sábado, 30 de noviembre de 2019

¡ESTAD PREPARADOS!


Reflexión Homilética para el Domingo 1 de Diciembre de 2019. 1º de Adviento.

      Hay personas que viven toda la vida en el mismo lugar, en la misma ciudad. A veces ni siquiera salen del barrio. Dicen de un filósofo alemán que durante muchísimos años los vecinos ponían los relojes en hora cuando lo veían salir de su casa a dar su paseo de todas las tardes. No es así la vida del cristiano. Nosotros sabemos que estamos de paso. Hemos puesto nuestras tiendas aquí por un momento pero llegará otro momento en el que tendremos que partir. ¿Cuándo? Cuando venga el Señor. Y, ¿cuándo va a ser eso? Pues no lo sabemos. Pero sabemos que debemos estar siempre preparados porque en cualquier momento llegará el Señor a nuestras vidas. Justo entonces debemos saber acogerle y seguirle a donde nos invite a ir. Este es el significado del Adviento que hoy comenzamos. Nos preparamos para celebrar la venida del Señor en la Navidad, pero también nos preparamos para la otra venida, la futura, la definitiva, la que no nos podemos perder porque perderíamos la oportunidad de nuestra vida.

      El Evangelio nos dice que la venida del Señor romperá todas las actividades habituales, aquello en lo que se nos van ordinariamente los días. Se dejará de hacer pan, de cultivar los campos, de ir al trabajo, de casarse. Porque ese día empezará algo radicalmente nuevo. Algo tan nuevo que es posible que sigamos haciendo pan y cultivando los campos y yendo al trabajo, pero todo tendrá un sentido nuevo y diferente porque el Señor estará en medio de nosotros. Su presencia curará nuestras heridas y hará que la justicia y la paz reinen entre las personas y los pueblos. Su presencia hará que nuestra vida sea diferente. Por eso, hay que estar atentos. No podemos dejar que la presencia del Señor nos encuentre despistados o sin preparar adecuadamente.

      Es tiempo de hacer caso a lo que nos dice san Pablo en la carta a los Romanos. Ya es hora de despertarse porque la salvación está cerca. No sabemos cómo, dónde ni cuándo vendrá Jesús, pero sí sabemos que tenemos que estar preparados. Y para estar preparados, él nos da los mejores consejos: vamos a dejar de lado las obras de la oscuridad, las veces en que nos dejamos llevar por la envidia, la codicia y el desamor. Vamos a vivir como si Jesús ya estuviera aquí, que no hay mejor forma de estar preparados. Se trata de vivir a la luz del Evangelio, dejándonos llevar por el amor de Dios que cuida de sus hijos, de su familia, de nosotros. Volvamos los ojos hacia aquellos con los que vivimos. Con ellos, nunca sin ellos ni contra ellos, es como construiremos la solidaridad y la justicia que harán que nuestro Señor nos encuentre preparados cuando llegue.

Fernando Torres cmf

sábado, 23 de noviembre de 2019

UN REY MISERICORDIOSO


Reflexión Homilética para el Domingo 24 de Noviembre de 2019. 
Solemnidad de Cristo Rey del Universo

“Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel”.  David había ya sido ungido como rey de Judá (2 Sam 2,4). Ahora el texto bíblico nos dice que las gentes del norte le ofrecen también reinar sobre Israel.

Los ancianos apoyan su decisión en la promesa que el mismo Dios había hecho a David: “Tú serás el pastor de mi pueblo, Israel, tú serás el jefe de Israel”. De alguna forma, el relato nos recuerda la alianza que Dios había hecho con todo su pueblo.

En esta nueva etapa de su reinado, David traslada su residencia de Hebrón a Jerusalén. Y a la fortaleza y la armonía de la Ciudad Santa se refiere el salmo responsorial: “Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta” (Sal 121,3).

En la segunda lectura, san Pablo nos ayuda a ver en Jesús la culminación del reinado de David. De hecho, Dios Padre nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido” (Col 1,13).   

LOS LEJANOS

En el evangelio (Lc 23,35-43) se insiste por tres veces en la paradójica realeza de Jesús, un crucificado junto a dos malhechores. Las dos primeras referencias responden a unos testigos lejanos, seguramente extranjeros y ciertamente paganos, que no pueden entender ni aceptar el sentido de lo que ellos mismos han contribuído a llevar a cabo.

En primer lugar toman la palabra los soldados que han sido elegidos para practicar el cruel tormento de la crucifixión: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Es evidente que esa frase está cargada de ironía. Piensan que el condenado es un pobre iluso. Pretende ser rey, pero sus imaginados súbditos no han aparecido para defenderlo.   

- En segundo lugar, sobresale el letrero en tres lenguas que Pilato ha ordenado colocar sobre la cruz: “Este es el rey de los judíos”. De haber creído en él, los judíos lo habrían calificado como “El rey de Israel”. Pero el gobernador romano desprecia a Jesús. Y al mismo tiempo humilla a los judíos, que atribuyen a aquel  pobre hombre la pretensión de ser rey.

Y EL CERCANO

Junto a los comentarios de los testigos lejanos al ambiente de Jesús, en tercer lugar el evangelio de Lucas recoge el ruego de uno más cercano a su ambiente.

Podemos imaginar algunas notas que lo caracterizan. Seguramente es un judío que conoce las expectativas de su propio pueblo.  Es uno los malhechores condenado a muerte, pero reconoce que merece el castigo. Además, parece haber oído a Jesús pedir al Padre el perdón para quienes lo condenaban.  Eso motiva el diálogo entre el Maestro y su último discípulo:

- “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. En la súplica de este malhechor   resuena el Antiguo Testamento. En su fe se manifiesta la esperanza de Israel. Él intuye que el Reino de Dios está llegando en la persona de Jesús, el Justo crucificado junto a él. Con su oración se hace eco de las gentes de su pueblo, que durante siglos pedían a Dios que se acordase de ellos.

- “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”. La respuesta de Jesús refleja la gran certeza que abre el Nuevo Testamento: el Reino de Dios ha llegado ya. En realidad, ese Reino evoca la armonía del paraíso primordial. Y Jesús, el Justo injustamente ajusticiado, se revela como el nuevo Adán. Es el Rey misericordioso que reina desde la cruz. Ha llegado la nueva creación.

Señor Jesús, sabemos que en el mundo muchas personas no reconocen tu realeza. Ayúdanos  a vivir con alegría la suerte de pertenecer a tu Reino. Y a proclamar con humilde osadía  tu señorío sobre el mal.  Porque tuyo es el Reino, tuyo el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 D. José-Román Flecha Andrés

miércoles, 20 de noviembre de 2019

ESTE DOMINGO ES CRISTO REY

DOMINGO 24 DE NOVIEMBRE. 12 DE LA MAÑANA.
IGLESIA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

DOMINGO 24 DE NOVIEMBRE. 7'30 DE LA TARDE.
CAPILLA DE JESÚS NAZARENO

viernes, 15 de noviembre de 2019

EL JUICIO Y EL TESTIMONIO


Reflexión Homiletica para el Domingo 17 de Noviembre de 2019. 33º del Tiempo Ordinario.

“A vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a su sombra”. Este texto del profeta Malaquías anuncia el día del Señor. Un día ardiente como un horno. Así será el juicio de Dios sobre los hombres y sobre la historia. Los malvados serán como la paja que consume el fuego. Pero a los justos, ese mismo fuego les proporcionará un calor saludable y luz para el camino (Zac 3,20).

De esa profecía se hace eco el salmo responsorial de este domingo. De nuevo aparece la visión del juicio de Dios sobre la historia y sobre el proceder de cada persona. “El Señor llega para regir la tierra, para regir a los pueblos con rectitud” (Sal 97,9).

La consideración del juicio de Dios sobre el mundo debio de dejar impresionados a los fieles de Tesalónica. Sin duda pensaban que el juicio estaba ya muy próximo. Tanto que algunos vivían desordenadamente y habían dejado de trabajar. San Pablo repite lo que ya había ordenado antes: “Que si alguno no quiere trabajar, que no coma” (2 Tes 3,7-12).  

 CURIOSIDAD Y FIDELIDAD

El evangelio que se proclama en este penúltimo domingo del año litúrgico (Lc 21,5-19) nos recuerda que algunos contemporáneos de Jesús se quedaban admirados por la belleza del templo de Jerusalén, que desde los días de Herodes el Grande estaba siendo reconstruido con magnificencia.

Sin embargo, Jesús les advierte sobre la caducidad de todas las obras humanas: “Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida”. El anuncio suscita la curiosidad de los oyentes. Desearían saber cuándo va a ocurrir ese desastre.  Pero Jesús se niega a ofrecer una respuesta sobre esa fecha.

De todas formas, el texto incluye una lista de fenómenos cósmicos y sociales que inducirán a muchos a pensar que se acerca el final de los tiempos. Además, Jesús anuncia las persecuciones que habrán de afectar a los que le siguen.

Serán denunciados hasta por sus mismos familiares. Y, al igual que el mismo Jesús, habrán de comparecer ante las autoridades religiosas y civiles. Pues bien, todo lo que puedan sufrir por causa del nombre del Señor, tendrán que verlo como una ocasión para dar testimoniono de su fe y de su fidelidad al Maestro.

AVISOS PARA EL CAMINO

La pregunta de los curiosos se ha ido repitiendo a lo largo de estos 2000 años de cristianismo. A muchos les interesa saber el cómo, el dónde y el cuándo de los acontecimientos. Los seguidores de Jesús le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ser eso?”. En lugar de responder, Jesús nos dejó tres avisos para el camino:

- “No vayáis tras ellos”. Muchos vendrán recordando todos los fenómenos que suelen atemorizar a las gentes y se presentarán  como el Mesías enviado por Dios.  Los seguidores de Jesús no deberán prestar atención a esos pretendidos salvadores de la humanidad. La salvación está en seguir al Señor.

- “No tengáis pánico”. Siempre habremos de vivir en un tiempo de contradicción y persecución. Si queremos de verdad seguir  a Jesucristo tendremos que contar con calumnias y acusaciones de todo tipo. Pero hemos de superar el temor y aprender a remar contra corriente. Ser testigos implica estar ahí y ser diferentes. 

- “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. Salvar el alma es seguir al Salvador de nuestras vidas. Salvar el alma es descubrir el sentido de la vida y tratar de realizarlo y celebrarlo un día tras otro. El pensamiento sobre el futuro nos exige un compromiso de verdad y fidelidad en el presente.

Señor Jesús, conocemos la debilidad de las grandes construcciones humanas. Y la falsedad de los que se arrogan el papel de salvadores de la humanidad. Nosotros creemos que tú eres el único Salvador. Que tu gracia nos ayude a escuchar tu voz entre las voces y a dar un testimonio valiente y creible de tu palabra y de tu vida.

D. José-Román Flecha Andrés

sábado, 9 de noviembre de 2019

CREADOS PARA LA VIDA


Reflexión Homilética para el Domingo 10 de Noviembre de 2019. 32º del Tiempo Ordinario.

“Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna”. Así interpela al rey Antíoco IV Epífanes uno de los siete hermanos que fueron condenados a muerte por aquel tirano que pretendía hacerlos renegar de su fe (2 Mac 7,1-2.9-14).

Como se ve, el texto contiene varias contraposiciones. Por un lado aparece un rey temporal, mientras que el joven pone su confianza en el Rey celestial. El primero impone un decreto de muerte, mientras que Dios ofrece su ley de vida. Antíoco condena a muerte a los creyentes, pero el Señor resucita a sus fieles para  la vida eterna.

En el salmo 16 esa certeza se manifiesta como una confesión de fe y un grito de esperanza: “A la sombra de tus alas escóndeme. Yo con mi apelacion vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu sembante”.

Y, por otra parte, san Pablo recuerda a los fieles de Tesalónica que el Padre nos ha amado y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza. Amar a Dios y esperar en Cristo: esa es la respuesta del creyente (2 Tes 2,15-3.5).

LA MUERTE Y LA VIDA

El evangelio de este domingo 32 del tiempo ordinario retoma la idea de la resurreción, tan discutida en tiempos de Jesús. Sabemos que los fariseos la admitían. Y también la admitía Marta, la hermana de Lázaro. Pero, a pesar de que ya había entrado en la conciencia del pueblo en la época de los Macabeos, los saduceos seguían rechazándola.

Pues bien, unos saduceos se acercan a Jesús y le cuentan la leyenda de una mujer que había tenido siete maridos. Su relato recuerda lo que se atribuía a Sara, la joven destinada a convertirse en la esposa de Tobías (Tob 7,11). Los saduceos preguntan cuál de aquellos hombres sería el verdadero esposo de la mujer que se había casado con todos ellos.

Jesús responde afirmando que la vida temporal está condicionada  por la muerte. La caducidad humana impone la reproducción. Pero en la vida futura, libre ya de la muerte, no es necesario el matrimonio. “Los que sean juzgados  dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán, pues ya no pueden morir, son como ángeles”.

Es más, Jesús añade que “son hijos de Dios porque participan en la resurrección”. Por tanto, parece que el ser hijos de Dios no es un punto de partida, sino el final de un camino de fe, de esperanza y de amor.

DIOS DE VIVOS

Pero ¿cómo puede explicar Jesús esta convicción a los que están acostumbrados a leer las Escrituras? Imitando las discusiones habituales entre ellos, Jesús afirma que la fe en la resurrección se apoya en los relatos sobre los antiguos patriarcas. Basta recordar que Dios es el Señor de Abrahán, de Isaac y de Jacob. De esa memoria colectiva se deducen dos certezas:

“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”. La afirmación sobre el destino del hombre depende de la afirmación sobre Dios. Dios nos ha creado para la vida. Para esa vida que brota de él y que ha de culminar en él. Sin embargo, la pregunta sobre lo que el hombre es y lo que va a ser de él difícilmente se podrá responder si se ignora a Dios.

“Para Dios todos están vivos”. Conocemos los ritos funerarios de muchas culturas antiguas y actuales. En todos ellos se refleja el amor que une a los vivos con sus difuntos. Si amamos a una persona deseamos mantenerla en vida. La fe nos dice que Dios es amor. Nos ha creado por amor y su amor nos mantiene en vida para siempre junto a él.

Padre nuestro que estás en el cielo, somos conscientes de que vivimos sumergidos en una “cultura de la muerte”. Pero hemos de reconocer que amamos la vida y amamos a los que nos la han transmitido. Es más, todos aspiramos a permanecer vivos, de una forma o de otra, mas allá de la muerte. En ti esperamos y en tu amor confiamos. Alentados por la palabra de Jesús y siguiendo su ejemplo, en tus manos encomendamos nuestro espíritu. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés

sábado, 2 de noviembre de 2019

VIVIR DE LAS APARIENCIAS O EN LA VERDAD

 

Reflexión Homilética para el Domingo 3 de Noviembre de 2019. 31º del Tiempo Ordinario.

      Una vez conocí a una persona para la que su fundamental preocupación era mantener su imagen. El tiempo que me tocó vivir cerca de él, me di cuenta de que era un trabajo agotador. Tenía que estar todo el día en guardia, tenía que decir la mentira oportuna a la persona oportuna en el momento justo, tenía que disimular continuamente. Aquel sujeto no se podía permitir expresar nunca lo que sentía de verdad. Siempre iba como cubierto con una coraza que, supongo, le debía pesar muchísimo y resultarle muy incómoda. De aquel modo lograba el aplauso de la gente. Pero ciertamente pagaba un precio muy alto. Demasiado alto.

      La historia de Zaqueo es parecida. Por lo que nos dice el Evangelio, era un hombre rico. De entrada eso ya nos habla de una persona que tiene una buena imagen. La imagen social se hace a base de tener una buena casa y un buen coche, vivir en un buen barrio y disponer de fondos en el banco. A esas personas, los empleados de los bancos los tratan con respeto. Zaqueo era un hombre rico. Zaqueo había conseguido el respeto de los que vivían con él. Pero sabía que ese respeto era más por temor que por amor. Le tenían respeto pero no cariño. Porque su riqueza, probablemente, había sido amasada a base de hacer harina a los demás. Zaqueo era un publicano, uno que se dedicaba a recaudar los impuestos para los opresores romanos a cambio de quedarse con un tanto por ciento. Había hecho su riqueza a base de oprimir a sus vecinos. Zaqueo sabía que su imagen era sólo apariencia, que si le cedían el paso cuando le encontraban por la calle no era porque le amasen. En absoluto. Más bien, le odiaban. Zaqueo se había esforzado mucho por triunfar pero la verdad era que no lo había logrado. Para nada.

      De repente, Jesús pasa por su vida. Porque Jesús es el enviado de Dios y Dios, como dice la primera lectura, ama todo lo que es suyo. Y Zaqueo es suyo. Zaqueo es hijo de Dios. Dios le quiere mostrar el buen camino, lo que tiene que hacer para triunfar de verdad en la vida. Hoy Dios va a pasar por su casa. Jesús se lo dice con claridad. “Hoy me voy a quedar contigo”. Jesús le va a hacer de espejo. Mirando a Jesús, Zaqueo se da cuenta de que ha perdido el tiempo y de que su aparente éxito en la vida no es más que un estrepitoso fracaso. Pero Jesús es su oportunidad. Dios le visita y le ofrece un nuevo comienzo. Menos mal que Zaqueo no fue tonto. Abrió su corazón a la salvación que Dios le ofrecía. Aceptó la realidad de su fracaso y reorientó su vida. Empezó a construir de nuevo su futuro pero esta vez apoyado en la realidad: no en el cuidado de la imagen y las apariencias sino en el amor y en la confianza en Dios.
Fernando Torres CMF