sábado, 26 de septiembre de 2015

NO CERREMOS LOS OJOS


Reflexión Homilía del Domingo 27 de Septiembre de 2015.

Si el domingo pasado el Señor nos invitaba a ser los primeros en servir, hoy a una con el Evangelio, intuimos dos indicaciones en nuestro caminar como cristianos:

-  Reconocer el bien (venga de donde venga y lo haga quien lo haga)
-  Huir de aquello que pueda herir sensibilidades

1 .Dios, nos lo recuerda el Vaticano II, no es un coto cerrado o un privilegio de unos pocos. Nosotros, y le damos gracias por ello, hemos tenido la suerte de conocerlo a través de la Iglesia; lo escuchamos y lo meditamos en la Palabra; lo saboreamos en la Eucaristía. ¡Cuántas veces no lo hemos sentido vivo y operante en diversos momentos, aquí, en esta gran familia que es nuestra iglesia universal!

Por cierto, al decir Iglesia Universal, estamos en consonancia, y damos un acorde perfecto, con el evangelio que acabamos de escuchar. El término universalidad define, perfectamente, lo que Jesús quiere y desea de nosotros: buscar más lo que nos une, que aquello que nos separa.

No creo que nos encontremos en esa cerrazón o suspicacia que el evangelio denuncia. La mayoría hemos sido educados en la tolerancia o en el respeto a los demás y, precisamente por ello, tal vez sufrimos más por el hecho de que hermanos nuestros no descubran que, la fuente de la bondad está en Dios, y no por el hecho en sí, de que hagan o dejen de hacer obras buenas.

No hay peligro de clasificación en bandos. Debiéramos de interrogarnos sobre el por qué no hay muchísima más gente dispuesta a hacer el bien; a pregonar y defender la justicia; a calmar los ánimos de un mundo que se debate y se desangra en guerras ideológicas o económicas.

Esa es la gran interpelación que, tal vez el evangelio de hoy, nos suscita: ¿Por qué no hacemos más, y a más gente, el bien? ¿Por qué no se orienta y se educa – desde la universidad o desde el colegio- al creyente y no creyente, al agnóstico o al ateo, a encauzar esfuerzos, medios y creatividad hacia el bienestar de los demás y no solamente hacia el propio?

2. No seamos ilusos. A menor vivencia religiosa existe un serio peligro de tibieza a la hora de ejercitar la solidaridad y la caridad. Lo cual, por supuesto, no significa que siempre –los de casa- lo forjemos todo santo y bueno y, los de fuera, todo mal.

- Hoy no podemos permanecer con los brazos cruzados ante la que nos está cayendo. Los cristianos masacrados especialmente en Irak y Siria, el drama de los refugiados que clama al cielo (y con los que no sabemos qué hacer y dónde colocarlos), la trata de personas (mujeres y niños) que el Papa Francisco ha pedido en Naciones Unidas que sea considerada “crimen contra la humanidad” y un largo etc…reclaman, como Cáritas nos recuerda en su mensaje de inicio de curso, un dejar huella a favor de la justicia allá por donde pasemos. .

- Hoy damos gracias al Señor por muchas cosas. Sobre todo (en el inicio de este nuevo curso pastoral) por el hecho de estar construyendo su Reino en la medida de nuestras posibilidades; unos lo harán desde la música, otros desde la catequesis o como sacerdotes, otros integrados en distintos movimientos eclesiales, algunos más apoyando el abundante campo social que la iglesia tiene y cuida, otros como animadores de la liturgia o en las diferentes tareas pastorales. ¡No caigamos en la tentación de pensar que “lo nuestro” es lo único válido ante los ojos de Dios, o la panacea ante los retos que nos plantea la nueva evangelización!

En definitiva, lo del evangelio de hoy, “quien no está en contra nosotros, está a favor nuestro”. Otro pelo nos luciría si, en vez de mirar lo que los demás hacen, hiciésemos un esfuerzo renovado y redoblado por vivir y enseñar aquellos caminos que conducen a la auténtica felicidad, al amor y a la alegría que produce el encuentro personal con Jesucristo.

3.- Ayúdame, Señor, a mirar con respeto las cosas que existen a mí  alrededor las iniciativas que, otras  personas, las crean con esfuerzo y valor.

Ayúdame,  Señor, a mirar con agrado, a descubrir que, todo lo que  hago, es inspiración tuya y, aquello que lo que los  demás promueven, puede ser signo de tu presencia.

Ayúdame,  Señor, a mirar con amor: a ir al fondo del tesoro más  valioso a sentirme tan cerca de ti que, todo, lo estime poco  comparado contigo.

Ayúdame,  Señor, a expulsar de mi interior los espíritus inmundos que  me impiden vivir en paz conmigo mismo.

Ayúdame, Señor, a no  apropiarme de tu nombre exclusivamente a dejar que, otros, puedan  descubrirte y entrar por la gran puerta de  tu salvación a reconocer que, otros,  están en el camino del evangelio por sus obras y palabras.

Ayúdame,  Señor, a no sentirme peor ni mejor que nadie a disfrutar de mí amistad  contigo, a no poner etiquetas de  “estos son buenos” o “estos son malos”.

Ayúdame,  Señor, a no encerrarme en mi pequeño mundo a abrirme, sin miedo ni  complejos, a los que puedan enseñarme tu recto camino.

Ayúdame,  Señor, a no monopolizar mi trato contigo a valorar otras vertientes  evangelizadoras que, a mí, me puedan parecer estériles.

Ayúdame,  Señor, a descubrir en todas ellas los signos de tu presencia  divina.

Ayúdame,  en definitiva, Señor, a no considerar que, lo mío,  es lo único que vale y, aquello que los demás  realizan, es despreciable.

Ayúdame,  Señor.
Por Javier Leoz

jueves, 24 de septiembre de 2015

EL PAPA EN ESTADOS UNIDOS...


Señor vicepresidente, señor presidente, distinguidos miembros del Congreso, queridos amigos:

Les agradezco la invitación que me han hecho a que les dirija la palabra en esta sesión conjunta del Congreso en «la tierra de los libres y en la patria de los valientes». Me gustaría pensar que lo han hecho porque también yo soy un hijo de este gran continente, del que todos nosotros hemos recibido tanto y con el que tenemos una responsabilidad común.

Cada hijo o hija de un país tiene una misión, una responsabilidad personal y social. La de ustedes como miembros del Congreso, por medio de la actividad legislativa, consiste en hacer que este país crezca como nación. Ustedes son el rostro de su pueblo, sus representantes. Y están llamados a defender y custodiar la dignidad de sus conciudadanos en la búsqueda constante y exigente del bien común, pues éste es el principal desvelo de la política. La sociedad política perdura si se plantea, como vocación, satisfacer las necesidades comunes favoreciendo el crecimiento de todos sus miembros, especialmente de los que están en situación de mayor vulnerabilidad o riesgo. La actividad legislativa siempre está basada en la atención al pueblo. A eso han sido invitados, llamados, convocados por los que os eligen.

Se trata de una tarea que me recuerda la figura de Moisés en una doble perspectiva. Por un lado, el patriarca y legislador del pueblo de Israel simboliza la necesidad que tienen los pueblos de mantener la conciencia de unidad por medio de una legislación justa. Por otra parte, la figura de Moisés nos remite directamente a Dios y por lo tanto a la dignidad trascendente del ser humano. Moisés nos ofrece una buena síntesis de su labor: ustedes están invitados a proteger, por medio de la ley, la imagen y semejanza plasmada por Dios en cada rostro.

En esta perspectiva quisiera hoy no sólo dirigirme a ustedes, sino con ustedes y en ustedes a todo el pueblo de los Estados Unidos. Aquí junto con sus representantes, quisiera tener la oportunidad de dialogar con miles de hombres y mujeres que luchan cada día para trabajar honradamente, para llevar el pan a su casa, para ahorrar y –poco a poco– conseguir una vida mejor para los suyos. Que no se resignan solamente a pagar sus impuestos, sino que –con su servicio silencioso– sostienen la vida de la sociedad. Que crean lazos de solidaridad por medio de sus acciones pero también a través de organizaciones que buscan paliar el dolor de los más necesitados.

Me gustaría dialogar con tantos abuelos que atesoran la sabiduría forjada por los años e intentan de muchas maneras, especialmente a través del voluntariado, compartir sus experiencias y conocimientos. Sé que son muchos los que se jubilan pero no se retiran; siguen activos construyendo esta tierra. Me gustaría dialogar con todos esos jóvenes que luchan por sus deseos nobles y altos, que no se dejan atomizar por las ofertas fáciles, que saben enfrentar situaciones difíciles, fruto muchas veces de la inmadurez de muchos adultos. Con todos ustedes quisiera dialogar y me gustaría hacerlo a partir de la memoria de su pueblo.

Mi visita tiene lugar en un momento en que los hombres y mujeres de buena voluntad conmemoran el aniversario de algunos ilustres norteamericanos. Salvando los vaivenes de la historia y las ambigüedades propias de los seres humanos, con sus muchas diferencias y límites, estos hombres y mujeres apostaron, con trabajo, abnegación y hasta con su propia sangre, por forjar un futuro mejor. Con su vida plasmaron valores fundantes que viven para siempre en el alma de todo el pueblo americano. Un pueblo con esta alma puede pasar por muchas encrucijadas, tensiones y conflictos, pero logra siempre encontrar los recursos para salir adelante y hacerlo con dignidad. Estos hombres y mujeres nos aportan una hermenéutica, una manera de ver y analizar la realidad. Honrar su memoria, en medio de los conflictos, nos ayuda a recuperar, en el hoy de cada día, nuestras reservas culturales.

Me limito a mencionar cuatro de estos ciudadanos: Abraham Lincoln, Martin Luther King, Dorothy Day y Thomas Merton.

Estamos en el ciento cincuenta aniversario del asesinato del presidente Abraham Lincoln, el defensor de la libertad, que trabajó incansablemente para que «esta nación, por la gracia de Dios, tenga una nueva aurora de libertad». Construir un futuro de libertad exige amor al bien común y colaboración con un espíritu de subsidiaridad y solidaridad.

Todos conocemos y estamos sumamente preocupados por la inquietante situación social y política de nuestro tiempo. El mundo es cada vez más un lugar de conflictos violentos, de odio nocivo, de sangrienta atrocidad, cometida incluso en el nombre de Dios y de la religión. Somos conscientes de que ninguna religión es inmune a diversas formas de aberración individual o de extremismo ideológico. Esto nos urge a estar atentos frente a cualquier tipo de fundamentalismo de índole religiosa o del tipo que fuere. Combatir la violencia perpetrada bajo el nombre de una religión, una ideología, o un sistema económico y, al mismo tiempo, proteger la libertad religiosa, intelectual requiere un delicado equilibrio en el que tenemos que trabajar. Y, por otra parte, puede generarse una tentación a la que hemos de prestar especial atención: el reduccionismo simplista que sólo ve bien y mal, justos y pecadores. El mundo contemporáneo con sus heridas abiertas, que sangran en tantos hermanos nuestros, nos convoca a afrontar todas las polarizaciones que pretenden dividirlo en dos bandos. Sabemos que en el afán de querer liberarnos del enemigo exterior podemos caer en la tentación de ir alimentando el enemigo interior. Copiar el odio y la violencia del tirano y del asesino es la mejor manera de ocupar su lugar. Esto es algo que ustedes, como pueblo, rechazan.

Nuestra respuesta, en cambio, es de esperanza y de reconciliación, de paz y de justicia. Se nos pide tener el coraje y usar nuestra inteligencia para resolver las crisis geopolíticas y económicas que abundan hoy. También en el mundo desarrollado las consecuencias de estructuras y acciones injustas aparecen con mucha evidencia. Nuestro trabajo se centra en devolver la esperanza, corregir las injusticias, mantener la fe en los compromisos, promoviendo así la recuperación de las personas y de los pueblos. Ir hacia delante juntos, en un renovado espíritu de fraternidad y solidaridad, cooperando con generosidad al bien común.

El reto que tenemos que afrontar hoy nos pide una renovación del espíritu de colaboración que ha producido tanto bien a lo largo de la historia de los Estados Unidos. La complejidad, la gravedad y la urgencia de tal desafío exige poner en común los recursos y los talentos que poseemos y empeñarnos en sostenernos mutuamente, respetando las diferencias y las convicciones de conciencia.

En estas tierras, las diversas comunidades religiosas han ofrecido una gran ayuda para construir y reforzar la sociedad. Es importante, hoy como en el pasado, que la voz de la fe, que es una voz de fraternidad y de amor, que busca sacar lo mejor de cada persona y de cada sociedad, pueda seguir siendo escuchada. Tal cooperación es un potente instrumento en la lucha por erradicar las nuevas formas mundiales de esclavitud, que son fruto de grandes injusticias que pueden ser superadas sólo con nuevas políticas y consensos sociales.

Apelo aquí a la historia política de los Estados Unidos, donde la democracia está radicada en la mente del Pueblo. Toda actividad política debe servir y promover el bien de la persona humana y estar fundada en el respeto de su dignidad. «Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que han sido dotados por el Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos está la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad» (Declaración de Independencia, 4 julio 1776). Si es verdad que la política debe servir a la persona humana, se sigue que no puede ser esclava de la economía y de las finanzas. La política responde a la necesidad imperiosa de convivir para construir juntos el bien común posible, el de una comunidad que resigna intereses particulares para poder compartir, con justicia y paz, sus bienes, sus intereses, su vida social. No subestimo la dificultad que esto conlleva, pero los aliento en este esfuerzo.

En esta sede quiero recordar también la marcha que, cincuenta años atrás, Martin Luther King encabezó desde Selma a Montgomery, en la campaña por realizar el sueño de plenos derechos civiles y políticos para los afro-americanos. Su sueño sigue resonando en nuestros corazones. Me alegro de que Estados Unidos siga siendo para muchos la tierra de los sueños. Sueños que movilizan a la acción, a la participación, al compromiso. Sueños que despiertan lo que de más profundo y auténtico hay en los pueblos.

En los últimos siglos, millones de personas han alcanzado esta tierra persiguiendo el sueño de poder construir su propio futuro en libertad. Nosotros, pertenecientes a este continente, no nos asustamos de los extranjeros, porque muchos de nosotros hace tiempo fuimos extranjeros. Les hablo como hijo de inmigrantes, como muchos de ustedes que son descendientes de inmigrantes. Trágicamente, los derechos de cuantos vivieron aquí mucho antes que nosotros no siempre fueron respetados. A estos pueblos y a sus naciones, desde el corazón de la democracia norteamericana, deseo reafirmarles mi más alta estima y reconocimiento. Aquellos primeros contactos fueron bastantes convulsos y sangrientos, pero es difícil enjuiciar el pasado con los criterios del presente. Sin embargo, cuando el extranjero en medio de nosotros nos interpela, no podemos cometer los pecados y los errores del pasado. Debemos elegir la posibilidad de vivir ahora en el mundo más noble y justo posible, mientras formamos las nuevas generaciones, con una educación que no puede dar nunca la espalda a los «vecinos», a todo lo que nos rodea. Construir una nación nos lleva a pensarnos siempre en relación con otros, saliendo de la lógica de enemigo para pasar a la lógica de la recíproca subsidiaridad, en un esfuerzo constante de dar lo mejor de nosotros. Confío que lo haremos.

Nuestro mundo está afrontando una crisis de refugiados sin precedentes desde los tiempos de la II Guerra Mundial. Lo que representa grandes desafíos y decisiones difíciles de tomar. A lo que se suma, en este continente, las miles de personas que se ven obligadas a viajar hacia el norte en búsqueda de una vida mejor para sí y para sus seres queridos, en un anhelo de vida con mayores oportunidades. ¿Acaso no es lo que nosotros queremos para nuestros hijos? No debemos dejarnos intimidar por los números, más bien mirar a las personas, sus rostros, escuchar sus historias mientras luchamos por asegurarles nuestra mejor respuesta a su situación. Una respuesta que siempre será humana, justa y fraterna. Cuidémonos de una tentación contemporánea: descartar todo lo que moleste. Recordemos la regla de oro: «Hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes» (Mt7,12).

Esta regla nos da un parámetro de acción bien preciso: tratemos a los demás con la misma pasión y compasión con la que queremos ser tratados. Busquemos para los demás las mismas posibilidades que deseamos para nosotros. Acompañemos el crecimiento de los otros como queremos ser acompañados. En definitiva: queremos seguridad, demos seguridad; queremos vida, demos vida; queremos oportunidades, brindemos oportunidades. El parámetro que usemos para los demás será el parámetro que el tiempo usará con nosotros. La regla de oro nos recuerda la responsabilidad que tenemos de custodiar y defender la vida humana en todas las etapas de su desarrollo.

Esta certeza es la que me ha llevado, desde el principio de mi ministerio, a trabajar en diferentes niveles para solicitar la abolición mundial de la pena de muerte. Estoy convencido que este es el mejor camino, porque cada vida es sagrada, cada persona humana está dotada de una dignidad inalienable y la sociedad sólo puede beneficiarse en la rehabilitación de aquellos que han cometido algún delito. Recientemente, mis hermanos obispos aquí, en los Estados Unidos, han renovado el llamamiento para la abolición de la pena capital. No sólo me uno con mi apoyo, sino que animo y aliento a cuantos están convencidos de que una pena justa y necesaria nunca debe excluir la dimensión de la esperanza y el objetivo de la rehabilitación.

En estos tiempos en que las cuestiones sociales son tan importantes, no puedo dejar de nombrar a la Sierva de Dios Dorothy Day, fundadora del Movimiento del Trabajador Católico. Su activismo social, su pasión por la justicia y la causa de los oprimidos estaban inspirados en el Evangelio, en su fe y en el ejemplo de los santos.

¡Cuánto se ha progresado, en este sentido, en tantas partes del mundo! ¡Cuánto se viene trabajando en estos primeros años del tercer milenio para sacar a las personas de la extrema pobreza! Sé que comparten mi convicción de que todavía se debe hacer mucho más y que, en momentos de crisis y de dificultad económica, no se puede perder el espíritu de solidaridad internacional. Al mismo tiempo, quiero alentarlos a recordar a todas esas personas cercanas a nosotros son hoy los prisioneros de la trampa de la pobreza. También a estas personas debemos ofrecerles esperanza. La lucha contra la pobreza y el hambre ha de ser combatida constantemente, en sus muchos frentes, especialmente en las causas que las provocan. Sé que gran parte del pueblo norteamericano hoy, como ha sucedido en el pasado, está haciéndole frente a este problema.

No es necesario repetir que parte de este gran trabajo está constituido por la creación y distribución de la riqueza. El justo uso de los recursos naturales, la aplicación de soluciones tecnológicas y la guía del espíritu emprendedor son parte indispensable de una economía que busca ser moderna pero especialmente solidaria y sustentable. «La actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos, puede ser una manera muy fecunda de promover la región donde instala sus emprendimientos, sobre todo si entiende que la creación de puestos de trabajo es parte ineludible de su servicio al bien común» (Laudato si, 129). Y este bien común incluye también la tierra, tema central de la encíclica que he escrito recientemente para «entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común» (ibíd., 3). «Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos» (ibíd., 14).

En Laudato si, aliento el esfuerzo valiente y responsable para «reorientar el rumbo» (61) y para evitar las más grandes consecuencias que surgen del degrado ambiental provocado por la actividad humana. Estoy convencido de que podemos marcar la diferencia y no tengo alguna duda de que los Estados Unidos –y este Congreso– están llamados a tener un papel importante. Ahora es el tiempo de acciones valientes y de estrategias para implementar una «cultura del cuidado» (ibíd., 231) y una «aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza» (ibíd., 139). La libertad humana es capaz de limitar la técnica (cf. ibíd., 112); de interpelar «nuestra inteligencia para reconocer cómo deberíamos orientar, cultivar y limitar nuestro poder» (ibíd., 78); de poner la técnica al «servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral» (ibíd., 112). Sé y confío que sus excelentes instituciones académicas y de investigación pueden hacer una contribución vital en los próximos años.

Un siglo atrás, al inicio de la Gran Guerra, «masacre inútil», en palabras del Papa Benedicto XV, nace otro gran norteamericano, el monje cisterciense Thomas Merton. Él sigue siendo fuente de inspiración espiritual y guía para muchos. En su autobiografía escribió: «Aunque libre por naturaleza y a imagen de Dios, con todo, y a imagen del mundo al cual había venido, también fui prisionero de mi propia violencia y egoísmo. El mundo era trasunto del infierno, abarrotado de hombres como yo, que le amaban y también le aborrecían. Habían nacido para amarle y, sin embargo, vivían con temor y ansias desesperadas y enfrentadas». Merton fue sobre todo un hombre de oración, un pensador que desafió las certezas de su tiempo y abrió horizontes nuevos para las almas y para la Iglesia; fue también un hombre de diálogo, un promotor de la paz entre pueblos y religiones.

En tal perspectiva de diálogo, deseo reconocer los esfuerzos que se han realizado en los últimos meses y que ayudan a superar las históricas diferencias ligadas a dolorosos episodios del pasado. Es mi deber construir puentes y ayudar lo más posible a que todos los hombres y mujeres puedan hacerlo. Cuando países que han estado en conflicto retoman el camino del diálogo, que podría haber estado interrumpido por motivos legítimos, se abren nuevos horizontes para todos.

Esto ha requerido y requiere coraje, audacia, lo cual no significa falta de responsabilidad. Un buen político es aquel que, teniendo en mente los intereses de todos, toma el momento con un espíritu abierto y pragmático. Un buen político opta siempre por generar procesos más que por ocupar espacios (cf. Evangelii gaudium, 222-223).

Igualmente, ser un agente de diálogo y de paz significa estar verdaderamente determinado a atenuar y, en último término, a acabar con los muchos conflictos armados que afligen nuestro mundo. Y sobre esto hemos de ponernos un interrogante: ¿por qué las armas letales son vendidas a aquellos que pretenden infligir un sufrimiento indecible sobre los individuos y la sociedad? Tristemente, la respuesta, que todos conocemos, es simplemente por dinero; un dinero impregnado de sangre, y muchas veces de sangre inocente. Frente al silencio vergonzoso y cómplice, es nuestro deber afrontar el problema y acabar con el tráfico de armas.

Tres hijos y una hija de esta tierra, cuatro personas, cuatro sueños: Abraham Lincoln, la libertad; Martin Luther King, una libertad que se vive en la pluralidad y la no exclusión; Dorothy Day, la justicia social y los derechos de las personas; y Thomas Merton, la capacidad de diálogo y la apertura a Dios. Cuatro representantes del pueblo norteamericano.

Terminaré mi visita a su País en Filadelfia, donde participaré en el Encuentro Mundial de las Familias. He querido que en todo este Viaje Apostólico la familia fuese un tema recurrente. Cuán fundamental ha sido la familia en la construcción de este país. Y cuán digna sigue siendo de nuestro apoyo y aliento. No puedo esconder mi preocupación por la familia, que está amenazada, quizás como nunca antes, desde el interior y desde el exterior. Las relaciones fundamentales son puestas en duda, como el mismo fundamento del matrimonio y de la familia. No puedo más que confirmar no sólo la importancia, sino sobre todo, la riqueza y la belleza de vivir en familia.

De modo particular quisiera llamar su atención sobre aquellos componentes de la familia que parecen ser los más vulnerables, es decir, los jóvenes. Muchos tienen delante un futuro lleno de innumerables posibilidades, muchos otros parecen desorientados y sin sentido, prisioneros en un laberinto de violencia, de abuso y desesperación. Sus problemas son nuestros problemas. No nos es posible eludirlos. Hay que afrontarlos juntos, hablar y buscar soluciones más allá del simple tratamiento nominal de las cuestiones. Aun a riesgo de simplificar, podríamos decir que existe una cultura tal que empuja a muchos jóvenes a no poder formar una familia porque están privados de oportunidades de futuro. Sin embargo, esa misma cultura concede a muchos otros, por el contrario, tantas oportunidades, que también ellos se ven disuadidos de formar una familia.

Una nación es considerada grande cuando defiende la libertad, como hizo Abraham Lincoln; cuando genera una cultura que permita a sus hombres «soñar» con plenitud de derechos para sus hermanos y hermanas, como intentó hacer Martin Luther King; cuando lucha por la justicia y la causa de los oprimidos, como hizo Dorothy Day en su incesante trabajo; siendo fruto de una fe que se hace diálogo y siembra paz, al estilo contemplativo de Merton.

Me he animado a esbozar algunas de las riquezas de su patrimonio cultural, del alma de su pueblo. Me gustaría que esta alma siga tomando forma y crezca, para que los jóvenes puedan heredar y vivir en una tierra que ha permitido a muchos soñar. Que Dios bendiga a América.

sábado, 19 de septiembre de 2015

QUIEN QUIERA SER EL PRIMERO QUE SEA EL SERVIDOR DE TODOS



Reflexión homilética para el Domingo 20 de Septiembre de 2015

El encuentro de hoy, querido amigo, es muy necesario para ti y para mí. Y nos vamos con Jesús, como siempre, que es el centro de nuestro corazón, de nuestro amor y de nuestra forma de ser. Jesús deja la Galilea y va camino de Cafarnaún para llegar a la casa de Pedro. Allí va adoctrinando a los discípulos y nota cómo entre ellos discuten, y les da después la gran lección de la humildad. Lo vamos a ver en el texto que nos dice hoy San Marcos en el capítulo 9, versículo 30-37: Al salir de allí, caminaban a través de Galilea, y no quería que nadie lo supiera porque iba instruyendo a sus discípulos, y les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, que lo matarán, y una vez muerto, después de tres días resucitará”. Pero ellos no entendían estas palabras y temían preguntarle.

Llegaron a Cafarnaún. Estando ya en casa les preguntó: “¿Qué discutíais por el camino?”. Pero ellos callaban porque por el camino habían discutido entre ellos sobre quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los doce y les dice: “Si alguno quiere ser el primero, hágase el último y el servidor de todos”. Y tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, y después de abrazarlo les dijo: “Quien reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe, y cualquiera que me recibe, no es a mí a quien recibe, sino al que me envió”.

También, querido amigo, nos pasa como a los discípulos. Estamos escuchando cómo Jesús nos da la lección del sufrimiento, de la cruz, y nos metemos en el grupo de los discípulos camino a Cafarnaún y ahí nos vamos con ellos. Y durante ese camino escuchamos cómo Jesús nos repite una y más veces en qué consiste su Reino, en qué consiste su muerte, en qué consiste su resurrección. Pero también nos pasa como a los discípulos: oímos muchas veces la palabra «Reino» y queremos ser los primeros. Mira, querido amigo, cómo ellos discuten, y discuten por quién va a ser el primero cuando ya van llegando camino de la casa de Pedro (se supone en Cafarnaún). Se acerca Jesús y les dice: “Veníais discutiendo en el camino, ¿por qué discutíais?, ¿qué es lo que os pasaba? ¿Quién pensáis que es el mayor en el Reino de los Cielos?”. Jesús descubre sus sentimientos y con enorme humanidad, con todo amor, con toda paciencia, con todo cariño les da —y nos da a ti y a mí— la gran lección de la humildad; y esa lección de la humildad la necesitamos continuamente. Y nos dice una frase lapidaria: “Quien quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos”.

Esta lección nos viene bien siempre. ¿Qué busco en mi vida: honores, alabanzas, reinar, dominar, que me acojan, que me hagan…? Pero a Jesús… le gusta eso, pero quiere que sea profundamente de otra manera, quiere que sea humilde. Y con enorme amabilidad, cuando llega a la casa de Pedro se sienta con tranquilidad, con gran paz, con serenidad y a la vez con la autoridad que Él tiene para enseñar, reúne a sus doce discípulos y les explica en qué consiste el ser del Reino de los Cielos. Y para hacerlo más gráfico y para que lo entiendan, llama a un niño de los que habría por ahí, lo coge, lo pone en sus brazos, lo tiene en medio y dice: “En verdad, en verdad os digo que si no os hacéis como niños, no entráis en el Reino de los Cielos. Y si no os hacéis como ellos, no podéis ser ni el mayor ni nada. No entraréis en el Reino de los Cielos”.

¡Qué lección tan profunda nos da Jesús hoy: la humildad! La humildad, querido amigo —que nos pasa como a los discípulos— la necesitamos tú y yo fuertemente, y la necesitamos con urgencia. Cuántas veces ha dicho Jesús: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”. Y este anuncio de la Pasión, de todo…, les cuesta entenderla a los discípulos; y a mí y a ti nos cuesta entender también la cruz, la renuncia, la exigencia. No entendemos las lecciones de Jesús… Y estos pobres hombres, que son tan humanos como soy yo, necesitamos las lecciones y el aprendizaje del Maestro, de Jesús. Y a veces nos ponemos a discutir quién es más importante. Pero ellos después se sienten avergonzados. Cuando Jesús mira mis pretensiones, me siento también avergonzado y tengo que callar. Soy consciente de las ambiciones que tengo, soy consciente de los deseos de honra, de alabanza, de aplauso…

¡Qué contraste con lo que quiere Jesús! Jesús quiere la humillación, el silencio, el sufrimiento… y yo sueño con todas las grandezas humanas. Pero ¡qué grande es Jesús, cómo nos corrige, cómo nos educa, qué arte tiene de corregir con amor y con suavidad y con grandeza! Y nos dice el nuevo estilo del Reino de los Cielos. El estilo del Reino de los Cielos es ser humilde, es estar al servicio de los demás: “Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos”; ese espíritu de servicio, ese espíritu de entrega, de amor…

Y qué imagen tan gráfica: veo a Jesús con este niño en medio, abrazándolo, para que entienda que tengo que ser como un niño, que es el símbolo de la debilidad, de la indefensión, de la pureza de mente, del amor, de la necesidad de que su padre le acoja o su madre le cuide. Tengo que ser así, humilde, necesitado, y estar así en brazos de Dios. ¡Cómo me gusta a mí la infancia espiritual! ¡Cuántas almas se han santificado con ella! Ponerse como un niño en brazos de su padre, dejarse abrazar por el amor de Dios… Pero para esto hay que ser muy humilde, muy pequeño, muy pobre, muy necesitado; y vivir alegre, como un niño vive, que acepta cualquier sonrisa, que hace cualquier gesto de amor.

¡Qué diferencia de vida la tuya de la mía, Jesús! Yo busco grandezas, rangos sociales, riquezas, poder… y Tú dices: “No, así no conmigo, hijo mío, así no. Mi Reino consiste en el servicio, pero prestado a lo más pequeño, a lo más necesitado”. ¡Y cómo valoras y examinas al final de la vida esta pobreza, esta necesidad! A los ojos del mundo servir es humillante, pero a los ojos de Dios es gloria, porque estando así recibimos el aire de Jesús, el agua de Él, de su corazón, la luz de su sol, que es vida. Tú te has definido siempre como el que sirve: “No os dejéis llamar maestros”.

Querido amigo, tú y yo creo que nos podríamos preguntar al final de cada jornada: ¿qué he hecho hoy?, ¿he sido orgulloso?, ¿he querido, he necesitado las grandezas, las alabanzas? He servido hoy, pero ¿a quién?, ¿a qué hora?, ¿cómo? ¿He transcurrido el día prestando algún servicio? Sí, querido amigo, deberíamos borrar de nuestra vida los días que no hayamos hecho nada, no hayamos servido, no hayamos sido humildes. Porque siendo así, lo que hago a los demás se lo hago a Jesús; y siendo así, comprenderé la cruz, el sufrimiento de los demás.

Es un encuentro bonito, candoroso, una escena preciosa ver a Jesús rodeado de sus discípulos y con un niño en brazos, ver cómo nos enseña. Hoy vamos a ser alumnos de Jesús; pero unos alumnos con unos ojos grandes, mirándole sin pestañear y oyendo todo lo que dice y aprendiendo la gran lección que nos quiere dar hoy. Se dirige a ti y a mí y me dice: “Hijo, hija mía, tienes que ser humilde. No quieras ser la primera en el orgullo, en todo… Pero sí la primera en el servicio a todos, porque la felicidad que tú añoras sólo la vas a conseguir cuando te des a los demás, cuando puedas decir al final del día: «Señor, te he servido y he servido por amor tuyo, he procurado hacer un poco más feliz la vida de los que tengo al lado, la vida de los que viven conmigo»”. Y ahora recuerdo aquella estrofa de Rabindranath Tagore, que dice: “Dormí y soñé que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servicio. Y serví y vi que el servicio era alegría”.

Nos quedamos, querido amigo, en este encuentro escuchando al Señor, pero pidiéndole con gran intensidad la lección de ser humilde. Que yo aprenda a ser humilde —esas letanías del Cardenal Merry del Val—, que sea humilde ante lo que me cuesta, ante las personas, ante lo difícil, ante todo lo que no es tuyo. Que sepa ser humilde y que sepa servir y que sepa amar y que sepa acoger la vida así, como un niño, como un niño en tus brazos. También me pasará como a los discípulos, que no entienden y discuten por todo. Pero yo quiero ser un discípulo tuyo, aunque sea el último. Pero que sea servidor de todos, y que no tenga esas grandes ambiciones, porque Tú me aceptas así: pobre, pequeño, humilde.

María es la gran Maestra de la humildad. Le vamos a pedir con toda intensidad: “Enséñanos a ser humildes, Madre mía. Cobíjanos bajo tu manto para que ante cualquier situación sepamos ser servidores y los últimos de todo, para engrandecerte a ti”.

Es la gran lección que hoy nos das en este encuentro. Que yo aprenda también a ser ese niño pequeño en tus brazos. Y quisiera ser así, tan pequeña, tan pequeña que Tú me tengas en tus brazos, Jesús. Que Tú me tengas en tus brazos y ahí me hagas y me enseñes a ser humilde, servidora, fiel, y una discípula que siempre está pendiente de tus palabras y de las lecciones que Tú me das. Gracias, Jesús, por esta gran lección de la humildad. Enséñame a ser humilde, fiel y buena en mi vida, enséñame a ser como Tú quieres y como Tú deseas y sueñas de mí. Gracias, Jesús. “El primero de todos que sea el servidor de todos”. Gracias, Jesús.

Francisca Sierra Gómez

martes, 15 de septiembre de 2015

FESTIVIDAD DE LA VIRGEN DE LOS DOLORES


LOS SIETE DOLORES DE MARÍA

1º Dolor. La profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesús.

Virgen María: por el dolor que sentiste cuando Simeón te anunció que una espada de dolor atravesaría tu alma, por los sufrimientos de Jesús, y ya en cierto modo te manifestó que tu participación en nuestra redención como corredentora sería a base de dolor; te acompañamos en este dolor. . . Y, por los méritos del mismo, haz que seamos dignos hijos tuyos y sepamos imitar tus virtudes. Dios te salve, María,…

2º Dolor. La huida a Egipto con Jesús y José.

Virgen María: por el dolor que sentiste cuando tuviste que huir precipitadamente tan lejos, pasando grandes penalidades, sobre todo al ser tu Hijo tan pequeño; al poco de nacer, ya era perseguido de muerte el que precisamente había venido a traernos vida eterna; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que sepamos huir siempre de las tentaciones del demonio. Dios te salve, María,…

3º Dolor. La pérdida de Jesús.

Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al perder a tu Hijo; tres días buscándolo angustiada; pensarías qué le habría podido ocurrir en una edad en que todavía dependía de tu cuidado y de San José; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que los jóvenes no se pierdan por malos caminos. Dios te salve, María,…

4º Dolor. El encuentro de Jesús con la cruz a cuestas camino del calvario.

Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver a tu Hijo cargado con la cruz, como cargado con nuestras culpas, llevando el instrumento de su propio suplicio de muerte; Él, que era creador de la vida, aceptó por nosotros sufrir este desprecio tan grande de ser condenado a muerte y precisamente muerte de cruz, después de haber sido azotado como si fuera un malhechor y, siendo verdadero Rey de reyes, coronado de espinas; ni la mejor corona del mundo hubiera sido suficiente para honrarle y ceñírsela en su frente; en cambio, le dieron lo peor del mundo clavándole las espinas en la frente y, aunque le ocasionarían un gran dolor físico, aún mayor sería el dolor espiritual por ser una burla y una humillación tan grande; sufrió y se humilló hasta lo indecible, para levantarnos a nosotros del pecado; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que seamos dignos vasallos de tan gran Rey y sepamos ser humildes como Él lo fue. Dios te salve, María,…

5º Dolor. La crucifixión y la agonía de Jesús.

Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la crueldad de clavar los clavos en las manos y pies de tu amadísimo Hijo, y luego al verle agonizando en la cruz; para darnos vida a nosotros, llevó su pasión hasta la muerte, y éste era el momento cumbre de su pasión; Tú misma también te sentirías morir de dolor en aquel momento; te acompañamos en este dolor. Y, por los méritos del mismo, no permitas que jamás muramos por el pecado y haz que podamos recibir los frutos de la redención. Dios te salve, María,…

6º Dolor. La lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto.

Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la lanzada que dieron en el corazón de tu Hijo; sentirías como si la hubieran dado en tu propio corazón; el Corazón Divino, símbolo del gran amor que Jesús tuvo ya no solamente a Ti como Madre, sino también a nosotros por quienes dio la vida; y Tú, que habías tenido en tus brazos a tu Hijo sonriente y lleno de bondad, ahora te lo devolvían muerto, víctima de la maldad de algunos hombres y también víctima de nuestros pecados; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que sepamos amar a Jesús como El nos amor. Dios te salve, María,…

7º Dolor. El entierro de Jesús y la soledad de María.

Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al enterrar a tu Hijo; El, que era creador, dueño y señor de todo el universo, era enterrado en tierra; llevó su humillación hasta el último momento; y aunque Tú supieras que al tercer día resucitaría, el trance de la muerte era real; te quitaron a Jesús por la muerte más injusta que se haya podido dar en todo el mundo en todos los siglos; siendo la suprema inocencia y la bondad infinita, fue torturado y muerto con la muerte más ignominiosa; tan caro pagó nuestro rescate por nuestros pecados; y Tú, Madre nuestra adoptiva y corredentora, le acompañaste en todos sus sufrimientos: y ahora te quedaste sola, llena de aflicción; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, concédenos a cada uno de nosotros la gracia particular que te pedimos…Dios te salve, Maria,…Gloria al Padre .

sábado, 12 de septiembre de 2015

UNA DECIDIDA CONFESIÓN


Homilía para el Domingo 13 de Septiembre de 2015. 24 del tiempo ordinario, B.

“El Señor Dios me abrió el oído; yo no me resistí, ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me apaleaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos” . Estas palabras se encuentran en el tercer canto del Siervo de Dios (Is 50,5-6).

Son unos versos escandalosos. No reflejan solamente la crueldad de los que se han ensañado con un hombre inocente. Reflejan también y sobre todo, la paciencia con la que éste ha aceptado los golpes y los ultrajes.

El Siervo de Dios, cantado por el poeta puede representar a todo su pueblo, mil veces humillado. Pero la tradición vio en él la anticipación del Mesías, que había de salvar a su pueblo no gracias a la fuerza, sino mediante el sufrimiento.

En este mundo tan agresivo muchas personas desprecian a quien se opone a la violencia. Solo se sublevan si la persona injuriada y apaleada es una mujer. En este caso, la opinión pública se escandaliza ante una muestra de aguante que se convierte en complicidad.

PREGUNTAS Y RESPUESTA

El evangelio de este domingo nos reenvía a los caminos. Es precisamente mientras vamos de camino cuando Jesús nos dirige las dos preguntas fundamentales para el discípulo.

“¿Quién dice la gente que soy yo?” No sabremos responder a esta pregunta si vivimos encerrados en nuestra campana de cristal, sin escuchar a los demás. Puede ser que nuestros vecinos de hoy no sepan nada de Jesús. Pero hay que reconocer que muchos de nosotros no nos paramos a escucharles para saber qué imagen tienen del Maestro.

“Y vosotros quién decís que soy yo”. Esa pregunta nos interpela directamente. No podemos olvidarla ni dejarla en un archivo. Cada día hemos de examinar nuestra idea de Jesús y, sobre todo, lo que él significa en nuestra vida. Aunque Él sea siempre el mismo, no es la misma la forma en que lo vemos, lo aceptamos o lo rechazamos.

Pedro respondió con una decidida confesión: “Tú eres el Mesías”. Hay muchas ocasiones en la vida en las que tenemos que demostrar una convicción semejante. Nosotros no seguimos a una idea. Seguimos a Jesús. Lo reconocemos como nuestro Salvador. Y lo seguimos, cada uno con nuestra cruz.

SALVARSE O PERDERSE

El seguimiento de Jesucristo no es fácil. Como decía Tomás de Kempis en La Imitación de Cristo, “muchos siguen a Jesús hasta el partir del pan, mas pocos hasta beber el cáliz de la pasión” (2, XI). El seguimiento exige radicalidad, pero en seguir al Señor está la felicidad.

“El que quiera salvar su vida la perderá”. La vida cristiana no puede identificarse con esa espiritualidad blandita y poco comprometida, que se reduce al gusto por “sentirse bien interiormente”. La fe no es un intento por salvar la propia existencia de los sinsabores y de las responsabilidades de cada día.

“El que pierda su vida por el Evangelio la salvará”. La vida cristiana tampoco puede identificarse con una neurosis permanente, con una búsqueda enfermiza del sufrimiento, con un regusto masoquista de las penas. La seriedad de la fe no se mide por los dolores soportados, sino por la entrega de la vida por amor.

Señor Jesús, sabemos que nuestra felicidad está en seguirte por el camino. Y creemos que ese camino nos exige negarnos a nosotros mismos y cargar con nuestra cruz, que nunca será tan pesada como la tuya. No permitas que nos apartemos de ti. Amén.

D. José-Román Flecha Andrés

FESTIVIDAD DEL DULCE NOMBRE DE MARÍA


Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!

martes, 8 de septiembre de 2015

ESTRELLA REINA DE VILLA DEL RÍO


Salve, Madre, en la tierra de mis amores
te saludan los cantos que alza el amor.
Reina de nuestras almas, flor de las flores,
muestra aquí de tus glorias los resplandores,
que en el cielo tan sólo te aman mejor.

Virgen santa, Virgen pura, vida esperanza y
dulzura del alma que en ti confía.
Madre de Dios, Madre mía,
mientras mi vida alentare todo mi amor para ti,
mas si mi amor te olvidare, Madre mía,
Madre mía, mas si mi amor te olvidare
tú no te olvides de mí.

lunes, 7 de septiembre de 2015

domingo, 6 de septiembre de 2015

SIERVOS DEL SILENCIO


Homilía para el Domingo 6 de Septiembre de 2015. 23 del tiempo ordinario, B.

SIERVOS DEL SILENCIO

 “Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará”. Cuatro asombrosas promesas que se proclaman en la celebración de la eucaristía de hoy (Is 35, 4-7). Las cuatro evocan situaciones de una cierta incapacidad que afecta a los ojos, los oídos, los pies y la lengua.

Es interesante recordar que con estas palabras anunciaba el profeta Isaías el final de la esclavitud de los hebreos en Babilonia. Como se puede observar, la liberación social y política se manifestaba con imágenes que reflejan otra servidumbre: la de la persona que sufre la incomunicación total o parcial con sus semejantes.

A pesar de pregonar la libertad, también nuestro mundo vive en la esclavitud. La humanidad no logra ver el bien que tiene delante. No escucha el lamento de los hermanos, ni las palabras que podrían darle consuelo. No dirige sus pasos hacia las metas de la esperanza. No llega a entonar las canciones que realmente pueden alegrar la vida.

 OÍR Y PROCLAMAR

También el evangelio de este domingo nos presenta a un hombre que sufre una cierta discapacidad (Mc 8,31-37). Se trata de una persona sorda, que solo logra expresarse con dificultad. En el evangelio hay algunos detalles que merece la pena subrayar.

El sordomudo nos parece sumido en una lamentable dificultad para tomar decisiones. Su sordera le ha llevado a perder su autonomía. De hecho, son otras personas las que lo presentan a Jesús y ruegan al Maestro que le imponga las manos.

El texto subraya la importancia de los gestos corporales de Jesús. El Maestro aparta de la multitud al sordo, como para ayudarle a encontrarse consigo mismo. Utiliza el lenguaje de las manos para hacerse entender. Mira al cielo y suspira para indicarle de dónde viene la fuerza que le salva. Y le dirige una palabra que es una orden y una revelación: “Ábrete”.

El mensaje que nos transmite este texto evangélico no se despega del hecho, pero se convierte de pronto en una “buena noticia”: solo aquel que es la Palabra puede devolver al sordo la capacidad de oírla y el valor para proclamarla sin dificultad.

UN ENCUENTRO

El papa Benedicto XVI decía que la fe no se apoya en lecciones ni en razones. La fe nace de un encuentro vivo con Jesucristo. También en el evangelio de hoy asistimos a un encuentro entre la Palabra y la sordera. Un encuentro que nos interpela a todos. Y que nos hace apreciar el testimonio de la multitud que presenció el encuentro:

“Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Que el Señor toque nuestros oídos, quite los tapones que los cierran y sane nuestra sordera. Eso es lo que necesitamos para creer, puesto que “la fe entra por el oído”.

“Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Todos los cristianos hemos oído alguna vez la palabra de Dios. Pero no siempre hemos tenido el valor y la lucidez para anunciarla, También necesitamos que el Señor nos toque con su saliva.

Señor Jesús, líbranos de la servidumbre del silencio. Queremos acercarte a los hermanos que no han oído tu voz. Y queremos también que abras tú cada día los oídos de nuestro corazón y pongas en nuestros labios la belleza salvadora de tu palabra. Amén.

 D. José-Román Flecha Andrés

sábado, 5 de septiembre de 2015

MISA DEL ALBA EN EL HUMILLADERO


Misa del Alba en el Humilladero
Intervendrá: Coro Paz y Esperanza de Villa del Río.
8 de la mañana. Humilladero de la Virgen de la Estrella.

OFRENDA DE FLORES 2015


Ofrenda, Santa Misa y Pregón 
Pregón a cargo de Dña. Pepita Castro
Intervendrá: Coro Alboreá de Villa del Río.
Partirá desde la Parroquia a las 8'30 de la tarde.