sábado, 28 de marzo de 2020

DE LA VIDA-MUERTE A LA VIDA-VIDA


Reflexión Homilética para el Domingo 29 de Mazo de 2020. 5º de Cuaresma.

      La cuestión que hoy nos podemos plantear es la siguiente: ¿De qué se murió Lázaro? Si el domingo pasado, la lectura del Evangelio nos hablaba del ciego de nacimiento y nos hacía pensar que el ciego no lo era sólo en el sentido físico sino que tampoco podía ver la verdad que es Jesús, hoy podemos pensar que la muerte que afecta a Lázaro es también algo diferente de la muerte física.

      Lázaro, se dice al principio de la lectura, está enfermo. Pero, para Jesús, esa enfermedad no terminará en muerte sino que servirá para dar gloria a Dios. Ahí está la clave del mensaje de Jesús para nosotros: no estamos enfermos de muerte. O mejor dicho, la muerte no es mortal de necesidad. Sobre todo cuando Jesús está por medio. Entonces se impone una fuerza mayor, una fuerza más fuerte que la muerte, una fuerza capaz de decir “Quitad la losa” a pesar del hedor del que lleva cuatro días enterrado, una fuerza capaz de gritar “Lázaro, ven afuera”. Es la fuerza de Jesús, el que dice de sí mismo que “es la resurrección y la vida”.

      Necesitamos leer con atención este relato y dejar que sus palabras, las de Jesús, nos lleguen al corazón. Porque sabemos que estamos enfermos de muerte. Somos muy conscientes de que el orgullo, la envidia, el deseo de independencia, el desprecio, y tantos otros virus afectan a nuestro ser y nos van matando poco a poco. Después de tantos años de ciencia e investigación, todavía no tenemos unas medicinas que curen de verdad esas enfermedades, que nos matan en vida. Terminamos viviendo una muerte-vida que no lleva a ningún lugar. Nos enroscamos en nosotros mismos y nos alejamos del que es la fuente de la vida.

      Jesús nos invita a salir de la cueva, de la fosa, en que nos hemos metido nosotros mismos. Nos invita a reconocer que no tenemos fuerzas para salir nosotros solos. Nos tiende la mano y nos saca a la luz –también dijo “Yo soy la luz del mundo” (Jn 12,1). Y aunque al principio no podemos caminar bien porque las vendas nos lo impiden, enseguida descubrimos, si nos atrevemos a salir, que él, Jesús, es el sol que más calienta, que da gusto estar a su lado, que es el pan que da la vida,  que él es la vid y nosotros los sarmientos. Dicho de otra manera, que Jesús es la Vida-Vida, la Vida-Viva.

      Jesús realiza así la antigua promesa de sacar al pueblo de sus sepulcros y de darnos una tierra donde vivir para siempre (primera lectura). En Jesús vivimos ya según el Espíritu. La fuerza del pecado que nos mata ya no puede nada contra nosotros. Jesús es el vencedor del pecado y de la muerte (segunda lectura).

Fernando Torres CMF

viernes, 27 de marzo de 2020

¡PON LA COLGADURA!


Como todos sabemos, se han suspendido los desfiles procesionales, no se ha suspendido la Semana Santa. Por ello, esta Agrupación os invita a poner, como todos los años, la colgadura de todas la Hermandades y Cofradías de Semana Santa de Villa del Río. Que Ellos, nuestros Titulares, bendigan nuestras casas en estos tiempos difíciles que estamos viviendo.

Que el Señor Triunfante, Orante, Humillado, cargado con su Cruz, Crucificado, Sepultado, su fieles Apóstoles Magdalena y Juan y su Madre Bendita, sean nuestra fuerza para superar la Soledad y las Angustias de nuestros hermanos. Sean Amor hecho humanidad, sean la Esperanza en que pronto todo esto pasará. Que Resucitaremos como cada año Cristo resucita en nuestros corazones en el Encuentro de la calle Nueva.

domingo, 22 de marzo de 2020

SE SUSPENDE LA MISA

También pueden visualizar la Reflexión del Evangelio Dominical en nuestro Blog.

DE LA CONFUSIÓN A LA LUZ


Reflexión Homilética para el Domingo 22 de Marzo de 20202. 4º de Cuaresma.

      El evangelio de hoy cuenta una historia larga y preciosa. Da para hablar y comentar mucho: las actitudes de los diversos personajes, identificarnos con unos y con otros, etc. Pero nos vamos a centrar en la relación entre el ciego y Jesús. Si dejamos de lado todas las discusiones y diálogos posteriores al milagro, el relato del milagro en cuanto tal es brevísimo. Jesús se acerca al ciego –no se dice que el ciego haya solicitado su curación, simplemente estaba allí y Jesús lo vio–, escupe en tierra, hace barro con la saliva, se lo unta en los ojos y le dice que se vaya a lavar. El ciego obedece y recobra la vista. Luego viene toda la discusión entre los conocidos, la familia, los fariseos y el ciego. Jesús prácticamente desaparece del relato. Hasta que al final se encuentra de nuevo con el ciego, expulsado de la sinagoga simplemente por contar lo que le había sucedido, y le invita a creer en él.

      Atención al método de curación. Jesús unta barro en los ojos del ciego. Es como si Jesús llevase al ciego a una mayor confusión todavía. En realidad el ciego vivía tranquilo y contento en su situación. No pide a Jesús que le cure. Simplemente está allí cuando Jesús pasa. Podemos pensar que si era ciego de nacimiento, no sentiría ninguna necesidad de ver. ¿Para qué? Su mundo había sido siempre oscuro. No conocía la luz. No sentía necesidad de ella. Quizá ni siquiera tenía conciencia de tener ojos.

      Jesús le hace tomar conciencia de su realidad. El barro en los ojos le tuvo que doler al ciego. Le hizo sentir que tenía ojos. ¿No es verdad que el dolor en una parte del cuerpo nos hace sentir esa parte de una forma especial? Algo así le pasó al ciego. Luego vino la instrucción. “Vete a lavarte”. “Lavarme, ¿qué?”, pensaría el ciego. Pero fue y, al lavarse, descubrió por primera vez lo que era la vista. Descubrió el mundo. Se descubrió a sí mismo.

      Su existencia tranquila se complicó muchísimo. De repente entró en conflicto con sus conocidos, con su mundo. Los fariseos le terminaron expulsando de la sinagoga y sus mismos familiares no querían saber mucho de él. Al final, se encuentra con Jesús y, con su vista recién ganada, reconoce al salvador. “Creo, Señor”. Y se postró ante él.

      A mitad de la Cuaresma, el Evangelio nos dice que Jesús es la luz del mundo. Es nuestra luz. Nos hace ver la realidad de nuestra vida. Nos saca de la oscuridad en la que nos sentimos cómodos. Nos descubre lo que nos gustaría dejar oculto. Nos hace enfrentarnos con nuestra realidad. A la vez y sobre todo, nos muestra la luz, nos enseña que más allá de la oscuridad hay un mundo mejor y más bello, hecho de fraternidad y reino. Y nos desafía a dar una respuesta. ¿Quién se anima a abrir así los ojos?
D. Fernando Torres CMF

sábado, 14 de marzo de 2020

EN ESPÍRITU Y EN VERDAD


Reflexión Homilética para el Domingo 15 de Marzo de 2020. 3º de Cuaresma

¿Quién no ha recibido una carta de esas que dicen que haciendo esto o lo otro se consigue automáticamente que te suceda algo bueno, un milagro para ser exactos, que te dará la felicidad? O quizá se trata de esos predicadores que nos anuncian que haciendo esto o lo otro es como lograremos la salvación de una forma absolutamente segura. Hay quien entiende así las devociones. Hay que hacer los nueve primeros viernes de mes al Corazón de Jesús o la novena a tal santo para salvarse o para alcanzar eso que deseamos. O rezar el rosario todos los días. O peregrinar a tal santuario o a tal otro. O... Siempre parece que es una condición, más o menos difícil de cumplir, que se nos pone por delante como una especie de prueba necesaria para conseguir la salvación, para ir al cielo.

La samaritana también andaba con esos problemas. Entre samaritanos y judíos había un contencioso. Unos decían que el culto a Yahvé sólo se podía celebrar en el monte Garizím y los otros que en Jerusalén. Unos que había que cumplir unas normas y otros que otras. Conclusión: que no se hablaban. De repente, aparece Jesús, un judío, y pide agua a la mujer, una samaritana. Tiene sed y pide agua. Es un ser humano que expone su necesidad. Sin más. A Jesús no le preocupa que aquella mujer sea samaritana. Es una hermana más. Es hija de Dios.

Ahí comienza un diálogo en el que Jesús va a invitar a la samaritana a ir más allá de las normas y los cultos. Como dice Jesús, se acerca la hora en que los que adoran a Dios lo harán en “espíritu y en verdad” y no en este monte o en el otro, o cumpliendo unas leyes u otras. Entonces se abre la mente de la samaritana y no puede menos que anunciar lo que ha “visto y oído” a los otros samaritanos.

Pero, ¿qué significa ese “en espíritu y en verdad”? Quizá tendríamos que poner en contacto este relato de la samaritana con la parábola del buen samaritano. Quizá ahí encontramos la clave de lo que significa adorar a Dios para Jesús. No es algo que se hace en el templo –recordemos que en la parábola se reprueba precisamente la actitud del sacerdote y del levita– porque a Dios se le adora allá donde se le encuentra. Y se le encuentra en el prójimo. Más específicamente, en el prójimo necesitado y sufriente. A este punto se nos viene a la memoria la cita de San Ireneo: “La gloria de Dios es la vida del hombre”. La propuesta de Jesús para judíos y samaritanos es la misma: el culto no pasa de ser un folklore si no se fundamenta en un real amor a Dios que se manifieste primeramente en el amor a nuestros prójimos, sobre todo a los que sufren. Es de esperar que esta Cuaresma nos convirtamos a adorar a Dios en espíritu y en verdad, en nuestros hermanos y hermanas que sufren.
Fernando Torres cmf

LA AGRUPACIÓN SUSPENDE LOS DESFILES PROCESIONALES DE ESTE AÑO

sábado, 7 de marzo de 2020

DESLUMBRADOS POR LA LUZ DE DIOS


Reflexión Homilética para el Domingo 8 de Marzo de 2020. 2º de Cuaresma.

      Para los que entienden la Cuaresma como un tiempo centrado sólo en la penitencia, la conversión o en meditar cómo nos va a castigar Dios por nuestras malas acciones, es muy conveniente reflexionar cuidadosamente sobre las lecturas de este domingo.

      Ninguna de las tres lecturas tiene una palabra negativa. Todas nos hablan en positivo. La primera es la bendición de Dios sobre Abraham. Ciertamente, Dios pone a prueba la fe de Abraham. Le invita a salir de su tierra, a dejarlo todo. En ese viaje hacia lo desconocido no cuenta más que con la promesa de Dios. Y, lo que es mejor, con su bendición. Tres veces sale en esa lectura el verbo “bendecir”. Es una bendición que recae sobre Abraham, su familia y sus descendientes. Parece que el encuentro con Dios le dio a Abraham un nuevo norte, un nuevo sentido para su vida. Dios le invita a salir de su tierra pero no para ir a sufrir sino para llegar a una tierra donde recibirá la bendición del Señor.

      La segunda lectura nos abre más la perspectiva. La salvación de Dios no es sólo para Abraham sino para todos. Desde antes de la creación, nos dice san Pablo, Dios dispuso darnos su gracia, nos salvó. La salvación no depende de nuestros esfuerzos ni méritos sino de la pura gracia de Dios que nos la ofrece gratuitamente. En este tiempo estamos: tiempo de gracia, de salvación, de presencia entre nosotros del amor gratuito de Dios.

      El Evangelio nos ofrece el relato de la Transfiguración. Es un relato sorprendente. Parece que en un momento dado los apóstoles quedaron deslumbrados con la personalidad de Jesús. Vieron claramente cómo se manifestaba en él la gracia, el poder, el amor y la salvación de Dios. Se sintieron confirmados en su fe. Se dieron cuenta de que, a pesar de que en algún momento les podía resultar más o menos difícil seguir a Jesús, lo que iban a encontrar si le seguían hasta el final, era la luz, la salvación, la gracia. El mensaje del Padre nos invita precisamente a seguir a Jesús: “Este es mi Hijo, escuchadle.”

      Tres lecturas, pues, que nos invitan a tomar el camino adecuado, a salir de nuestra tierra, de la vida a que nos hemos acostumbrado para ir a la tierra donde encontraremos la bendición de Dios (1ª lectura). Para descubrir que la salvación de Dios nos ha sido ofrecida desde siempre (2ª lectura). Para dejarnos deslumbrar por la luz de Dios (Evangelio). No es, por tanto, Cuaresma un tiempo de oscuridad. En la oscuridad vivíamos antes de la Cuaresma. Ahora se nos invita a abrir los ojos a la luz. Lo que pasa es que, a veces, la luz, cuando es mucha, deslumbra y nos hace falta algo de tiempo para acostumbrarnos. Para eso es la Cuaresma, para acostumbrarnos a la luz.

Fernando Torres cmf

domingo, 1 de marzo de 2020

A VUELTAS CON LAS TENTACIONES


Reflexión Homilética para el Domingo 1 de Marzo de 2020. 1º del Tiempo Ordinario.

      Al comienzo de la Cuaresma la Iglesia siempre nos propone la misma lectura del Evangelio: el relato de las tentaciones de Jesús. Nos podría dar pie para hablar de las tentaciones y de ahí pasaríamos a hablar del pecado. Pero lo cierto es que ese evangelio se orienta hacia otro punto: las tentaciones fueron para Jesús la oportunidad para descubrir o reafirmar su propia identidad. ¿Cuál era su relación con Dios, a quien llamaba Padre-Abbá? ¿Cómo debía realizar su misión de anunciar el Reino? ¿Se debería servir del poder y de la fuerza para arrastrar a las masas a creer en él y en el Reino que anunciaba? Todas estas cuestiones son las que están en juego en el relato de las tentaciones. Todas esas cuestiones fueron cruciales para Jesús. Fue un momento clave en su vida. Comprendió que su futuro no era ser “carpintero” en Nazaret. Se dio cuenta de que su vocación era hacer presente en el mundo, en su mundo, el amor de Dios, de ese Dios que era para él Padre de Amor y Misericordia. Pero, ¿cómo? Sin duda que Jesús reflexionó muy seriamente sobre este punto. Era el sentido de su vida, su mismo futuro, lo que estaba en juego.

      Esa reflexión, que sin duda no tuvo lugar en una noche, nos la han relatado los evangelistas en un estilo novelado, hablando de las tentaciones que sufrió Jesús. Sin duda que Jesús se planteó esas cuestiones al inicio de su vida pública. O al final de aquellos treinta años de vida escondida en Nazaret. Para él la conclusión fue clara: no se trataba de usar el poder que Dios le había conferido ni de abusar de su nombre. Aquel a quien Jesús conocía como Padre reconoce y respeta la libertad humana. El Dios de Jesús no manipula las conciencias de nadie. Quiere ser aceptado libremente como Dios y Padre de todos. A partir de ese momento la misión de Jesús estuvo caracterizada por la sencillez del anuncio, por la cercanía con todos, por el encuentro humano, lleno de misericordia y compasión, con todos los hombres y mujeres, especialmente con los que sufrían. Por eso, Jesús terminó revelando a Dios más por su estilo de vida, por su forma de comportarse que por sus discursos. Estos, los discursos, no son más que un reflejo de su vida, de su experiencia de Dios.

      También nosotros podemos ver las tentaciones que padecemos desde esa perspectiva. Son la oportunidad para clarificarnos sobre quiénes somos, sobre el sentido de nuestra vida, sobre lo que queremos ser. Son momentos clave en los que nos encontramos en un cruce de caminos. Tenemos que tomar una decisión que marcará nuestras vidas, nuestro futuro, nuestra forma de ser. Al ser tentados nos damos cuenta de que somos libres, de que hay otras posibilidades por las que podemos optar. Es un momento en el que nos hacemos libres y dueños de nuestra vida. En nuestras manos está la decisión. Y de ella somos responsables.

Fernando Torres cmf