domingo, 24 de septiembre de 2023

LOS ÚLTIMOS SERÁN LOS PRIMEROS

 

Reflexión Evangelio Domingo 24 de Septiembre de 2023. 25º del Tiempo Ordinario.

La parábola de los obreros de la viña nos invita a descubrir a Dios que está presente en la vida de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. La viña es una referencia al pueblo de Dios. Para los pueblos mediterráneos, esta imagen no sólo es bella, sino también muy popular. Para quienes poseen una viña, el fruto de la vid, las uvas, y con ellas el buen vino, es la meta de todo el trabajo y esfuerzo de sus propietarios y trabajadores. La imagen del Reino de los cielos o Reino de Dios a partir de esta parábola nos introduce en el misterio de Dios. La viña o el campo de trabajo es el lugar donde Dios nos convoca como pueblo para establecer una Alianza con cada uno de nosotros.

El profeta Isaías (Is 55, 6-9) hace una llamada a la conversión (metanoia), es decir, volver al camino correcto, volver por las sendas de la Ley que tiene como meta descubrir la misericordia de Dios. En las palabras del profeta: «Buscad al Señor mientras se deja encontrar, invocadlo mientras está cerca» (v.6), se nos abre la posibilidad de salir al encuentro de Dios, pues Él está cerca y se aproxima a cada persona. La vuelta a Dios es el fin de la conversión. Para eso, es necesario volver nuestro corazón a lo esencial, a aquello que nos da vida y nos aparta de aquello que es accesorio y nos limita en nuestra peregrinación como hijos libres que somos.

El camino de Dios o sus planes son distintos de los nuestros porque Dios es trascendente no lo podemos manipular. Los criterios de Dios se realizan en plenitud. No obstante, cuando ingresamos en la lógica del Evangelio descubrimos que estamos llamados a ser perfectos como el Padre que está en los cielos es perfecto (cf. Mt 5, 48). Jesús, desde esta parábola nos invita a descubrir la bondad de Dios y su proyecto de Reino.

El propietario del campo es quien sale a buscar obreros para su viña. La parábola hace referencia en la iniciativa del señor, que no deja de llamar a su viña y dispone de sus bienes a su beneplácito. Las horas de trabajo parecen estar establecidas por contrataciones llevadas a cabo incansablemente por un intervalo de tres horas. A los primeros a las seis de la mañana, a otros a las nueve, más tarde a las doce del mediodía y a las tres de la tarde. A los últimos los contrata a las cinco, cuando solo falta una hora para terminar la jornada. El propietario ha convenido con todos los trabajadores «un denario» (correspondía al pago de un jornal de trabajo).  Sin embargo, lo más importante es que nadie quede sin trabajo y sin su salario conveniente.

Si hacemos una transposición del dueño de la viña a Dios, vemos que todos los que trabajan en este campo son siervos y están al servicio del propietario que es Dios. Es el mismo Dios que convoca a cada uno y nos hace partícipes de su vida, ya que quiere que todos formen parte del plantel de su obra. Es interesante ver el tiempo en el que se realiza la convocatoria. Ninguno acude a la misma hora. La paga es la misma.

 ¿No nos resulta llamativa esta llamada a distinta hora? ¿Alguno de nosotros se ha puesto a pensar el día y la hora en el que el Señor nos llamó a trabajar en su viña? Es evidente que cada uno de nosotros ha recibido una vocación particular en un momento determinado de su existencia. Los que nos hemos sido llamado desde las primeras horas (algunos somos cristianos desde nuestra infancia) tenemos la ventaja de haber conocido antes al Señor, por eso no debemos de quejarnos al ver recompensados a los de la última hora como nosotros.

Dios invita a trabajar en su viña para permanecer con Él en su «campo de trabajo» que es el mundo. No quiere que nadie se pierda, sino que, al contrario, que todos se salven y encuentren el camino de la salvación. Incluso a aquellos que consideramos que ya no tienen salvación o que han perdido la fe, siempre existe la posibilidad de acercarse a Dios, pues, como decía el Papa Francisco: «Decimos que debemos buscar a Dios, pero cuando nosotros vamos Él nos estaba esperando, Él ya está. El Señor nos primerea, nos está esperando. Pecas, y te está esperando para perdonarte. Él nos espera para acogernos, darnos su amor y así va creciendo la fe».

En definitiva, esta parábola nos permite reflexionar en un rasgo desconcertante de Dios. Para Jesús, la bondad de Dios supera los límites propios de nuestra justicia. Su bondad es indeterminada y no se ajusta a la medida de los cálculos humanos.

Creo que es importante no medir con nuestros propios criterios o esquemas morales y religiosos a Dios. El mensaje de Jesús es evidente: igual que el «señor de la viña» da a todos sus trabajadores su «denario», lo merezcan o no, simplemente porque su corazón es grande, Dios no agravia a nadie, sino que ofrece la salvación incluso a quienes, a nuestro juicio, no la merecen. A Dios le importa cada hijo/hija. Él se preocupa de cada uno de nosotros, de manera especial, los postergados, los pobres, refugiados, aquellos que son los últimos en la sociedad.

La frase paradójica: «Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos», rompe nuestro sistema de cálculo mercantilista. Los proyectos de Dios parecen romper nuestros esquemas mentales. Sin embargo, la lógica del Evangelio nos interpela a adentrarnos en la lógica de Dios para renovar nuestra propuesta teologal y descubrir que en realidad aquellos que parecen los últimos son tenidos en cuenta por Dios al igual que tú y yo.

Que el Dios de Jesucristo, en quien nuestra fe se encuentra justificada, nos permita abrir nuestro horizonte para descubrir su bondad en cada momento de nuestra vida, en las distintas etapas de nuestra existencia, pero sobre todo en cada hermano que sufre en la pobreza o la marginalidad por causa de la injusticia humana.

Fr. Pedro Morel Benítez O.P.

domingo, 17 de septiembre de 2023

¿CUÁNTAS VECES TENGO QUE PERDONARLO?

 

Reflexión del Evangelio Domingo 17 de Septiembre de 2023. 24º del Tiempo Ordinario.

En el pasaje del Evangelio según San Mateo, Jesús nos instruye sobre el perdón, contando la parábola del siervo despiadado que fue perdonado por su amo pero no mostró misericordia a su compañero de siervos.

En estas pautas, me gustaría enfocarme en la importancia del perdón y la reconciliación en nuestras vidas como cristianos.

El perdón es un tema central en la enseñanza de Jesús. Él nos muestra a través de sus palabras y acciones que el perdón es una parte fundamental de nuestra vida como discípulos suyos. En el Evangelio del domingo pasado, Jesús nos dio un claro mandamiento: "Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndelo a solas; si te escucha, habrás ganado a tu hermano". Jesús nos llama a abordar los conflictos y las ofensas de manera directa y amorosa.

El proceso de corrección que Jesús describe es una muestra de su deseo de restaurar la relación rota. No se trata de condenar o juzgar, sino de guiar a nuestro hermano hacia el camino de la rectitud y la reconciliación. Si el hermano escucha y se arrepiente, habremos ganado un amigo y habremos cumplido con el mandamiento del amor.

Sin embargo, sabemos que no siempre es fácil perdonar. A veces, las heridas son profundas y el perdón parece imposible. Pero Jesús nos da un ejemplo aún más poderoso al decirnos que debemos perdonar no solo siete veces, sino setenta veces siete veces. Esto no significa que debamos llevar un registro de cuantas veces perdonamos, sino que el perdón debe ser ilimitado.

El perdón es un acto liberador tanto para el que perdona como para el que es perdonado. Al perdonar, liberamos el peso del rencor y la amargura que llevamos en nuestro corazón. Al ser perdonados, experimentamos la gracia y el amor de Dios de una manera profunda y transformadora.

Jesús nos muestra el camino del perdón a través de su propia vida y muerte en la cruz. Mientras estaba clavado en la cruz, dijo: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Jesús perdonó a aquellos que lo crucificaron, demostrando su amor y misericordia incluso en medio del sufrimiento extremo.

El perdón no significa necesariamente olvidar lo que ha sucedido o minimizar el daño causado. Significa liberar a la persona que nos ha herido de la deuda que creemos que tienen con nosotros. Es un acto de amor y misericordia que nos permite sanar y restaurar nuestras relaciones rotas.

En este domingo, recordemos que el perdón es esencial en nuestra vida como seguidores de Cristo. No importa cuán grande o pequeña sea la ofensa, debemos estar dispuestos a perdonar. No importa cuántas veces tengamos que perdonar, debemos hacerlo de todo corazón.

La reconciliación es un proceso que nos lleva de regreso a Dios ya nuestros hermanos. Cuando perdonamos y buscamos la reconciliación, estamos siguiendo el camino que Jesús nos ha mostrado. Estamos construyendo puentes en lugar de muros, restaurando la unidad en lugar de sembrar la división.

En este día, pedimos la gracia de ser personas de perdón y reconciliación. Que podamos seguir el ejemplo de Jesús en nuestras vidas diarias, perdonando generosamente y buscando la reconciliación con aquellos que hemos herido o que nos han herido. Que el amor de Dios nos guíe en este camino de perdón y reconciliación, para que podamos experimentar la verdadera paz y alegría que proviene de vivir en armonía con nuestros hermanos y con Dios.

Fr. Dailos José Melo González OP

domingo, 10 de septiembre de 2023

"ALLÍ ESTOY YO EN MEDIO DE ELLOS"

 

Reflexión Evangelio Domingo 10 de Septiembre de 2023. 23º del Tiempo Ordinario.

Que ninguno se pierda. Razón para la corrección y la vida fraterna

El gran desarrollo tecnológico en las comunicaciones ha cambiado las formas de interactuar y ha desplazado a un plano secundario la dimensión interpersonal profunda del encuentro frente a frente. Muchas personas sienten ese vacío.

Por otra parte, viene cobrando carácter de ‘valor’, ‘derecho’ o, al menos, norma asumida de convivencia, no meternos en la vida de nadie y que nadie se meta en la nuestra, para mantenernos tranquilos y libres de complicaciones y problemas.

Dios no quiere que nuestras relaciones interpersonales se queden a nivel de superficie. Podemos rellenar el vacío, aunque se nos complique la vida. Palabras como las que transmite el profeta Ezequiel («Si tú no hablas, poniendo en guardia al malvado...»), o las que Jesús dice a sus discípulos («Si tu hermano peca, repréndelo…»), no nos permiten quedarnos alejados, pasivos o simplemente críticos ante la vida de las demás personas. «A nadie le debáis nada, más que amor», dice san Pablo. “Quien bien te ama, te hará sufrir”, añadimos nosotros; habrá ocasiones en que te corregirá, te llamará la atención o te aconsejará en forma distinta a tu gusto.

Cuando hay amor hay preocupación por mantener la relación y por restablecerla cuando se daña. No solo hacia los allegados. El amor cristiano se dirige a todos, alcanza también a los más débiles y pecadores, porque nadie debe quedar excluido de él. Como en el caso de la oveja perdida, que se busca dejando las noventa y nueve, la razón profunda de la corrección fraterna es tratar por todos los medios de que ninguno se pierda.

El individualismo no salva. Somos una entera familia humana en la que cuidarnos y salvarnos unos a otros. Sus vidas dependen de la mía y la mía de las suyas. La corrección fraterna no es –o al menos no es solo eso– una estrategia, una exigencia ética o una práctica pedagógica. Para los discípulos de Jesús es además un don de Dios con el que construir y alentar la comunidad creyente. Si una ideología o un pensamiento atrayente pueden lograr un cambio en una persona, lo puede lograr más la actitud de quien se acerca a ella con buena voluntad de ayudarle a encontrar su error y proponerle el cambio.

Jesús menciona aún otra dimensión de la fraternidad: «Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

La reunión más característica de los cristianos, la Eucaristía, ha venido perdiendo práctica y vitalidad, hasta resultar algo ajeno para generaciones enteras. Son muchas las causas y nadie podemos eludir la responsabilidad que nos corresponde en que mucha gente no le encuentre sentido ni vean en ella algún significado para su vida.

Quizá la clave sea que en la Iglesia no se puede estar de cualquier manera: por costumbre, por inercia, por miedo… Los seguidores de Jesús han de estar «reunidos en su nombre», convirtiéndose a él, alimentándose de su evangelio, sintiendo el atractivo de Jesús y el ánimo de su Espíritu. Él es la razón y el motivo del encuentro. Escuchar su mensaje, entender mejor el sentido de su vida, alimentar y reasumir nuestra fe, todo ello da sentido a nuestra reunión independientemente de quiénes y cuántos seamos.

No podemos quedarnos en la nostalgia de otro tiempo, ni en lo que nos hace sufrir, ni en lo que nos falta. Es mejor pensar en las posibilidades creativas de un verdadero encuentro con Jesús. Todos lo necesitamos, también los que se han alejado, quizá porque nuestras celebraciones no se lo ofrecían. Y también quienes aún necesitan conocerle.

La comunidad de Jesús será lo que seamos nosotros, si somos capaces de repensar nuestra vida a la luz del evangelio. Quizá los indiferentes, los que no creen, los que se alejaron, necesitan ver que vivimos el evangelio («mirad cómo se aman»). Quizá nos falta acogida, corrección fraterna, escucha, cercanía con los más débiles y necesitados, disposición a caminar juntos (es lo que significa ‘sinodalidad’) … todas ellas formas de vivir que construyen la comunidad. Quizá nos paraliza el miedo y nos condiciona el pasado, haciéndonos renunciar a la creatividad del evangelio. O quizá no terminamos de comprender y de creer la comparación con la levadura capaz de fermentar la masa.

Fray José Antonio Fernández de Quevedo

domingo, 3 de septiembre de 2023

"QUE SE NIEGUE A SÍ MISMO, TOME SU CRUZ Y ME SIGA"

 

Reflexión del Evangelio Domingo 3 de Septiembre de 2023. 22º del Tiempo Ordinario.

Anuncio

Primer anuncio de Jesús a sus discípulos de lo que se avecina y que no es fácil de aceptar. Realmente los discípulos no habían entendido lo que significaba Jesús. Su encuentro con el Maestro de Nazaret no había supuesto una renovación de su mente, seguían pensando como los hombres. La realidad del Hijo de Dios no es seguridad, es compromiso, responsabilidad, posibilidad… pero desde otras claves, que no son más extrañas y difíciles, sino más humanas. La realidad humana se da y crece entre los demás, con los demás. Yo sé quién soy, los otros me llaman, me permiten tomar conciencia de mi identidad.

Claves más humanas y, por tanto, humanizadoras, son aquellas que tienen en cuenta a los otros, al Otro. Tener en cuenta a los demás sólo se hace realidad en proporción a la capacidad de olvidarse de uno mismo, de vaciarse para dejar espacio a los otros, al Otro. Jesús, da muestras con su comportamiento, de quiénes son los más importantes y como acoger y acompañar, parece ser que esta opción y este compromiso solidario no es bien visto por el sistema, por el “status quo” de su tiempo. Había que eliminarlo… ¿Dónde podía descansar la seguridad que buscaban sus discípulos? ¡Esto es un fracaso!

Tentación

El mismo que había confesado “Tú eres el Hijo de Dios”, ante el anuncio de lo que podía suceder en Jerusalén, es el que grita: ¡Dios te libre, Señor! No te sucederá tal cosa. (Mt 16,22) Esta exclamación de Pedro, provoca la reacción de Jesús: ¡Aléjate, Satanás! Quieres hacerme caer. Piensas como los hombres no como Dios (Mt 16, 23). El enemigo está en casa… La verdadera tentación no viene de fuera, sino de dentro.

Al comienzo de su vida pública, en el desierto, Jesús de Nazaret se enfrenta con distintas posibilidades de llevar a cabo el Plan de Dios. Jesús es tentado… tiene que elegir. En el hecho de elegir interviene la libertad, la responsabilidad. Significa ser conscientes de lo que nos motiva, sobre qué edificamos la vida. Es hacer viva la experiencia de la fidelidad, fidelidad a uno mismo, a los demás, a Dios. Y el valor no está en el hecho de la fidelidad en sí,  sino en la razón, el motivo, que la hace posible. Ese motivo es el mismo Dios y los demás, mirados, entendidos, con y desde el amor y la confianza. Fidelidad a uno mismo desde la propia aceptación con la mirada vuelta al Señor.  ¿Qué esperas de mí, Señor?

Llamada

Quien quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue son su cruz y me siga. (Mt 16,24) Negarse uno mismo, no es renunciar a lo que somos, no es sacrificar la propia vida… Es alcanzar la lucidez de lo que significa Dios en nosotros. Y cargar con la cruz, no se limita a aceptar nuestros defectos y limitaciones, sino, más bien aceptar las consecuencias de nuestra fidelidad, la respuesta que podamos provocar en los demás…

La identidad de cada ser humano es importante, somos obra de Dios irrepetible, cada uno es una “palabra” de Dios, participantes, pertenecientes, creadores, definidores de la obra de Dios. Y si la identidad es importante, la misión es necesaria, ambas se complementan, se precisan. Identidad y misión, realidad consciente que nos pone en camino, y si es el camino del Señor, nos aleja de la acomodación, nos invita a ir siempre más allá, por ejemplo: A vosotros os digo: Amad a vuestro enemigos, tratad bien a los que os odian; bendecid al os que os maldicen… (Lc 6, 27-28).

Fr. José Luis Ruiz Aznarez OP

Convento de Ntra. Sra. de Atocha (Madrid)