domingo, 26 de julio de 2015

EL HAMBRE Y EL PAN


Homilía para el Domingo 26 de Julio de 2015.

“Dáselos a la gente para que coman. Porque esto dice el Señor: Comerán y sobrará”. Así se expresa el profeta Eliseo. Es importante releer con calma la primera lectura de la misa de este domingo.

El texto contrapone a Eliseo y a su criado. Mientras éste mira los acontecimientos con ojos de cálculo, el profeta los mira con los ojos de la fe. En realidad, los gestos de Eliseo son mucho más importantes que sus palabras. En este caso, su gesto revela la compasión con la que el hombre de Dios mira a las gentes que lo siguen.

El profeta Eliseo invita a repartir entre aquel centenar de personas los veinte panes de cebada que le había traído un hombre. Al mismo tiempo, su criado se pregunta cómo puede ese pan satisfacer a tanta gente. Pero el caso es que comieron todos y sobró pan (2 Re 4,42-44).

LA ENTREGA

 La figura y el gesto del profeta Eliseo nos evocan inmediatamente la figura de Jesús que hoy aparece en el evangelio de Juan (Jn 6, 1-15). El relato del reparto de los panes y los peces y el discurso posterior de Jesús nos van a acompañar a lo largo de cinco domingos consecutivos. El texto que hoy se proclama nos presenta algunos rasgos notables:

Las gentes siguen a Jesús porque han visto los signos que hace con los enfermos. Pero no han descubierto todavía el gran signo de Jesús. Está cerca la Pascua. Así que la entrega de los panes y los peces anticipa la entrega pascual de Jesús.

La preocupación por las necesidades de las gentes que le siguen no parte de los discípulos, sino del mismo Jesús. Sin embargo, Jesús requiere la colaboración de sus discípulos. Y aprovecha la generosidad de un muchacho que ofrece lo poco que tiene.

La oración de acción de gracias de Jesús nos remite a la eucaristía, en la que celebramos la “gratuidad” del don de Dios a los hombres. Y evoca también nuestra oración de “gratitud” antes y después de las comidas, con la que reconocemos a Dios como Señor de la vida.

LA COMPASIÓN

El reparto de los panes y los peces se encuentra en los cuatro evangelios. El texto que hoy se proclama se cierra con dos frases que recogen el sentir de Jesús y el de la multitud.

“Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie”. Importa que no se pierdan los restos del pan. Pero más importa que la comunidad aprenda a compartir los bienes con los hambrientos de pan y de sentido. En nuestros días, el papa Francisco denuncia constantemente la falsa cultura del desperdicio y del descarte.

“Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo”. Por las palabras de Jesús, ya la Samaritana lo había reconocido como un profeta. Ahora, son la compasión y las obras de Jesús las que lo revelan ante la multitud como el profeta esperado desde siempre.

Señor Jesús, al igual que la multitud, te reconocemos como rey. Pero tu retirada a la montaña nos dice que tu realeza no se apoya en el fácil recurso de satisfacer nuestras necesidades inmediatas o nuestros gustos pasajeros. Tu realeza se manifiesta en tu entrega por nosotros. Bendito seas por siempre, Señor.

D. José-Román Flecha Andrés

SAN JOAQUIN Y SANTA ANA

¿Dónde estaban los abuelos de Jesús?

¿Dónde estaban los abuelos de Jesús?

De los abuelos de Jesús, sólo sabemos de dos, los maternos y aún así por tradición y un evangelio apócrifo. Los padres de José el carpintero, o habían muerto ya o el evangelista no los considera relevantes para su relato. En cambio, Joaquín y Ana lo son y mucho.

Una antigua tradición del siglo II atribuye los nombres de Joaquín y Ana a los padres de María. El culto aparece para santa Ana ya en el siglo VI y para san Joaquín después. La devoción a los abuelos de Jesús es una prolongación natural del cariño y veneración a la Madre de Dios.

Según esta tradición, la madre de María nació en Belén. El nombre Ana significa "gracia, amor, plegaria". La Sagrada Escritura nada dice de ella. Todo lo que sabemos está en el evangelio apócrifo de Santiago, según el cual a los 24 años, talludita para la época --las mujeres se desposaban entonces muy pronto, casi adolescentes--, Ana se casó con un propietario rural llamado Joaquín, galileo, de Nazaret. Ana, descendía de la familia real de David. Veamos el papel de las mujeres en toda esta historia.

Los abuelos de Jesús vivían en Nazaret y, según la tradición, dividían sus rentas anuales de esta manera: una parte para los gastos de la familia, otra para el templo y la tercera para los más necesitados.

Llevaban ya veinte años de matrimonio y el hijo no llegaba, ausencia sin duda de la bendición divina, según sus contemporáneos. Ana tiene ya 44 años y le queda poco tiempo para un posible embarazo. En el templo, Joaquín oía murmurar sobre la esterilidad de la familia como algo que les hacía indignos de entrar en la casa de Dios. Joaquín, muy dolorido, se retira al desierto, para pedir a Dios un hijo. Ana intensifica sus ruegos. Recordó a la otra Ana de las Escrituras, en el libro de los Reyes: habiendo orado tanto al Señor, fue escuchada, y así llegó su hijo Samuel, un gran profeta. Un paralelismo evidente en los nombres, y en el resultado de los ruegos.

Desde los primeros tiempos de la Iglesia, los abuelos de Jesús fueron honrados en Oriente; después se les rindió culto en toda la cristiandad, donde se levantaron templos bajo su advocación.

Cuando se visita Tierra Santa, se puede ver la probable casa en la que vivió María su infancia. Fue una niña especial y como tal fue educada. Conocedora de las Escrituras, que enseñó a su hijo Jesús. ¿Y dónde estaban Joaquín y Ana, los abuelos, el día del Nacimiento?

Estaban en Nazaret, pues de allí era María. Se puede entrar hoy también en la casa –una casa de piedra de buena factura, de gente acomodada, como casi todas las de Nazaret, un pueblo próspero- en la que la joven desposada con José recibió el anuncio del enviado Gabriel, y aceptó una misión divina para la que había sido elegida, no sin cierto azaramiento --¿cómo puede ser esto?- en la confianza de la sabiduría del Padre y de la generatividad del Espíritu Santo.

¿Dónde estaban los abuelos de Jesús? ¿Les dijo algo María de todo este tinglado en que la había metido Dios? Si no se lo dijo, pronto vieron los efectos de la palabra divina, siempre eficaz. Y pronto tejieron un círculo de amor en torno a aquella joven encinta e inexperta.

Podemos imaginar a Ana tejiendo ropitas para ese niño tan especial, el Emmanuel. El hijo de María. Seguramente José y María –que eran previsores- partieron para Belén con las alforjas de la mula bien llenas de pañales y ropitas forradas para que el Niño, si es que le daba por llegar en medio del viaje, no pasara frío. En aquella época, los viajes eran una aventura para la que sólo se llevaba billete de ida: salteadores en los caminos, una mula que podía fallar, buscar posada en días de censo y sin precios fijos, los trámites de la burocracia romana podrían tardar más de lo previsto. Lo dicho, una aventura. La vuelta quedaba en manos de la Providencia.

Lo del frío que pasó Jesús cuando nació no deja de ser una bonita consideración piadosa de la devoción de san Alfonso María de Ligorio, en su famoso villancico Tu scendi dalle stelle. Ligorio y otros autores hablan del frío y el hielo de aquella noche –en una traslación del clima europeo a la templada Tierra Santa, donde por mucho que nos empeñemos en poner nieve en los belenes no nieva--, pero se refieren más bien al frío espiritual de la indiferencia y del abandono de la ley del pueblo santo. A templar, o mejor incendiar, ese frío venía Jesús.

¿Dónde estaban los abuelos de Jesús en la noche más santa del año? Estaban en las puntadas de las ropitas y provisiones confeccionadas por Ana. En la oración asidua por los nuevos esposos, para que el viaje fuera bien y la flamante familia regresara pronto a Nazaret. En el pensamiento de María y José al ver la cara de ese niño tan esperado. Esperado por siglos y naciones. Esa alegría tuvo que viajar sin palabras, a la velocidad de la luz, y más, hasta el corazón de Joaquín y Ana, que esperaban la buena noticia en Nazaret. Nadie quita que alguna caravana, contactada por José, les llevara el feliz anuncio del Nacimiento. Y si hubo un enviado de Dios a los pastores, un sueño que puso en marcha a los sabios de Oriente, un sueño que avisó a José varias veces, ¿no habría un mensaje divino para los felices abuelos? Seguro que sí.

Abuelos en la distancia de estos primeros días. Como tantos abuelos que ven a sus hijos emigrar a otra tierras más benéficas, otras tierras donde labrar un futuro para sus familias. Tantos abuelos que esperan el regreso de unos nietos que quién sabe si no dejaron los sueños enredados entre las olas que embestían a una patera cruzando el estrecho. Quién sabe si encontraron la paz, justicia y libertad que no tenían en su tierra. Quién sabe si por fin pudieron dirigirse a Dios, sin tener que mirar alrededor por si su oración ofendía a alguien. Quién sabe si encontraron una vida digna y un medio de ganarse la vida honestamente. Quién sabe...

Los abuelos siempre esperan. Su casa sigue abierta. Podemos imaginar a Joaquín y Ana esperando y luego conociendo, por fin, a su nieto a la vuelta del largo exilio no programado –con emigración a Egipto incluida para esquivar a Herodes y vuelta directa a Nazaret para eludir a Arquelao--. Les podemos imaginar llenándole de besos, cantándole canciones para dormir, haciéndole regalos y, seguro, enseñándole las oraciones y las palabras de Dios a su pueblo elegido.

Podemos imaginar a María, yendo a la compra y dejando al peque en casa de los abuelos por unas horas. Por vivir en el siglo I los abuelos de Jesús seguro que no se libraron ¡de hacer de canguros!

sábado, 25 de julio de 2015

FESTIVIDAD DE SANTIAGO APÓSTOL


Oración a Santiago Apóstol
Apóstol Santiago, elegido entre los primeros, tú fuiste el primero en beber  el cáliz del Señor 
y eres el gran protector de los peregrinos: haznos fuertes en la fe y alegres en la esperanza, 
en nuestro caminar de peregrinos siguiendo el camino de la vida cristiana. 
Aliéntanos para que, finalmente, alcancemos la gloria de Dios Padre. Amén.

miércoles, 22 de julio de 2015

FESTIVIDAD DE SANTA Mª MAGDALENA


"Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados." (Mt 5,5)

Su nombre era María, que significa "preferida por Dios", y era natural de Magdala en Galilea; de ahí su sobrenombre de Magdalena. Magdala, ciudad a la orilla del Mar de Galilea, o Lago de Tiberiades.

Jesús, al dar su Espíritu a sus apóstoles, les dijo que perdonasen los pecados conforme se lo habían visto a Él hacer: y la liturgia nos recuerda hoy un ejemplo, que será siempre famoso, de la misericordia del Salvador con los que se duelen de sus pasados extravíos.

María, hermana de Marta y Lázaro, era pública pecadora, hasta que tocada un día por la gracia, vino a rendirse a los pies del Señor.  “No te acerques a mí, porque estoy puro”, le dirían los soberbios; pero el Señor, al contrario, la recibe y perdona. Por eso Jesús, “acoge bondadoso la ofrenda de sus servicios”, y le ofrece para siempre un sitial de honor en su corte real. La contrición transforma su amor. “Por haber amado mucho, se le perdonan muchos pecados”. Movido por sus ruegos resucita Jesús a Lázaro, su hermano, y cuando Jesús es crucificado, le asiste, más muerta que viva; preguntando, como la esposa de los Cantares, a dónde han puesto su esposo Divino, Cristo la llama por su propio nombre, y mándale llevar a los discípulos la nueva de su Resurrección.

A imitación de la gran Santa María Magdalena, vengamos en espíritu de amor y de compunción, a ofrecer a Jesús, presente en la santa Misa, el tesoro de nuestras alabanzas. Hagámosle compañía, como las dos hermanas Marta y María; adornemos su altar, con ese recio espíritu de fe que no teme el escándalo farisaico, con todo el esplendor que conviene a la casa de Dios. Imitémosla sobre todo en su acendrado amor a Jesús, seguros de que haciéndolo así, lograremos la remisión entera de nuestras pasadas culpas, elevándonos, desde el fondo de nuestra miseria a la sima de la santidad. Al que busca a Dios con gemidos, pronto le abre la puerta de su misericordia y de sus ricos tesoros.   

Cuatro menciones en los Evangelios:

1) Los siete demonios. Lo primero que dice el Evangelio acerca de esta mujer, es que Jesús sacó de ella siete demonios (Lc 8,2), lo cual es un favor grandísimo, porque una persona poseída por siete espíritus inmundos tiene que haber sido impresionantemente infeliz. Esta gran liberación obrada por Jesús debió dejar en Magdalena una gratitud profundísima.

Nuestro Señor decía que cuando una persona logra echar lejos a un mal espíritu, este se va y consigue otros siete espíritus peores que él y la atacan y así su segundo estado llega a ser peor que el primero (Lc 11,24). Eso le pudo suceder a Magdalena. Y que enorme paz habrá experimentado cuando Cristo alejó de su alma estos molestos espíritus.

A nosotros nos consuela esta intervención del Salvador, porque a nuestra alma la atacan también siete espíritus dañosísimos: el orgullo, la avaricia, la ira, la gula, la impureza o lujuria, envidia, la pereza y quizás varios más. ¿Quién puede decir que el espíritu del orgullo no le ataca día por día? ¿Habrá alguien que pueda gloriarse de que el mal espíritu de la impureza no le ha atacado y no le va a atacar ferozmente? Y lo mismo podemos afirmar de los demás.

Pero hay una verdad consoladora: Y es que los espíritus inmundos cuando veían o escuchaban a Jesús empezaban a tembar y salían huyendo. ¿Por qué no pedirle frecuentemente a Cristo que con su inmenso poder aleje de nuestra alma todo mal espíritu? El milagro que hizo en favor de la Magdalena, puede y quiere seguirlo haciendo cada día en favor de todos nosotros.

2) Se dedicó a servirle con sus bienes. Amor con amor se paga. Es lo que hizo la Magdalena. Ya que Jesús le hizo un gran favor al librarla de los malos espíritus, ella se dedicó a hacerle pequeños pero numerosos favores. Se unió al grupo de las santas mujeres que colaboraban con Jesús y sus discípulos (Juana, Susana y otras). San Lucas cuenta que estas mujeres habían sido liberadas por Jesús de malos espíritus o de enfermedades y que se dedicaban a servirle con sus bienes (Lc 8,3). Lavaban la ropa, preparaban los alimentos; quizás cuidaban a los niños mientras los mayores escuchaban al Señor; ayudaban a catequizar niños, ancianos y mujeres, etc...

3) Junto a la cruz. La tercera vez que el Evangelio nombra a Magdalena es para decir que estuvo junto a la cruz, cuando murió Jesús. La ausencia de hombres amigos junto a la cruz del Redentor fue escandalosa. Sencillamente no se atrevieron a aparecer por ahí. No era nada fácil declararse amigo de un condenado a muerte. El único que estuvo junto a Él fue Juan. En cambio las mujeres se mostraron mucho más valerosas en esa hora trágica y fatal. Y una de ellas fue Magdalena.

San Mateo (Mt 27,55), San Marcos (Mc 15, 40) y San Juan (Jn 19, 25) afirman que junto a la cruz de Jesús estaba la Magdalena. En las imágenes religiosas de todo el mundo los artistas han pintado a María Magdalena junto a María, la Madre de Jesús, cerca de la cruz del Redentor agonizante, como un detalle de gratitud a Jesús.

4) Jesús resucitado y la Magdalena. Uno de los datos más consoladores del Evangelio es que Jesús resucitado se aparece primero a dos personas que habían sido pecadoras pero se habían arrepentido: Pedro y Magdalena. Como para animarnos a todos los pecadores, con la esperanza de que si nos arrepentimos y corregimos lograremos volver a ser buenos amigos de Cristo.

Los cuatro evangelistas cuentan como María Magdalena fue el domingo de Resurrección por la mañana a visitar el sepulcro de Jesús. San Juan lo narra de la siguiente manera:

"Estaba María Magdalena llorando fuera, junto al sepulcro y vio dos ángeles donde había estado Jesús. Ellos le dicen: - ¿Mujer, por qué lloras? - Ella les responde: - Porque se han llevado a mi Señor, y no sé donde lo han puesto.

Dicho esto se volvió y vio que Jesús estaba ahí, pero no sabía que era Jesús.
Le dice Jesús: - ¿Mujer por qué lloras? ¿A quién buscas?
Ella, pensando que era el encargado de aquella finca le dijo: - Señor, si tú lo has llevado, dime donde lo has puesto, yo me lo llevaré.
Jesús le dice: '¡María!'
 Ella lo reconoce y le dice : '¡Oh Maestro!' (y se lanzó a besarle los pies).
Le dijo Jesús: - Suéltame, porque todavía no he subido al Padre. Vete donde los hermanos y diles: 'Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios a vuestro Dios'.
Fue María Magdalena y les dijo a los discípulos: - He visto al Señor, y me ha dicho esto y esto." (Jn. 27, 11). 

Esta mujer tuvo el honor de ser la encargada de comunicar la noticia de la resurrección de Jesús.

lunes, 20 de julio de 2015

LA HDAD. DE LA MAGDALENA CIERRA LOS ACTOS DE SU 75 ANIVERSARIO


Con la celebración de la Santa Misa el pasado domingo día 19 de Agosto, la Hermandad de Santa María Magdalena cierra un año lleno de actos en honor a esta corporación de la Semana Santa Villarrense.


La Salida Extraordinaria el pasado 13 de junio nos regaló momentos inolvidables en la calle Caldereros. La vecindad y la AMC. Puente Romano se volcaron realizando una bonita petalada y  adornando los balcones con macetas, colchas y guirnaldas el paso de Santa María Magdalena.


Una cuadrilla que aunó el cariño de muchos costaleros de otras Hermandades.


La Santa lució nueva saya y deslumbro por su elegancia.


Con el besamanos del domingo se cierra un año de esfuerzo e ilusión de una Hermandad que va a más en todos los aspectos. En el caritativo, en el social, el religioso y en el artístico. 
Felicidades a esta Hermandad.

sábado, 4 de julio de 2015

LA FE Y EL PROFETA


Homilía para el 14 Domingo 5 de Julio de 2015.

“Te hagan caso o no te hagan caso…, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos”. Son siempre actuales esas palabras que Dios dirige al profeta Ezequiel, según el texto que hoy se lee en la celebración de la eucaristía. (Ez 2,2-5). Un texto que resume la misión del profeta. Nos habla, en efecto, de él, de las gentes y, sobre todo de Dios.

En primer lugar, el profeta ha recibido el Espíritu y escucha la palabra que Dios le dirige. Pero no la escucha para su propio beneficio, sino para transmitirla con toda fidelidad a los demás

Además, el profeta ha de cumplir su misión, aun sabiendo que con mucha frecuencia las gentes tratarán de ignorar el mensaje que Dios les comunica por medio del profeta.

Finalmente, la simple presencia del profeta es ya un mensaje sobre el Dios misericordioso que no olvida a su pueblo y ofrece su salvación aun a aquellos que la desprecian.

UNA TRIPLE FRUSTRACIÓN

En el comentario a la liturgia de hoy, la Comunidad de Bose subraya que, al regresar a su propia tierra, Jesús ha tenido que sufrir una triple frustración. De hecho, el evangelio que hoy se proclama (Mc 6,1-6), nos lo presenta como un “Sabio desconocido”, un “Profeta despreciado” y un “Médico reducido a la impotencia”.

“¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado?” Las gentes de Nazaret se muestran muy satisfechas de su propia sabiduría. No están dispuestas a abrirse a otras formas de ver la realidad. También hoy se rechaza al evangelio si no apoya nuestras opciones sobre la vida personal, familiar o social.

“No desprecian a un profeta más que en su tierra”. También hoy se desprecia la palabra profética y se calumnia a los profetas. En realidad, se rechaza su mensaje si no sirve para apoyar las pretensiones de un grupo social, de una lengua, de una cultura o de una determinada propaganda social.

“No pudo hacer allí ningún milagro”. También hoy se piensa que la fe sólo puede servir para conseguir “milagros”. Pero de esa forma, no nos abrimos al misterio de la salvación que Dios nos ofrece. La fe se reduce a un instrumento para satisfacer nuestras necesidades de trabajo, de salud o de convivencia familiar.

SENTIMIENTOS Y MISIÓN

El texto evangélico se cierra con un par de observaciones que nos ayudan a descubrir por un momento los sentimientos de Jesús y el talante con el que llevaba adelante su misión:

“Se extrañó de su falta de fe”. La fe en un ser humano es, sobre todo, un acto de confianza. Exige la salida del propio egoísmo y la confianza en el otro. No creemos en otro cuando tratamos de instrumentalizarlo para nuestro interés. También la fe religiosa supone un salto en el vacío. Las gentes de Nazaret no aceptan que Jesús supere lo que ellos sabían de él.

“Recorría los pueblos del contorno enseñando”. El principio de la misión de Jesús es un estrepitoso fracaso. Pero Jesús no se desalienta. Los que debían de estar cerca se muestran muy lejanos a él y a su mensaje. Pero seguramente los de fuera se abrirán a escuchar una palabra que les traerá la salvación.

Señor Jesús, demasiadas veces te hemos reducido al tamaño de nuestros prejuicios y expectativas. Ayúdanos a aceptar tu mensaje con generosidad. Y a reconocer que la fe es un itinerario que nunca está totalmente cerrado.


D. José-Román Flecha Andrés