jueves, 30 de julio de 2020

LA COMPASIÓN "DIVINA" DE JESÚS

Reflexión Evangelio Domingo 2 de Agosto de 2020. 18º del Tiempo Ordinario.

1. El evangelio de Mateo nos relata la primera multiplicación de los panes, cuya tradición está bien arraigada en los evangelios sinópticos. De alguna manera, en la perspectiva litúrgica de este domingo, la lectura de Is 55 quiere ser como la introducción adecuada que nos conduce a la praxis de la oferta de Dios del agua y el pan, los bienes necesarios para vivir. El relato de Mateo tiene algunas semejanzas con narraciones del Antiguo Testamento (2Re 4,1-7.42-44; Ex 16; Num 11), y el hecho de que sobren doce canastas de pan apuntaría a las doce tribus, a un nuevo pueblo que es alimentado con un pan nuevo, ya que el evangelio de Mateo usa mucho las significaciones bíblicas del pueblo de Israel.

 2. Además, el relato de la multiplicación de los panes se transmite enmarcando palabras «eucarísticas»; por eso vemos a Jesús «bendiciendo y partiendo el pan», porque esto que sucedió con la gente que siguió a Jesús, consideran las primitivas tradiciones cristianas que se realizaba y se actualizaba en la eucaristía de la Iglesia, donde todos son alimentados con el pan de vida. Y es que la eucaristía es el momento adecuado para vivir esta experiencia tan significativa del evangelio.

3. El Dios necesario de Jesús es el que alimenta a su pueblo con la vida. El que viendo a las gentes necesitadas hace ver lo extraordinario del compartir los dones que se poseen. El v.14 es verdaderamente sintomático, porque nos habla de la "compasión" que Jesús siente y que le hace tomar la decisión irresistible de que lo poco que tienen él y los discípulos deben entregarlo a la gente. Esta debe ser la clave interpretativa del texto, más que enviciarse en explicar o dar sentido el aspecto "taumatúrgico" y al poder extraordinario de Jesús. Jesús quiere compartir lo poco que tienen él y los suyos, y esto hace posible el "milagro" de que haya para todos. Estos "milagros" deberían enseñarnos que también hoy esto es posible cuando hay compasión.

Fray Miguel de Burgos Núñez

sábado, 25 de julio de 2020

EL TESORO DE LA SABIDURÍA DEL REINO


Reflexión Evangélica para el Domingo 26 de Junio de 2020. 17º del Tiempo Ordinario.

1. El texto evangélico de hoy es el final del c.13 de Mateo, el capítulo de las parábolas por antonomasia, en que una y otra vez se compara el "Reino de los cielos" con las cosas de este mundo, de la tierra, del campo, de la cizaña. En este caso, nos hemos de fijar en el tesoro del campo y la perla (vv. 44-46). Son como dos parábolas en una, aunque pudieran ser independientes en su momento. Las dos parábolas, tras una introducción idéntica, narran el descubrimiento de algo tan valioso que los protagonistas (un hombre cualquiera y un comerciante) no dudan ni un instante en vender todo lo que tienen para adquirirlo; lo hallado es tan extraordinario que están dispuestos a desprenderse de cuanto poseen con tal de apropiárselo. No todos los días tiene uno la suerte de descubrir un tesoro o una perla de inmenso valor. Cualquier hombre sería feliz con un descubrimiento semejante. Por eso, haría todo lo posible por obtenerlo, aunque para ello tuviera que pagar un alto precio. En las dos parábolas, los bienes que poseen los protagonistas del relato, pocos o muchos, son suficientes para que con su totalidad puedan adquirir lo que han encontrado. En ambos casos, el acento recae sobre el descubrimiento y sobre la decisión que toman los dos protagonistas.

2. Efectivamente, la decisión que toman parece desproporcionada o, al menos, arriesgada. Pero hemos de considerar que tienen una seguridad en esa decisión que les lleva hasta ese destino. ¿Es sabiduría o coraje (parresía)? Las dos cosas. Los elementos secundarios de las narraciones -si entendemos que son dos-, no dejan de tener sentido, aunque ya sabemos que en la interpretación de los parábolas no debemos exagerar o alegorizar cada una de las cosas que aparecen. Bien es verdad que en la primera hay un elemento sorpresa, porque es como el hombre que está en el campo, muy probablemente contratado, y encuentra el tesoro por casualidad. En el caso del mercader que recorre los bazares, sin duda, que siempre espera encontrar algo extraordinario y por eso porfía.

3. Como en los dos casos la comparación es con el “reino de los cielos” (bien en el caso del tesoro, bien en el caso del mercader) entonces el sentido no puede ser otro que este: cuando uno encuentra el Reino de Dios, bien porque ha tenido la suerte inesperada de encontrarse un tesoro o bien porque lo iba buscando habiendo oído hablar de él, entonces todo está en poner en marcha la sabiduría y el coraje de que uno es capaz, los cinco sentidos, arriesgarlo todo, entregar todo lo que uno tiene, por ello.

4. ¿Es que el reino de Dios es un tesoro? Naturalmente que sí. Porque es el acontecimiento de un tiempo nuevo de gracia y salvación, de felicidad y amor que Jesús ha predicado y que ha convertido en causa de su vida y de su entrega. Por eso lo importante de estas dos parábolas es la decisión que toman ambos protagonistas y más todavía la alegría de esta decisión en el caso de tesoro en el campo (extraña que el mercader de perlas no tenga esta reacción primera, aunque sea la misma decisión). No he encontrado mejor conclusión que esta: «El Reino aparece así como un don al alcance de todos, de los afortunados y de los inquietos, de los que sin buscarlo se lo encuentran por casualidad y de los que lo descubren al final de una búsqueda. Para responder adecuadamente a ese don, aceptándolo y haciéndolo suyo, el ser humano ha de estar convencido de que el Reino es lo más valioso que se le puede ofrecer y, en consecuencia, ha de estar dispuesto a anteponerlo a cualquier otro bien» (cf. F. Camacho Acosta, Las parábolas del tesoro y la perla, Isidorianum, 2002).

Fray Miguel Burgos Nuñez

domingo, 19 de julio de 2020

NO SABEMOS... COMO CONVIENE


Reflexión Homilética para el Domingo 19 de Julio de 2020. 16º del Tiempo Ordinario

Israel ha ido descubriendo, madurando, purificando, profundizando el rostro de Dios a lo largo de su historia, conforme iban pasando por diversas situaciones históricas. Y así ha quedado recogido en los distintos libros de la Biblia, por lo que podemos encontrar diferentes y hasta contradictorios rostros de Dios.  También nos pasa lo mismo a nosotros: según vamos experimentando diferentes acontecimientos en nuestra vida, según vamos reflexionando, estudiando, viviendo... vamos conociendo y experimentando e incluso corrigiendo nuestras vivencias sobre Dios.

El Libro de la Sabiduría es de los últimos en escribirse antes de Jesucristo. Los judíos se encontraban dispersos por el mundo, por el Imperio Romano, y la mayoría vivía en grupos aislados, con apuros económicos y discriminados, aunque permanecían fieles a Dios. Y lógicamente se preguntaban: ¿Por qué estamos así, por que Dios permite que los paganos prosperen, y nosotros suframos la injusticia? ¿Por qué no interviene ahora, como hizo en otros tiempos? ¿Ha perdido su poder?

En tiempos de crisis, de conflicto, de dificultades... estas preguntas vuelven de nuevo. Sobre todo (y pasa precisamente en estos momentos) los más frágiles, los que no cuentan, los que no pueden... sufren con mayor intensidad y experimentan la injusticia de los que tienen en su mano el poder.

El autor de este libro comienza diciendo algo que sí sabían: Sólo existe un Dios Creador y Señor de todo, Omnipotente y providente que ama a todas sus criaturas. Pero... tal vez no recordaban o "no sabían" que  su señorío le hace compasivo con todos, le «hace perdonar/ser indulgente con todos». Los hombres echamos mano de la fuerza para imponer temor y respeto, para someter y dominar a los más débiles, para conseguir que triunfen nuestros critrios. Dios, por el contario, a pesar de ser el dueño de la fuerza, no la usa para imponer su soberanía; no recurre a castigos y escarmientos, ni a la venganza... sino que se muestra con todos, ¡también con los malvados!, manso e indulgente (vv. 17-18). Quiere enseñar a su pueblo que: el justo debe ser humano y amar a los hombres. A pesar de que actúen de modo inaceptables y rechazable, ningún hombre es despreciable, todos merecen ser amados y esperar su arrepentimiento. Dios no quiere la muerte del malvado, sino que: "se convierta de su conducta y viva" (Ez 18,23); por eso deja siempre la puerta abierta a la posibilidad del arrepentimiento. Nosotros no sabemos todavía ser así (v.19).

El domingo pasado meditábamos en que la creación vive con la esperanza de ser liberada y "está gimiendo con dolores de parto". Y nosotros, aun poseyendo las primicias del Espíritu "gemimos en nuestro interior suspirando porque Dios nos haga sus hijos y libere nuestro cuerpo". Y hoy San Pablo afirma que «no sabemos orar como conviene». La creación que gime, nuestra conciencia de ser hijos y la necesidad de ser liberados son, deben ser, contenido de nuestra oración. Pero a menudo nuestra oración anda por otros derroteros: intentando «presionar» a Dios para que cumpla nuestros deseos, demasiado centrados en nuestras cosas, en los nuestros (individualismo, egocentrismo...), con demasiada palabrería («ya sabe el Padre todo lo que necesitáis aun antes de pedírselo», nos advertía Jesús. Con horizontes demasiado bajos y frecuentemente con rutina y dando vueltas a los mismos asuntos. Menos mal que «el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad e intercede por nosotros». Desde nuestro más profundo interior, donde él reside, haciéndonos su Templo, podemos orar para buscar la voluntad de Dios, para que avance el Reino, para plantearnos cómo vivir en esta creación -esta casa común- que hoy gime, para discernir los signos de los tiempos, para colaborar cada cual desde su propia vocación, con el proyecto salvador de Dios. No sabemos hacerlo como conviene, por eso ¡precisamos contar, invocar, dejarnos acompañar por el Espíritu en nuestras oraciones! Personal y comunitariamente. Para orar "como conviene". Ven Espíritu Divino...

Jesús había comenzado su tarea hablando del Reino y de la felicidad que él supone y que ya está presente (bienaventuranzas y sermón del Monte). En la cabeza de la gente y de los mismos discípulos, había muchos sueños, ideas y deseos sobre la acción de Dios en el mundo, alimentadas a veces por los mismos profetas. Pero... después de un cierto tiempo... el resultado es desalentador. No pasa lo que ellos esperaban con tanto anhelo. ¿Por qué? Aún más: ¿pueden ellos hacer algo para que las cosas mejoren?

Jesús quiere centrarles, aclararles las cosas, invitarles a la responsabilidad, a la esperanza y a la paciencia. Para ello se sirve de algunas parábolas. Resumiendo y subrayando:

- En el mundo, en la Iglesia y en cada uno de nosotros conviven el bien y el mal. Todos tenemos sembrada semillas buenas, pero un «enemigo» ha sembrado también cizaña. Y se nota que ambas crecen juntas. ¿Hacemos una buena limpieza y quitamos estorbos para que el resultado sea mejor? Pues no. No tenemos datos ni criterios suficientes para actuar de jueces: tarea que sólo corresponde a Dios. Y de hacerlo, tendríamos el riesgo de arrancar también lo bueno. El sembrador (como en la primera lectura) prefiere seguir haciendo caer su lluvia sobre malos buenos... hasta el momento de la siega... confiando incluso que las malas yerbas se «conviertan» y produzcan frutos.

- En segundo lugar Jesús compara el Reino no con los grandes cedros del Líbano, con un ciprés o algún otro árbol majestuoso. Se sirve del humilde árbol de mostaza, que puede llegar a medir hasta tres metros en el mejor de los casos, pero es pequeño. Sin embargo tiene capacidad de acoger a todos los pájaros que busquen refugio. Es la grandeza de lo pequeño. Desmonta así los deseos de grandeza, de grandiosidad, de triunfo espectacular, de ser muchos, de arrasar con su poder. No son esos los caminos de Dios. Sino crecer, desarrollarse y acoger a los hermanos que quieran refugiarse en sus ramas. Han sido  ésas grandes tentaciones de la Iglesia de todos los tiempos. También de hoy. Pero no por ser grandes, no por tener muchos recursos o buenos contactos y pactos, no por ser muchos... se cumplen mejor los proyectos de Dios.  Puede que todo lo contrario. Cuidar la comunidad, las relaciones, la acogida, en cambio, sí que le importa al Señor. Es lo que conviene ser.

- Por último, la parábola de la «desproporción». Tres medidas de harina vendrían a ser 22 litros... menudo pedazo de pan resulta con un poco de levadura. La masa es mucha, como el mundo, y seguirá siendo masa... pero la presencia discreta y mínima, pero muy potente, de la levadura, hace posible el pan para comer, lo cambia todo. Así también el Reino, la comunidad cristiana, la Palabra de Jesús... «poca cosa»,  ni se ve, pero su tarea es que todo sea distinto. Así ha sido (y todavía), por ejemplo, la presencia callada de la Iglesia y de muchas personas buenas aliviando esta situación terrible del coronavirus. Acompañando, ofreciendo comida, orando, dando refugio en sus locales, y también esperanza. Sin hacer ruido, sin que se note, sin que una inmensa mayoría se entere. Ha sido levadura. Es lo que tenía que ser, convenía actuar así. Lo sabemos porque Jesús nos lo había dejado claro.

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

domingo, 12 de julio de 2020

UNA TIERRA QUE "ESCUCHE"


Reflexión Homilética para el Domingo 12 de Julio de 2020. 15º del Tiempo Ordinario.

Después de contar esta parábola, Jesús concluye así: «el que tenga oídos, que oiga». Cuando pasa a explicar a los discípulos su narración, le dice: «oíd lo que significa». Y por fin, al concluir el relato: «lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra».

Esto significa que la clave para comprender el mensaje de Jesús tiene que ver con el oído, con la escucha de su palabra, de la PALABRA del Reino. Él está preocupado porque el corazón de su pueblo está «embotado», son «duros de oído». Y por eso proclama una nueva bienaventuranza: «Bienaventurados vuestros oídos porque oyen».

Evidentemente que Jesús no se refiere a la «capacidad auditiva» de captar unas palabras y enterarse, informarse de su contenido. Sino a permitir que esas palabras sean comprendidas (cabeza), afecten al corazón (a la propia vida: sentimientos, valores, opciones...) y a las manos: hacer, transformar, dar frutos.

Los judíos oraban (y oran) varias veces al día un texto básico del libro del Deuteronomio que comienza así: «Escucha Israel (Shemá)... y estas palabras que te mando hoy estarán sobre tu corazón; y les enseñarás diligentemente a tus hijos, y hablarás de ellos cuando te sientes en tu casa, y cuando camines por el camino, y cuando te acuestes, y cuando te levantes. Y los atarás como una señal en tu mano, y serán como frontales entre tus ojos. Y las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas» (Dt 6, 4-5).

No podemos pasar por alto el contexto, el momento concreto en que Jesús cuenta esta parábola. Las cosas no le están yendo tan bien como cabría esperar: ha sido expulsado de su pueblo de Nazareth, en Cafarnaúm le han tachado de loco, los fariseos ya empiezan a moverse para quitarlo de en medio, y bastantes discípulos se van retirando. ¿Cómo es posible esto si, según el profeta Isaías, «así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo». Los discípulos han podido escuchar otra parábola de Jesús que habla de que la simiente crece sola, por la fuerza que tiene en sí misma (Mc 4, 26-28). Pero la realidad de cómo está siendo acogida la palabra de Dios, y a Jesús mismo que es la Palabra parece indicar otra cosa, parece apuntar al fracaso de la misión. Por eso Jesús intenta dar ánimo a sus discípulos, y explicar por qué la semilla queda infecunda, por qué no hay «resultados».

No es difícil, por tanto, que esta parábola y su contexto tengan mucho significado para nosotros hoy. El pasado septiembre el Papa Francisco marcaba en el calendario litúrgico un «Domingo de la Palabra de Dios». El Concilio Vaticano II quiso «recuperar» la Escritura como parte esencial de la celebración eucarística, como elemento indispensable en el discernimiento de la voluntad de Dios, como centro de la oración cristiana, como libro que convenía estudiar con criterios científicos para comprenderlo mejor, dándole un lugar insustituible en la oración eclesial (personal y comunitaria). Casi podríamos decir que es un «sacramento», porque Dios/Jesús se hacen presentes cuando es proclamada, buscando el diálogo con los creyentes. Así lo aclamamos al final de cada lectura en nuestras Eucaristías: «Palabra de Dios», Dios nos ha hablado, gracias Señor por expresarnos tu voluntad.

Sin embargo nos queda muchísimo camino por recorrer, muchos esfuerzos que hacer para que estos objetivos se vayan cumpliendo.

La experiencia nos dice que bastantes hermanos llegan a las celebraciones en medio de la Liturgia de la Palabra, y mientras se centran y prestan atención... se les ha escapado esa Palabra. O la han escuchado, pero no se les ha quedado casi nada. O no la entienden en su mayor parte (no es un libro fácil, la verdad). La Liturgia de la Palabra parece como una especie de «introducción» a la parte «importante» de la Misa. Pocos son los que se toman el trabajo de repasarla antes o después en casa, o tenerla en cuenta a lo largo de la semana. A menudo quienes salen a leerla no se la han preparado adecuadamente para leerlas con un mínimo de corrección: cualquier espontáneo, vale. Y, también hay que decirlo, las homilías no siempre se preparan estudiando y orando el texto (¡con la inmensa cantidad de buenos subsidios que se pueden encontrar!, y no me refiero a homilías ya redactadas por otros) y no ayudan lo que debieran a comprender y aterrizar esa Palabra.

Es verdad que se ha reducido enormemente nuestra capacidad de escucha: tanta verborrea, tanto estímulos visuales y auditivos, tantos mensajes, tanta indigerible información... nos embotan. Y nuestras agendas superocupadas apenas tienen sitio para una reflexión serena sobre la propia vida, los acontecimientos...

Pero mejor nos fijamos en las disposiciones del terreno que recibe la semilla, tal como las describe Jesús, para entender por qué la poderosa Palabra de Dios... puede quedar estéril:

- Existe el corazón duro. El terreno, a base de pisarlo y pisotearlo, se va endureciendo, y no hay manera de que pueda recibir la semilla y el agua que la haría germinar. Y esto ocurre cuando el ambiente social, otros valores, otros intereses, otras voces... van machacando y anulando una tierra que habría podido producir algo. Pero queda «uniformada», la semilla rebota, no nos dice nada, no la entendemos, no va con nosotros, acaba al borde del camino, fuera de nuestra vida. Y la semilla «nos la roban» sin que nos demos por enterados. No hay pretensión en este terreno de discernir, de cuestionarse, de buscar, de cambiar... Es la pasividad y la indiferencia ante la semilla. No me interesa.

- Está también el corazón inconstante, De primeras se ilusiona, tiene sinceras ganas de cambiar, de mejorar, de tomarse las cosas en serio... Pero si no dispone de «medios», herramientas concretas que mantengan esa ilusión... al poco tiempo estamos como antes. Después de estos confinamientos que nos han venido encima, hay quienes se han replanteado muchas cosas de su vida, quieren vivir de otra manera. Pero si no concretan y escalonan unos objetivos, si no miden sus fuerzas, si no buscan algún tipo de acompañamiento espiritual y algunos apoyos necesarios... esa sincera ilusión acaba en desánimo, y vuelven tristes a lo de siempre.

- También hay corazones llenos de abrojos, de hierbajos, de malas hierbas, terrenos superficiales que se dejan enredar más de la cuenta por asuntos cotidianos, por valores y estilos de vida incompatibles con el Evangelio de Jesús, que ahogan el trigo bueno. Jesús subraya expresamente la seducción de las riquezas. Pero también ciertas ideologías políticas, filosóficas, e incluso teológicas... filtran tanto la semilla, la condicionan tanto... que es imposible que eche raíces y produzca nada. Y esos estilos de vida acelerados, superocupados, atolondorados....

- Por último, el corazón bueno capaz de producir ciento, sesenta o treinta por uno. Es el terreno que hace un sano ejercicio de «ecología auditiva» para no dejarse atontar con tantos ruidos. Que presta atención a la Palabra que Dios le dirige personal y comunitariamente, que está en disposición de ir cambiando lo necesario, que busca espacios de silencio, que hace con frecuencia su examen de conciencia descubriendo retos, procurando hacer crecer sus talentos, que «abona» su vida de fe y se arrima a otros que también intentan crecer, construyendo el Reino con ellos. Puede que no sean muchos, pero no tienen que desanimarse por ello: el Reino no es cuestión de números, de multitudes, de grandes medios... sino de que cada cual produzca lo que pueda: cien... o treinta. Lo que pueda. El sembrador, por su parte, no deja cada día de depositar en nosotros nuevas semillas... y tarde o temprano brotan.

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf .

sábado, 11 de julio de 2020

sábado, 4 de julio de 2020

A LA BÚSQUEDA DE LOS CANSADOS Y AGOBIADOS


Reflexión Homilética del Domingo 5 de Junio de 2020. 14º del Tiempo Ordinario.

      Se puede decir: «Dime cómo es tu Dios -tu experiencia de Dios-, y te diré cómo es tu comportamiento con los hombres». Si el rostro de Dios que has encontrado es el de un ser exigente, controlador, al margen de tu vida cotidiana, un Dios lleno de normas y obligaciones, un Dios que me pone condiciones y espera mis esfuerzos y sacrificios para hacerme caso... O si es un Dios que siempre me perdona aunque caiga una y otra vez en lo mismo, que se alegra con mis alegrías y me quiere libre y es fuente de mis alegrías y de mi paz, que me ha elegido para transformar el dolor y el mal del mundo, etc... mi conducta humana estará amasada con todos estos rasgos, y mi trato con los demás también.

Pues bien: El rostro de Dios que ha experimentado, del que vive y habla Jesucristo es alguien cercano, a quien, en cualquier momento del día, y en cualquier lugar, en medio de las cosas cotidianas, le dirige espontánea y sencillamente lo que siente y lleva en el corazón. Y este modo de sentir y vivir a Dios, le lleva a descubrirse y actuar como una persona pendiente de «los cansados y agobiados».

Esa experiencia de libertad interior y de gozo le lleva a buscar, y convocar («venid») a quienes no la tienen para revelársela, para ayudarles a descubrirla. Su Padre se conmueve ante los perdidos y abandonados de la sociedad y de las estructuras religiosas, ante los que no tienen esperanza, ante quienes se ven sobrecargados de preceptos, normas, condiciones, ritos minuciosos, prohibiciones, condenas... incluso «en el nombre de Dios»... Por eso mismo Jesús se siente llamado a ofrecer «otra cosa». Hoy parece como si se le hubiera «escapado» delante de todos, una plegaria fresca, gozosa, agradecida. Y en ella se descubre el rostro de un Dios misericordia, consuelo, descanso, liberación...

Jesús es un profeta sobre todo «acogedor», y que ha formado un grupo de discípulos acogedores, para que salgan a buscar, como él, a quienes se sienten señalados, juzgados, rechazados, marginados, olvidados... Y los acojan con gestos, palabras, actitudes y hechos... A su lado, tienen que sentirse incondicionalmente queridos y aceptados. Por eso hoy la Iglesia -cada bautizado-, tiene que ser capaz de proclamar con mucha fuerza y claridad a los hombres de hoy y de todos los tiempos: «Venid a mí... ven a mí tú que...»

Ven a mí, tú que estás agobiado con tantas normas y prohibiciones e imposiciones religiosas, con tantas cosas que hay que cumplir para estar en regla. Tú necesitas que te alivien, que te quiten tantos fardos de encima. Sólo una «norma», una carga: la del amor.

Ven a mí, tú que estás cansado de que quienes tienen el poder saquen tajada, y redacten las leyes que les beneficien, dejando tantas veces desprotegidos a los más débiles, a los más pequeños. Ven, que te voy a enseñar la felicidad que brota de servir y cuidar a los otros, ven que te voy a mostrar quiénes son los favoritos de mi Padre del cielo, y lo que está dispuesto a hacer por ellos, por ti, por vosotros.

Ven a mí tú que tanto intentas ser mejor, que te esfuerzas en corregir tus fallos y errores sin conseguirlo o con pocos resultados, y te acabas desanimando y cansando de luchar...  Ven, que te quiero enseñar a apoyarte en mi Padre, a mirarle más a Él que a ti mismo. Él es la Fuerza de nuestra fuerza.

Ven a mí tú que te siente agobiado por tu futuro, por tus problemas, porque no te llega el dinero, porque te falta un trabajo digno, por tu salud... Ven, verás que te enseño a vivir todo eso con más paz, porque mi Padre quiere que te preocupes por otras cosas, y dejes éstas en sus manos. Él quiere que mires al cielo, que le mires a Él y descubras que ninguna de esas cosas te puede ni te debe hundir. ¡Yo las he vencido para ti!

Ven, tú que estás cansado de hacer todos los días lo mismo, que te ves envuelto en la rutina y el aburrimiento, que te faltan ilusiones para vivir, que piensas que ya «no hay nada nuevo bajo el sol», que no encuentras un sentido a tu vivir: Ven, toma mi yugo ligero, sujétate a mí con fuerza, y vamos a recorrer nuevas sendas; ya verás que aún hay mucho que hacer, que siempre hay algo más, algo nuevo que puedes hacer, alguien a quien amar...  hasta el día en que descanses definitivamente en los brazos de mi Padre.

Ven tú que estás «cargado» de convencionalismos sociales, esclavo de las modas, esclavo de tu aspecto físico, esclavo de tu historia personal, esclavo de tus limitaciones y defectos, esclavo del «qué dirán»... Acércate a mí, que te voy a ayudar a liberarte de todo eso, para que seas tú mismo, para que seas como mi Padre ha soñado que seas. Sólo tiene que asumir la carga que yo te dé, una carga ligera, porque la llevaremos juntos; una carga agradable, porque se trata de que te ocupes de tus hermanos, que hagas tuyos sus pesos y sufrimientos, que los alivies, que compartas lo que ellos quieran darte... en la medida de tus fuerzas.

Ven tú que estás triste porque entre los que se llaman discípulos míos hay «carrerismos», luchas de poder, amiguismos, oscuras alianzas con los poderosos, lejanía de mis ovejas, zancadillas, chismes... Ven tú, porque en mi Iglesia también se encuentran muchos que viven confiando, amando, sirviendo calladamente, humildemente, con sencillez. Ellos serán tu apoyo, como lo soy yo para que la cizaña no ahogue tu trigo.

No ha prometido el Señor que se van a «esfumar» las dificultades o que vamos a tener éxito. No. Ha dicho: «Yo os aliviaré... y encontraréis descanso para vuestras almas...».

Por eso su Iglesia (cada discípulo, también tú yo) sigue llamando incansablemente: Ven... Ven... Ven... tu sitio está aquí, junto con todos nosotros... Acudamos nosotros a él continuamente para que nos alivie y descanse... y abramos también puertas, corazones, espacios, instituciones... para que tantos más «vengan».

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf