domingo, 28 de abril de 2024

YO SOY LA VID, VOSOTROS LOS SARMIENTOS


Reflexión del Evangelio Domingo 28 de Abril de 2024. 5º de Pascua.

Celebrar la Pascua de Resurrección en nuestras vidas

La pascua es la fuerza de Dios para que nos arriesguemos a lo nuevo. El Resucitado nos invita en tiempo pascual abrir las ventanas de la cabeza, del corazón y de la vida. Que el aire nuevo nos sacuda, que renueve los rincones de penas y rencores archivados, que cambie el aroma de nuestra casa porque el Resucitado nos llenará de esperanza y amor. Nos regala ojos nuevos y una nueva manera de entender todas las cosas.

Celebrar la resurrección  es algo más que comer un huevo de chocolate o saludar efusiva y alegremente a nuestros hermanos. ¿Se traducirá y se mostrará como una salida de lo viejo y rutinario hacia un anuncio vivo y alegre que proclama que Dios, de verdad, ha hecho nuevas todas las cosas?

La resurrección es un presagio esperanzador que comienza a germinar allí donde parece que no se puede más y todo se termina. Resurrección es la sonrisa del enfermo desde el lecho en el que hasta ayer agonizaba. Resurrección es el abrazo que da calor cuando nos encontramos frete a una situación que parece que no tiene solución. Resurrección es ese brote, tan frágil que hasta un golpe de aire puede matarlo, y que despunta después de mil heladas. Resurrección es que lo va creciendo como lo que ya no puede ser vencido ni por el dolor, ni por la mentira, porque la fuerza de un amor fuerte acunado y acrisolado en muchas batallas a muerte. Parece que todo termina, pero no. Para el que espera, la salvación siempre está por llegar.

Yo soy la vid, ustedes los sarmientos

Celebrar la Pascua es celebrar que Cristo vive y está con nosotros. ¿Qué significa esto? La metáfora de la vid y los sarmientos nos señala que no está ante nosotros, sino en nosotros. San Pablo habla de ser en Cristo y con ello refiere a algo más unido a nosotros, algo más que una ayuda presente o un buen ejemplo.

El Resucitado vive de una manera nueva entre nosotros y hace que esta unión sea más íntima a través de nuestra vida en Él. Dado que podemos participar en su vida y crecer en ella, también estamos unidos y participamos de su libertad. No hay alguien fuera, que nos acepta, sino que en nosotros está aquel que nos libera de todo lo que nos impide crecer y seguirlo.

Vivir con Cristo significa vivir con una meta y dar forma a nuestra vida con Él, desde Él, en Él. Quien permanece unido a mí como yo permanezco unido a Él, ése dará mucho fruto (Jn 15,5). No solo frutos del  bienestar, la seguridad, la satisfacción, sino los frutos que pueden hacer nueva nuestra vida. Vivir con Él es vivir como Él, como sarmientos que reciben el alimento y la fuerza desde la vid. ¿Cómo reconocemos que es así? Mirando nuestra cosecha. Si vivimos con Cristo, sembramos semillas y cosechamos frutos que no tienen una forma material, sino que son el contenido de una propuesta diferente y mejor a la de un mundo egoísta, materialista y consumista.

¡Cuán diferente podría ser el mundo si los cristianos, fuéramos, en el corazón de la humanidad, testigos de la resurrección capaces de transparentar en nuestras vidas al Resucitado para que nos ayude a construir una Iglesia más evangélica y evangelizadora!

En síntesis, Nuestros frutos ¿son los que se tiran y pudren o de lo que dan gloria al Padre?, ¿Soy capaz de renovar e inyectar vida nueva en mis pensamientos, opiniones y rutinarias?

Fray Felipe Santiago Lugen Olmedo O.P.

domingo, 21 de abril de 2024

EL BUEN PASTOR DA LA VIDA POR LAS OVEJAS

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 21 de Abril de 2024. 4º de Pascua.

Jesús se ha convertido en piedra angular

Los humanos tenemos tantas y tan dispares experiencias a lo largo de nuestras vidas que necesitamos un punto de apoyo que nos ayude a poner un cierto orden entre ellas. Lo contrario nos sumiría en un caos, un sinsentido.

Las diversas ideologías antropológicas han presentado a lo largo de la historia, también en nuestra época, propuestas de puntos de apoyo que den unidad y sentido a cuanto experimentamos. Estas propuestas tienen que ver con la más radical, que es la búsqueda del sentido de la vida. Nos han orientado hacia el valor de la sabiduría, de la virtud, de la justicia, de la satisfacción de necesidades, del dominio de la naturaleza a través de la técnica… De una u otra manera, la piedra angular en esas ideologías es el propio sujeto humano, que en nuestro tiempo sigue moviéndose entre el utilitarismo y el nihilismo.

Las primeras generaciones cristianas contaron con otra experiencia, que les dio otra perspectiva: Jesús se ha mostrado en su trayectoria como el único que puede salvarnos. Es la piedra angular. Sus convicciones más arraigadas, sus apuestas en la vida, sus compromisos más sinceros, los valores que sostuvieron su personalidad, son un paradigma para nosotros. Él es el único punto de apoyo firme con que contamos para construir nuestra vida de creyentes. Y es también el único soporte fiable de la Iglesia y de su misión en la historia.

Cuando han corrido más de dos mil años de los acontecimientos pascuales, los cristianos debemos preguntarnos ¿en qué o en quién apoyamos hoy nuestra vida? ¿qué convicciones son sostienen? ¿qué valores nos construyen? ¿Nos fiamos de Jesús para mantener nuestra Iglesia y sus compromisos con la gente?

De nuestra respuesta depende en buena parte la pervivencia de un cristianismo sincero y honesto que no se diluya en ideología o en mero pragmatismo.

La mala suerte del rebaño en manos del asalariado

En las culturas antiguas de Oriente, “pastor” era sinónimo de “guía”, “jefe”, “rey”: alguien puesto al frente del pueblo para conducirlo a la seguridad y el bienestar. Esto debería haber sido siempre así, pero el pueblo de Israel, como los otros pueblos, ha tenido las amargas experiencias de dirigentes que les han gobernado pensando más en sí mismos y en sus intereses que en el bien de quienes les han sido confiados.

Los profetas habían denunciado esa perversión y sus funestas consecuencias. Ezequiel había clamado en nombre de Dios sobre la malicia de los pastores que cuidan de sí mismos, que se aprovechan de sus ovejas, que no fortalecen a las débiles, que no van en busca de la perdida, que tratan a su rebaño con violencia y dureza, por lo que las personas andan dispersas como ovejas sin pastor.

Dios promete a los suyos un futuro mejor: Él mismo vendrá a buscarlas, las reconocerá, las librará, y hará con ellas un pacto de paz.

El Buen Pastor da la vida por las ovejas

El relato de Juan recoge el cumplimiento de esa profecía: contrapone la degeneración de los responsables de su tiempo con el ministerio cercano y auténtico de Jesús, a quien presenta como el Buen Pastor.

A los dirigentes corrompidos no les iba la vida en la suerte de las ovejas, Él, en cambio, las cuida amorosamente hasta el extremo de dar su vida por ellas. Ninguna otra cosa explica su predilección por los pequeños, las mujeres, los enfermos, los enfermos, los pecadores, Ninguna situación humana discrimina a los destinatarios de su mensaje ni a los beneficiarios de su entrega.

Leemos este evangelio tras haber contemplado un año más los acontecimientos de la Pascua. No fueron tres días excepcionales en la trayectoria de Jesús; podríamos decir que resumieron su vida entera, su entrega hasta la muerte y su resurrección, garantía de la nuestra. En ellos Jesús se ha mostrado como el Buen Pastor que conoce a sus ovejas, que sabe de sus entusiasmos y fragilidades, que no les falla nunca, cuyo dolor, pecado y esperanza carga sobre sí mismo.

Hay que recordar que, en el arte cristiano, uno de los primeros símbolos de Jesús fue la figura del Buen Pastor, tanto en la pintura ya en el siglo II, como en la escultura de los inicios del IV.  Mucho tiempo, pues, antes de que se representara la crucifixión. Se manifiesta así la conciencia cristiana, personal y comunitaria de una existencia radicalmente acompañada y amorosamente asumida. Si religión quiere decir religación, el cristianismo sabe mucho de ese ligar y volver a ligar a Dios con nuestras vidas en el testimonio y la entrega de Jesús.

Cuidado o poder

Esta alegoría del pastor fue tomada muy pronto por las comunidades cristianas primitivas para referirse a sus dirigentes. Eran sus pastores. Pedro habría sido enviado así por el mismo Señor Resucitado a las orillas del lago: apacienta a mi pueblo. Me parece muy significativo que ese encargo se concrete en un diálogo sobre el amor, como resaltando que es en el amor a Jesús y los suyos donde se apoya el valor de cualquier ministerio en la Iglesia (Jn. 21, 15-17).

Así se llamó también pastores a quienes, ancianos (presbíteros y obispos) guiaban a la comunidad manteniéndola unida en la memoria de Jesús y fiel a su misión (I P, 5,1), pastoreándola con las mismas actitudes aprendidas de Jesús (Ef. 4, 11)

No obstante, como ocurre en cualquier comunidad humana, familiar, amistosa, económica, sociopolítica e incluso religiosa, las mediaciones de responsabilidad y el “pastoreo” mantienen un difícil equilibrio entre la fidelidad a la gestión encomendada y un uso desorientado del propio poder. La experiencia cotidiana nos muestra que todos recibimos un cierto poder sobre otros y que corremos el riesgo de usarlo para nosotros mismos.

El recuerdo del cuidado de Jesús hacia los suyos, y de muchos buenos pastores que a lo largo del tiempo se han dado entre nosotros nos ayudan a aprender a cuidar de los demás. Se ha dicho que “el cuidado es un arte” Ojalá no nos falten las actitudes que le hacen posible: “el desvelo, la solicitud, la diligencia, el celo, la atención, el buen trato, la ternura” (Cf. José Carlos Bermejo)

Para la reflexión...

¿Sigue siendo Jesús el principal referente, la piedra angular para construir tu personalidad y en la vida y la misión de la Iglesia?

¿Qué te sugiere la figura del Buen Pastor para tus relaciones con aquellos con los que tienes alguna responsabilidad en la vida de cada día?

Fray Fernando Vela López

sábado, 13 de abril de 2024

"SOY YO EN PERSONA"

 

Reflexión del Evangelio Domingo 14 de Abril de 2024. 3º de Pascua.

El evangelio de hoy nos narra la aparición de Jesús resucitado después de lo acontecido a los discípulos de Emaús.

Pero, cuando leemos meditativamente el texto, va creciendo en nosotros un interrogante: ¿Se está hablando de un hecho pasado o de algo que está sucediendo ahora mismo, en nuestras personas y circunstancias, 21 siglos después?

Lo cierto es que nos surgen a los cristianos de hoy los mismos interrogantes y dudas que entonces: ¿Todo eso de  Jesús resucitado no será una imaginación piadosa, y, por tanto,  Cristo un fantasma de novela ficción? ¿La cruz no fue sino un tremendo fracaso debido a casualidades trágicas e imponderables, que acabaron con el Galileo y el futuro de su mensaje? ¿Qué tuvo que ver Dios Padre en todo ello, y si lo tuvo, no fue un desentenderse culpable de la muerte de su Hijo y de la suerte de la humanidad? ¿Qué futuro nos queda?

Preguntas tremendamente actuales en medio de nuestro proceso cultural de secularización, de las inseguridades y los miedos que nos afectan como comunidad de creyentes; el reto de tener que revisar y afrontar la imagen que tenemos de Dios y de su modo de obrar, que no coinciden con nuestras expectativas, procesos y ritmos; la responsabilidad de tener que seguir anunciando al Resucitado y seguir viviendo del Resucitado y como Él.

El evangelio de Lucas nos responde. La comunidad primitiva era como nosotros. No un grupo de personas especialmente crédulas y supersticiosas que ansiaban, en el fondo, autoengañarse tras el shock de la crucifixión, inventándose la resurrección de su Maestro. Cuando Jesús se les presenta, la rección es de asombro, miedo, e, incluso, la alegría posterior al reconocimiento los desborda y deja atónitos.

Jesús está ahora vivo, es el mismo, pero no ya lo mismo. Tiene otro nivel de vida, de vivir su corporalidad y sus relaciones, lo que el evangelio de Juan llama su “glorificación”. Pero es Él con su historia concreta de donación y entrega, marcada indeleblemente en las llagas de sus manos y pies. Y no solo está vivo, y por eso la resurrección no es un simple revivir, ni una reencarnación, sino que es el Viviente, el Hijo del Dios viviente, partícipe de su misma gloria. También es el Vivificador, porque tiene toda capacidad para salvar, transmitir la vida divina a las personas, unir a Él como la vid a los sarmientos dando el Espíritu Santo sin medida.

¿Por qué pide de comer, si ya no necesita del alimento? Porque el comer, además de ser un signo de su realidad corporal, no fantasmal, es un testimonio y espacio de comunión. Al comer con sus discípulos, Jesús restaura la “común-unión” que se vivió por su parte en la última Cena y que fue traicionada por los suyos en su entrega y abandono en manos de sus enemigos.

Las comidas con el Resucitado, que nosotros prolongamos en nuestras eucaristías, nos indican que, como Él pidió al Padre, somos uno y compartimos su vida, su entrega, sus esperanzas, su resurrección en los caminos de la historia, como un pueblo en salida, en marcha hacia la plenitud final.

“Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén”. El destino trágico de Jesús no fue una casualidad, ni el designio de un Dios cruel, cuyo honor ofendido exigía la sangre de la víctima. Era la muestra de cómo Dios, Padre, Hijo y Espíritu, se habían tomado, en serio y a fondo, la salvación y plenitud de todo el ser humano, de todos los seres humanos y de todo lo humano, creación incluida. Como dirá el evangelio de Juan: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3, 16)

Tal vez, lo que nos falta a los cristianos y cristianas de hoy, a nuestras comunidades, es la capacidad de sorpresa, asombro y alegría por atrevernos a afrontar (porque se trata del reto de la fe) la realidad del Resucitado y la nueva vida que surge en nosotros de la comunión con Él en amistad y seguimiento. Como dijo un místico cristiano ortodoxo: “El único pecado es no reconocer la presencia del Resucitado aquí y ahora y sus consecuencias”.

¿Cómo entiendo yo la resurrección de Cristo? ¿Qué consecuencias tiene su resurrección para mí? ¿Qué consecuencias tiene su resurrección para la Iglesia y para el mundo?

Fr. Francisco José Rodríguez Fassio

domingo, 7 de abril de 2024

"BIENAVENTURADOS LOS QUE CREEN SIN HABER VISTO"


Reflexión Evangelio Domingo 7 de Abril de 2024. 2º de Pascua

La paz esté con vosotros

El evangelio de hoy nos presenta una primera aparición de Jesús resucitado a los discípulos, en el Cenáculo, la noche de la Pascua, y otra aparición que tiene lugar ocho días después.

A pesar de la resurrección los discípulos se encierran, llenos de miedo. Las puertas estaban cerradas “por temor a los judíos” (Jn 20, 19). Jesús se presenta ofreciendo palabras significativas. Podría reprenderles de manera severa, porque todos les abandonaron; sin embargo, le ofrece su paz a eso corazones paralizados y limitados por el miedo. Dos veces le dice “la paz esté con vosotros” (20, 19.21). Ese encuentro es también una gran alegría: “Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor” (20,20). Se trata de la alegría por su victoria, la alegría sobre todo de su amor, que ha derrotado nuestro egoísmo y nuestra maldad.

Es la paz que viene después de la victoria. Jesús ha vencido al mal y a la muerte, al odio y a todo egoísmo; por eso puede traernos la reconciliación y la paz. En vez de un reproche, dirige a los discípulos un deseo de paz. Somos invitados a experimentar esa paz que nos regala Jesús con su resurrección, y esa paz es la clama a gritos nuestro mundo.

Yo os envió a vosotros

A continuación, después de repetir el deseo de paz, añade una tarea para los discípulos: “Como el Padre me envió, yo os envió a vosotros”. La resurrección de Jesús no es un hecho individual, que sólo tiene que ver con él, sino que nos implica a todos. Él nos comunica su vida nueva: una vida de amor intenso, que quiere transformar el mundo. Jesús resucitado confía misiones para cumplir: a María Magdalena, a las mujeres, y ahora a los apóstoles.

A fin de comunicarles la fuerza necesaria para llevar a cabo esta misión, que es la continuación de la suya (“Como el Padre me envió, yo os envío a vosotros), Jesús les da el Espíritu Santo: “Recibid el Espíritu Santo”. El evangelista nos hace comprender así que el Espíritu Santo es un don del Resucitado, un don que Jesús nos ha obtenido con su victoria sobre la muerte.

En este sentido, el documento de Aparecida de la conferencia latinoamericano nos recuerda esta misión: “El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados, en una palabra, a construir el Reino de Dios” (Cfr. DA 278, 2007).

Es tiempo de pascua, tiempo de reconocer y superar nuestros miedos que nos tiene poco paralizados. Cada uno tiene sus propios temores, que le quitan el entusiasmo, la decisión, el impulso. Las inseguridades y las desconfianzas profundas nos vuelven seres mediocres, que estamos siempre buscando seguridades terrenas. El incrédulo Tomás nos muestra que el miedo y la desconfianza están unidos. Podemos salir adelante dejando que la luz y fuerza del Espíritu Santo nos ilumine y teniendo la certeza que somos enviados por el mismo Jesús Resucitado.

Felices los que crean sin haber visto

En este párrafo se destaca la incredubilidad de Tomás, que se convierte en un elogio para los creyentes de hoy, que creen sin tener esa visión de Jesús resucitado: “Felices los que crean sin haber visto”. La enseñanza dada a Tomás supone un beneficio para nosotros. De este modo nos hace comprender que la fe nos pone en una relación muy bella con él, más profunda que la visión material de su cuerpo resucitado. En efecto, nuestra relación con él debe ser una relación de fe. Y cuanto más pura sea la fe, tanto más profunda y perfecta nuestra relación con él.

Sucede muchas veces que, también hoy muchos de nosotros queremos ver para creer, le exigimos a Dios signos y prodigios como condición para creer, y entonces no tenemos nada que reprochar al incrédulo Tomás.

Hay que destacar que Tomás pudo abrir su corazón en el encuentro con el Resucitado gracias a que permaneció en la comunidad, no dejó de encontrarse con los hermanos. Así se nos recuerda la importancia de vida comunitaria para perseverar en el bien, para ser contenidos, para dejar un espacio abierto que en el aislamiento se cierra más fácilmente.

Pero no podemos vivir intensamente sin una confianza profunda, porque sí estamos inseguros por dentro, nos volvemos como esos discípulos encerrados, incapaces de producir algo en la sociedad. Sin esa confianza que toca la raíz del corazón no puede haber alegría, optimismo, ganas de luchar. Tampoco puede haber una actitud misionera y generosa.

Finalmente, este texto nos dice que el evangelio no narra todo lo que Jesús hizo; “otras muchas señales” que no fueron escritas, pero que la Iglesia ha ida transmitiendo de boca en boca y de generación en generación; es la Tradición oral, de la cual también habla claramente san Pablo en 2 Tes 2, 15: “Conserven fielmente las tradiciones que recibieron de nosotros, oralmente o por carta”.

Entonces no nos quedemos en los detalles, no nos detengamos a criticar la incredubilidad de Tomás. Lo que este texto nos quiere transmitir es que no tenemos que esperar una demostración para poder creer, y tampoco es necesario ver cosas extraordinarias. Basta permitir que el Espíritu Santo nos toque, ilumine el corazón y leer el Evangelio con confianza y apertura. Todos tenemos algo de Tomás dentro de nosotros. Perseveremos entonces en la oración, la meditación de la Palabra y la vida comunitaria, para que no crezca la duda sino la confianza creyente, y así dar testimonio de la fuerza de la fe en la resurrección y con el testimonio de la caridad fraterna.

Para meditar y reflexionar:

¿Soy un mensajero de la paz y de la alegría del Evangelio?

¿Cómo bautizados experimenta la necesidad de compartir con otros la alegría de ser enviado, de ir al mundo, a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado?

Tomás pudo abrir su corazón en el encuentro con el Resucitado gracias a que permaneció en la comunidad: ¿Sois parte de una comunidad? ¿Qué te aporta y tú qué le das?


Fr. Leoncio Vallejo Benítez O.P.