domingo, 28 de enero de 2024

"SÉ QUIÉN ERES, EL SANTO DE DIOS"

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 28 de Enero de 2024. 4º del Tiempo Ordinario.

Jesús nos salva con su enseñanza

Después de haber elegido a los cuatro discípulos que formarán el núcleo del grupo apostólico: Simón, Andrés, Santiago y Juan, y al poco tiempo de llegar a la ciudad de Cafarnaún, Jesús entró un sábado en la sinagoga y se pudo a enseñar. Entre los judíos existía esta «hospitalidad de la palabra». Se invitaba a hablar a aquellos que venían de fuera con la esperanza de que posiblemente les traían una palabra de parte de Dios. A veces escuchamos con gusto a quienes viene de otra parte porque no participa de nuestros prejuicios o precomprensiones de la realidad, y no es raro que nos ayuden a ensanchar nuestros horizontes. El Nuevo testamento da testimonio de que también a san Pablo le invitaban a hablar en algunas las sinagogas por donde pasaba.

Una de las actividades más importante de Jesús fue precisamente la enseñanza. Además de la instrucción recibida en el hogar y en la sinagoga, desde el punto de vista religioso no conocemos que hubiera tenido otro maestro que el Padre del cielo, al que Jesús siempre estaba atento; vivía pendiente de sus palabras, de sus acciones, de sus gestos, de la más mínima insinuación. Esa era la fuente de su enseñanza. Jesús vivió siempre mirando al Padre, escuchándolo para secundar sus palabras y deseos, con una actitud de obediencia total. Jesús mismo lo dirá: Yo hago siempre lo que veo hacer a mi Padre, y digo lo que le oigo decir (cf. Jn 5,19; 14,10).

En este caso no se nos dice el contenido de su enseñanza, pero no sería distinto del que encontramos a lo largo de los cuatro Evangelios.

Estamos ante un texto inaugural de la actividad didáctica y curativa de Jesús según el Evangelio de Marcos.

Enseñaba con autoridad

San Marcos pone de relieve una nota característica de la enseñanza de Jesús: la autoridad con la que hablaba. Esa autoridad no se refiere al tono, ni a la seguridad, ni a la firmeza con que hablaba, sino, entre otras cosas, a la coherencia que existía entre lo que decía y lo que hacía. Su autoridad se traduce en su acción. La palabra griega (exousía) que utiliza el Evangelio para designar la autoridad de Jesús puede traducirse por: a partir del ser. Según esto, su enseñanza provenía de las profundidades de su ser; él encarna lo que enseña. La palabra latina (augere) para hablar de la autoridad significa hacer crecer. También podemos aplicar este sentido a la autoridad de Jesús. Así entendida, su autoridad hace crecer a las personas que le escuchan de verdad para convertirse, a su vez, en autores de su propia historia; las hace responsables de sus propias obras; sus vidas se transforman para bien. La autoridad de Jesús conduce a la vida verdadera; es liberadora. El mismo Jesús dirá: Yo he venido para que tengan vida abundante (cf. Jn 10,10). Está claro que su autoridad nada tiene que ver con el poder arbitrario. Por otra parte, Jesús no fuerza a nadie a escuchare u obedecerle; no trata de dominar a toda costa a los que le rodean.

Como su enseñanza, su autoridad proviene de Aquel que es la Fuente de toda autoridad.

Los ciudadanos de Cafarnaún enseguida la captaron y la compararon con la enseñanza de los escribas, carente de autoridad. Jesús enseñaba como alguien que ha recibido un mandato de Dios para ello. Enseñaba con autoridad porque en su tiempo era el único y definitivo mensajero de Dios, profetizado por Dios en el pasaje del Deuteronomio de la primera lectura del este domingo.

Después de la expulsión de los vendedores del Templo de Jerusalén, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos le preguntaron a Jesús con qué autoridad hacía estas cosas. Pero para responderles les puso como condición que ellos respondieran a otra pregunta, cosa que no quisieron hacer por miedo y astucia, por lo que Jesús tampoco les respondió.

Primera curación

La primera curación de Jesús que nos cuenta el Evangelio según san Marcos es un exorcismo. También esto nos debe hacer reflexionar. Resulta chocante que un hombre poseído por un espíritu inmundo entre en un lugar de culto. El espíritu inmundo hablaba a través de este hombre. Hablaba en plural y gritando: «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno?» Ciertamente, no hay nada tan dispar como lo puro y lo impuro. Y continuó gritando: «¿Has venido a acabar con nosotros?» El evangelista juega con ironía con el nombre de Jesús y las palabras del hombre poseído por el espíritu inmundo. El nombre de Jesús significa «Dios salva». Sin embargo, el hombre que tenía el espíritu inmundo le dice a Jesús: «¿Has venido a acabar con nosotros?» Así es, Jesús viene a acabar con los enemigos de la humanidad. En verdad la misión de Jesús consiste fundamentalmente en eso, en liberar a la humanidad de la alienación de cualquier espíritu impuro, de cualquier tipo de posesión. Finalmente, grita diciendo (ahora en singular): «Sé quién eres: El Santo de Dios». También en el A.T se utilizaba una expresión semejante para hablar de la consagración particular de una persona. Así Aarón es llamado «el Santo del Señor». Esa misma expresión la encontramos en otros pasajes del NT para referirse a Jesús (Lc 4,34 y Jn 6,6). Con ello se quiere decir que Jesús es el consagrado por excelencia. El espíritu inmundo hablando por la boca de ese hombre decía la verdad sobre Jesús, pero no creyó en él, no se adhirió a su persona. Saber cosas sobre Jesús no siempre es garantía de fe, de que se cree en él, de que se acepta su enseñanza.

Con su autoridad, Jesús increpó al espíritu inmundo y liberó a aquel hombre de su posesión. Con esta acción, Jesús hizo posible que aquel hombre fuera de nuevo él mismo y que hablara por sí mismo.

Preguntas sobre Jesús

La reacción ante Jesús es ambivalente. Sus enemigos se ratifican en el rechazo, en cambio, los bien dispuestos se asombran, se quedan estupefactos, captan la diferencia, captan algo de su misterio. Su enseñanza los remueve interiormente, los invita a cambiar de vida, los despierta, los transforma, los libera, los levanta, los hace crecer, les ensancha los horizontes, los conduce a la Vida Plena.

Jesús sigue vivo en su Iglesia, sigue actuando en nuestro mundo, sigue interpelando a todos. Cada uno podemos preguntarnos: ¿Su enseñanza me interpela? ¿Acepto su autoridad? ¿Me transforma a mí también?

Fray Manuel Ángel Martínez Juan

domingo, 21 de enero de 2024

SE HA CUMPLIDO EL TIEMPO

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 21 de Enero de 2024. 3º del Tiempo Ordinario.

Se ha cumplido el tiempo de las promesas. ¡El Reino de Dios está aquí! Convertíos y creed en el Evangelio. Son las palabras con las que Jesús inaugura su ministerio público. Él quiere revelar al mundo la presencia del Reino de Dios, la cual llama a la conversión y a la fe en la Buena Nueva.

Para Jesús es apremiante que todos conozcan y reconozcan en él el Evangelio de Dios, la Buena Nueva del Reino de la que él es la manifestación visible y palpable. Para ello comienza su misión escogiendo e invitando a cuatro de sus primeros colaboradores para asegurar la continuidad de su misión: Simón y Andrés, por un lado, que, «inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (Mc 1,18); y Santiago y Juan, por otro lado, que también «dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, se marcharon en pos de él (v 20)», asociándose a su proyecto de «pescar hombres» para el Reino de Dios. 

Efectivamente, participar en el proyecto de Jesús, aceptar su llamada, conlleva ciertas exigencias: requiere, por un lado, ponerse en camino y marchar en pos del Maestro; por otro lado, supone aceptar las exigencias correlativas a este seguimiento: desprenderse de todo: redes, casa, familia, … en definitiva, requiere dejarlo todo para recibirlo todo de Él.

En cierto modo, esa es la misma invitación que el apóstol Pablo hace a los cristianos de Corinto: «el momento es apremiante, los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran...» (1Co 7,29-30).

Con esto Pablo no pretende, evidentemente, despreciar el matrimonio...; no nos invita a dejar a nuestras esposas o esposos, a renunciar a mantener lazos sociales o a eludir nuestras responsabilidades porque el reino de Dios está cerca. El apóstol nos advierte de la tentación de absolutizar las realidades terrenas, que son pasajeras. En lugar de ello, propone a vivir a la luz del Señor Resucitado: «Habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba» (Col 3,1).

Cualquiera que sea nuestra situación en la vida, y cualquiera que sea nuestra responsabilidad en la sociedad, vivir como cristianos es vivir con la mirada fija en Jesús, en quien se nos ha acercado el Reino de Dios.

La invitación a la conversión de la primera lectura (cf. Jon 3,1-5.10) y del Evangelio de este domingo no consiste en otra cosa que, en conformar nuestras realidades cotidianas, toda nuestra vida, al Reino de Dios inaugurado por Cristo, cuyos valores son la justicia, el amor, la paz, la verdad, la solidaridad, etc.

En el mundo actual, cada vez más egoísta, más dividido y polarizado... Jesús se dirige a cada uno de nosotros y nos interpela: ¡Necesito pescadores de hombres! Simón y Andrés, Santiago y Juan «inmediatamente dejaron las redes y ... a su padre en la barca... y lo siguieron», en sus recorridos por Palestina anunciando la Buena Nueva del Reino.

Y tú, ¿Cuál es tu respuesta a la invitación de Jesús?, ¿Das testimonio con tus palabras y acciones de la realidad del Reinado de Dios?

Fr. Jesús Nguema Ndong Bindang

domingo, 14 de enero de 2024

"VENID Y VERÉIS"


Reflexión del Evangelio del Domingo 14 de Enero de 2024. 2º del Tiempo Ordinario.

Juan Bautista no se predicó a si mismo

Juan Bautista, profeta, mediador, no se mostró como protagonista… Sí, es verdad, no es este el tema central de Jn 1, 35-42. ¿Por qué plantearlo? Es una oportunidad para aprender de la sabiduría de los hombres.  Juan estaba con dos de sus discípulos (v.35). Juan indica a sus discípulos quién es el Cordero de Dios (v.36).

Hemos pecado, posiblemente, de protagonismo y de proselitismo. Dios, entonces, no ha ocupado el centro de nuestra vida, no lo hemos sabido descubrir en nuestra vivencia, convivencia con los demás. Centrándonos en nosotros mismo nos aislamos, cerramos toda posibilidad de conocer y conocernos, de entender y experimentar qué es la fe, la esperanza y el amor. Y la cantidad y la posesión son la vara de medir: tengo, tengo… y, lo más terrible, recurrir a argumentos de “miedo” para someter a los demás. No fiarse de los que utilizan el “miedo” para hablar de Dios.

¿Puso Juan algún impedimento para que sus discípulos se fueran con Jesús, el Maestro? Todo lo contrario, cuando surgieron rivalidades, discusiones entre los discípulos de Juan y los discípulos de Jesús, el mismo Juan responde: “Yo no soy el Mesías, sino que me han envidado por delante de él… Él debe crecer y yo disminuir” (Jn 3, 28.30). La fe en Dios, el seguimiento del Hijo de Dios es una propuesta de libertad.

Maestro, ¿dónde vives?

Llevados de la indicación de Juan, sus discípulos se acercan a Jesús. Dos cuestiones: Jesús pregunta “¿Qué buscáis?”. Los discípulos responden: “Rabí – que significa maestro-, ¿dónde vives?”. (Jn 1,38)

La pregunta de Jesús es: ¿qué es lo que quieres? ¿cuál es tu anhelo más profundo? ¿qué persigues? Jesús, siempre remite a uno mimo, cree en el ser humano, lo ama. 

La respuesta de los discípulos no muestra interés alguno por su doctrina, sino: “¿dónde vives?”. No es lo que piensa, lo fundamental es lo que hace, la manera de vivir, el “proyecto de vida”.

“Venid y ved” (Jn 1,39). No hay explicaciones, ni justificaciones, es una invitación a comprobar, ser testigos. Es una oportunidad para experimentar la realidad de un hombre que Juan señala: “Ahí está el Cordero de Dios”, y sus discípulos lo identifican como Rabí, Maestro, al que podemos acudir y nunca defrauda. El Maestro acompaña, enseña, no impone y da la oportunidad porque sabe y quiere que cada uno sea protagonista y dueño de su vida, esto es signo de amor, de confianza, espacio para ser y crecer. Llamados a compartir, a ser personas que entran en relación con otras personas, capaces de amar. Cada uno es cada uno, inserto en una relación con los demás, relación marcada por la comunicación, la libertad y el amor. En esta relación nos encontramos con Dios.

Seguimiento

Todos somos llamados y mirados. Llamar y mirar tienen que ser un acto de amor. Los discípulos respondieron con un sí a la invitación del Maestro: “fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día…” (Jn 1, 39).

Todos somos llamados y mirados, invitados a seguir un camino que cada uno ha de descubrir, “vocación”, y ponerse en marcha. Los caminos son muchos, las opciones múltiples, diferentes, ninguna es mejor que la otra; toda opción precisa de un compromiso y fidelidad; elegida libremente ha de ser expresada con responsabilidad.  La cuestión no está en la diferencia, no está en cuál es más importante, la mejor, la cuestión está en la coherencia de vida que pone y da autoridad a esa vida elegida.

Somos invitados, respondamos, demos cabida al Señor en nuestro corazón y sigámoslo. Seguir a Jesús no es cuestión de ir detrás de él sino, más bien, vivir como él.  El seguimiento no se concreta en las acciones sino en lo que nos mueve, motiva, nos lleva a esas acciones, respuestas; porque el seguimiento es resultado, no de la acción, sino de la manera de mirar, de considerar, de entender, de valorar, de apreciar, de amar.

En el seguimiento a Jesús encontraremos dificultades, no somos perfectos. Las dificultades son oportunidades para aprender, corregir, avanzar, crecer… “Por tanto, hermanos, esforzaos para afianzar vuestra vocación y elección.” (2Pd 1,10)

¿Escucho o sólo me escucho? Si solo me escucho, no oigo cuando me llaman, ni llamo, porque estoy cerrado en mí mismo.  ¡Qué triste…!

¿Qué me preocupa más las apariencias o la sinceridad y coherencia de mí mismo y de mis actos? Es importante ser conscientes de lo que hacemos y no hacemos.

Caminar tras las huellas de Jesús. Vivir como él vivió que no es repetir lo que hizo, el cómo lo hizo. Vivir como el vivió, ser movidos por los mismos sentimientos. ¿Cuál es el motor de mi vida…?

Fr. José Luis Ruiz Aznarez OP

domingo, 7 de enero de 2024

"ESTE ES MI HIJO, EL AMADO"

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 7 de Enero de 2024. Bautismo de Ntro. Señor Jesucristo.

Volver a Jesús en la Epifanía de su Bautismo. Revelación de su divinidad

a) La manifestación de la naturaleza divina del Niño a los Magos, significa que cada persona está llamada a la unión divina, porque Cristo es un ser humano como nosotros.

b) La manifestación de la naturaleza divina de Jesús a los judíos, cuando en su Bautismo se oye la voz de lo alto, representa nuestra llamada al Amor divino

c) La manifestación de la naturaleza divina de Jesús a sus apóstoles en las Bodas de Caná, significa las nupcias de Cristo con su comunidad

d) La Manifestación de Dios en la Misión de Jesús y la nuestra, está en hacer bien.

Jesús baja de Nazaret (norte) al Jordán (sur) para ser bautizado

Jesús baja desde el norte, Galilea, al sur, al Jordán, para acercarse al pueblo y entrar en contacto con el mundo judío, después de su larga estancia en Nazaret, más cerca de los paganos.

Juan lo bautiza. Aparentemente, es uno más de los peregrinos del arrepentimiento que concretan con ese gesto del agua, su compromiso de cambiar de vida. Esto no vale para Jesús, pero sí deja que el agua de conversión recubra toda su humanidad. Lleva a cabo este acto por nosotros. Con esta solidaridad se une a nosotros, a fin de que nosotros unidos a él, podamos sumergirnos en la vida divina.

El bautismo le sirve a Jesús para madurar y mostrar su profunda identidad. Los cielos que se rasgan dan a entender que ya no están sellados. El episodio deja claro que el motor de toda su vida fue el Espíritu. ¿Qué pudo pasar? La experiencia de la paternidad de Dios, su profunda conexión con El y la cercanía del Espíritu, son las líneas maestras de su trayectoria humana. Fiel al Espíritu, da un cambio radical en su vida y se dispone a predicar el Reino de Dios. Desde ese momento, abandona otra actividad y dedica su tiempo a la Predicación del Reino y Hacer el bien

Descubrimiento de la plena identidad de Jesús y de la nuestra

Tres testimonios del evangelio de hoy certifican la identidad de Jesús: las palabras del Bautista: El que viene es más fuerte que yo. Y os bautizará con Espíritu Santo; la presencia del Espíritu, El Espíritu baja sobre él como una paloma; y las palabras del Padre Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.

Al recibir el bautismo, expresaba Jesús su solidaridad con la humanidad como verdadero hombre, pero faltaba la otra dimensión de su identidad, la de verdadero Dios, que se le reconoce ahora oficialmente, en este escenario trinitario. Dios Padre proclama a Jesús como su Hijo amado, con el que tiene un entendimiento pleno. Así se afirma su naturaleza divina.

La comprensión de la identidad de Jesús está enriquecida por la presencia del Espíritu que desciende sobre El y está presente de manera definitiva. Dado que el Padre identifica a Jesús como su Hijo, el Espíritu no es otro que el Espíritu divino. El Bautismo de Jesús equivale a la inauguración oficial de su Misión, con el crisma de la autoridad plena, garantizada por la presencia del Espíritu y el testimonio afectuoso del Padre.

El Bautismo del Espíritu y nuestra identidad de hijos de Dios

Jesús recibe y se deja llevar por el Espíritu de Dios: En los evangelios es constante la referencia al Espíritu para explicar lo que es Jesús: “Concebido por el Espíritu”.” Nacido del Espíritu Santo”. “Desciende sobre él el Espíritu Santo”.” Ungido con la fuerza del Espíritu”. “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. “El Espíritu es el que da vida. “Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es Espíritu”

El Bautismo es el verdadero nacimiento de Jesús. En él recibió el Espíritu Santo no para sí mismo, sino para bautizar con él a sus seguidores. Es suyo, y está en él, y por medio de él se da a todos, para la construcción del Reino. En adelante, todo lo que diga y haga será la manifestación continuada de la obra de Dios que experimentó en sí mismo.  Dejándose llevar por el Espíritu, comienza su misión y nos marca el camino de nuestra plenitud. Así, por la fe en El, como Señor y Salvador, nos sumerge en su Espíritu bienhechor, nos coloca como hijos y hermanos dentro de la familia de Dios y recibimos fuerza, poder y audacia para llevar a cabo su obra, pasando como El, “haciendo el bien y curando a los oprimidos”.

Conclusión: ¡Volver a Jesús, porque Él es más fuerte que yo!

Dejar el primer sitio a Jesús, como Juan, es el compromiso continuo de todo cristiano.

¿Por qué hay que dejar a Jesús el primer puesto? Porque posee una relación única con el Espíritu y con el Padre. Su bautismo nos muestra su identidad y clarifica la nuestra. Por eso deja que el “agua de conversión”, empape su humanidad. Y con esta solidaridad, se une a nosotros a fin de que nosotros unidos a él, podamos sumergirnos en la vida divina

¿Qué tenemos que hacer como seguidores suyos? ¡Convertíos y bautizaos! Volveos a Jesús, creed en él y sumergíos en su persona, su vida y misión. Su bautismo, como el nuestro, es un bautismo en el Espíritu, con el que el Padre, nos acoge como hijos. Entrar en la vida de Jesús, es entrar en la vida Trinitaria.

¿Qué bien puedo hacer yo hoy? La presencia de Jesús, y el don del Espíritu Santo, constituyen dos condiciones para que también nuestra vida pueda ser una respuesta fiel al Padre, que quiere la felicidad de todos sus hijos. ¿Cómo puedo yo pasar haciendo el bien? ¿A quién?

Padre, necesitamos otro año más y toda la vida, para comprender y apreciar nuestra dignidad de hijos, que nos has comunicado por tu Hijo, predilecto y colmado del Espíritu Santo. De su dignidad deriva la nuestra.

Fray José Antonio Segovia O.P.

sábado, 6 de enero de 2024

"HEMOS VISTO SU ESTRELLA SALIR Y VENIMOS A ADORARLO"

 

Reflexión del Evangelio del 6 de Enero de 2024. Solemnidad de la Epifanía de Ntro. Señor Jesucristo.

A la búsqueda, como los Magos

Mateo es el único evangelista que integra en su relato el acontecimiento que celebramos hoy: la llegada de los Magos a Belén. Nos dice que vienen de lejos, de Oriente, en un largo viaje, guiados por la estrella del Mesías, ayudados por Herodes, hasta postrarse ante el Niño.

¿Por qué se tomaron tantas molestias? No por mera curiosidad, sino porque buscaban algo, o mejor a alguien, que era importante para sus vidas. Su búsqueda era sincera, no así la de Herodes. Éste se sobresalta porque intuye la llegada de un poder que piensa que puede amenazar el suyo. Los Magos se alegran, se postran y adoran porque han encontrado no a un competidor, sino a un Dios que se hace partícipe y objeto de su búsqueda.

Los humanos somos, como los Magos, buscadores de sentido. Nada hay en la tierra ni en los cielos, por gozoso y hermoso que sea, que satisfaga plenamente nuestro deseo de ser felices. Decía San Agustín, otro buscador incansable, que “nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta llegar a ti”. Aunque nuestro caminar no es siempre rectilíneo, sino en ocasiones sinuoso y confuso; no es un plácido paseo sino un recorrido lleno de sorpresas y sobresaltos. A veces se hace fatigoso, atisbamos la luz de la estrella o retornamos a la oscuridad de la noche, incluso algunos que pueden orientarnos no son del todo sinceros con nosotros. Pero, al final la perseverancia tiene su premio, así como la lucidez para encontrarnos con Dios sin confundirle con sus sucedáneos.

Y cayendo de rodillas lo adoraron

La fiesta de hoy, más allá de las cabalgatas y los regalos, no es sólo de emociones y de admiración. Entre creyentes es un día para la adoración. La adoración es una acción típicamente religiosa, en la que nosotros, sus pequeñas criaturas, reconocemos y veneramos la grandeza de Dios. Los Magos lo adoraron, nosotros también podemos adorarlo, porque Dios no es algo sino alguien, no es una idea, es una persona. Y una persona ante la que no cabe el temor porque nos ama entrañablemente. Él es el sentido último de todas nuestras búsquedas.

Se ha escrito que “para adorar a Dios es necesario detenerse ante el misterio del mundo y saber mirarlo con amor. Quien mira la vida amorosamente hasta el fondo comenzará a vislumbrar las huellas de Dios antes de lo que sospecha” (J.A. Pagola).

Efectivamente, ese es el secreto de una actitud adoradora: mirar al mundo con amor. Y es que, efectivamente, hay diversas maneras de mirar el mundo. Si lo miramos con avaricia lo deseamos, no lo amamos. Si lo miramos con desconfianza nos protegemos de él, no lo amamos. Si lo miramos con pesimismo lo despreciamos, no lo amamos. Mirar el mundo con amor es mirarlo confiadamente, hasta el fondo, atisbando en él la presencia de quien lo creó y lo redimió. Todo lo verdadero, lo bueno y lo bello que hay en el mundo nos habla de Dios.

Lo que descubrimos cuando miramos de ese modo el mundo es que no estamos solos ni perdidos en él. Dios se hace presente y nos acompaña. A veces como un fuerte destello, como el fuego de la zarza o la luz de la estrella, otras veces como una débil lucecilla. Pero, sea como fuere, desde que Dios se hizo hombre no falta en el mundo la luz. Aunque, como en tiempos de Isaías, “las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz” (1ª lectura), el mundo, y nuestro propio mundo interior están llenos de su resplandor.

Dios se hace hombre para todos

El pueblo judío había interpretado en clave nacionalista la profecía de Jeremías: “Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios” (32,38). El relato de la llegada de los Magos a Belén hace caer ese esquema tradicional. Dios no es sólo un Dios del pueblo y para el pueblo. El uso partidista de la religión sigue siendo hoy un factor de confrontación de personas, pueblos e intereses. Ese Dios, más que útil, utilizado, no es el Dios cristiano. Nuestro Dios se hace hombre para todos. Es un Dios que rompe nuestras barreras y está entre nosotros como un elemento de encuentro y de concordia.

El Papa Francisco viene repitiendo últimamente que Dios es un Dios de todos, todos, todos y que la Iglesia tiene que estar abierta a todos, todos, todos. La fe no nos separa de los demás: nos une profundamente con todos los humanos, porque “nada humano nos es ajeno” (Publio Terencio).  En la escena bíblica, los Magos representan a lo diferente, lo inusitado, lo desacostumbrado, lo extranjero… que en la contemplación y adoración del Niño se hace prójimo, se hacen nuestros hermanos.

Este es un desafío para los cristianos actuales: abrir las fronteras de nuestras tradiciones, nuestras costumbres, nuestros intereses para hacer un lugar a quienes vienen de lejos buscando seguridad y bienestar, porque “también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio” (2ª lectura). El oro, el incienso y la mirra de nuestro tiempo son nuestras mentes y corazones abiertos que ofrecemos a Dios cuando acogemos a todos como hermanos.

Según el relato, María contempla la escena del encuentro y “guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc. 2,19). Le pedimos a ella que también nos mire a nosotros hoy y nos alcance la gracia de un corazón grande y acogedor. Que no alentemos separaciones donde nuestro Dios suscite unidad.

Para nuestra reflexión

¿Qué te sugiere la narración de la llegada de los Magos a Belén sintiéndonos parte de una Iglesia que está llamada a ser hogar para quienes vienen de lejos?

¿Cómo la convicción de que la fe es luz de Dios en nuestro mundo puede ayudarnos a comprenderle y estimarlo como la casa que tenemos en común?

¿Qué puede explicar que los cristianos, pese a recordar con frecuencia estos acontecimientos, no los vivamos con alegría?

 

Fray Fernando Vela López