayores, piedra viva en la construcción familiar. Ambos dos, Simeón y Ana profetizan y proclaman lo que será ese Niño, incluyendo en lo profético la espada de dolor para su madre, María. Ellos reconocieron a Jesús, y de ellos tenemos que aprender a reconocer nosotros también al Mesías con los que nos relacionamos. No puede haber división entre los seres humanos, que iguales en su creación, hemos de ver el rostro de Jesús en todos ellos: niños, mayores, ancianos, pobres. En estos momentos, donde tantos inocentes pierden la vida por las guerras, solo el amor del Niño Dios, puede acallar la violencia en el mundo. No vino contra nadie, vino a traer la Paz.

Si Jesús durante el trascurso de su vida “escondida” en Nazaret, y cumpliendo las leyes del momento, vivió esa vida familiar, recibiendo el cariño respetuoso de José, le moldearían para pronunciar en la vida pública la palabra Padre (Abba) en multitud de ocasiones y a boca llena, nosotros cada vez que rezamos el padrenuestro, tenemos la oportunidad de trasladar la fraternidad por el perdón a nuestro prójimo: padres, hermanos, abuelos, familiares, amigos, etc.

La admiración de todos

Hemos de preguntarnos, si nuestra vivencia de familia cristiana es causa de admiración para quienes nos rodea. Si crecemos como familia humana y eclesial. ¿La fraternidad, el respeto y el perdón son causa de admiración propia y/o ajena? El Espíritu Santo siempre dará su fuerza a quienes se la pidan para ser misioneros en el mundo y así la Iglesia Universal siga siendo vocera del amor, el perdón y la misericordia ahora y siempre.

Fr. Carlos Recas Mora O.P.

lunes, 25 de diciembre de 2023

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE NTRO. SEÑOR JESUCRISTO


Reflexión del Evangelio del 25 de Diciembre de 2023. Solemnidad de la Natividad de Ntro. Señor Jesucristo

Absortos en el Misterio navideño

Desde la altura que da la experiencia de la vida, el Prólogo del evangelista Juan nos introduce de lleno en una espiritualidad navideña firme y bien fundamentada, recia y comprometida. El lector se encuentra ante un antiguo himno cristiano en el que la comunidad confesaba y expresaba su fe en Cristo, Palabra eterna de Dios. Un himno de reconocimiento y alabanza a Jesucristo que está desde siempre en Dios y que ahora se acerca y ofrece a los hombres para revelarle sus designios ocultos y participar plenamente en su proyecto de plenitud para todos. Él es la Palabra del mismo Dios hecha carne. No una palabra cualquiera, sino esa Palabra que sale de la boca creadora de Dios y lleva a efecto cuanto pronuncia.

En este Prólogo, san Juan pretende ante todo subrayar y acentuar su dimensión “manifestativa”. Más que hacer referencia directa a Dios mismo, presenta a Cristo como Palabra que habla “viniendo al mundo” en la cercanía amorosa de la carne: es el Hijo único que está en el seno del Padre, quien nos lo ha dado a conocer (v. 18). Como Palabra de Dios que es,  nos revela en su persona la densidad y plenitud de un Dios que se acerca a la humanidad como misterio de benevolencia y de comunicación.

Hoy nos ha nacido nuestro Salvador

En la etapa final de la historia Dios nos ha hablado en Hijo (2ª lectura), en esa Palabra abreviada del Padre hecha carne, la Palabra definitiva y amorosa que se nos revela en su ser más íntimo: ha aparecido la bondad de Dios entre los hombres (Tito 2,4-7). Es así como concebían y presentaban los primeros cristianos la identidad de Jesús en el marco del misterio de Dios. El que es la Palabra de Dios se nos hace cercano, se aproxima, ha venido a los suyos y se ha hecho uno de ellos. El Dios trascendente, el totalmente Otro, se hace humano: la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. La Palabra eterna del Padre, como dirá san Mateo, se ha hecho Emmanuel, Dios con nosotros (1,23).

Es el Dios que ha buscado y busca a toda costa conversar amigablemente con los suyos y que adopta el inesperado gesto de acercarse al hombre en las entrañas de una sencilla mujer nazarena. Así nos lo deja entrever el evangelista Lucas en su pintoresco y entrañable relato del nacimiento de Jesús mostrándonos, en su aparente sencillez, la paradójica grandeza escondida en el arcano de un Dios convertido en la frágil figura de un niño.

El Papa San León Magno (siglo V), uniéndose a la celebración festiva de todo el pueblo cristiano, comenzaba el Sermón sobre la Natividad del Señor con estas solemnes palabras: Alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida. Como reza poéticamente nuestra liturgia: hoy, en el mundo, los cielos destilan miel, porque del cielo ha descendido la paz verdadera, el Príncipe de la paz.

¿Qué queda de la Navidad?

¿Qué queda de la algarabía y el alborozo popular con que celebramos estas fiestas navideñas contagiados por las luces que iluminan y llenan de colorido los barrios, plazas, calles y rincones de nuestras ciudades y pueblos? Es verdad que en estos días emergen nuestros mejores sentimientos y deseos tanto dentro de las familias como en la sociedad. Pero, ¿Qué filtramos, qué poso nos queda como vivencia personal?

El Papa Francisco nos dice en su Carta Apostólica Admirabile signum (invito a leerla) que el belén constituye para todos, empezando por los más humildes y sencillos, “un Evangelio vivo”. Un evangelio que nos hace ver y presenciar este acontecimiento único y extraordinario que ha cambiado el curso de la historia: “la Vida (el mismo origen de la vida) se nos hizo visible en él” (1Jn 1,2). Y prosigue: es así como Dios mismo inicia la única revolución verdadera que da esperanza y dignidad a los desheredados, a los marginados, la revolución del amor, la revolución de la ternura.

Ahora bien, no olvidemos también que el portal del belén pone a prueba la capacidad de comprensión y aceptación de nuestra fe cristiana. Lejos de la algazara consumista y del sentimentalismo huero, el evangelista san Juan ha dejado caer una oportuna advertencia: vino a los suyos y los suyos no le recibieron. Son palabras que suenan muy duras dentro del contexto navideño y que evocan de soslayo aquella requisitoria quejosa del profeta Isaías a su pueblo: el buey reconoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no me conoce, mi pueblo no tiene entendimiento (1,3).

Para todos, ¡Feliz Navidad!

Fray Juan Huarte Osácar

domingo, 24 de diciembre de 2023

...Y LE PONDRÁS POR NOMBRE, JESÚS

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 24 de Diciembre de 2023. 4º de Adviento.

Tenemos que reconocer que este año el celebrar el cuarto domingo de adviento el día 24 de diciembre, víspera misma del día de Navidad, el 25, nos complica mucho el poder aprovecharlo como lo que debería ser: un momento sereno, contemplativo y reflexivo ante el gran misterio de la celebración del nacimiento de Cristo.

Efectivamente, lo queremos o no, cada uno de nosotros se sentirá urgido y empujado por los preparativos: las últimas compras, los adornos, las comidas, los trajes, etc., etc. Y, junto a ello, otra urgencia y otro empuje más complicado y difícil de vivir e integrar: la cantidad de sentimientos que están unidos a la fiesta de navidad, que se acumulan en nuestra memoria y en nuestro corazón, y que no sólo dependen de nosotros, sino también de otras personas: la navidad es la fiesta de los niños (pero también de sentimiento agridulce de nuestra infancia ya perdida); de la familia (y del doloroso  recuerdo de los ya idos, o la posibilidad de que, al estar juntos por obligación, surjan más fuertes e hirientes las desavenencias familiares); los momentos de la abundancia y la alegría en el compartir (y también de consumismo y la chabacanería). Y junto a ello, esa carga, para muchas personas, demasiado pesada: el deber social, la presión de tener que alegrarse por obligación y a fecha fija.

Demasiadas cosas, repito, que nos impiden vivir el sentido profundo de la Navidad. La celebración de las fiestas navideñas nos roba la posibilidad de una navidad celebrada por ella misma.

La clave es preguntarse: ¿será una navidad sin Niño. Porque lo que nos roba la navidad es que olvidamos al protagonista que es la causa de la alegría, el regocijo, la familiaridad, la fiesta. Y sin ese Niño, con nombre propio, llamado Jesús de Nazaret, y sin su programa de cambio personal y social que se llama Evangelio, celebraremos, queramos o no, una navidad sin navidad.

Tal vez creamos que lo más simple y coherente sería dejar de celebrarla y encerrarnos en la tristeza o en la monotonía de lo cotidiano, pero las lecturas de este domingo nos muestran otras actitudes más básicas y positivas: la receptividad, la admiración, el agradecimiento, la disponibilidad. En la lectura del 2º Libro de Samuel, David quiere llevar la iniciativa, piadosa por supuesto, de edificar un templo a Dios, una casa para el Señor. Y Yahveh le cambia la perspectiva; es Él mismo el que se está preocupando y seguirá preocupándose por David y su casa, su familia.  Por eso, surgen espontaneas, como respuesta, las palabras del salmo: “Cantaré eternamente el amor del Señor”.

San Pablo nos invita a exultar de alegría por el gran regalo que nos ha hecho: al mismo Jesucristo; a reconocerlo con inmenso agradecimiento, como obra de un amor que nos afianza, nos afirma, nos hace firmes, en el camino de la vida.

Y la escena de la Anunciación a María, tiene la misma atmósfera: la desproporción abismal entre el don de Dios, su amor y su acción en una pobre chiquilla campesina y la realidad de esta. El poder de la acción de Dios que la hará, (eso sí, si ella libremente consiente) en Madre de Dios y posteriormente en madre nuestra. María se admira, pregunta inteligentemente, acepta con disponibilidad, y, llena de gratitud, cantará después el Magníficat: “el Poderoso ha hecho obras grandes en mí. Por eso proclama mi alma la grandeza del Señor”.

Navidad con Niño, con Jesús en el centro, es la posibilidad de hacer una fiesta con contenido y profundidad, en la que sean, cual sean otras circunstancias difíciles o dolorosas, tiene sentido el festejar porque nos hace más humanos, más divinos, más hermanos, más humanizadores.

¡Démonos la oportunidad de celebrar la Navidad!

Fr. Francisco José Rodríguez Fassio

domingo, 17 de diciembre de 2023

¿Y TÚ QUIÉN ERES?


Reflexión del Evangelio del Domingo 17 de Diciembre de 2023. 3º de Adviento.

Y ¿Tú quién eres? Le preguntaban insidiosos los judíos, por medio de sacerdotes y levitas, a Juan el Bautista. Les llamaba la atención a los judíos la forma de actuar del Bautista y su predicación que llama a la conversión.

Juan comienza negando, diciendo a los cuatro vientos quien no es.  Yo no soy el Mesías. Yo no soy Elías. Yo no soy el Profeta. Tampoco es él la luz, sino testigo de la luz.

“Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor”.

Cuando a cada uno de nosotros alguien nos pregunta ¿tú quién eres? ¿Cómo nos definimos a nosotros mismos? Tal vez empecemos por nuestro nombre, por nuestra profesión, nuestro estado civil, por lo que creemos que nos caracteriza…

Nos tendremos que preguntar si nuestra forma de actuar desde los valores del Evangelio, como personas individuales y como comunidad creyente, llama hoy también la atención de la gente. Tanto como para que sorprendidos nos interroguen sobre quienes somos. Dándonos pie para dar razón de nuestra esperanza. ¿No estaremos demasiado encerrados en nuestras prácticas piadosas y en nuestras tradiciones religiosas, que en el fondo ya no sorprenden ni interrogan a nadie?

Juan se define a sí mismo en relación con alguien, y ese alguien el Jesucristo. No sé si para definirnos, para entendernos a nosotros mismos siendo cristianos hacemos alguna referencia a quien tiene que ser el centro de nuestra fe y de nuestra vida.

¿Es nuestra relación con Jesús algo meramente anecdótico o una realidad que realmente nos caracteriza y nos define? Él es el centro de nuestra vida y el motivo de nuestra alegría. ¿Se nos notará verdaderamente hoy que somos hombres y mujeres de Evangelio en medio de una sociedad en la que muchos prescinden de Dios?

¿Son nuestras comunidades y nuestras celebraciones de la fe focos de atracción y un derroche de vida y esperanza?

Hoy es el domingo de gaudete, el domingo de la alegría. No sé si dada la situación de reina hoy en nuestro mundo, lleno de guerras, de odio y destrucción, tenemos fácil el abrir nuestro corazón al gozo y a la alegría sincera.  Pero para nosotros, a pesar de todo el sufrimiento, la alegría tiene que brotar de la experiencia del amor de Dios que nos trae Jesucristo. Él es la luz que necesitamos y la Palabra hecha carne que pronuncia nuestro Padre Dios.

Cada uno de nosotros, como creyentes en Jesucristo, y todos como comunidad creyente estamos llamados hoy a ser voz de la Palabra en medio de nuestro mundo. Una voz que tiene resonar como la de Juan el Bautista siendo una llamada a la conversión y a la esperanza. No somos la luz, pero sí estamos llamados a ser sus testigos. Cuando se enciende una luz no es para ocultarla sino para ponerla sobre la mesa de modo que alumbre a todos.

Estamos en el tiempo de gracia que anuncia Isaías y que se hace realidad con Jesucristo. Él es la Buena Noticia, la Bienaventuranza de Dios para todos y cada uno de nosotros, quien venda nuestros corazones tantas veces desagarrados y nos trae el perdón incondicional de Dios para que seamos libres de verdad.

En medio de nuestra celebración se abre paso María, la mujer del Magníficat, la que hace de su vida un canto de alabanza y de agradecimiento a Dios, el todopoderoso que cambia la escala de valores de nuestro mundo y elige a los más pequeños y desfavorecidos de la tierra para ser los primeros en su Reino. María en estado de buena esperanza es la mejor imagen del cristiano en adviento.

La Eucaristía que celebramos es la mejor y mayor Acción de Gracias a Dios. En ella acogemos el fuego vivo del Espíritu, que nos alienta y reconforta en la espera de la llegada definitiva del Señor, que cumple sus promesas. En la Eucaristía encontramos las fuerzas que necesitamos para que nuestro gozo sea verdadero y nuestra alegría sea desbordante y contagie a los demás.

¿Cómo te presentas tú ante quienes te preguntan quién eres? ¿Define tu persona la relación que tienes con Jesucristo?

¿Es tu experiencia de fe el motivo central de tu alegría y de tu esperanza?

Fr. Francisco José Collantes Iglesias O.P.

domingo, 10 de diciembre de 2023

"PREPARAD EL CAMINO AL SEÑOR"

Reflexión del Evangelio del Domingo 10 de Diciembre de 2023. 2º de Adviento.

El domingo anterior, el primero del Adviento, se nos invitó a estar alerta ante la venida del Señor, en continua vigilancia. Hoy, en el segundo domingo de Adviento, se nos pide que seamos pacientes y nos preparemos bien para dicha venida. Tiene todo su sentido, porque no hay más que salir de casa para ver cómo las calles y las tiendas llevan varias semanas ya adornadas con luces y motivos navideños. Nos dicen continuamente que ya es Navidad, para que gastemos nuestro dinero disfrutando ahora de estas fiestas.

¿Pero qué Navidad nos anuncian los centros comerciales? Pues una Navidad vacía y superficial en la que se nos ofrecen comidas, bebidas, regalos y fiestas que poco o nada tienen que ver con la venida del Señor. Todo está pensado para complacer al yo caprichoso que todos llevamos dentro y que tanto disfruta dejándose llevar por la frivolidad y la disipación. Es cierto que es bueno disfrutar de la fiesta, pero en su justa medida y en el momento oportuno. Y el Adviento no es tiempo de fiesta, sino de preparación para celebrar el nacimiento del Señor.

Los sociólogos llevan años indicando que la sociedad ha convertido la Navidad en una gran fiesta pagana, tal y como era en su origen, en tiempos del Imperio Romano, antes de que la Iglesia la cristianizase y la llenase de sentido. En efecto, desde la televisión y los escaparates de la calle se nos anima insistentemente a paganizar la Navidad. Sin embargo, sabemos que ésta es una de las fiestas cristianas más importantes y, sin lugar a dudas, la más entrañable.

Por eso las lecturas que acabamos de escuchar nos mueven a esperar la venida del Señor. En lugar de dejarnos llevar por los anuncios comerciales que nos incitan a disfrutar ahora mismo de la fiesta navideña, la Palabra de Dios nos pide que seamos pacientes y nos preparemos convenientemente para poder experimentar la verdadera Navidad, en la que celebraremos el nacimiento del Niño Jesús entre nosotros y dentro de nuestro corazón.

Efectivamente, la verdadera Navidad, la cristiana, no tiene nada de frívola y superficial, pues afecta a lo más hondo de nuestra persona y al núcleo central de nuestra familia y nuestra comunidad. Es una fiesta llena de amor, cariño y ternura. Pero para que sea así, es preciso no precipitarse celebrando por adelantado esta fiesta, sino que debemos prepararnos interiormente para que dentro de dos semanas podamos experimentar el nacimiento del Niño Jesús. Entonces la Navidad sí será una verdadera fiesta, llena de sentido, porque la disfrutaremos en lo profundo de nuestro corazón y podremos compartir esa alegría con nuestros familiares y con nuestra comunidad cristiana.

¿Y cómo debemos prepararnos para celebrar, de verdad, la Navidad? Las tres lecturas que hemos escuchado nos hablan de la purificación interior. Por eso la Iglesia nos ofrece el tiempo de Adviento, para que realicemos un profundo examen de conciencia que nos ayude a poner ante nuestra mirada y, sobre todo, ante Dios, todo aquello que no está bien en nuestro interior.

El Adviento es un tiempo de recogernos interiormente, de entrar en nuestro «desierto» interior, en ese lugar íntimo y privado donde el Espíritu Santo está presente dentro de nosotros, y dejar que Él nos ayude a descubrir aquellos aspectos de nuestra vida que debemos cambiar: nuestras envidias y rencores, nuestros deseos pecaminosos, nuestras malas costumbres y todo aquello que nos separa de Dios y de las personas, y que, en definitiva, es perjudicial para nuestra vida, pues nos encamina a la amargura y la tristeza.

Y todo ese mal que descubramos en nuestro interior, debemos confesarlo en el sacramento de la Reconciliación, para que el Espíritu Santo nos limpie y purifique. Así quedaremos plenamente consolados. De ahí que Dios, por medio de Isaías, proclame en la Eucaristía de hoy: «Consolad, consolad a mi pueblo». Y, siguiendo esa llamada, las parroquias ofrecen en el tiempo de Adviento una celebración penitencial.

Además, el examen de conciencia y el sacramento de la Reconciliación nos van a ayudar a reconocer nuestra imperfección y pequeñez, y así creceremos en humildad. Pensemos que, cuando llegue la Noche Buena, escucharemos cómo el ángel anunció el nacimiento del Señor a los humildes pastores que dormían al raso. No se lo anunció a Herodes, que disfrutaba orgullosamente de su suntuoso palacio.

En efecto, en lugar de distraernos celebrando anticipadamente la fiesta de Navidad que ahora nos ofrecen los centros comerciales y los medios de comunicación, seamos pacientes y centrémonos en lo importante: nuestra preparación para la venida del Señor. Así llegaremos a la verdadera Navidad con un corazón purificado y humilde, y no como el orgulloso Herodes, que no sólo no experimentó el nacimiento del Señor, sino que hizo todo lo posible para matarlo. Porque pocas cosas hay más amargas que, al llegar el 25 de diciembre, ver cómo los demás experimentan alegremente la Navidad, mientras nosotros tenemos el corazón triste y apagado, porque no sentimos el amor del Hijo de Dios.

En conclusión, no nos adelantemos, seamos pacientes. Preparémonos interiormente para experimentar el nacimiento del Señor. De este modo, cuando celebremos la Navidad, haremos realidad lo que hemos orado al proclamar el salmo: experimentaremos la paz y la justicia, la misericordia y la fidelidad, la salvación y la gloria del Hijo de Dios, pues Él nacerá en nuestro humilde y limpio corazón.

¿Estoy dispuesto a esperar pacientemente a que llegue la auténtica Navidad? ¿Voy a prepararme interiormente para experimentar el nacimiento del Niño Jesús en mi corazón, junto a mi familia y mi comunidad? ¿Soy consciente de que lo más importante de la Navidad son el amor y la humildad?

Fray Julián de Cos Pérez de Camino

viernes, 8 de diciembre de 2023

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

 

¡Oh madre Inmaculada!, Reina de nuestro país, abre nuestros corazones, nuestros hogares y nuestra tierra a la venida de Jesús, tu divino Hijo.

domingo, 3 de diciembre de 2023

"NO TENGÁIS MIEDO"

Reflexión del Evangelio Domingo 3 de Diciembre de 2023. 1º de Adviento

El mensaje evangélico de este primer domingo de Adviento es insistente y rotundo: “Estad preparados”. “No os dejéis engañar”. “No tengáis miedo”. Es una magnífica llamada la que nos hace la Palabra del Señor al inicio de este nuevo año litúrgico. Suena a vigilancia, a conversión, a compromiso, a esperanza; a no dejar lugar al abatimiento, a adentrarse con coraje en la historia, que aunque compleja, puede ser reconducida en conformidad con los designios del Padre.

Sobre estos tres indicativos podríamos fijar la reflexión y las pautas para nuestra vida de creyentes en el Señor Jesucristo justo en estos momentos de la historia que nos toca vivir y en los que somos llamados a continuar construyendo esa nueva vida, o ese nuevo estilo de vida, que Él inauguró.

“Estad preparados”

¡Preparados! ¡Firmes en la fe! Los tiempos actuales son recios y oscuros para muchos de nosotros. La vida se desprecia y abarata, la violencia se desata de mil formas destructoras, la justicia y la dignificación de los débiles tardan en consolidarse, los sueños más nobles parecen desvanecerse y afloran vientos fétidos de corrupciones y desintegraciones, de enfermedades virulentas y contagiosas, de fundamentalismos intransigentes, que generan desazón y sufrimiento, desconfianza y tensión. Y sin embargo no estamos solos en este mar de aguas revueltas. El Señor es uno de los nuestros, ha compartido historia y destino con la humanidad, sigue misteriosamente en medio de nosotros y lo estará hasta el fin de los tiempos. Él es fuerza para confiar y luchar, para seguir soñando y esforzándonos por un mundo mejor, por una humanidad más fraterna, por horizontes de verdadera y consolidada paz.

¡Preparados! ¡Alegres en la esperanza! Porque sabemos que Él está, que Él viene, que Él es nuestra fortaleza, por todo ello nos resistimos a claudicar. La esperanza de su promesa se hace fuerza y coraje. Sabemos de quién nos hemos fiado. Y por eso comenzamos cada día, y cada día sabemos que con Él hay razones para la esperanza; que la bondad y la honradez y la justicia también están aquí, en medio de nosotros, sencillas y discretas, pero tenaces y forjadoras de un mañana mejor, siempre atisbando la luz de un nuevo amanecer.

¡Preparados! ¡Diligentes en el amor! Seguros de que es él, el amor, el amor que se hizo fragilidad y plenitud de vida entregada, la fuerza que vence al mal. Hoy es Adviento, una llamada a apostar a cada instante por el amor. Quisiéramos hacerle presente en los gritos de la desesperación, en la tristeza sin contornos, en la congoja de la soledad, en el llanto ahogado. En los organismos nacionales e internacionales de decisión. Donde se preparan y manejan las armas destructoras, en los nidos del odio, en los rencores enconados, en lo intereses individuales y partidistas, allí donde la vida se desprecia. En todos los ámbitos donde se resuelve lo humano.

“¡No os dejéis engañar!”

Por el olvido de Dios, por el secularismo galopante, por el materialismo seductor. Por los discursos oportunistas, por la ambición disfrazada, por la felicidad hueca, por el efímero placer. Por la extorsión despiadada, por la imposición manipuladora de los más fuertes, por el corazón de hielo de los que solo buscan su beneficio.

Hoy es Adviento. Más bien, estemos atentos a la voluntad del Padre, a construir su Reino. A empeñarnos en la justicia y en el servicio amoroso a la vida. Atentos al fortalecimiento de los débiles, a la dignificación de los pisados y olvidados, a la lucha fuerte y sin bajar la guardia contra el mal en cualquiera de sus manifestaciones. Porque el Dios que viene, Aquel en quien creemos, es el que sale al encuentro del que practica alegremente la justicia y no pierde de vista sus mandamientos.

“No tengáis miedo”

¡El que viene y está en medio de nosotros es el Vencedor! ¡Y volverá como tal! Con Él y en Él sabemos que la victoria es segura. Él, y solo Él, nos capacita para mirar de frente al mal y desafiarlo. Lo último no es la fuerza destructora del mal, que es fuerte y destructor. Lo último, a lo que nos sentimos llamados y esperados, es al encuentro con Él, Vida-plena, Amor-sin-fin.

Fr. César Valero Bajo O.P.