domingo, 21 de abril de 2024

EL BUEN PASTOR DA LA VIDA POR LAS OVEJAS

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 21 de Abril de 2024. 4º de Pascua.

Jesús se ha convertido en piedra angular

Los humanos tenemos tantas y tan dispares experiencias a lo largo de nuestras vidas que necesitamos un punto de apoyo que nos ayude a poner un cierto orden entre ellas. Lo contrario nos sumiría en un caos, un sinsentido.

Las diversas ideologías antropológicas han presentado a lo largo de la historia, también en nuestra época, propuestas de puntos de apoyo que den unidad y sentido a cuanto experimentamos. Estas propuestas tienen que ver con la más radical, que es la búsqueda del sentido de la vida. Nos han orientado hacia el valor de la sabiduría, de la virtud, de la justicia, de la satisfacción de necesidades, del dominio de la naturaleza a través de la técnica… De una u otra manera, la piedra angular en esas ideologías es el propio sujeto humano, que en nuestro tiempo sigue moviéndose entre el utilitarismo y el nihilismo.

Las primeras generaciones cristianas contaron con otra experiencia, que les dio otra perspectiva: Jesús se ha mostrado en su trayectoria como el único que puede salvarnos. Es la piedra angular. Sus convicciones más arraigadas, sus apuestas en la vida, sus compromisos más sinceros, los valores que sostuvieron su personalidad, son un paradigma para nosotros. Él es el único punto de apoyo firme con que contamos para construir nuestra vida de creyentes. Y es también el único soporte fiable de la Iglesia y de su misión en la historia.

Cuando han corrido más de dos mil años de los acontecimientos pascuales, los cristianos debemos preguntarnos ¿en qué o en quién apoyamos hoy nuestra vida? ¿qué convicciones son sostienen? ¿qué valores nos construyen? ¿Nos fiamos de Jesús para mantener nuestra Iglesia y sus compromisos con la gente?

De nuestra respuesta depende en buena parte la pervivencia de un cristianismo sincero y honesto que no se diluya en ideología o en mero pragmatismo.

La mala suerte del rebaño en manos del asalariado

En las culturas antiguas de Oriente, “pastor” era sinónimo de “guía”, “jefe”, “rey”: alguien puesto al frente del pueblo para conducirlo a la seguridad y el bienestar. Esto debería haber sido siempre así, pero el pueblo de Israel, como los otros pueblos, ha tenido las amargas experiencias de dirigentes que les han gobernado pensando más en sí mismos y en sus intereses que en el bien de quienes les han sido confiados.

Los profetas habían denunciado esa perversión y sus funestas consecuencias. Ezequiel había clamado en nombre de Dios sobre la malicia de los pastores que cuidan de sí mismos, que se aprovechan de sus ovejas, que no fortalecen a las débiles, que no van en busca de la perdida, que tratan a su rebaño con violencia y dureza, por lo que las personas andan dispersas como ovejas sin pastor.

Dios promete a los suyos un futuro mejor: Él mismo vendrá a buscarlas, las reconocerá, las librará, y hará con ellas un pacto de paz.

El Buen Pastor da la vida por las ovejas

El relato de Juan recoge el cumplimiento de esa profecía: contrapone la degeneración de los responsables de su tiempo con el ministerio cercano y auténtico de Jesús, a quien presenta como el Buen Pastor.

A los dirigentes corrompidos no les iba la vida en la suerte de las ovejas, Él, en cambio, las cuida amorosamente hasta el extremo de dar su vida por ellas. Ninguna otra cosa explica su predilección por los pequeños, las mujeres, los enfermos, los enfermos, los pecadores, Ninguna situación humana discrimina a los destinatarios de su mensaje ni a los beneficiarios de su entrega.

Leemos este evangelio tras haber contemplado un año más los acontecimientos de la Pascua. No fueron tres días excepcionales en la trayectoria de Jesús; podríamos decir que resumieron su vida entera, su entrega hasta la muerte y su resurrección, garantía de la nuestra. En ellos Jesús se ha mostrado como el Buen Pastor que conoce a sus ovejas, que sabe de sus entusiasmos y fragilidades, que no les falla nunca, cuyo dolor, pecado y esperanza carga sobre sí mismo.

Hay que recordar que, en el arte cristiano, uno de los primeros símbolos de Jesús fue la figura del Buen Pastor, tanto en la pintura ya en el siglo II, como en la escultura de los inicios del IV.  Mucho tiempo, pues, antes de que se representara la crucifixión. Se manifiesta así la conciencia cristiana, personal y comunitaria de una existencia radicalmente acompañada y amorosamente asumida. Si religión quiere decir religación, el cristianismo sabe mucho de ese ligar y volver a ligar a Dios con nuestras vidas en el testimonio y la entrega de Jesús.

Cuidado o poder

Esta alegoría del pastor fue tomada muy pronto por las comunidades cristianas primitivas para referirse a sus dirigentes. Eran sus pastores. Pedro habría sido enviado así por el mismo Señor Resucitado a las orillas del lago: apacienta a mi pueblo. Me parece muy significativo que ese encargo se concrete en un diálogo sobre el amor, como resaltando que es en el amor a Jesús y los suyos donde se apoya el valor de cualquier ministerio en la Iglesia (Jn. 21, 15-17).

Así se llamó también pastores a quienes, ancianos (presbíteros y obispos) guiaban a la comunidad manteniéndola unida en la memoria de Jesús y fiel a su misión (I P, 5,1), pastoreándola con las mismas actitudes aprendidas de Jesús (Ef. 4, 11)

No obstante, como ocurre en cualquier comunidad humana, familiar, amistosa, económica, sociopolítica e incluso religiosa, las mediaciones de responsabilidad y el “pastoreo” mantienen un difícil equilibrio entre la fidelidad a la gestión encomendada y un uso desorientado del propio poder. La experiencia cotidiana nos muestra que todos recibimos un cierto poder sobre otros y que corremos el riesgo de usarlo para nosotros mismos.

El recuerdo del cuidado de Jesús hacia los suyos, y de muchos buenos pastores que a lo largo del tiempo se han dado entre nosotros nos ayudan a aprender a cuidar de los demás. Se ha dicho que “el cuidado es un arte” Ojalá no nos falten las actitudes que le hacen posible: “el desvelo, la solicitud, la diligencia, el celo, la atención, el buen trato, la ternura” (Cf. José Carlos Bermejo)

Para la reflexión...

¿Sigue siendo Jesús el principal referente, la piedra angular para construir tu personalidad y en la vida y la misión de la Iglesia?

¿Qué te sugiere la figura del Buen Pastor para tus relaciones con aquellos con los que tienes alguna responsabilidad en la vida de cada día?

Fray Fernando Vela López

sábado, 13 de abril de 2024

"SOY YO EN PERSONA"

 

Reflexión del Evangelio Domingo 14 de Abril de 2024. 3º de Pascua.

El evangelio de hoy nos narra la aparición de Jesús resucitado después de lo acontecido a los discípulos de Emaús.

Pero, cuando leemos meditativamente el texto, va creciendo en nosotros un interrogante: ¿Se está hablando de un hecho pasado o de algo que está sucediendo ahora mismo, en nuestras personas y circunstancias, 21 siglos después?

Lo cierto es que nos surgen a los cristianos de hoy los mismos interrogantes y dudas que entonces: ¿Todo eso de  Jesús resucitado no será una imaginación piadosa, y, por tanto,  Cristo un fantasma de novela ficción? ¿La cruz no fue sino un tremendo fracaso debido a casualidades trágicas e imponderables, que acabaron con el Galileo y el futuro de su mensaje? ¿Qué tuvo que ver Dios Padre en todo ello, y si lo tuvo, no fue un desentenderse culpable de la muerte de su Hijo y de la suerte de la humanidad? ¿Qué futuro nos queda?

Preguntas tremendamente actuales en medio de nuestro proceso cultural de secularización, de las inseguridades y los miedos que nos afectan como comunidad de creyentes; el reto de tener que revisar y afrontar la imagen que tenemos de Dios y de su modo de obrar, que no coinciden con nuestras expectativas, procesos y ritmos; la responsabilidad de tener que seguir anunciando al Resucitado y seguir viviendo del Resucitado y como Él.

El evangelio de Lucas nos responde. La comunidad primitiva era como nosotros. No un grupo de personas especialmente crédulas y supersticiosas que ansiaban, en el fondo, autoengañarse tras el shock de la crucifixión, inventándose la resurrección de su Maestro. Cuando Jesús se les presenta, la rección es de asombro, miedo, e, incluso, la alegría posterior al reconocimiento los desborda y deja atónitos.

Jesús está ahora vivo, es el mismo, pero no ya lo mismo. Tiene otro nivel de vida, de vivir su corporalidad y sus relaciones, lo que el evangelio de Juan llama su “glorificación”. Pero es Él con su historia concreta de donación y entrega, marcada indeleblemente en las llagas de sus manos y pies. Y no solo está vivo, y por eso la resurrección no es un simple revivir, ni una reencarnación, sino que es el Viviente, el Hijo del Dios viviente, partícipe de su misma gloria. También es el Vivificador, porque tiene toda capacidad para salvar, transmitir la vida divina a las personas, unir a Él como la vid a los sarmientos dando el Espíritu Santo sin medida.

¿Por qué pide de comer, si ya no necesita del alimento? Porque el comer, además de ser un signo de su realidad corporal, no fantasmal, es un testimonio y espacio de comunión. Al comer con sus discípulos, Jesús restaura la “común-unión” que se vivió por su parte en la última Cena y que fue traicionada por los suyos en su entrega y abandono en manos de sus enemigos.

Las comidas con el Resucitado, que nosotros prolongamos en nuestras eucaristías, nos indican que, como Él pidió al Padre, somos uno y compartimos su vida, su entrega, sus esperanzas, su resurrección en los caminos de la historia, como un pueblo en salida, en marcha hacia la plenitud final.

“Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén”. El destino trágico de Jesús no fue una casualidad, ni el designio de un Dios cruel, cuyo honor ofendido exigía la sangre de la víctima. Era la muestra de cómo Dios, Padre, Hijo y Espíritu, se habían tomado, en serio y a fondo, la salvación y plenitud de todo el ser humano, de todos los seres humanos y de todo lo humano, creación incluida. Como dirá el evangelio de Juan: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3, 16)

Tal vez, lo que nos falta a los cristianos y cristianas de hoy, a nuestras comunidades, es la capacidad de sorpresa, asombro y alegría por atrevernos a afrontar (porque se trata del reto de la fe) la realidad del Resucitado y la nueva vida que surge en nosotros de la comunión con Él en amistad y seguimiento. Como dijo un místico cristiano ortodoxo: “El único pecado es no reconocer la presencia del Resucitado aquí y ahora y sus consecuencias”.

¿Cómo entiendo yo la resurrección de Cristo? ¿Qué consecuencias tiene su resurrección para mí? ¿Qué consecuencias tiene su resurrección para la Iglesia y para el mundo?

Fr. Francisco José Rodríguez Fassio

domingo, 7 de abril de 2024

"BIENAVENTURADOS LOS QUE CREEN SIN HABER VISTO"


Reflexión Evangelio Domingo 7 de Abril de 2024. 2º de Pascua

La paz esté con vosotros

El evangelio de hoy nos presenta una primera aparición de Jesús resucitado a los discípulos, en el Cenáculo, la noche de la Pascua, y otra aparición que tiene lugar ocho días después.

A pesar de la resurrección los discípulos se encierran, llenos de miedo. Las puertas estaban cerradas “por temor a los judíos” (Jn 20, 19). Jesús se presenta ofreciendo palabras significativas. Podría reprenderles de manera severa, porque todos les abandonaron; sin embargo, le ofrece su paz a eso corazones paralizados y limitados por el miedo. Dos veces le dice “la paz esté con vosotros” (20, 19.21). Ese encuentro es también una gran alegría: “Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor” (20,20). Se trata de la alegría por su victoria, la alegría sobre todo de su amor, que ha derrotado nuestro egoísmo y nuestra maldad.

Es la paz que viene después de la victoria. Jesús ha vencido al mal y a la muerte, al odio y a todo egoísmo; por eso puede traernos la reconciliación y la paz. En vez de un reproche, dirige a los discípulos un deseo de paz. Somos invitados a experimentar esa paz que nos regala Jesús con su resurrección, y esa paz es la clama a gritos nuestro mundo.

Yo os envió a vosotros

A continuación, después de repetir el deseo de paz, añade una tarea para los discípulos: “Como el Padre me envió, yo os envió a vosotros”. La resurrección de Jesús no es un hecho individual, que sólo tiene que ver con él, sino que nos implica a todos. Él nos comunica su vida nueva: una vida de amor intenso, que quiere transformar el mundo. Jesús resucitado confía misiones para cumplir: a María Magdalena, a las mujeres, y ahora a los apóstoles.

A fin de comunicarles la fuerza necesaria para llevar a cabo esta misión, que es la continuación de la suya (“Como el Padre me envió, yo os envío a vosotros), Jesús les da el Espíritu Santo: “Recibid el Espíritu Santo”. El evangelista nos hace comprender así que el Espíritu Santo es un don del Resucitado, un don que Jesús nos ha obtenido con su victoria sobre la muerte.

En este sentido, el documento de Aparecida de la conferencia latinoamericano nos recuerda esta misión: “El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados, en una palabra, a construir el Reino de Dios” (Cfr. DA 278, 2007).

Es tiempo de pascua, tiempo de reconocer y superar nuestros miedos que nos tiene poco paralizados. Cada uno tiene sus propios temores, que le quitan el entusiasmo, la decisión, el impulso. Las inseguridades y las desconfianzas profundas nos vuelven seres mediocres, que estamos siempre buscando seguridades terrenas. El incrédulo Tomás nos muestra que el miedo y la desconfianza están unidos. Podemos salir adelante dejando que la luz y fuerza del Espíritu Santo nos ilumine y teniendo la certeza que somos enviados por el mismo Jesús Resucitado.

Felices los que crean sin haber visto

En este párrafo se destaca la incredubilidad de Tomás, que se convierte en un elogio para los creyentes de hoy, que creen sin tener esa visión de Jesús resucitado: “Felices los que crean sin haber visto”. La enseñanza dada a Tomás supone un beneficio para nosotros. De este modo nos hace comprender que la fe nos pone en una relación muy bella con él, más profunda que la visión material de su cuerpo resucitado. En efecto, nuestra relación con él debe ser una relación de fe. Y cuanto más pura sea la fe, tanto más profunda y perfecta nuestra relación con él.

Sucede muchas veces que, también hoy muchos de nosotros queremos ver para creer, le exigimos a Dios signos y prodigios como condición para creer, y entonces no tenemos nada que reprochar al incrédulo Tomás.

Hay que destacar que Tomás pudo abrir su corazón en el encuentro con el Resucitado gracias a que permaneció en la comunidad, no dejó de encontrarse con los hermanos. Así se nos recuerda la importancia de vida comunitaria para perseverar en el bien, para ser contenidos, para dejar un espacio abierto que en el aislamiento se cierra más fácilmente.

Pero no podemos vivir intensamente sin una confianza profunda, porque sí estamos inseguros por dentro, nos volvemos como esos discípulos encerrados, incapaces de producir algo en la sociedad. Sin esa confianza que toca la raíz del corazón no puede haber alegría, optimismo, ganas de luchar. Tampoco puede haber una actitud misionera y generosa.

Finalmente, este texto nos dice que el evangelio no narra todo lo que Jesús hizo; “otras muchas señales” que no fueron escritas, pero que la Iglesia ha ida transmitiendo de boca en boca y de generación en generación; es la Tradición oral, de la cual también habla claramente san Pablo en 2 Tes 2, 15: “Conserven fielmente las tradiciones que recibieron de nosotros, oralmente o por carta”.

Entonces no nos quedemos en los detalles, no nos detengamos a criticar la incredubilidad de Tomás. Lo que este texto nos quiere transmitir es que no tenemos que esperar una demostración para poder creer, y tampoco es necesario ver cosas extraordinarias. Basta permitir que el Espíritu Santo nos toque, ilumine el corazón y leer el Evangelio con confianza y apertura. Todos tenemos algo de Tomás dentro de nosotros. Perseveremos entonces en la oración, la meditación de la Palabra y la vida comunitaria, para que no crezca la duda sino la confianza creyente, y así dar testimonio de la fuerza de la fe en la resurrección y con el testimonio de la caridad fraterna.

Para meditar y reflexionar:

¿Soy un mensajero de la paz y de la alegría del Evangelio?

¿Cómo bautizados experimenta la necesidad de compartir con otros la alegría de ser enviado, de ir al mundo, a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado?

Tomás pudo abrir su corazón en el encuentro con el Resucitado gracias a que permaneció en la comunidad: ¿Sois parte de una comunidad? ¿Qué te aporta y tú qué le das?


Fr. Leoncio Vallejo Benítez O.P.

domingo, 24 de marzo de 2024

DOMINGO DE RAMOS

Ntro. Padre Jesús de los Reyes en su entrada Triunfal en Jerusalén

HERMANDAD DE LA PAZ Y ESPERANZA

¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!


sábado, 23 de marzo de 2024

"VERDADERAMENTE, ESTE ERA EL HIJO DE DIOS"

 

Reflexión del Evangelio del 24 de marzo de 2024. Domingo de Ramos

Los seres humanos sufrimos siempre la insatisfacción de no llegar a ser totalmente lo que somos, siempre caminamos en espera de una liberación. Soñamos con una realidad de plenitud que aún tiene lugar en nuestra existencia, es lo que llamamos “utopía”. Y como solos no podemos alcanzar ese mundo que añoramos, volvemos los ojos hacia un mesías, un enviado que nos dé respuesta. Cuando hacemos una radiografía a la historia bíblica nos encontramos con la promesa de que ese mesías llegará para liberar a la humanidad de todas sus deficiencias e introducirla en el paraíso de la felicidad.

En este sentido, la sociedad judía donde nació, creció y murió Jesús de Nazaret soñaba con una liberación definitiva; ese anhelo utópico de una felicidad sin sombras que todos llevamos dentro. Aquella sociedad judía era religiosa, y muchos esperaban que la liberación fuera obra de un Mesías enviado por Dios. Llegaría con poder para satisfacer las carencias del pueblo judío y liberarlo de sus enemigos. En otras palabras, soñaban con la llegada de un mesías caudillo que con su poder libraría política y económicamente al pueblo judío para que dominara sin más a todas las naciones. Sin embargo, el mesianismo de Jesús contrasta de manera importante con aquella expectativa de la religión judía. Así, en el relato evangélico de este domingo, Jesús cabalga con dignidad, sin triunfalismo, montado sobre un asno. A pesar de estar rodeado y acompañado de unas gentes que le rinden vasallaje aclamándolo, Él, Mesías-rey esperado, lo hace en forma humilde, sencilla, sin ostentación, hablando de modestia y paz. No es un rey guerrero que conquista la ciudad, sino que viene como príncipe de la paz.

De ahí que la conducta y trayectoria de Jesús nos hablan de otro mesianismo, de otra visión, de otro camino hacia la utopía de la liberación y de la felicidad. Esta conducta nos habla de un Jesús que caminaba con los legalmente impuros, que comía con los pobres, que restauraba la dignidad de los excluidos por cualquier razón. Su lógica, no es la del poder que se impone por la fuerza, ni son las normas religiosas dentro de esa lógica. La inspiración en la conducta de Jesús es el amor que sirve a los demás y se da gratuitamente para el bien de los otros. Es la gente sencilla que encuentra en Jesús de Nazaret al verdadero Mesías que hoy, aparentemente triunfante, se presenta montado sobre un asno, signo de mansedumbre y humildad. El Mesías liberador esperado no llega montado sobre caballos como los poderosos del mundo de la época. Así, la multitud de discípulos, escuchan, acogen y saltan de alegría celebrando el mesianismo del amor que practica y propone Jesús.

Unas voces discordantes

Las alabanzas no son unánimes, pues como contrapartida al gozo de los discípulos se alzan las voces de algunos fariseos mezclados entre la gente. Quieren que Jesús mande callar a los suyos, que les reprenda por su actitud, pues las aclamaciones les parecen inadecuadas. La fórmula que utilizan es de respeto, pues se refieren a Jesús llamándole «maestro». No sería fácil, al amparo solo de este texto, determinar si son gente de buena fe que están preocupados por una posible represión romana o si le niegan a Jesús la categoría de mesías rey que las alabanzas presuponen. Pero esta última aparición farisea huele a ofensa en la medida que la colocamos junto a las diatribas que ha tenido Jesús con ellos en los evangelios.

Partiendo de la realidad antes expuesta, entendemos que existe un simbolismo grande en la escena de la entrada a Jerusalén. Los discípulos aclaman a Jesús como rey que viene de Dios, ellos simbolizan a la iglesia. Los fariseos, al contrario, representan a Israel, pueblo selecto, que no quiso reconocer la presencia del Hijo de Dios en la tierra. Todo ello nos indica dos aspectos importantes: 1) Jesús ha suscitado un entusiasmo increíble en el pueblo. Su doctrina, su autoridad y los signos que realiza evocan la figura del mesías que llegaba. Era el cumplimiento de la esperanza depositada en el sucesor de David. 2) Jesús, al entrar en Jerusalén, lo hace como profeta religioso que se opone a la incredulidad de los fariseos.

A lo largo de la historia una y otra vez surgen mesianismos, a primera vista deslumbrantes. En economía, en política y en religión. Fácilmente sacralizamos al dinero, a personas o grupos en la gestión política o en el ámbito religioso. En el caso de Israel, aunque ya los profetas denunciaron la perversidad del Imperio Romano y la conducta de Jesús tira por tierra todos los falsos mesianismos, una y otra vez el pueblo cae en la tentación de esperar un mesías triunfante y poderoso. En la sociedad actual, la tentación es a vivir en una cultura que nos instala en la superficialidad con el riesgo de que perdamos esa dimensión trascendente que nos constituye. Sin esa dimensión, flotamos en lo que va saliendo, y al no encontrar asidero consistente podemos caer en el  desencanto y la desesperanza. La conducta histórica de Jesús propone un mesianismo nuevo.

Queridos hermanos, en este tiempo de gracia que es la Cuaresma, somos llamados a reflexionar sobre nuestra propia respuesta a la vida entregada de Jesús de Nazaret. ¿Cómo respondemos al amor desbordante de Dios manifestado en la Cruz? Que el misterio de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo resuene en nuestros corazones, transformándonos y guiándonos hacia una vida de amor, servicio y entrega. Que vivamos con gratitud por la redención que se nos ha dado y que, al seguir a Cristo, podamos compartir la esperanza de la resurrección.

Fr. Juan Manuel Febles Calderón

domingo, 17 de marzo de 2024

QUEREMOS VER A JESÚS

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 17 de Marzo de 2024. 5º de Cuaresma.

Liberados de la ley por el amor

En los Evangelios se narran, en diversas ocasiones, los choques y conflictos que tuvo Jesús con las autoridades religiosas, con gente piadosa y con grupos de creyentes del judaísmo a propósito de la Ley y de su estricto cumplimiento. Se dice que en tiempos de Jesús había en la religión judía 613 mandamientos principales, divididos entre 365 prohibiciones (como los días del año) y 248 obligaciones (el mismo número que los huesos del cuerpo humano). El creyente judío estaba totalmente sometido a la ley, no había distinción entonces entre la ley humana y la divina, y vivía obsesionado por no incurrir en alguna prohibición ni cometer faltas en sus obligaciones religiosas. 

Jesús hizo la síntesis de todo ello en dos mandamientos inseparable: el amor incondicional a Dios y a los demás como a uno mismo. El que ama ya está cumpliendo la Ley entera. La perfección y la santidad religiosa tienen como fuente el amor. El Papa Benedicto XVI escribió una hermosa Encíclica a este propósito: Dios es amor, ardiente caridad, apasionada entrega. Se trata de una fuerza transformadora capaz de cambiar el mundo en el sentido de Dios porque su sede está en nuestro interior, en nuestro corazón. La nueva ley no brota de aprender e incorporar preceptos y normas externas, sino del manantial del seguimiento a Cristo,  que trasforma nuestros corazones.

En su predicación, Jesús, advertía a sus oyentes que lo que nos hace puros o impuros a los ojos de Dios, aquello que nos contamina, no es tanto lo que nos llega de fuera, que puede que también lo haga en ocasiones, cuanto lo que sale del interior de nuestro corazón, ya que es la sede y motor de nuestro ser.  Debemos,  por tanto, estar atentos a todos los procesos internos con los cuales, observamos, valoramos, juzgamos y construimos el mundo y sus relaciones. El cristiano tiene en el modelo humano de Jesucristo su auténtica y verdadera fuente de inspiración.

La solidaridad del dolor y el sufrimiento

Jesús, el Hijo de Dios, se convierte en modelo para nuestra humanidad en virtud de nuestra creencia religiosa, según la cual, Él fue en todo es semejante a nosotros, menos en el pecado. Ese ser semejante adquiere una particular empatía y simpatía en el sufrimiento que debió experimentar durante toda su vida, y más en particular en los acontecimientos que conducirán a su prisión, tortura y muerte por ejecución. Entender el sufrimiento de Dios sigue siendo una tarea religiosa para todas las generaciones cristianas y la nuestra no puede obviar ni renunciar a esa tarea, a la que cada uno de nosotros está invitado a dar su aporte.

Si Dios, Trinidad Santa, conoce el dolor y el sufrimiento humano es porque lo ha experimentado en Hijo, en su Hijo Jesucristo que envió al mundo. Y es así como Dios se hace solidario de todo el dolor y el sufrimiento de la humanidad.  Los primeros teólogos de la Iglesia, aquellos que más cerca estuvieron de la catequesis y predicación de los primeros apóstoles y seguidores de Jesús, afirmaron que no puede ser redimido aquello que no es asumido, es decir, que el sufrimiento es redimido por Dios porque Dios mismo ha conocido nuestro sufrimiento y por eso es capaz de liberarnos. La fortaleza de Dios se realiza en la debilidad.

Escuchar y obedecer, en la Biblia, son términos que van de la mano. Escuchar a Dios es obedecerle, no obedecer a Dios es no escuchar su voz. La cultura de nuestro tiempo es muy reacia a todo lo que signifique obedecer o la obediencia. Muchas instituciones, a la que no escapa la familia ni la propia Iglesia, se encuentran debilitadas por una crisis de obediencia que nace de la falta de una escucha sincera y correcta. No escuchamos porque estamos centrados en lo mío, en lo particular, en el ego, y ello hace que vivamos al margen de lo que nos rodea y que nos volvamos insensible y narcisistas.  

Ahora y en la hora

Nuestro encuentro con Jesús puede devolvernos a la auténtica realidad, su Espíritu puede hacer que nos centremos en la escucha a Dios y al mundo. La humanidad entera, y cada uno de nosotros, sueña y ansía dotar de sentido y de autenticidad a lo que hacemos y a lo que somos. Para conducir a otros a la luz verdadera tenemos antes que ser nosotros esa misma luz; es decir, tenemos que ser testigos y misioneros veraces del Evangelio de la salvación. El testimonio acreditado y el testigo veraz son las condiciones esenciales que hacen despertar en la humanidad el querer ver a Jesús.

El signo por excelencia del cristianismo es la cruz, el instrumento de tortura y muerte que los romanos aplicaban a los traidores, sediciosos y malditos. La exposición en una cruz era un hecho vergonzoso e ignominioso en el que el reo era mostrado desnudo, en total indefensión. Al principio la cruz no era la señal identificadora de los cristianos, sino el pez, pero poco a poco la cruz pasó a ser el signo de nuestra salvación. El momento sublime de la redención aconteció en el lugar más desconcertante. Así de sorprendente es nuestro Dios.

Dios reina y reconcilia a la humanidad en la soledad de una cruz, desde donde va a seguir experimentando las tentaciones del diablo hasta los momentos finales de su existencia terrena. La hora de la Hora de Jesús se convierte en el momento de la aceptación por parte del Padre de su vida entregada por puro amor para la salvación de todos. Es también nuestra Hora porque en Él y con Él nosotros, los redimidos, entramos en el nuevo y definitivo Santuario.

Que vivamos con plenitud, devoción y santidad estas Fiestas de la Pascua. Dios les bendiga.

Fray Manuel Jesús Romero Blanco O.P.

domingo, 10 de marzo de 2024

EL QUE OBRA DE VERDAD SE ACERCA A LA LUZ

 

Reflexión Evangelio del Domingo 10 de Marzo de 2024. 4º de Cuaresma.

Creer en él para tener vida Eterna

Los seres humanos queremos vivir y vivir siempre. Somos hombres de vida más que hombres de muerte. Por eso, uno de los anhelos más profundos del corazón humano consiste justamente en nuestro deseo de eternidad. Una buena amiga me decía, que “el día que muriese le daría pena dejar a todos los suyos, a todos a los que ama”. Quien ama quiere siempre tener consigo la presencia de su amado, pues como diría Gabriel Marcel: “Amar a alguien es decirle tu no morirás jamás”.

Esta experiencia tan básica de nuestra cotidianidad se nos presenta en el evangelio como camino de fe. Si queremos vivir eternamente debemos creer en Aquel que es la Vida: Jesucristo. Por eso, para los cristianos la eternidad tiene que ver con creer en Jesús, con el modo en que nuestra experiencia con Dios es una relación de amistad. Aquí hay una clave importante para nosotros, porque nuestra experiencia de fe, no va separada de la esperanza en la Vida Eterna como posibilidad futura. Creer en Jesús, de algún modo nos abre las puertas hacia la vida en abundancia que deseamos, esto es la esperanza de lo que esperamos, y por otra parte, creer en Jesús es creer en los actos de amor que Dios ha tenido con nosotros.

Tanto amó Dios al mundo

El amor de Dios por la humanidad tiene su cenit en la entrega que hace de su hijo en la cruz. La muerte de Jesús por cada uno de nosotros es la prueba de cuanto le importamos a Dios. Un Dios que por amor nos entrega a su hijo es sin lugar a dudas, un Dios cercano y creíble. Dios de esta manera ha amado el mundo gratuitamente. Por eso, creer en Jesús es aceptar un amor que no merecíamos pero que si necesitábamos. Dios amando al mundo lo redime, lo sana. Dios es el amante que solo sabe amar.

Hay un refrán que nos dice que “obras son amores y no buenas razones”. Y la obra de amor que Dios nos muestra es el don de la entrega que hace de su hijo. Dios nos entrega a su hijo para salvarnos y para que tengamos vida en abundancia. Por eso, la muerte en la cruz es un acto de donación, un principio de bondad. Amar supone siempre donar algo de sí mismo. No hay amor sin donación, sin sacrificio y sin entrega. Dios toma la iniciativa de amarnos, de abrazar nuestra miseria, de transformar nuestra debilidad en gracia. Dios siempre ama más y ama primero. Cuando Dios ama a los hombres, lo hace sabiendo lo que somos aquí y ahora. No nos ama porque seamos perfectos o mejores que los demás. Dios cuando ama, no se fija en si tienes más o menos. Dios nos ama por lo que somos y desde lo que somos nos salva. ¿Cómo experimentamos este amor de Dios cada día? ¿Qué hacemos para cuidar el amor que Dios nos tiene?

Obrar en la verdad para acercarse a la luz

Cristo es la luz de mundo y por tanto la luz de nuestra vida. La luz que Cristo nos ofrece no es una luz que nos deslumbra, sino que nos ilumina. Esa luz tiene que ver con el cómo obramos, con el cómo hacemos las cosas que hacemos. ¿Qué hay en nuestro corazón cuando obramos de una u otra manera? ¿Actuamos desde la luz y la verdad o desde la mentira y la oscuridad? Dios nos está revelando el don que es su luz, y si queremos acercarnos a esa luz se nos pide que obremos en la verdad.

Muchas veces preferimos la mentira antes que la verdad y permanecemos caminando en la oscuridad en vez de elegir el camino de la luz. Si embargo, no estamos hecho para la mentira ni para la oscuridad. Necesitamos la verdad que salva y la luz que ilumina. La invitación de Cristo es obrar en la verdad. Por una parte, porque la verdad nos hace libres (cf. Jn 8,32). Por otra parte, poque en Dios está la fuente de la vida, y su luz nos hace ver la luz (cf. Sal 36,10).

Cuaresma es el tiempo en que vamos aprendiendo el camino del amor, que no es otro que el camino de la conversión. Amar supone convertirse cada día. Nos convertimos cuando elegimos el bien y buscamos la verdad.

Fr. Néstor Morales Gutiérrez O.P.

domingo, 3 de marzo de 2024

NO CONVIRTÁIS EN UN MERCADO LA CASA DE MI PADRE


Reflexión Evangelio del Domingo 3 de Marzo de 2024. 3º de Cuaresma.

El Templo, Casa de Dios

En el corazón de la tradición religiosa de Israel, la Ley, el Templo y las observancias, constituían los signos de su identidad y de su pertenencia exclusiva a Dios. El Templo de Jerusalén era el lugar más sagrado, porque custodiaba el Arca de la Alianza y, en consecuencia, lo definía como el único lugar de culto legítimo y oficial del Pueblo de Dios.

Para la tradición espiritual de Israel, el Templo era el lugar común donde el observante y el pecador, el rico y el pobre, podían abrir su corazón, podían abrazar un camino de conversión y podían ofrecer su limosna y sus dones al Señor. En el Templo, Dios concedía su perdón y su misericordia sin hacer distinciones.

En el Templo, se mantenía viva la Tradición como signo de la Alianza sellada entre Dios y su Pueblo, y para ello se celebraban  las fiestas de Sucot, de Shauvot y el Pesaj. La liturgia solemne de Yom kipur visibilizaba en los ritos sagrados el perdón que Dios ofrecía a su Pueblo. La presentación de dones y ofrendas recordaba la providencia de un Dios que ofrece todo lo necesario para llevar una vida digna, solidaria y religiosa.

El Templo, ¿lugar de negocio?

El relato de la expulsión de los vendedores del Templo ha sido testimoniado por las cuatro tradiciones del Evangelio (Mt 21,12-17; Mc 11,15-18; Lc 19,11; Jn 2,13-25). Sin duda, ha quedado grabada en la memoria viva de las primeras comunidades cristianas un gesto significativo de Jesús en el cual se revelaba su “celo” por la Casa de Dios y por las cosas de Dios. Un gesto que se inscribía en la línea de la tradición profética.

La presencia de los vendedores y de los cambistas en el lugar más sagrado de Israel, podrían ayudarnos a pensar si nuestra relación con Dios está marcada por la gratuidad del amor o por la necesidad de “negociar” la conversión y el perdón. A veces, el corazón habilita espacios de trueque para obligar a Dios a ceder ante nuestros caprichos. Quien negocia con Dios, revela que no conoce su amor.

Una relación comercial con Dios habla de un desconocimiento de su corazón y de una desconfianza en su misericordia. En consecuencia, no es sano ni maduro pensar que se puede “comprar” el amor y el perdón de Dios con buenas intenciones o con prácticas piadosas que intenten disminuir la propia responsabilidad. Mucho menos considerar la posibilidad de “tapar” o “disimular” aquellas situaciones que ponen en evidencia nuestra negligencia en el cuidado del corazón y de sus afectos.

Para una relación sana, madura y honesta con Dios Padre, será necesario reaccionar como Jesús (ante los vendedores y cambistas) frente aquellas realidades del corazón y de la conciencia que puedan habilitar una doble vida, una doble espiritualidad y una doble moral. El “celo” de Jesús nace de su amor filiar al Padre, de saberse Hijo amado en la verdad, y de conocer profundamente el corazón de Dios.

El Templo, signo de Cristo

Lo más significativo del Templo, como lugar sagrado, es ser lugar de encuentro con el Dios paciente, compasivo y misericordioso, que es capaz de consolar nuestras tristezas, perdonar nuestros pecados, corregir nuestros errores y abrazar con misericordia nuestra fragilidad y nuestra miseria.

El corazón de Cristo es el lugar de encuentro por excelencia con el Padre. Sus palabras y sus gestos hacen visible y tangible la misericordia de Dios en medio de la historia de una humanidad peregrina y doliente. Por eso, todas las situaciones dolor y desesperanza que atraviesan el corazón de la humanidad, repercuten en el corazón de Cristo haciendo un eco eterno en el corazón del Padre.

El Templo era un signo de Cristo y Cristo llevaba a su plenitud la misión del Templo. Para quienes negociaban con Dios, el corazón de Cristo se revelaba como lugar de conversión. Para los pequeños, los pecadores, los pobres, y todos aquellos que eran mantenidos al margen del encuentro con Dios, el corazón de Cristo se ofrecía como lugar de acogida cordial, de consuelo y de compasión.

Los cristianos somos templos de Cristo en medio del mundo y de la historia. Nuestra vocación y misión es ser un espacio sagrado donde las personas puedan encontrarse con el Padre a través de la caridad y de la verdad. Un lugar donde puedan sanarse corazones y reconciliarse historias. Un lugar que haga visible que Dios es amor en un Evangelio hecho vida.

Como templo de Cristo en lo cotidiano:

¿Cómo se hace visible el amor de Dios a través de mis palabras, mis gestos y mis actitudes?

¿Cómo vivo la misión de ser un espacio sagrado para que las personas puedan encontrarse con el Padre?

Fr. Rubén Omar Lucero Bidondo O.P.

domingo, 25 de febrero de 2024

SE TRANSFIGURÓ DELANTE DE ELLOS

 

Reflexión Evangelio del Domingo 25 de Febrero de 204. 2º de Cuaresma.

Hoy, en este segundo domingo de cuaresma, en el que se nos llama a convertirnos y a creer en el evangelio, se nos ofrece el relato de la transfiguración del Señor para que lo meditemos, lo oremos y nos dejemos convertir por él.

En este relato de la transfiguración hay un reconocimiento de Jesús como hijo de Dios y una invitación a escucharle: “Este es mi hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo.” Jesús no es sólo una buena persona o un modelo para nosotros. Jesús para nosotros lo es todo: es el Hijo de Dios, es nuestra referencia, quien llena de sentido nuestra vida; es en quien decimos creer y a quien decidimos seguir.

Y, por este motivo, estamos llamados a volver nuestra mirada y nuestro corazón a Él, a su Palabra, a su Evangelio. Pero este reconocimiento, esta confesión de fe, la escuchamos en varios momentos en el evangelio. ¿Qué hay hoy de diferente? Hoy esta confesión nos llega acompañada de dos figuras, Elías y Moisés. Y esto no es baladí, esto nos quiere decir algo.

La figura de Moisés para el pueblo de Israel es muy importante porque él es quien les entrega la ley de parte de Dios y para ellos la ley es un medio para mantenerse unidos a Yahvé, para cuidar la alianza, el pacto, entre Él y el pueblo. Pero no solo es quien les entrega la ley, también es aquel instrumento de Dios que les trajo la liberación, que les dio la libertad.

No podemos separar estos dos aspectos: ley y libertad. Están íntimamente unidos. Toda ley tiene que servir para cuidar y proteger la libertad del ser humano, hombre y mujer. La ley que no libera no es buena ley, la ley que oprime tiene que ser denunciada, tiene que ser eliminada. Hoy día, en el mundo, hay muchas leyes que siguen oprimiendo al ser humano, que le quitan su libertad, que son un obstáculo para el cuidado de su dignidad. Y ante esto, no podemos callar, no debemos callar. No olvidemos que el silencio es cómplice, que quien calla otorga.

Por esto quiero que nos fijemos en la otra figura que aparece, Elías. Este fue un profeta hebreo que vivió en el siglo IX antes de Cristo. Los profetas hacían presente a Dios en medio del pueblo, anunciaban su palabra y daban testimonio de él. Los profetas también denunciaban todas aquellas situaciones y acciones que separaban al pueblo de Dios y que dañaban a los que Yahvé amaba. Pero no se quedaban en la denuncia, llamaban a la conversión e indicaban los caminos por los que llegar a ella, a dicha conversión.

Esto hoy nos tiene que llevar a pensar si verdaderamente estamos siendo fieles al Dios de Jesús cuando no denunciamos o nos callamos ante conductas como las siguientes: no estar dispuestos a caminar con las personas que piensan diferente o que tienen otra manera de ver las cosas, cerrar las puertas a las personas migrantes o dejarlas en el limbo por falta de papeles, invisibilizar a las personas sin hogar cuando pasamos por su lado como si no hubiera nadie, etc.

Jesús, es aquel que nos entrega la ley definitiva, aquel que nos trae la libertad plena, aquel profeta definitivo que es presencia de Dios porque es Dios mismo. Jesús denunció todo lo que denigraba al ser humano, mujer y hombre; y Jesús anunció la vida levantando a quien estaba caído.

Así se acercó a las mujeres que eran consideradas impuras para dignificarlas, como sucedió en la curación de la mujer que padecía flujos de sangre o no dudó en acercarse, igualmente, a los leprosos, sanándolos y dándoles un sitio en la sociedad de la cual habían sido marginados. Puso, también, a un samaritano, considerado hereje por los judíos, como ejemplo de compasión para con el prójimo. Como se nos dice en uno de los prefacios: “se acerca a todo hombre y a toda mujer que sufre en su cuerpo o en su espíritu y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza”.

Todos estos gestos de Jesús nos encaminan hacia esa nueva humanidad que ya se ha hecho realidad en Él: esa nueva humanidad que estos tres discípulos de Jesús ya gustaron, en cierta medida y en la cual hubieran querido permanecer. Pero no es posible, hay que volver a la vida cotidiana, al día a día, para anunciar con la palabra y con la vida esa nueva humanidad haciéndose semilla del Reino. Jesús les invita y nos invita a bajar al valle, a la vida normal, a vivir el evangelio con los hermanos y hermanas y a hacerlo vida en nuestra propia vida.

 

Y aquí llega lo que, a ninguno, en muchas ocasiones, nos gusta oír: para llegar a esa humanidad nueva, que ya se ha hecho presente en Jesucristo, hemos de pasar por la pasión, por la entrega, como tuvo que pasar Jesús, que entregó su vida en la cruz por fidelidad al Padre y al ser humano: fidelidad, porque pasó por la vida haciendo el bien y curando o liberando a los oprimidos por el mal; fidelidad porque entregó su propia vida para que todos tuvieran vida y la tuvieran en abundancia.

Hoy a nosotros también se nos invita a ser fieles a Dios y al ser humano practicando las obras de misericordia, siendo instrumentos de comunión y reconciliación en medio de una sociedad fragmentada y dividida, trabajando por la justicia y la paz en un mundo tan castigado por la injusticia y las múltiples violencias, entre ellas la de las guerras.

Fray Javier Aguilera Fierro O.P.

domingo, 18 de febrero de 2024

UNA EMOCIONANTE PRESENTACIÓN DEL CARTEL 2024

En la mañana de hoy, ha tenido lugar el ya tradicional concierto de marchas procesionales a cargo de la AMC. Puente Romano con la interpretación espectacular de un repertorio de marchas desde las más clásicas a las célebres, actuales.

El Presidente de la Agrupación de HH.CC. ha introducido el acto poniendo en valor el arduo trabajo de las Hermandades de manera constante a través del tiempo y llamando a las instituciones a apostar, colaborar y apoyarlas en el engrandecimiento de nuestra Semana Santa.

Se ha procedido a la entrega de premios del concurso de dibujo y fotografía.
D. Leandro Lara, autor de la fotografía que ya dese hoy es cartel, ha homenajeado a su madre con sus palabras y un bello vídeo.

Se ha cerrado con un bis de Esperanza de Triana Coronada y con el aplauso de un teatro Olimpia en pie.

"CONVERTÍOS Y CREED EN EL EVANGELIO"

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 18 de Febrero de 2024. 1º de Cuaresma.

Una llamada a la confianza en la bondad de Dios

Las lecturas de este Primer Domingo de Cuaresma están todas ellas conectadas con un mensaje de confianza en la bondad de Dios para con nosotros, sus hijas e hijos: “Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes... no volveré a destruir la vida” (Gn 9,9.11).

También los textos recogidos como salmo responsorial abundan en el mismo sentimiento: “El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores” (Sal 24, 8).

Igualmente, la segunda lectura, tomada de la Primera Carta de San Pedro, alude al misterio de la Redención, expresión y culmen del Amor del Padre ofrecido al mundo en la entrega de su Hijo: “Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conduciros a Dios” (1 P 3, 18).

En el fragmento del Evangelio de San Marcos podemos del mismo modo entrever esta manifestación de la bondad del Padre Dios, que llena de su Espíritu al Hijo, Jesús, el Señor, quien, conducido al desierto, tras vencer al tentador, anuncia la proximidad del Reino de Dios y llama a la conversión: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15).

Pienso que la meditación de estos textos, el dejarnos interrogar por ellos, llenarán de esperanza nuestros corazones y nos conducirán a un vivir y obrar con mayor fidelidad al mensaje del Señor Jesucristo.

El Reino que anuncia es el del Amor del Padre por todas sus hijas e hijos. Y el Evangelio que nos invita a acoger es la Buena Noticia que nos explica y realiza como humanos. En el origen y en la meta de esta nuestra vida está el Amor del Padre. Y sólo nos realizamos plenamente como hijas e hijos suyos en la medida en que nuestra vida transite por las sendas de su Amor.

Una llamada a la visibilización del Invisible

“Convertíos y creed en el Evangelio”

Se me antoja conectar esta llamada clara y explícita del Señor con el indicativo de San Pablo en su carta a Tito: “Ha aparecido la bondad de Dios y su amor a los hombres” (3, 4). Aquí radica la llamada a la conversión y a mantener viva la fe en el Evangelio. Añade una cualificación al contenido de la fe. Creemos que el Misterio de Dios es principio y fin, origen y meta; y creemos también que es fuente de Amor, que abre nuestra vida a la confianza en Él, y reclama una respuesta henchida de amor por parte de cada uno de nosotros.

Estamos asistiendo, incluso protagonizando, a un momento histórico de fuertes contrastes y contradicciones. A veces se apodera de nosotros el horror de nuestra propia fuerza destructiva; otras nos indignamos por el demasiado lento crecimiento y consecución de la justicia, cuando nos percatamos de cómo se agigantan los abismos que distancian la opulencia y la pobreza.

A veces, los afortunados nos asombramos, admirados, de nuestros propios logros que nos hacen la vida más grata y difuminan problemas y preocupaciones... Y los creyentes, con preocupación, observamos como el interés por el Misterio de Dios, y la relación con Él, se difuminan en la vida de muchos de nuestros contemporáneos.

La Palabra del Señor quiere llegar, a través nuestro, a este mundo de contrastes y contradicciones, y olvido de Él. Viene a sacudir nuestras conciencias y a ponernos en alerta para ser testigos y propagadores del amor y la bondad que se encierran en el Reino de Dios que anhela llegar a todos los rincones del mundo.

Vivir la Cuaresma con talante y espíritu cristiano habrá de empujarnos a aunar, y no a confrontar; a pacificar, y no  generar violencia; a construir la justicia destruyendo egoísmos; a tender puentes en vez de engendrar abismos; a generar confianza donde abundan las dudas, sutilezas y resquemores; a ofrecer valores sólidos a quienes inician las sendas de la vida para librarlos del aullido destructor del vacío; a iluminar horizontes de esperanza donde las sombras tiñen los rostros de tristeza; a llenar con la calidez del amor la gelidez de la soledad y el desamor...

Quizás entonces pueda amanecer un mañana mejor para muchos, y estaremos esbozando, con y desde el Evangelio del Reino de Dios, algún perfil de Aquel cuyo misterio nos desborda.

Entremos dentro de nosotros en este tiempo santo, y busquemos la senda, o las sendas, que habremos de transitar para hacer visible al Invisible.

Que Él guíe, sin temor, nuestro caminar.


Fr. César Valero  Bajo O.P.

sábado, 10 de febrero de 2024

¡IMPURO!

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 11 de Febrero de 2024. 6º del Tiempo Ordinario

Ya conocemos cómo las normas religiosas judías, similares a las de las demás culturas de la época, regulaban la presencia social de aquellos que tenían supuestas enfermedades contagiosas. De un modo particular se trataban todas las dolencias que tenían que ver con la piel, y que eran especialmente visibles. El judaísmo justifica desde su concepción religiosa que, también estas dolencias que aparecen de forma inesperada, responden al pecado personal del enfermo o de sus antepasados. Y el pecado, que contagia siempre impureza, se soluciona con el aislamiento. Nadie como los leprosos experimenta el dolor de la soledad y el desarraigo. Sus necesidades básicas pueden ser cubiertas, pero el estigma social de señalamiento y marginación rompe su vida por completo. Es una soledad impuesta por un juicio externo y superficial. Los sacerdotes señalan la separación y solo ellos pueden reintegrar en el supuesto caso de curación. La primera lectura resume los dos capítulos (13 y 14) que el Levítico dedica a esta enfermedad.

Ser leproso no es únicamente una declaración exterior, sino que se termina convirtiendo en una definición de identidad. El enfermo camina repitiendo a gritos lo que marca su existencia: “impuro, impuro” (Lev 13,45). Y esa realidad no solo le separa de Dios, al que rechazó con el pecado que ahora le enferma, o de los demás: también le aísla de sí mismo. ¿Qué sentirá? ¿Cómo se hablará? Afortunadamente la lepra en nuestro mundo está prácticamente curada, pero los aislados y separados, los señalados o estigmatizados siguen siendo muchos. Por diferentes causas: políticas o ideológicas, culturales, de violencia física o psicológica, quizá por motivos religiosos. Puede que también nosotros nos sintamos en ocasiones completamente solos y sintonicemos con aquellos condenados a vivir en cuevas apartadas. El cartel de “impuro” que nos cuelgan o nos auto-imponemos nos pesa demasiado… Escuchemos las voces de fuera, acojamos los gritos de dentro. Acoger es el primer paso para iniciar el camino de la sanación.

Ante todo, la caridad, como imitadores de Cristo

Pablo se hace eco en la segunda lectura de una problemática surgida en la comunidad de Corinto. ¿Pueden los nuevos cristianos comprar y consumir la carne que en los templos paganos se ha sacrificado a los falsos dioses, y que ahora se vende para todos los públicos?

El Apóstol no mira lo práctico o lo individual: no habría problema porque para los creyentes no significa nada. Pero se fija, desde la caridad, en el escándalo que eso podría provocar entre los más pequeños o en quienes deseen crear polémica.

El bien común está por encima del bien personal. Pablo, con esta decisión, invita a los cristianos de Corinto a subordinar las propias opciones o decisiones en beneficio de la comunidad. Se trata de salir del propio aislamiento individualista para construir juntos una comunidad más fuerte y creíble.

Y la frase con la que acaba el texto, “sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo” (11,1), es reflejo del espíritu misionero y comunitario que ha orientado su entrega. A nosotros siempre se nos llama a imitar al Maestro, el modelo que nos saca de nuestra “autorreferencialidad” y nos empuja a construir Iglesia en camino y misión, en dinámica de crecimiento e integración.

El Reino empieza por la compasión de Jesús

El texto de la curación del leproso es particularmente dinámico y ágil. Los verbos se amontonan en los primeros versículos y nos permiten convertirnos en espectadores que se dejan impresionar por un encuentro que, de entrada, es ilegal. Ni Jesús ni el enfermo respetan la separación: el uno porque reconoce en Jesús a quien le puede devolver lo perdido; el otro porque “extiende la mano y toca” (1,41). Con Jesús no hay normas sino personas, no hay enfermos sino hermanos, no hay caminos de pecado sino oportunidades de reintegración.

Porque el leproso no pide ser curado expresamente, sino “limpiado”, reincorporado a la vida comunitaria, que alguien lo mire en profundidad y declare que es digno más allá de su dolencia. Y Jesús certifica esa dignidad con gestos profundamente humanos: acercarse, escuchar, tocar… Justo aquello que la ley, que hablaba en nombre de Dios, prohibía terminantemente. Por encima de las normas religiosas que oscurecen la grandeza de las criaturas, está la humanidad que devuelve a cada persona la belleza escondida.

Jesús no pronuncia frases mágicas. Solo un verbo, “quiero”, que se une al “querer” expresado por el enfermo. Sus voluntades y deseos confluyen, van en la misma línea del “querer” de Dios que en el origen creó a su imagen y semejanza, y regaló belleza y dignidad a la obra de sus manos.

Tras la curación, los caminos de Jesús y del leproso anónimo (cualquiera puede ocupar su lugar) se separan. El enfermo, que ha vivido en primera persona la salvación y sanación, vuelve al pueblo de donde había sido expulsado y se convierte en testigo.

Recuerda que los profetas anunciaron la llegada del Mesías como aquel que curaría todas las dolencias y males. Y afirma que él lo ha conocido, por eso no puede callarlo. Sin duda el Reino de Dios ya ha llegado. Anuncia con pasión y sin miedo a Cristo, y el que había sido marginado, se integra en la nueva Iglesia y construye comunidad.

Jesús, sin embargo, “se queda en los lugares despoblados” (1,45), quizá donde están los más frágiles y abandonados que necesitan escuchar y experimentar la Buena Noticia. Allí hay un lugar para nosotros, para los más desamparados, para quienes temen a la comunidad o han sido expulsados de ella, los que aún no quieren acercarse al Compasivo. Ellos son y serán sus preferidos, quienes tras dejarse tocar tienen la misión de convertirse en testigos convincentes de la fuerza del Reino.

¿Quiénes son hoy aquellos a quienes nosotros, y la sociedad, marginamos o descartamos? ¿Cómo me acerca la compasión y la humanidad al reino que comienza Jesús? ¿De qué forma puedo comprometerme más en la comunidad eclesial? ¿Cómo dar testimonio de lo que el Señor ha hecho y sigue haciendo en mi vida?

Fr. Javier Garzón Garzón