Homilía Domingo 8 de Mayo de 2016. Solemnidad de la
Ascensión del Señor. C.
“Galileos, ¿Qué hacéis ahí
plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo
volverá como le habéis visto marcharse” (Hech 1,11). Los dos varones con
vestiduras resplandecientes que hablan así a los discípulos nos recuerdan a los
que aparecieron junto al sepulcro vacío.
En su boca resuena la voz
celestial. Antes nos descubría el misterio de la vida del resucitado. Ahora nos
anuncia su retorno. En ambos casos, es una voz que viene del cielo la que nos
ayuda a recuperar la esperanza después de la muerte de Jesús y después de su
aparente ausencia de esta tierra.
El cielo es la metáfora de la
gloria de Dios y del Dios de la gloria. Claro que seguiremos mirando al Cielo,
pero sin olvidar la realidad de este suelo. No podemos desentendernos de
nuestra historia. Esperamos que en esta tierra se manifieste un día esa gloria
de Dios que hace nuevas todas las cosas y hace más humano nuestro mundo.
LA ESPERANZA
La esperanza es el signo de esta
fiesta de la Ascensión del Señor a los cielos. Directamente aparece en el texto
de la carta a los Hebreos, que hoy se nos presenta como texto alternativo para
la segunda lectura de la misa: “Mantengámonos firmes en la esperanza, porque es
fiel quien hizo la promesa” (Heb 10,23).
Hoy se nos revela la gloria de
Jesús y al mismo tiempo queda velada ante nuestros ojos. “La ascensión de
Jesucristo marca la entrada definitiva de la humanidad de Jesús en el dominio
celestial de Dios, de donde ha de volver, aunque mientras tanto lo esconde a
los ojos de los hombres”. Así nos lo explica el Catecismo de la Iglesia
Católica (n. 665).
Mirar al cielo puede ser una
tentación. Una fácil evasión de las tareas que nos esperan en la tierra. Pero
puede ser una profesión de fe en la divinidad de Jesús. Un gesto de esperanza
en su venida gloriosa. Y una petición del amor que necesitamos para difundirlo
como servicio a nuestros hermanos más necesitados.
LA PACIENCIA
El Evangelio de Lucas que hoy se
proclama (Lc 24,52-53) nos recuerda tres notas importantes de este misterio de
la ascensión del Señor:
“Mientras los bendecía, se separó
de ellos, subiendo hacia el cielo”. Jesús bendice a sus discípulos. Y en ellos
nos bendice a todos los que creemos en él. Su bendición nos acompaña y nos
sostiene en los caminos de la misión.
“Ellos se volvieron a Jerusalén
con gran alegría”. No se puede vivir de la nostalgia. Ni se debe encerrar el
alma en la tristeza. El Señor nos ha dejado la responsabilidad de dar
testimonio de él allí donde ha sido condenado y donde es olvidado o despreciado.
“Estaban siempre en el templo
bendiciendo a Dios”. Los bendecidos por el Señor bendicen a Dios con su oración
y su testimonio. La esperanza genera la paciencia. Lentamente irán descubriendo
que el Señor los envía a todos los caminos del mundo.
Señor Jesús, que tu ascensión a
los cielos nos ayude a descubrir la misión que tú nos confías para anunciar tu
presencia y esperar tu venida. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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