domingo, 29 de mayo de 2016

EL PAN Y EL VINO


Homilía del Domingo 29 de Mayo de 2016. Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

“Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino, y bendijo a Abrán” (Gén 14,18). Es misterioso este rey sacerdote. Nada se dice de sus orígenes. Pero se manifiesta como representante de un culto natural y cósmico. Sus ofrendas no incluyen la sangre de animales sacrificados. En sus manos, los frutos de la tierra son ofrenda que se presenta a Dios y prenda de la bendición que viene de Dios

El pan y el vino aparecen también en el relato de Pablo (1 Cor 11,23-26). Retomando la tradición que ha recibido, el Apóstol recuerda que Jesús ofreció a sus discípulos un pan y un cáliz. Era la noche misma en la que había de ser entregado. Al pasarles el pan y el cáliz, Jesús expresaba que se entregaba por ellos.

Es más, Jesús anunciaba que se entregaría siempre. Y que sus discípulos habrían de hacer presente aquella memoria en todo tiempo y lugar. No se trataba solo de repetir el rito, es decir, el significante. Se trataba de hacer vivo el significado, es decir, la entrega a los demás.

PERFECCIÓN Y SERVICIO

El relato de la multiplicación o distribución de los panes y los peces se repite en los cuatro evangelios. Este año, lo tomamos del evangelio de Lucas (Lc 9,11-17). Como en tantas ocasiones, el texto nos invita en primer lugar a contemplar la acción de Jesús y después a continuar sus gestos en la historia humana.

• Pues bien, vemos que Jesús toma los productos de que disponen aquellos que le siguen. Solemos decir que la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona. Lo que nosotros podemos ofrecer al Señor nunca se pierde. En sus manos adquiere una dimensión más amplia y más universal.

• Es evidente que todos disponemos de algunos bienes y de algunas cualidades. En ellas buscamos unas veces alimento y otras veces una satisfacción personal. Jesús no las desprecia. Al contrario, las valora. Jesús nos invita a superar nuestro individualismo y a poner esos bienes que consideramos “nuestros” al servicio de todos nuestros hermanos.

INVITADOS A LA MESA

El relato evangélico incluye, además, una lección “magisterial”. Contrapone la actitud de los discípulos con la exhortación del Maestro. En él se nos revela cómo somos y pensamos, y cómo debemos ser y actuar.

• “Despide a la gente… que vayan a buscar alojamiento y comida”. Pensando bien, esta frase de los discípulos puede reflejar su preocupación por las gentes y su confianza en las decisiones del Maestro. Pero puede también revelar esa “indiferencia” ante los demás, que el papa Francisco denuncia una y otra vez.

• “Dadles vosotros de comer”. Jesús conoce bien las posibilidades de sus discípulos y de todos los que le siguen. Sabe que han de aprender a compartir sus bienes con los demás. La irresponsabilidad es el nuevo nombre del pecado. Dar de comer al hambriento es la primera de las obras de misericordia.

Señor Jesús, tú eres el pan que da la vida. Agradecemos tu entrega por nosotros. Veneramos el misterio de la eucaristía. Y, puesto que tú nos invitas a tu mesa, nos comprometemos a invitar a nuestra mesa a los pobres de este mundo. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés

viernes, 27 de mayo de 2016

EL CORPUS A PRINCIPIOS DE LOS 50


Nuestra paisana y escritora Dña. Isabel Agüera Espejo- Saavedra nos regalaba hoy una hermosa fotografía y un magnifico comentario sobre sus vivencias de un día del Corpus a principios de los 50 en Villa del Río. 

El Hermano Mayor era D. Francisco Agüera Polo, a su derecha D. Francisco Ricardo Martín Maezo y a su izquierda D. Juan Borrego, Maestro Nacional. El joven de gafas de sol que lleva un farol es D. Rafael Agüera Espejo-Saavedra y a su derecha su prima Dña. Isabel García Agüera.

sábado, 21 de mayo de 2016

EN RELACIÓN


  Comentario Homilético Domingo 22 de Mayo de 2016. Solemnidad de la Santísima Trinidad

En el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo comenzamos todas nuestras celebraciones y en la eucaristía que estamos celebrando, le pedimos al Padre por medio de Jesús nuestro Señor y con la fuerza del Espíritu, que nos congregue en la unidad y santifique los dones, de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo. El Credo nos dice que Dios es uno y trino, un Dios en tres personas, pero esto no es sólo una fórmula teológica, debe ser una experiencia, ¿ entonces qué significa esta fiesta?

La Trinidad es un misterio, de Dios sólo se puede hablar de forma aproximada y de su experiencia lo mismo. Siempre es difícil hablar de Dios y siempre corremos el riesgo de terminar hablando de nosotros mismos como si fuéramos dioses, o como si Dios fuese igual que un hombre. Sabemos muy poco de Dios… dice San Agustín: “Si piensas que has comprendido, entonces no es Dios, al que has comprendido” Pero conocemos lo suficiente a través del Hijo, para no perder el tiempo en discusiones inútiles.

Dios es creador del cielo y la tierra, de las criaturas y de la naturaleza, nos habló y habla en la historia, nos ama y nos protege. Se hizo históricamente hombre en su Hijo Jesucristo, vivió en su tiempo, trabajó, amó y padeció, nos dijo cómo era el Padre, nos salvó con su muerte y resurrección, haciendo de nosotros criaturas a imagen suya, por eso nos envió a comunicar a otros la Buena Noticia. El Espíritu de los dos, está en nosotros, y nos reúne en el amor y en la unidad de la vida comunitaria. Creer en Dios es hacer de esto una experiencia, “experiencia religiosa”, que es válida si es capaz de dar sentido a la vida.

Nuestro Dios es comunidad, es familia, no está solo: “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, por que recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará”. Escuchan, toman, se comunican, tienen en común, anuncian, el reflejo de la Trinidad está en la comunidad.

Hoy es bueno recordar las palabras del Papa Francisco en “Laudato Sí”, nº 238 - 240, la cita es un poco larga pero resume lo que queremos celebrar: “El Padre es la fuente última de todo, fundamento amoroso y comunicativo de cuanto existe. El Hijo, que lo refleja, y a través del cual todo ha sido creado, se unió a esta tierra cuando se formó en el seno de María. El Espíritu, lazo infinito de amor, está íntimamente presente en el corazón del universo, animando y suscitando nuevos caminos. El mundo fue creado por las tres Personas como un único principio divino, pero cada una de ellas, realiza esta obra común según su propiedad personal. Por eso, cuando contemplamos con admiración el universo en su grandeza y belleza, debemos alabar a toda la Trinidad.

Para los cristianos, creer en un solo Dios que es comunión trinitaria, lleva a pensar que toda la realidad contiene en su seno una marca propiamente trinitaria. San Buenaventura llegó a decir que el ser humano, antes del pecado, podía descubrir cómo cada criatura «testifica que Dios es trino». El reflejo de la Trinidad se podía reconocer en la naturaleza «cuando ni ese libro era oscuro para el hombre, ni el ojo del hombre se había enturbiado». El santo franciscano nos enseña, que toda criatura lleva en sí una estructura propiamente trinitaria, tan real, que podría ser espontáneamente contemplada si la mirada del ser humano no fuera limitada, oscura y frágil. Así nos indica el desafío de tratar de leer la realidad en clave trinitaria.

Las personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez, es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del universo podemos encontrar un sin número de constantes relaciones que se entrelazan secretamente. Esto no sólo nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica, a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así asume en su propia existencia, ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso en ella desde su creación. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad”.

Es día de alabar, de agradecer, estamos en camino y aún tenemos mucho que comprender, aunque como nos dice la segunda lectura: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”. Celebramos el misterio y como decíamos al principio de la eucaristía “Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo está con nosotros hoy, mañana y siempre”.
D. Julio César Rioja, cmf

sábado, 14 de mayo de 2016

EL VENDAVAL DEL ESPÍRITU

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Homilía Domingo 15 de Mayo de 2016. Fiesta de Pentecostés.

“Cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua” (Hech 2,11). Esa es la exclamación que recorre las calles de Jerusalén cuando los discípulos salen del salón donde han sido sorprendidos por el vendaval del Espíritu de Dios.

Antes eran tímidos y ahora son valientes. Antes estaban dominados por el miedo a los jefes de los judíos, pero ahora exponen con energía la obra y la palabra de Jesús de Nazaret. Antes estaban acobardados por la muerte ignominiosa de su Maestro. Ahora dan un convencido testimonio de la resurrección de su Señor.

La ciudad está llena de peregrinos llegados de todas las naciones del mundo conocido. Y todos entienden el mensaje. Babel había marcado el desastre de la confusión de las lenguas. Jerusalén inicia el milagro de la comprensión universal. Babel era el orgullo, la altanería el endiosamiento. Pentecostés es el paso del Espíritu, la obediencia de la fe y la era del amor.

TRES DONES

“Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra (Sal 103). Con razón el salmo expresa el anhelo más profundo del corazón humano. El anhelo de la vida. El orante de la primera alianza busca y espera recibir el don más precioso e inefable del Espíritu de Dios. Ese Espíritu que el orante de la nueva alianza confiesa como “Señor y dador de vida”.

Junto al don de la vida, los cristianos valoramos y pedimos otro don igualmente precioso: el de la unidad. En la nueva comunidad, todos nos reconocemos como miembros de un mismo cuerpo. Todos somos útiles y necesarios. Todos somos iguales en dignidad. “Todos hemos bebido de un solo Espíritu”, como nos recuerda san Pablo (1 Cor 12,13).

Todavía hay un tercer don que agradecemos y tratamos de recordar cada día: el don del envío. El Señor resucitado abre ante nuestros ojos un horizonte universal. “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. (Jn 20,21)

TRES NOTAS

El Evangelio de Juan que se proclama en esta fiesta de Pentecostés (Jn 29,19-23) nos recuerda tres notas importantes de este don del envío del Señor:

• “Recibid el Espíritu Santo”. No podríamos recorrer los caminos del mundo si no fuéramos movidos por su vendaval. No acertaríamos a transmitir las palabras del Señor. No llegaríamos a hacer visible su presencia sin la gracia del Espíritu.

• “A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados”. El Señor es el rostro de la misericordia de Dios. Pero ha querido confiar a sus apóstoles el tesoro de su perdón. Que el espíritu nos haga testigos del amor y la ternura de Dios.

• “A quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Más asombrosa que la autoridad de perdonar es la responsabilidad de retener el perdón cuando los corazones se endurecen. Que el Espíritu nos conceda la gracia del discernimiento y del buen consejo.

“Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo… Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrima y reconforta en los duelos”. Amén.
                                                                                                                    D. José-Román Flecha Andrés

sábado, 7 de mayo de 2016

MIRAR AL CIELO Y A LA TIERRA



Homilía Domingo 8 de Mayo de 2016. Solemnidad de la Ascensión del Señor. C.

“Galileos, ¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse” (Hech 1,11). Los dos varones con vestiduras resplandecientes que hablan así a los discípulos nos recuerdan a los que aparecieron junto al sepulcro vacío.

En su boca resuena la voz celestial. Antes nos descubría el misterio de la vida del resucitado. Ahora nos anuncia su retorno. En ambos casos, es una voz que viene del cielo la que nos ayuda a recuperar la esperanza después de la muerte de Jesús y después de su aparente ausencia de esta tierra.

El cielo es la metáfora de la gloria de Dios y del Dios de la gloria. Claro que seguiremos mirando al Cielo, pero sin olvidar la realidad de este suelo. No podemos desentendernos de nuestra historia. Esperamos que en esta tierra se manifieste un día esa gloria de Dios que hace nuevas todas las cosas y hace más humano nuestro mundo.

LA ESPERANZA

La esperanza es el signo de esta fiesta de la Ascensión del Señor a los cielos. Directamente aparece en el texto de la carta a los Hebreos, que hoy se nos presenta como texto alternativo para la segunda lectura de la misa: “Mantengámonos firmes en la esperanza, porque es fiel quien hizo la promesa” (Heb 10,23).

Hoy se nos revela la gloria de Jesús y al mismo tiempo queda velada ante nuestros ojos. “La ascensión de Jesucristo marca la entrada definitiva de la humanidad de Jesús en el dominio celestial de Dios, de donde ha de volver, aunque mientras tanto lo esconde a los ojos de los hombres”. Así nos lo explica el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 665).

Mirar al cielo puede ser una tentación. Una fácil evasión de las tareas que nos esperan en la tierra. Pero puede ser una profesión de fe en la divinidad de Jesús. Un gesto de esperanza en su venida gloriosa. Y una petición del amor que necesitamos para difundirlo como servicio a nuestros hermanos más necesitados.

LA PACIENCIA

El Evangelio de Lucas que hoy se proclama (Lc 24,52-53) nos recuerda tres notas importantes de este misterio de la ascensión del Señor:

“Mientras los bendecía, se separó de ellos, subiendo hacia el cielo”. Jesús bendice a sus discípulos. Y en ellos nos bendice a todos los que creemos en él. Su bendición nos acompaña y nos sostiene en los caminos de la misión.

“Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría”. No se puede vivir de la nostalgia. Ni se debe encerrar el alma en la tristeza. El Señor nos ha dejado la responsabilidad de dar testimonio de él allí donde ha sido condenado y donde es olvidado o despreciado.

“Estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios”. Los bendecidos por el Señor bendicen a Dios con su oración y su testimonio. La esperanza genera la paciencia. Lentamente irán descubriendo que el Señor los envía a todos los caminos del mundo.

Señor Jesús, que tu ascensión a los cielos nos ayude a descubrir la misión que tú nos confías para anunciar tu presencia y esperar tu venida. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés