miércoles, 28 de octubre de 2020
domingo, 25 de octubre de 2020
LA ÉTICA DEL AMOR
Reflexión del Evangelio del Domingo 25 de Octubre de 2020. 30º del Tiempo Ordinario.
2. Todo lo que no sea eso, evangélicamente hablando, es una falacia. Ya lo veía así el autor de la 1ª Jn 4 donde plantea con una radicalidad teológica inigualable lo que es la identidad cristiana del amor. Si Dios nos ha amado, entonces, entre otras cosas, no se dice que debemos amarlo a El, sino que debemos amarnos los unos a los otros. Es verdad que Dios quiere ser amado, necesita ser amado, como lo necesitamos cada uno de nosotros. Y es desde esa dimensión religiosa desde la que hablaba Jesús, quien con su predicación y con su praxis se empeñó tanto en descubrir a Dios como Abba, porque él y nosotros lo necesitamos así.
3. Por lo tanto, la praxis
evangelizadora de Jesús nos descubre un Dios nuevo y a la vez, y por ello
mismo, nos descubre un hombre nuevo. Es verdad que Jesús de Nazaret lo
descubrió desde Dios. Esto es absolutamente irrefutable. Esta frontalidad nos
expresa pues, que evangelizar es humanizar en todos los órdenes y desde todas
las perspectivas. Jesús hizo coincidir con su evangelización la gloria de Dios
y la del hombre. El hecho, pues, de que hoy se insista tanto en la humanización
no depende de que vivimos en el siglo en el que el hombre está enamorado de sí
mismo, de lo que ha hecho y de lo que tiene que hacer, sino que la misma
esencia de la fe y de la identidad cristiana, en el Nuevo Testamento como
totalidad, son todavía mucho más humanizantes y humanizadoras que lo que hoy se
nos propone.
Fray Miguel de Burgos
Núñez
domingo, 18 de octubre de 2020
sábado, 17 de octubre de 2020
LA DIGNIDAD HUMANA NO SE COMPRA, ES UN DON
Reflexión Evangelio del Domingo 18 de Octubre de 2020. 29º del Tiempo Ordinario.
1. El evangelio de Mateo, hoy,
nos sitúa en el corazón de las polémicas que Jesús mantiene con los dirigentes
en Jerusalén y que los evangelistas sitúan al final de su vida, precediendo a
la pasión (cf. Mc 12,13-17; Lc 20,20-26). Esta vez querían comprometerlo a
fondo con las autoridades romanas, que vigilaban ferozmente cualquier
movimiento social o político para castigar cualquier rebeldía. Oponerse al
César, incluso en nombre de Dios, era ir contra la «pax romana», uno de los
mitos de la época. Los espías pretenden halagarlo (Mateo sigue a Marcos y nos
habla de los fariseos y los herodianos; Lucas, más coherente, nos habla de
espías para entregarlo al gobernador), pero en el punto de mira está el
prefecto romano Poncio Pilato, que era un gobernante de una crueldad sin
miramientos, vengativa y arbitraria. Los judíos lo odiaban porque había
introducido en Jerusalén bustos e insignias del César, además de haber usado el
dinero sagrado del templo para construir un acueducto que llevara el agua a
Jerusalén (Josefo, De Bello 2,9,2; 2,9.4).
2. La hierocracia y aristocracia
de la ciudad santa mandan sus espías para poder deshacerse de este profeta
galileo que anuncia el Reino de Dios, pero que no coincide con el reino de
Roma, ni con el concepto que tienen del mismo algunos partidarios de la
revolución contra Roma, ni específicamente con el reino que ellos quieren
manipular en nombre de Dios. Los rebeldes dejaban a las claras que la única
soberanía que aceptaban bajo el suelo de Judea es la de Dios (Ex 20,4-5); en
ello Jesús podría estar de acuerdo. Pero las trazas, entre uno y otros, son muy
distintas. Es verdad que Jesús parecía estar en un callejón sin salida: frente
a Poncio Pilato, frente a las autoridades, frente a los revolucionarios
nacionalistas, frente a todos. No obstante, él la encontró; la encontró
recurriendo a las dignidad humana que Dios ha puesto en el corazón de toda
persona como imagen suya. Los espías, con su trampa, van a caer en su propia
ignominia, porque llevan en sus manos el “denario” con la efigie de Tiberio…
pero Jesús no lleva nada en su zamarra. Solamente tiene su palabra y la fuerza
de la sabiduría del reinado de Dios.
3. Cuando es preguntado,
intencionadamente pide la moneda del tributo con la efigie del César y
responde: la moneda hay que dársela al emperador; ¿por qué? Porque es el
dinero, y el dinero es lo más sucio de este mundo. Los que acuñan moneda tienen
poder y por el dinero dominan a los hombres. Entonces, ¿hay que someterse a él?
¡Ni hablar! Por eso añade con una intencionalidad manifiesta: «y a Dios lo que
es de Dios». El dinero no es de Dios, sino que de Dios somos nosotros mismos, y
por lo mismo nosotros solamente debemos estar sometidos a Dios. Ya San Agustín,
que afirmaba: “El César busca su imagen, dádsela. Dios busca la suya:
devolvédsela. No pierda el César su moneda por vosotros; no pierda Dios la suya
en vosotros” (Com. Ps 57,11). La trampa la resuelve Jesús, no solamente con
inteligencia, sino con sabiduría, donde salta por los aires la legalidad con la
que pretenden acusarlo en su caso. La respuesta de Jesús no es evasiva, sino
profética; porque a trampas legales no valen más que respuestas proféticas. El
tributo de hacienda es socialmente necesario; el corazón, no obstante, lleva la
imagen de Dios donde el hombre recobra toda su dignidad, aunque pierda el
“dinero” o la imagen del césar de turno que no valen nada.
4. Aquí Jesús responde con una
afirmación liberadora que solamente pueden captar los que no están cegados por
el poder, el dinero, el odio y la injusticia. Quizás la mejor ilustración a
todo ello la tengamos en San Ireneo, en esa expresión, que es paradigma de
muchas radicalidades humanas y divinas: «La gloria de Dios es el hombre
viviente; la vida del hombre es la visión de Dios». Todo esto quiere decir que
el evangelio de Jesucristo implica, en una simultaneidad inconfundible, que de
la misma manera que nos descubre al Dios viviente, nos descubre a la vez, y no
por otro camino, al hombre viviente. Podemos usar los bienes de este mundo con
eficacia, pero lo que no podemos hacer es vender nuestra vida al mejor postor.
Al "césar" de turno podemos darle el dinero, o los impuestos, pero
nuestra libertad nadie nos la podrá arrebatar.
Fray Miguel de Burgos
Núñez
sábado, 10 de octubre de 2020
EL REY QUE INVITA Y LAS REACCIONES DE SUS INVITADOS
Reflexión Evangelio del Domingo 11 de Octubre de 2020. 28º del Tiempo Ordinario
Domingos anteriores Jesús nos presentaba diferentes invitaciones relacionadas con la Viña de Dios. En esta ocasión las invitaciones tienen que ver con un Banquete de Bodas, en el que encontramos algunos puntos sorprendentes y relevantes:
Lo primero es que no estamos muy habituados a que nos hablen del Reino de Dios como de un «banquete de bodas». En este tipo de eventos están muy presentes la alegría, la convivencia, el encuentro, la amistad con quien nos ha invitado, pero también la comunión que va surgiendo entre todos los asistentes, incluso aunque muchos no se conozcan. Esta manera de presentar el Reino excluye que la entrada al Reino sea un asunto privado, o individualista: es con otros. Tampoco hay que hacer méritos, o ganarse que a uno le inviten. Basta con que el anfitrión quiera contar con nuestra presencia, depende más que nada de su amistad o cariño. Evidentemente una invitación así no se percibe como algo «obligatorio», pues más bien uno se siente halagado por haber sido invitado a un momento tan especial y trascendente para los novios. A eso se alude precisamente en la invitación a la comunión eucarística: «Dichosos» los invitados a la mesa/cena del Señor». A la mesa eucarística y a la mesa del Reino. Jesús presenta a Dios como un Rey (el padre del novio) que invita, que hace una oferta: «Venid a mi fiesta»: quiero celebrar la salvación, que sois mis amigos, que me apetece que nos acompañéis en un momento tan gozoso y especial, porque la fiesta de mi hijo no sería tal fiesta si faltáis vosotros. Cabe esperar, además, que siendo el Rey quien invita, en el banquete no falte de nada, que sea un derroche: «manjares suculentos, un festín de vinos de solera...
El amor de los novios y su boda es presentado a menudo en la Biblia como símbolo de la Alianza, un compromiso de amor entre Dios y su pueblo. Y esto nos tiene que recordar la escena de la última Cena de Jesús (también un banquete), donde Jesús habla de alianza (nueva y eterna), habla de amistad y de amor mutuo, de que ha sido él quien ha elegido a sus invitados/amigos, de su ardiente deseo de que sean uno entre ellos, y de que se sirvan (lavatorio) mutuamente...
Lo peculiar de este banquete, tal como lo profetiza Isaías, es que será multitudinario, porque estarán invitados «todos los pueblos». Importante: el pueblo de Dios no considera ya que la salvación sea exclusivamente para ellos. Y Jesús completa esa universalidad diciendo que son invitados «malos y buenos».
- Soprendente nos puede resultar la reacción de los invitados. Es posible que alguna vez hayáis recibido la invitación de alguien con quien simpatizamos poco, o que nos incomode porque probablemente nos encontremos con otros invitados que preferimos evitar, o tal vez altere o estropee otros planes que habíamos hecho... y entonces procuramos buscarnos una buena excusa para no quedar mal.
Mateo nos cuenta en otro lugar
las excusas de algunos discípulos ante la llamada de Jesús: me he comprado una
yunta que tengo que probar, o unas tierras, o se me ha muerto mi padre, o... El
caso es que nuestros intereses, nuestros planes y nuestros sentimientos
desembocan en un: «no voy». O quizá, más diplomáticamente, «cuánto siento no
poder ir».
¿Qué pasa en este banquete de bodas, en que el Rey se encuentra con un plantón generalizado? ¿Por qué no tiene éxito la propuesta de Jesús?
Hay invitados que dicen “no” abiertamente, sin excusas ni rodeos. Son los que tienen cerrado el corazón, y esa alegría nupcial no va con ellos, esa boda no es para ellos una «buena noticia». Ese Rey les estropea sus planes, se ven en aprietos para ajustar sus agendas. Ese Rey es aburrido, no tiene nada que ofrecerles, no se lo van a pasar bien. Puede que hayan tirado directamente a la papelera la invitación sin pensarlo dos veces: No tengo ganas de molestarme. Mateo diría que están «prisioneros» de sus negocios, posesiones y costumbres. Como aquel joven rico: «qué difícil es que un rico entre el Reino de los Cielos». Podríamos decir: qué difícil es que un rico se tome en serio las propuestas/invitaciones de Dios. Es más fácil «enhebrar camellos». No han pasado la experiencia de Pablo: que ha aprendido a vivir en pobreza y abundancia, en la hartura y el hambre, en la abundancia y la privación, sin renunciar a su misión y a su relación con el Señor. Estos invitados no saben de renuncias, sacrificio o privaciones.
Hay invitados que acuden a regañadientes. Quizá le habrían preguntado si se atrevieran: Pero «¿es obligatorio ir?». A lo mejor si no voy se enfada conmigo, se ofende... Y se les nota enseguida, porque en sus caras no está presente la alegría, no acuden con ilusión y con ganas. Toca ir y ya está. Y van un poco por inercia o por compromiso. Se me ocurría pensar si tal vez pudiera achacarse su rechazo a la actitud o el modo de presentarles la invitación los mensajeros del Rey: quizá les han reñido si no van, quizá les han dicho lo que les podría pasar si se quedan en casa, quizá les han puesto condiciones, quizá ellos mismos con su presencia ya desmotivaban... En tal caso no serían dignos mensajeros del Rey. Pero de la parábola al menos no se pueden extraer estas conclusiones.
Y hay invitados que la emprenden con los mensajeros. Les ofende o molesta o desagrada que haya un Rey, que esté organizada una boda, que acuda la gente, que molesten a los demás... Se sienten fastidiados, incómodos y ofendidos. Por supuesto que no se sienten invitados, aunque lo estén. Y pasan al ataque: a por los mensajeros, quitarlos de en medio, que se callen, que no molesten, que se vayan, que mejor y más libres sin ellos.
Y sorprendente lo tozudo que es el Rey. No se rinde ante los rechazos. Sus mensajeros son enviados numerosas veces: «Venid, está todo preparado». Pero ante el desastroso resultado, no suspende su fiesta, y decide buscar invitados improvisados por las plazas, por las afueras de la ciudad, por los cruces de caminos. Solían ser lugares peligrosos, no frecuentados por la gente bien, sino más bien por pobres, parados, desarraigados, vagabundos, criminales quizás, en todo caso personas poco deseables. Pero fueran buenos o malos, el Rey no filtra a los nuevos invitados.
Seguro que se sintieron
encantados de que alguien les ofreciera alegría, alimento, convivencia, de que
los hayan tenido en cuenta. Y acuden. Es lógico. Estos fueron los que mejor
escucharon a Jesús por los cruces de caminos de Galilea, según cuentan los
evangelistas. Estos que no tienen agendas superocupadas, ni negocios que
supervisar, ni han comprado una yunta de bueyes, porque tampoco tienen
bueyes...
Parece lógico que el Rey se harte de sus «amigos» de siempre: en realidad falsos amigos, amigos interesados, amigos de pega, amigos que le atienden cuando les viene bien, amigos que no saben compartir, ni quieren les interesa el encuentro con otros, sobre todo si esos otros son los de los cruces de caminos (las periferias, que diría el Papa Francisco). Así que envía sus tropas para acabar con ellos y con su ciudad. Ya está bien de hipocresía y mala voluntad.
Sin embargo este Rey no acepta que llegue uno y diga “ya estoy”. Me apunto. Apuntarse (lo mismo que bautizarse, hacer la comunión o casarse, incluso ir a misa y comulgar, es relativamente fácil, y bastantes se apuntan...). Pero de entre todos los desarrapados de los caminos «uno» no está presentable. Esta excepción no supone forzar o contradecir el mensaje general de la parábola: la tradición cristiana siempre se ha referido al Bautismo como ponerse un «vestido nuevo», o «revestirse de Cristo». Podéis preguntarle a San Pablo.
Jesús no quiere cortarle a nadie
la digestión, pero sí quiere que se tomen en serio su invitación. No vale
cualquier traje para compartir mesa con el Rey. Entre tantos invitados, es de
suponer que bastantes -malos y buenos- no tendrían mucho que ponerse para la
ocasión, teniendo en cuenta «dónde» los habían ido a buscar. Pero el Rey se
fija SOLO EN UNO. Como símbolo de que hace falta «ponerse» la actitud adecuada,
no simplemente aprovechar la ocasión.
Me viene a la cabeza aquella Cena de despedida de Jesús, donde también uno de los comensales no aguantó... y optó por marcharse. Se sentía incómodo en aquella fiesta, por mucho cordero, mucha fiesta de Pascua y muchas canciones que hubiese. No quiso o no fue capaz de acoger al Rey en su corazón, y que le cambiase sus esquemas y prioridades. Estaba fuera de lugar. Jesús no tuvo que echarle fuera: se marchó él solo con su fracaso y sus ideas fijas.
Concluyendo: Hay llamadas del Rey-Dios, insistentes, a todas horas, a cualquier hora. ¿Quién las escuchará y se moverá para acudir? El Banquete de bodas (el Reino, la salvación, el seguimiento de Jesús, o como queramos llamarlo) está abierto a todos: buenos y malos. Nuestro Dios no es excluyente ni elitista. Algunos habrá que se queden fuera, como aquellas vírgenes necias que se quedaron sin aceite en sus lámparas. Algunos no querrán acudir a pesar de la invitación. Y algunos (esperemos que la mayoría) acepten la invitación y no pondrán «pegas» a encontrarse y aceptar y compartir con todo tipo de personas, convocadas por el Rey. Aunque tengan pocos méritos. Y todos... procuraremos ir debidamente «revestidos» y transformados por el Bautismo que hemos recibido.
Enrique Martínez de la
Lama-Noriega, cmf
domingo, 4 de octubre de 2020
FELICIDADES A LA FAMILIA FRANCISCANA
En el día de hoy la Parroquia desea a la Comunidad de Madres Religiosas Misioneras de la Divina Pastora, a toda la comunidad educativa del colegio y a la Hermandad de la Humildad un día lleno de reflexión en torno al Santo Pobre de Asís, que nos enseñó a amar a los hermanos y a valorar el universo como regalo de Dios a los hombres.
sábado, 3 de octubre de 2020
DIOS HA PLANTADO UNA VIÑA-COMUNIDAD NUEVA
Reflexión Evangelio del Domingo 4 de Octubre de 2020. 27º del Tiempo Ordinario.
1. El evangelio nos propone la parábola de los viñadores homicidas y está en continuidad con los textos del evangelio de Mateo que muestran las polémicas de Jesús con los dirigentes judíos antes de la pasión, viniendo a poner el punto final de una polémica que comenzó en Galilea. Aunque la parábola está tomada de Marcos (12,1-12), el primer evangelio nos propone algunos matices que llevan el texto a una densidad polémica contra el judaísmo, que extraña sobremanera en este evangelio de Mateo, tan propicio a asumir lo mejor de la teología veterotestamentaria y judaica.
2. En la redacción y sentido de
esta parábola juega un papel importante la reflexión sobre el Sal 118,22-23. Se
identifica claramente a los viñadores con los jefes del pueblo. El "vosotros"
del v. 43 indica que los dirigentes religiosos del judaísmo, rechazando a
Jesús, han perdido su última oportunidad de dar a Dios lo que correspondía y,
de esa forma, han arrastrado a todo el pueblo en su infidelidad como aparecerá
claramente en el juicio ante Poncio Pilato (cf Mt 27,20-25). La segunda parte
de la sentencia anuncia el traspaso de la viña que no se hará a "otros
dirigentes" sino a un nuevo "pueblo que produzca frutos" (v.
43). Esto es importante para entender esta parábola, no solamente porque los
cristianos debemos rechazar todo antisemitismo, sino porque es verdad que la
decisión final de condenar a Jesús estuvo en manos de "dirigentes"
ciegos para ver e imposibilitados para acoger palabras proféticas como las de
Jesús sobre Dios y sobre el Reino.
3. Esta parábola, con sus
transformaciones en la comunidad cristiana después de la pasión de Jesús, es
una puerta abierta siempre a la conversión, a la esperanza. Los hombres que en
tiempos de Jesús aguardaban, entonces, que se diera en su generación la
irrupción de un mundo nuevo e inaudito, se percataron de que aquella parábola
iba por ellos y no quisieron aceptar que el tiempo nuevo había llegado con
aquél profeta que hablaba de aquella manera. Quien entiende que esta parábola
nos introduce en un mundo donde sólo hay vida cuando no se vive a costa de
otras vidas, habrá dado con esa puerta abierta a la esperanza, a la
fraternidad, a la paz y a la justicia. Sabemos que la realidad última, para la
fe cristiana, es Dios mismo, pero como Dios Padre de todos los hombres. Era el
Padre de Jesús, el profeta de Nazaret, y ese Dios, cuando se asesina a
cualquier hombre, siente en sus entrañas lo que sintió con la muerte de Jesús.
También esta parábola de Jesús es un canto de amor por la vida.
4. Pero no podemos evitar sacar
conclusiones muy significativas para ahora y para todos los tiempos. La
religión que mata o permite guerras en nombre de Dios, no es exactamente
"religión", religación a Dios. Por eso esta es una parábola que debe
leerse clara y contundentemente contra los fundamentalismos religiosos que
amenazan tan frecuentemente a los pueblos y a las culturas. No hay apologética
capaz de defender a "nuestro Dios" con la muerte de los otros, porque
en todos esos asesinados, Dios mismo está muriendo. Y si Jesús fue eliminado,
creyendo los dirigentes que daban gloria a su Dios, se encontraron con que esa
muerte se ha convertido en la "piedra angular" de una religión nueva
de amor y de paz. Y los asesinos fundamentalistas, pues, quedarán sin Dios y
sin religión.
Fray Miguel de Burgos
Núñez