sábado, 31 de agosto de 2013

SANTA MISA DEL ALBA EN EL HUMILLADERO


Mañana domingo a las 8 de la mañana rememoraremos el hallazgo de la Sagrada Imagen de la Virgen en el Humilladero. Tendrá lugar una de las Eucaristías más emotivas del año entre los olivos de Monterreal.

Hora: 8 de la Mañana.
Interviene: Coro Rociero "Paz y Esperanza" de Villa del Río·

viernes, 30 de agosto de 2013

OFRENDA FLORAL Y PREGÓN DE LAS FIESTAS


Mañana sábado partirá de la Iglesia Parroquial la comitiva de Autoridades, Hermandades y Cofradías, Párroco y pueblo en general hacía la Ermita de Nuestra Señora de la Estrella Coronada para entregar las flores a la Madre de Villa del Río.

A partir de las 8'30 de la tarde, Subida de la Comitiva, Ofrenda Floral, Santa Misa y Pregón de las Fiestas a caro de D. José María Leirós Núñez. 

Intervienen: A.M.C. Jesús Cautivo y Coro Rociero Alboreá

lunes, 26 de agosto de 2013

LA GRAN MESA DEL REINO



Domingo 25 de Agosto de 2013. 21 Tiempo Ordinario C.

 “Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y de entre ellos despacharé supervivientes a las naciones…y anunciarán mi gloria a las naciones”.  Estas palabras pertenecen a un oráculo de Dios que aparece en la última parte del libro de Isaías que se lee en la misa de este domingo (Is 66,18-21).

Este texto en prosa, con el que se concluye el libro, parece reflejar las ideas de universalidad que suscitó el paso de Alejandro Magno y la caída del imperio persa. El profeta anuncia la llegada de todos los pueblos. En Jerusalén serán testigos de la gloria del Señor. Él hará un prodigio en medio de ellos y enviará a los supervivientes como mensajeros ante toda la humanidad entonces conocida.

Es impresionante esa esperanza que orienta la mirada hacia el futuro. Todas las naciones que antes mostraron su enemistad a Israel serán admitidas a formar parte de ese pueblo. Es más, habrán de ser enviadas por el Señor a una misión universal que nunca hubieran sospechado. Realmente, los planes de Dios son impensables.

LOS DE CERCA Y LOS DE LEJOS

El evangelio no es sólo una profecía. Pero es también una profecía. Y lo es no solo porque anuncie el futuro al que estamos llamados los creyentes, sino porque abre una perspectiva a las esperanzas de toda la humanidad. Así lo vemos en el texto que hoy se proclama (Lc 13, 22-30).

Comienza con una pregunta que uno dirige a Jesús: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?” A esa cuestión teórica Jesús responde con una exhortación práctica: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”.  A continuación añade Jesús que algunos que se dicen creyentes no entraran por ella, mientras que algunos paganos encontrarán el camino.

Los de casa siempre han dado por cierta la salvación. Confiaban en sus muchos rezos y en las ceremonias religiosas con las que pretendían disfrutar de su amistad con Dios y dar un público testimonio de ella. A la hora de la verdad, descubrirán que esos signos externos no les garantizaban la vida eterna. Serán excluidos de la cercanía de los patriarcas y profetas.

Los otros, los que parecían enemigos de Dios y de su pueblo, llegarán de los cuatro puntos cardinales “y se sentarán a la mesa en el reino de Dios”. La imagen del banquete es muy elocuente. Y la lección es clara. Los que llegan de lejos están más cerca de Dios que los que siempre habían profesado creer en el Dios de sus padres.

MISERIA Y FELICIDAD

En el centro del evangelio de hoy resuena la invocación con la que unos y otros pretenderemos entrar a formar parte del banquete del Reino de Dios.

• “Señor ábrenos”.  Esa habría de ser la petición más importante en la oración de un creyente. Muchas veces le pedimos al Señor la salud para nosotros o para nuestros seres queridos.  Y no está mal. Con esas peticiones reconocemos su grandea y nuestra debilidad. Pero, sobre todo, deberíamos pedirle que nos admita en su eterna intimidad.

• “Señor ábrenos”. Esa habrá de ser siempre la oración de la Iglesia. Llamada a dar testimonio de la presencia del Señor en el mundo, anuncia que un día se manifestará la verdad salvadora de su Reino. Y bien sabe la Iglesia que el ser admitidos a ese banquete es una gracia misericordiosa de Dios. Solo él puede abrirnos la puerta.

• “Señor ábrenos”.  ¡Ya nos gustaría que esa fuera la oración de toda la humanidad! Los que aún no han abierto su puerta al Señor o la han cerrado, pueden confiar siempre en su misericordia. Esperamos que todos comprendan que “la felicidad de esta vida, comparada con la felicidad eterna es una auténtica miseria” (San Agustín, “Ciudad de Dios”, 19, 10).

- Señor Jesús, nos alegra saber que muchas gentes, de todo pueblo y condición, te buscan, aun sin conocerte. Muéstranos a todos el camino para que reconozcamos la verdad que conduce a la vida eterna. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés

sábado, 17 de agosto de 2013

LA MISIÓN DEL PROFETA


Domingo 20 de Agosto de 2013. 20 del Tiempo Ordinario C.

“Muera ese Jeremías porque está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad, y a todo el pueblo, con semejantes discursos. Ese hombre no busca el bien del pueblo sino su desgracia”.  Así suena la acusación contra el profeta Jeremías que los príncipes presentan ante el rey Sedecías, según se lee en la primera lectura de la misa de este domingo (Jer 18, 4-6. 8-10).

Es esta una acusación típica de todos los que quieren deshacerse de un hombre que al anunciar la palabra de Dios, denuncian las malas acciones de sus vecinos. El profeta interpela e inquieta. Por eso pretenden acallarlo. Y la acusación más habitual es siempre esa: este hombre rompe la paz social.

Es cierto que el profeta pone en peligro la paz y la tranquilidad de algunos. Sobre todo la paz que se asiente sobre la injusticia o sobre el miedo. En lugar de escuchar su mensaje, algunos pretenden acallarlo. Menos mal que en este caso aparece un hombre que pone en evidencia la maldad de los acusadores y el rey manda rescatar al profeta.

UNA FAMILIA DIVIDIDA

El evangelio no es un calmante que nos ayuda a conciliar el sueño en las noches en que nos asaltan las preocupaciones. Tampoco es un seguro contra los accidentes o las desgracias. El mensaje de Jesús no nos libra de la enfermedad ni de la muerte natural. Nunca deberíamos pretender utilizarlo como un tranquilizante.

Según San Ambrosio, puede resultar dura la narración que hoy se proclama (Lc 12,49-53), Jesús es consciente de que su mensaje no dejará indiferentes a sus oyentes. Sabe que desencadenará inquietud en las personas y graves divisiones en el seno de las familias. Hasta los hijos se enfrentarán a sus padres, aparentemente por causa de la fe.

Evidentemente, Jesús estima la familia humana. El texto no revela la intención de dividirla, sino que nos da cuenta de lo que efectivamente sucedió en las primeras comunidades. Y de lo que habría de suceder a lo largo de los siglos. Muchos cristianos han sido denunciados por sus mismos familiares.

También hoy las familias se encuentran divididas por el fundamentalismo de los miembros que se han pasado a otro grupo religioso. O por los familiares que se burlan de los que tratan de mantener la fe. O por los jóvenes que buscan su afirmación personal renegando de la fe de sus padres. Claro que, según San Ambrosio, también cabe lo contrario: que los hijos que siguen a Cristo saquen ventaja a sus padres paganos o paganizados.

EL FUEGO Y EL BAUTISMO

No podemos ignorar la frase con la que comienza este texto evangélico:  “He venido a prender fuego a la tierra. ¡Y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla! Dos partes paralelas que encierran un único mensaje.

• “He venido a traer fuego en el mundo”.  El fuego suele ser visto como el símbolo del amor. En las páginas bíblicas es también el símbolo del juicio. El fuego purifica los metales. Y a él se arroja la paja. La misión de Jesús somete a crisis y discernimiento los pretendidos valores de este mundo.

• “Con un bautismo tengo que ser bautizado”. En la pregunta que Jesús dirige a los hijos de Zebedeo, el bautismo significa el martirio (Mc 10,38). Jesús prevé que el fuego que ha de derramar sobre la tierra brotará de su pasión y muerte. Y a ese sacrificio se encamina voluntaria y generosamente.

- Señor Jesús, las gentes te comparaban con Jeremías y tenían razón. También tú fuiste y eres acusado injustamente. Nosotros sabemos que no eres enemigo del pueblo. Te reconocemos como el príncipe de la paz. Pero reconocemos nuestra culpa en las divisiones que provoca tu evangelio. ¡Oh Cristo, ten piedad!


D. José-Román Flecha Andrés

miércoles, 14 de agosto de 2013

LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN


El dogma de la Asunción se refiere a que la Madre de Dios, luego de su vida terrena fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial.

Este Dogma fue proclamado por el Papa Pío XII, el 1º de noviembre de 1950, en la Constitución Munificentisimus Deus:

"Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".

Ahora bien, ¿por qué es importante que los católicos recordemos y profundicemos en el Dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo? El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica responde a este interrogante:

"La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos" (#966).

La importancia de la Asunción para nosotros, hombres y mujeres de comienzos del Tercer Milenio de la Era Cristiana, radica en la relación que hay entre la Resurrección de Cristo y la nuestra. La presencia de María, mujer de nuestra raza, ser humano como nosotros, quien se halla en cuerpo y alma ya glorificada en el Cielo, es eso: una anticipación de nuestra propia resurrección.

Más aún, la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo es un Dogma de nuestra fe católica, expresamente definido por el Papa Pío XII hablando "ex-cathedra". Y ... ¿qué es un Dogma? Puesto en los términos más sencillos, Dogma es una verdad de Fe, revelada por Dios (en la Sagrada Escritura o contenida en la Tradición), y que además es propuesta por la Iglesia como realmente revelada por Dios.

En este caso se dice que el Papa habla "ex-cathedra", es decir, que habla y determina algo en virtud de la autoridad suprema que tiene como Vicario de Cristo y Cabeza Visible de la Iglesia, Maestro Supremo de la Fe, con intención de proponer un asunto como creencia obligatoria de los fieles Católicos.

El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica (#966) nos lo explica así, citando a Lumen Gentium 59, que a la vez cita la Bula de la Proclamación del Dogma: "Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del Cielo y elevada al Trono del Señor como Reina del Universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte".
Y el Papa Juan Pablo II, en una de sus Catequesis sobre la Asunción, explica esto mismo en los siguientes términos:

"El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio" (JP II, 2-julio-97).

"Contemplando el misterio de la Asunción de la Virgen, es posible comprender el plan de la Providencia Divina con respecto a la humanidad: después de Cristo, Verbo encarnado, María es la primera criatura humana que realiza el ideal escatológico, anticipando la plenitud de la felicidad, prometida a los elegidos mediante la resurrección de los cuerpos" (JP II , Audiencia General del 9-julio-97).

Continúa el Papa: "María Santísima nos muestra el destino final de quienes `oyen la Palabra de Dios y la cumplen' (Lc. 11, 28). Nos estimula a elevar nuestra mirada a las alturas, donde se encuentra Cristo, sentado a la derecha del Padre, y donde está también la humilde esclava de Nazaret, ya en la gloria celestial" (JP II, 15-agosto-97)

Los hombres y mujeres de hoy vivimos pendientes del enigma de la muerte. Aunque lo enfoquemos de diversas formas, según la cultura y las creencias que tengamos, aunque lo evadamos en nuestro pensamiento, aunque tratemos de prolongar por todos los medios a nuestro alcance nuestros días en la tierra, todos tenemos una necesidad grande de esa esperanza cierta de inmortalidad contenida en la promesa de Cristo sobre nuestra futura resurrección.

Mucho bien haría a muchos cristianos oír y leer más sobre este misterio de la Asunción de María, el cual nos atañe tan directamente. ¿Por qué se ha logrado colar la creencia en el mito pagano de la re-encarnación entre nosotros? Si pensamos bien, estas ideas extrañas a nuestra fe cristiana se han ido metiendo en la medida que hemos dejado de pensar, de predicar y de recordar los misterios, que como el de la Asunción, tienen que ver con la otra vida, con la escatología, con las realidades últimas del ser humano.

El misterio de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo nos invita a hacer una pausa en la agitada vida que llevamos para reflexionar sobre el sentido de nuestra vida aquí en la tierra, sobre nuestro fin último: la Vida Eterna, junto con la Santísima Trinidad, la Santísima Virgen María y los Angeles y Santos del Cielo. El saber que María ya está en el Cielo gloriosa en cuerpo y alma, como se nos ha prometido a aquéllos que hagamos la Voluntad de Dios, nos renueva la esperanza en nuestra futura inmortalidad y felicidad perfecta para siempre.

jueves, 8 de agosto de 2013

LA ESPERA Y LA ESPERANZA

liturgia 18

Homilía Domingo 11 de Agosto de 2013. 19º Domingo Tiempo Ordinario, C.

“La noche de la liberación se les anunció de antemano a nuestros padres para que tuvieran ánimo al conocer con certeza la promesa de que se fiaban” Así comienza el texto del libro de la Sabiduría que se lee como primera lectura en la misa de este domingo (Sab 18,6-9). Es un texto que evoca un pasado de esclavitud. Pero también la llegada de la liberación.

En él se subrayan, al menos, tres detalles que resultan importantes también para nosotros. En primer lugar, se recuerda la noche. En la oscuridad los temores se apoderan de las mentes y de los corazones. Pero precisamente en medio de las tinieblas resonó la señal de Dios para salir de Egipto y ponerse en camino hacia la tierra de la libertad.

El texto recuerda además que la esperanza de aquella hora no generó en los padres de Israel un sentimiento de orgullo y de prepotencia. Y, mucho menos, de olvido de Dios. Al contrario,  alimentó la piedad y la oración de los que sufrían la esclavitud.

Y, en tercer lugar, la esperanza de la partida tampoco aumentó esos sentimientos de individualismo que nos llevan a ignorar las penas y las alegrías de los demás. Todos los llamados a salir de Egipto se impusieron una norma sagrada: ser solidarios en los peligros y en los bienes.

EL TESORO Y EL CORAZÓN

El texto del libro de la Sabiduría prepara nuestro espíritu para escuchar la palabra del Evangelio. Una palabra que es otro canto a la libertad y una lección sobre la esperanza (Lc 32-48). También en este mensaje se subrayan al menos tres virtudes: la generosidad del desprendimiento; la vigilancia en la espera y la responsabilidad en la convivencia.

- Si esperamos al Señor hemos de superar nuestros temores y desprendernos de todo eso que consideramos como nuestro tesoro y repartirlo con generosidad. Las cosas no nos ofrecen la salvación. Nosotros no esperamos algo: esperamos a Alguien. Y “donde está nuestro tesoro allí ha de estar nuestro corazón”.

- Si esperamos al Señor, no podemos vivir adormilados. Se nos pide estar despiertos, vigilantes como el centinela que aguarda la aurora. Como los criados que aguardan el regreso de su señor. Un señor que recompensa nuestra espera y nuestra paciencia, haciéndose nuestro servidor.

- Si esperamos al Señor, hemos de mantenernos sobrios. Las adiciones nos llevan a perder el juicio, nos degradan y nos esclavizan. La espera nos exige mantener buenas relaciones con nuestros hermanos. Es un suplicio la espera cuando no se cuida la armonía de la convivencia.

LA PREPARACIÓN Y LA VENIDA

El centro del mensaje nos lleva a orientar nuestros ojos hacia Jesús, que se nos presenta como el Hijo del hombre. Una frase resume la urgencia y el gozo de la espera: “Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”.

• “Estad preparados”.  No se prepara a recibir al Señor quien sucumbe a las tentaciones de la desesperanza o de la presunción. Las dos nos llevan a permanecer anclados en el presente. Las dos paralizan a la Iglesia, a las comunidades y a cada uno de los creyentes. Sólo se prepara quien acepta el don y la tarea de la esperanza.

• “A la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”. Mil veces hemos entendido esta frase como una amenaza. Una nueva vida, un nuevo movimiento en la Iglesia, la llegada de un nuevo Papa. A la hora que menos pensamos puede abrirse ante nosotros un panorama insospechado que nos invita a caminar en la esperanza, a construir con amor, a confesar la fe.

- Señor Jesús, sabemos que tú estás entre nosotros y caminas con nosotros. Pero tú nos has dicho que nos preparemos para la manifestación de tu presencia, es decir para la manifestación del Reino de Dios. Te esperamos, prestando atención a los signos de los tiempos y viviendo en hermandad. Ven Señor Jesús. Amén.


D. José-Román Flecha Andrés

viernes, 2 de agosto de 2013

MÉDULA PARA MATEO

LA COSECHA Y LOS GRANEROS


Homilía  Domingo 4 de Agosto de 2013. 18º Tiempo Ordinario, C.

La codicia por los bienes de la tierra parece justificar muchos de los esfuerzos de los hombres. La lucha por conseguir un trabajo, los mil esfuerzos que nos cuesta, la preocupación de perderlo, la búsqueda de otro trabajo para hacer algunas horas suplementarias. Seguramente, todo eso nos resulta conocido.

El libro del Eclesiastés que hoy se lee comienza afirmando que todo en este mundo es vanidad, es decir, vaciedad (Ecl 1, 2). Pero añade una nota referida concretamente al trabajo. (Ecl 2, 21-23). Es una observación que ya debía de ser preocupante en su tiempo: “Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado”.

El centro de la cuestion no está aquñi en el trabajo sino en esas palabras que evocan la muerte: “Tener que dejar” el fruto del propio trabajo. El Papa Francisco ha dicho con humor y realismo que, detrás de un coche fúnebre, nunca se ve un camión de mudanzas. Nadie se lleva sus tesoros más allá de la muerte.

LA ARROGANCIA

Además de referirse con frecuencia a la oración, el evangelio de Lucas se refiere en numero de ocasiones al dinero, o mejor a los pobres y a los ricos. El texto que hoy se proclama en la Liturgia (Lc12, 13-21) podría dividirse en dos partes, centradas en el  tema de la codicia.

En la primera, uno de los que escuchan a Jesús quiere implicarle en un asunto de herencias. Sus palabras se parece extrañamente a las de Marta. Tanto aquella como éste, pretenden que Jesús haga de árbitro en sus asuntos familiares: “Dí a mi hermana… Dí a mi hermano…” Antes como ahora, muchos quieren que Jesús les soluciones sus problemas.

En la segunda parte, se contiene la parábola del rico que ha recogido una abundante cosecha. Pero el contento por un logro nunca equivale a la alegría. Junto a la satisfacción por la cosecha surge el problema por los almacenes que el hombre rico ha de construir para conservarla.

El mensaje de la parábola subraya sobre todo la arrogancia de este hombre que pretende que el tener le garantice el ser. Como si la buena cosecha le concediera una larga vida. Como en el libro del Eclesiastés, la preocupación verdadera es la de la caducidad de la existencia.

LA NECEDAD

Es interesante ver cómo la parábola contrapone a la palabra del rico la palabra de Dios. El Rico espera disfrutar de su cosecha durante muchos años. Dios le anuncia que su vida ha llegado a su término.

• “Necio, esta noche te van a exigir la vida”. En la Biblia el pecado es identificado con frecuencia como “necedad”. Si la sabiduría refleja la armonía del hombre con Dios, la necedad revela su autosuficiencia, es decir su pecado. Quien decide la vida no es el hombre sino Dios. Nadie puede aportar por el mañana.

• “Lo que has acumulado ¿de quién será?”. Si la primera frase pone el rico frente a Dios, verdadero Señor de la vida, la segunda frase lo encara con las personas que lo rodean. Amigos o enemigos, ellos serán los herederos de los bienes del rico. Ninguna cosecha le pertenece para siempre. Siempre hay unos “otros” que heredarán nuestros bienes.

- Padre de los cielos, con razón Jesús nos enseña a confiar en tu providencia. De ti proviene nuestro pan de cada día. Tú nos entregas los bienes para que reconozcamos tu generosidad y los compartamos con alegría. Que tu Palabra nos recuerde la honda verdad de nuestra vida y nos ayude a orientarla en humildad. Amén.


José-Román Flecha Andrés