Homilía para el Domingo 6 de Marzo de 2016. IV de Cuaresma.
“El día siguiente a la pascua, ese mismo día,
comieron el fruto de la tierra: panes ácimos y espigas fritas” (Jos 5,11). El
autor del libro de Josué señala así el final del periodo del largo peregrinaje
de los hebreos a través del desierto.
Con razón el salmo responsorial
(33,2-7) nos exhorta a aceptar los
bienes del Señor: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”. La providencia que
demostró a su pueblo es una prenda y promesa del amor con que vela por cada uno
de nosotros.
El primer domingo de cuaresma,
oíamos la respuesta de Jesús al tentador que le ofrecía fáciles panes por arte
de magia: “No solo de pan vive el hombre”. La liturgia de hoy nos sugiere que
el Señor nos alimenta con el maná de su palabra y de la eucaristía.
De hecho, nuestro Padre nos trata
como hijos y nos exhorta a vivir como hermanos que participan del mismo
alimento.
SER HIJOS
El evangelio de este cuarto
domingo de cuaresma nos propone la lectura de la parábola del “Hijo pródigo”.
Así solemos titularla, aunque bien sabemos que el centro de la parábola es el
padre misericordioso.
También en este caso, el alimento
ocupa un lugar importante. El hijo que se va de casa, se ve obligado a servir a
unos amos que no se preocupan por él. En consecuencia, ha de padecer el hambre.
Y el hambre le lleva a añorar la casa de su padre.
Cuando al fin se decide a
retornar a casa, el padre lo recibe con los brazos abiertos. El relato parece
subrayar el fin del hambre y de la miseria. El padre manda preparar un gran
banquete para celebrar el regreso del hijo que se había perdido.
Así pues, también en este caso,
se pone ante nuestros ojos la misericordia y la compasión de Dios, reflejada en
el alimento, o mejor en el banquete de la fiesta. Dios no es indiferente a la
suerte o la desgracia de sus hijos.
SER HERMANOS
La parábola incluye también la
reacción del hermano mayor que se niega aparticipar en el banquete ordenado por
su padre. Pero también para él hay una palabra que evoca la ternura de la
convivencia y exhorta a la alegría:
- “Hijo, tú siempre estás conmigo
y todo lo mío es tuyo”. Como ha dicho el papa Francisco, Dios no engendra
“hijos únicos”. A todos ha de recordarnos la suerte de tenerlo por padre y de
poder ser reconocidos como hijos suyos.
- “Deberías alegrarte, porque
este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”. Pero Dios no olvida exhortarnos
a reconocer al otro como nuestro hermano. Y nos invita a celebrar con él la
alegría de la vida que triunfa sobre la muerte.
- “Estaba perdido y lo hemos
encontrado”. En realidad, el padre había perdido al hijo menor. Y el hijo mayor
se empeñaba en perder a su hermano. Pero el hallazgo es un motivo de alegría
compartida.
Padre nuestro, padre de todos, te damos
gracias por tu providencia y por tu misericordia. Y te rogamos que nos ayudes a
redescubrir la alegría de la fraternidad y a celebrarla con palabras y gestos
de amor y sinceridad. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés