domingo, 27 de febrero de 2022

LA SABIDURÍA DE LA MISERICORDIA

Reflexión Evangelio Domingo 27 de Febrero de 2021. 8º del Tiempo Ordinario.

Este texto, final del sermón del llano lucano, nos invita a poner en práctica las palabras de Jesús. Se habla de una parábola, que en realidad son dos comparaciones (mashal, proverbio). En primer lugar la del ciego y en segundo lugar la del discípulo y maestro. Después vemos una construcción que se nos presenta como un paralelismo antitético, centrada sobre el árbol bueno y el malo (vv. 43-45), poniendo de manifiesto que todo árbol se valora de verdad por sus frutos. Ninguno puede dar un fruto distinto de su esencia: los higos no se buscan en las espinas, ni las uvas en los zarzales. Todo este conjunto es sapiencial, como el texto de Ben Sirac. Esto lo encontramos, aunque no exactamente así, en Mt 7, 1ss (el sermón de la montaña).

En el mundo judío el discípulo no estaba llamado a superar al maestro como sucede a veces en el mundo occidental no bíblico. Mas bien se trata de imitar la sabiduría del maestro que le ha enseñado. Pero en este discurso, previamente, está el famoso dicho de "sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36). Es ahí donde se apoya esta enseñanza de los dichos de Jesús: que los ciegos, que los discípulos, traten de imitar la misericordia del Padre. Es, pues, una llamada a ser discípulos de la misericordia. De esa manera no estaremos preocupados de ver y agrandar el mal o los fallos de los otros y pasar por altos los nuestros. "Sed misericordiosos" es no admitir esa clase de ceguera patológica que tenemos para querer guiar a los que ven o tienen más sabiduría que nosotros. No reconocer eso es ser como los ciegos y los discípulos que sin sabiduría quieren ser más sabios que su maestro.

Aunque el cristianismo no es una religión de la perfección o de la efectividad malsana, no quiere decir que no se empeñe en la vida de cada día, en las relaciones humanas. El no juzgar a los demás no significa dejar pasar las cosas como si se estuviera proponiendo una "liberalidad" extrema. Vuelve a tener sentido que la "imitatio Dei" en la misericordia es lo que debe hacernos verdaderos hermanos. De hecho en estos dichos aparece varias veces el término "hermano". Y es para el hermano para quien se debe tener un corazón fraterno y abierto. El corazón es clave en la última de las comparaciones, sobre el fruto bueno. Porque es del corazón, hablando en términos bíblicos, de donde salen los frutos de nuestra vida. ¿Qué es lo que debemos tener en el corazón? Por decirlo en una sola palabra: misericordia. De ahí salen los frutos de nuestra vida para que los demás los recojan.

Fray Miguel de Burgos Núñez

domingo, 20 de febrero de 2022

EVANGELIO FRENTE A VIOLENCIA


Evangelio del Domingo 20 de Febrero de 2022. 7º del Tiempo Ordinario.

Este mini-catecismo radical fue muy valorado en el cristianismo primitivo, hasta el s. II. Se recoge en el Evangelio O (de ahí lo toma Mateo y Lucas), y algo también en el Evangelio de Tomás y en Didajé. Se ha dicho que la "regla de oro" es como el elemento práctico que encadena estos dichos, aunque no sea lo más original ya que tiene buenas raíces judías: no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti. Lucas, no obstante, propondrá como fuerza determinante el "sed misericordiosos como Dios es misericordioso". Algunos especialistas intuyen que estas palabras eran como catecismo de los profetas itinerantes. No es el momento de discusiones intrincadas para reconstruir el tenor original de las palabras, de Jesús, tal como fueron vividas e interpretadas en los dos primeros siglos. Desde luego aquí se refleja mucho de lo que Jesús pedía a quien le seguía. Su mensaje del reino de Dios implicaba renuncia al odio, a la violencia y a todo lo que Dios no acepta.

Se trata, junto con las bienaventuranzas, del centro del mensaje evangélico en su identidad más absolutamente cristiana, en exigencia más radical, en cuanto expresa lo que es la raíz del evangelio. Y la raíz es aquello que da vida a una planta; que recoge el "humus de la tierra". Frecuentemente, cuando se habla de radical se piensa en lo que es muy difícil o heroico. Si fuera así el cristianismo, entonces estaríamos llamados casi todos a una experiencia de fracaso. Por el contrario, en las exigencias radicales y utópicas del sermón es cuando el cristiano sabe y experimenta qué camino ha elegido verdaderamente. Y no es lo importante la dificultad de llevar todo esto a la praxis, sino saber identificarse con el proyecto de Jesús, que es el proyecto de Dios.

Por eso mismo, el amor, incluso a los enemigos; el renunciar a la violencia cuando existen razones subjetivas e incluso objetivas para tomar disposiciones de ese tipo es una forma de poner de manifiesto que el proyecto de evangelio se enraíza en algo fundamental. Nadie ha podido proponer algo tan utópico, tan desmesurado, como lo que Jesús les propone a hombres y mujeres que tenían razones para odiar y para emprender un camino de violencia. La sociedad estaba dominada por el Imperio de Roma, y unas cuantas familias se apoyaban en ello para dominar entre el pueblo. La pobreza era una situación de hecho; las leyes se imponían en razón de fuerzas misteriosas y poderosas, de tradiciones, de castas y grupos. El mensaje de Jesús no debería haber sido precisamente de amor y perdón, sino de revolución violenta. Y no es que Jesús no pretendiera una verdadera revolución; su mensaje sobre el reino de Dios podía sonar en tonos de violencia para muchos. Pero ¿Cómo es posible que Jesús pida a las gentes que amen a los enemigos? Porque el Reino se apoya en la revolución del amor; así es como el amor del Reino no es romanticismo; así es como el Reino es radical; así es como el evangelio no es una ideología del momento, sino mensaje que perdura hasta nuestros días. Jesús quería algo impresionante, y no precisamente irrealizable a pesar de la condición humana. Es posible que durante mucho tiempo se haya pensado que la práctica del sermón de la montaña o del llano no es posible llevarla a cabo en este mundo y se considere que su utopía nos excusa de realizarlo. Pero utopía no quiere decir irrealizable, quiere decir que está fuera de la forma común en que nos comportamos los hombres.

El amor a los enemigos y la renuncia a la violencia para hacer justicia es lo que Dios hace día y noche con nosotros. Por eso Dios no tiene enemigos, porque ama sin medida, porque es misericordioso (hace salir el sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos añade Mateo en este caso para ilustrar su comportamiento). La diferencia con Mateo es que Lucas no propone "ser perfectos" (que, en el fondo, tiene un matiz jurídico, propio de la mentalidad demasiado arraigada en preceptos y normas), sino ser misericordiosos: esa es la forma o el talante para amar incluso a los enemigos y renunciar a la venganza, a la violencia, a la impiedad. Ser cristiano, pues, seguidor de Jesús, exige de nosotros no precisamente una heroicidad, como muchas veces se ha planteado; exige de nosotros, como algo radical, ser misericordiosos. Así, pues, la propuesta lucana tiene su propia estrategia: ¿Cómo amar a los enemigos?¿Cómo renunciar a la venganza dé quien mi enemigo y me ofende y me hace injusticia? No es cuestión que se imponga porque sí todo esto como precepto. En la pedagogía de Lucas se expresa así: ser cristiano, seguidor de Jesús significa ser capaz de amar incluso a los enemigos, requiere la praxis de "llegar a ser, hacerse, misericordioso, como lo es Dios".

Fray Miguel de Burgos Núñez

domingo, 13 de febrero de 2022

LAS OPCIONES DEL REINO

 

Reflexión Evangelio Domingo 13 de Febrero. 6º del Tiempo Ordinario.

1. Hoy la liturgia, y muy concretamente el evangelio, nos ofrece uno de los textos más impresionantes de la historia de la humanidad, por el que muchos han dado su vida y por el que otros han detestado al cristianismo y a Jesús de Nazaret. El texto de las bienaventuranzas de Lucas es escueto, dialéctico, radical. Pero en el fondo se trata simplemente de describir dos ámbitos bien precisos: el de los desgraciados de este mundo y el de los bien situados en este mundo a costa de los otros. Lucas nos ofrece las bienaventuranzas en el contexto del sermón de la llanura (Lc 6,17), cuando toda la gente acude a Jesús para escuchar su palabra; no es un discurso en la sinagoga, en un lugar sagrado, sino al aire libre, donde se vive, donde se trabaja, donde se sufre.

2. Es un discurso catequético; por lo mismo, Lucas estaría haciendo una catequesis cristiana, como Mateo lo hizo con el sermón de la montaña (5-7). Entre uno y otro evangelista hay diferencias. La principal de todas es que Lucas nos ofrece las bienaventuranzas y a continuación las lamentaciones (no son maldiciones, viene del hebreo hôy y en latín se expresa con vae: un grito de dolor, de lamento, un grito profético) como lo contrario en lo que no hay que caer. Otra diferencia, también, es que en Mateo tenemos ocho y en Lucas solamente cuatro bienaventuranzas. Sobre su significado se han escrito cientos de libros y aportaciones muy técnicas. ¿Son todas inútiles? ¡No!, a pesar de que sintamos la tentación de simplificar y de ir a lo más concreto. No debemos entrar, pues, en la discusión de si las “malaventuranzas” o lamentaciones son palabras auténticas de Jesús o de los profetas itinerantes cristianos que predicaban con esta radicalidad tan genuina. Hay opiniones muy diversas al respecto. Ahora están en el evangelio y deben interpretarse a la luz de lo que Lucas quiere trasmitir a su comunidad.

3. Jesús hablaba así, casi como las escuchamos hoy en el texto de Lucas, más directo y menos recargado que el de Mateo. Jesús habló así al pueblo, a la gente: Jesús piensa y vive desde el mundo de los pobres y piensa y vive desde ese mundo para liberarlos. El pobre es ´ebîôn/´anaâw en hebreo; ptôchos en griego, pauper en latín: se trata de quien no tiene alimento, casa y libertad y en el AT es el que apela a Dios como único defensor. Así debemos entender la primera aproximación al mensaje de hoy. Esa es una realidad social, pero a la vez es una realidad teológica. Es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los perseguidos por la justicia, donde Dios se revela. Y lógicamente, Dios no quiere, ni puede revelarse en el mundo de los ricos, de poder, de la ignominia. El Reino que Jesús anuncia es así de escandaloso. No dice que tenemos que ser pobres y debemos vivir su miseria eternamente. Quiere decir, sencillamente, que si con alguien está Dios inequívocamente es en el mundo de aquellos que los poderosos han maltratado, perseguido, calumniado y empobrecido. Las lamentaciones, pues, significan que no intentemos o pretendamos encontrar a Dios en las riquezas, en el poder, en el dominio, en la corrupción; allí solamente encontraremos ídolos de muerte.

4. La teología de la liberación ha sabido expresar estas vivencias para dar esperanza a los pobres del Tercer Mundo. Y la verdad es que la fe más evangélica la viven los pobres que creen; los pueblos más ricos y poderosos están más descristianizados. Es el mundo de los pobres y de las miserias, el que más espera en Jesucristo; en el mundo de los poderosos habita un gran vacío. El evangelio de Lucas hoy, pues, nos propone dos horizontes: un horizonte de vida y un horizonte de muerte. ¿Dónde encontrar a Dios? Todos lo sabemos, porque la equivocación radical sería buscarlo donde El ha dicho que no lo encontraremos. El texto de Jeremías es suficientemente explícito al respecto: ¿Cómo podría crecer un árbol de vida en el mundo de las lamentaciones?.

5. La luz no es lo que se ve, pero es aquello que produce el milagro para que veamos. Y las bienaventuranzas de Jesús son la luz de su predicación del Reino. Con las bienaventuranzas se hará posible ver a Dios; desde el mundo de las lamentaciones nunca encontraremos al Dios verdadero, aunque Él no rechace a nadie. El mundo de las bienaventuranzas nos impulsa a confiar en un Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos y, por eso mismo, a cada uno de nosotros nos resucita y resucitará. Pero a ese Dios ya sabemos dónde debemos buscarlo: no en la ignominia del poder de este mundo, sino en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los afligidos y de los que son perseguidos a causa de la justicia: ahí es donde está el Dios de vida, el Dios de la resurrección. Y esto es así, porque Dios ha hecho su opción, y un Dios con corazón solamente puede aparecer donde está la vida y el amor.

Fray Miguel de Burgos Núñez

domingo, 6 de febrero de 2022

LA PALABRA DE DIOS QUE CAMBIA LA VIDA DE LOS HOMBRES

Reflexión Evangelio del Domingo 6 de Febrero de 2022. 5º del Tiempo Ordinario.

1. El evangelio nos relata la vocación de Pedro en un pasaje propio de Lucas, distinto de la vocación de los primeros discípulos narrada por Mc 1,16-20; está más próximo de Jn 21,1-11 sobre el momento de las experiencias que tuvieron los apóstoles después de la resurrección de Jesús. Los inconvenientes que Pedro pone a salir a pescar con Jesús y echar las redes en el agua tienen cierto parecido con la objeción de Isaías para desempeñar la misión de profeta. Han estado toda la noche y no han encontrado nada; ahora, casi de día, es más difícil aún, los peces no acuden. Pero en este caso van con Jesús, con el Señor que trae la Palabra viva de Dios. Es eso lo que les hará dejarlo todo para seguirle; dejarán incluso la pesca milagrosa que han recogido para emprender una misión nueva, para pescar a los hombres en el mar de la vida y anunciarles la salvación de Dios.

2. Ciertos detalles del texto son dignos de mención: Jesús está en el lago, y la muchedumbre acude para escuchar la “palabra de Dios” (logos tou theou, que es una expresión que es frecuente en la obra de Lucas: 8,11.21; 11,28, Hch 4,31; 6,2.7; 8,14; 11,1; 13,5.7.44.46; 16,32; 17,13; 18,11). Pero esa palabra de Dios, se va a convertir es una fuerza transformadora que haga que Simón y los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, tengan que dejar de ser pescadores, que estaban asociados (koinoi) en el lago, para seguir a Jesús como “pescadores de hombres”. Lo extraordinario de la pesca también tiene su significado, especialmente porque no era la hora de pescar, por la noche, sino a la luz del día. La orden de Jesús, su palabra, hace posible lo que no es normal. Así sucede, pues, con el evangelio que trasforma el miedo en alegría. Pedro se confiesa pecador, indigno, como los profetas. Pero eso no importa… lo importante es seguir a Jesús.

3. Por lo mismo, en todas las lecturas, vemos cómo se impone la Palabra de Dios, Dios mismo, Jesucristo resucitado, en la vida de todos aquellos que deben colaborar en el proyecto salvífico sobre este mundo y transforma la existencia de cada uno. La Palabra de Dios tiene una eficacia que motiva la respuesta de Isaías, de Pedro y los apóstoles y de Pablo. No eran santos, sino pecadores y alejados de la “santidad divina”. La Palabra, Jesucristo, su evangelio, se impone en nuestra vida, pero no nos agrede: nos interpela, nos envuelve misteriosamente, nos renueva, cambia los horizontes de nuestra existencia y nos lleva a colaborar en la misión profética del evangelio, que es la misión fundamental de la Iglesia en el mundo. Si al principio dan un poco de miedo las respuestas, estas se hacen radicales, porque no es necesario ser santo o perfecto para colaborar con Dios. Hace falta prestarle nuestra voz, nuestro trabajo y todo será distinto. Se nos propone una vida nueva, en perspectiva de futuro, sin cálculos...y todo cambiará, como cambiaron Isaías y como cambiaron Pedro y Pablo. No somos santos, no somos perfectos ¿Cómo podremos? Cuando aprendemos a fiarnos de Jesús y de su evangelio; cuando queremos salir de nuestros límites, la Palabra de Dios es más eficaz que nuestras propias razones para no echar las redes en el agua, en la vida, en la familia, entre los amigos, en el trabajo... y seremos profetas, y seremos pescadores.

Fray Miguel de Burgos Núñez