domingo, 12 de mayo de 2024

"ID Y PROCLAMAD EL EVANGELIO"

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 12 de Mayo de 2024. 7º de Pascua.

¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? Son palabras de los dos hombres vestidos de blanco del libro de los Hechos. Se dirigen a los Apóstoles. En una escena casi de película en la que ven desaparecer a Jesús de su vista. Posiblemente una catequesis de Lucas, para expresar lo que los apóstoles experimentaron. Jesús, el Resucitado, les ha sido arrebatado de su lado. Aquel con el que pudieron compartir tantas cosas durante tres años intensos, ya no está físicamente junto a ellos.

Hacía ya un tiempo, cuarenta días, como los cuarenta días del Señor en el desierto, como los cuarenta años (toda una vida) del pueblo de Israel caminando, desde que Jesús resucitó de entre los muertos. Un tiempo tal vez simbólico. Un margen de tiempo suficiente para tomar conciencia de la nueva situación.

¿Nostalgia? ¿Orfandad? ¿Cuáles son los sentimientos  que les embargan? ¿Miedo? ¿Tristeza? Quizás todo esto a la vez. Pero es el momento de la mayoría de edad.  Todos hemos pasado, quizás a pequeña escala, por esta situación y podemos recordar el miedo de tener que ser responsables, protagonistas de nuestra vida y de nuestras decisiones.

Ya no es Jesús el que lo ordena y dispone todo. Ahora es la Iglesia, esa pequeña Comunidad naciente, la que llega a su pronta mayoría de edad. Los Apóstoles son como arrojados del nido para volar, para comenzar su andadura, su trabajo, su misión. No es fácil. La tarea encomendada aparece en texto del Evangelio que acabamos de proclamar: “Id al mundo entero” una misión universal. El Evangelio no conoce fronteras, el mensaje salvador de Jesucristo no sabe de razas ni de colores de piel. Está por encima de banderas y de ideologías.  Esto todavía choca a los mismos Apóstoles que siguen hablando en términos humanos y localistas del Reino de Israel.

El Reino es un regalo de Dios para todos los que quieran acogerlo en su corazón y en su vida. “Id al mundo entero y haced discípulos” nuevos seguidores de Jesús. Ellos han de contagiar lo que el Maestro les ha enseñado. No sólo un mensaje, una doctrina para saber, sino una nueva forma de ser y de vivir.

En todo esto hay una llamada a la fortaleza. Una fortaleza que no viene de cada uno de ellos, ni siquiera de su propia capacidad. Jesús, el Maestro no se desentiende. Les hace una promesa: “Yo estoy con vosotros” y no una promesa transitoria, sino eterna, para siempre: “Todos los días, hasta el fin del mundo”. Comienza, ha comenzado realmente en la Resurrección, una forma nueva de presencia de Jesús en medio del mundo  especialmente en medio de los suyos. Cada vez que nos reunimos en su nombre Él está con nosotros. Necesitamos la fe para percibir su cercanía y su presencia siempre alentadora.

Todo esto, en la fiesta que celebramos, la Ascensión, nosotros los cristianos no solo lo recordamos sino que lo actualizamos. Estamos en el tiempo que media entre la subida al cielo del Señor y su vuelta. Ha prometido que volverá, aunque no sabemos ni el día ni la hora.

La Iglesia de nuestra generación toma el relevo de la misión de los Apóstoles. También nosotros hemos de llevar el Evangelio a todos los rincones del mundo, también nosotros hemos de enseñar a vivir, desde nuestra experiencia compartida, a los hombres y mujeres de nuestro mundo, de un modo nuevo, al estilo de Jesús. Y no podemos tener miedo. Jesús sigue estando en medio de nosotros, nos sigue animando y alentando.

Nuestra Iglesia de hoy tiene que ser una comunidad evangelizada y evangelizadora. Una comunidad acogedora que irradie la vida y el mensaje de Jesús. Estamos llamados a ser sal y luz en medio del mundo.

El reto sigue siendo grande. Los hombres y mujeres de hoy seguimos necesitando de una palabra que de sentido nuestra existencia. Seguimos necesitando del Jesucristo que se hace presente por medio del Evangelio que proclama la Iglesia. También a todos nos cuesta asumir la responsabilidad. Pero Jesús sigue cumpliendo su promesa y está presente entre nosotros. Él camina a nuestro lado y nos infunde su Espíritu.

Es bueno que nos preguntemos:

¿Experimento la urgencia de compartir mi fe y de dar testimonio de Jesucristo con humildad y con verdadero convencimiento?

¿Vivo la fe y la celebro en comunidad y como una experiencia gratificante que da sentido a mi vida?

¿Asumo mi compromiso como cristiano trabajando por una sociedad más justa y humana en la que se haga realidad el Reino de Dios?


Fr. Francisco José Collantes Iglesias O.P.

sábado, 4 de mayo de 2024

"YA NO OS LLAMO SIERVOS, OS LLAMO AMIGOS"

Reflexión del Evangelio del Domingo 5 de Mayo de 2024. 6º de Pascua.

En su despedida Jesús nos dedicó las palabras que recoge el evangelio de Juan, un discurso centrado en explicar el significado de su vida y misión, de su pasión y  muerte. El amor de Dios es lo único que da sentido a la vida de Jesús y lo que da sentido a nuestras vidas a menudo tan zarandeadas por circunstancias difíciles. El amor que viene de Dios es la roca firme sobre la que construir nuestros proyectos de vida, la brújula con la que dirigirnos, el motivo para levantarnos cada día y la causa de nuestra alegría. Cuando el Hijo de Dios entró en la historia los ángeles anunciaron la alegría, y cuando el Hijo de Dios resucitó esa alegría inundó y transfiguró todo el universo, todo lo creado. Es el gozo divino, su amor que restaura todo en Cristo, el pasado, el presente y el futuro de cada vida humana y de toda la historia de la humanidad.  Jesús nos ha dicho: “nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos”. El amor de Dios por la humanidad; es amor paternal en la presencia del Padre que envía y acompaña la misión del Hijo enviando su Espíritu; es amor maternal en la persona y el testimonio de María y es amor de amistad en Jesús, amigo de los hombres, amigo y hermano, nuestro redentor.

Jesús ha dado la vida por sus amigos. No somos esclavos sometidos, ni autómatas, sino amigos liberados del poder del pecado y del sinsentido. La familia no se escoge, pero los amigos sí. Dios nos escoge en Cristo para que seamos sus amigos. La amistad verdadera es motivo de gozo para quien la experimenta, tener un amigo o amiga del alma es tener un tesoro. En Jesucristo tenemos ese tesoro que nos espera para agraciarnos, para hacer juntos el camino de la vida y sortear juntos las dificultades.

En momentos de inquietud nadie debería llamar espectadores pasivos ni cobardes a quienes celebramos la eucaristía. Nada hay más responsable en estos tiempos que creer en el Dios de Jesús y actuar en coherencia a nuestra fe. Esta fe que originó los derechos humanos que defendemos y promovemos en el mundo entero. Esta fe que molesta a muchos poderosos porque les demuestra que cuando Dios se borra del horizonte, el hombre no llega a ser más grande, ni lo puede todo; sino que, pierde dignidad, se convierte sólo en el producto de una evolución ciega, del que se puede usar y abusar. Como nos recuerda la “ciudad celeste” del libro del Apocalipsis, esta fe no sólo atiende lo material sino lo espiritual, nos recuerda la meta de la humanidad en el Reino de Dios. Nos muestra que la revolución más eficaz es la que tiene lugar en el interior de cada corazón vuelto hacia Cristo, la que ha tenido lugar en la personas de los hombres y mujeres  santos. Esta fe no es huida de responsabilidades, sino estímulo para comenzar a vivir ahora lo que viviremos en el reino de los cielos, en el domingo sin ocaso. “En la ciudad que no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero”.

El evangelio no tiene recetas para salir de las crisis, pero de él se derivan valores y comportamientos que buscan gestionarlas mediante la transformación de los corazones y las mentes a la hora de abordar los momentos difíciles. Por eso comenzando el mes mayo, de la mano de María proponemos volver al evangelio, celebrar la efusión y las obras del Espíritu Santo, protagonista del tiempo de Pascua. Profundizar en la Palabra del NT es muy necesario en nuestros días. Con su testimonio y su voz, María sigue acompañando la misión de su Hijo y proponiéndonos su amistad. Acudamos a la intercesión de la Virgen María pidiéndole que nos enseñe a ser amigos de Dios, especialmente amigos de los que peor lo pasan; amigos que gozan o luchan juntos y  juntos construyen el Reino. Amigos que recibiendo el Espíritu del Resucitado no se acobardan en su tarea de madurar, creer y testimoniar los efectos de la Resurrección para el mundo.

En momentos de inquietud nadie debería llamar espectadores pasivos ni cobardes a quienes celebramos la eucaristía. Nada hay más responsable en estos tiempos que creer en el Dios de Jesús y actuar en coherencia a nuestra fe. La misma fe que originó los derechos humanos; esta fe que molesta a muchos poderosos porque les demuestra que cuando Dios se borra del horizonte, el hombre no llega a ser más grande, ni lo puede todo; sino que, pierde dignidad, se convierte sólo en el producto de una evolución ciega, del que se puede usar y abusar. Profesar nuestra fe nos compromete como comprometió a María; pero también nos eleva, puesto que no sólo atendemos lo material sino lo espiritual del ser humano. Contemplar a María nos recuerda que la meta de la humanidad está en el Reino de Dios. Nos muestra que la revolución más eficaz es la que tiene lugar en el interior de cada corazón vuelto hacia Cristo, la que ha tenido lugar en las biografías de los hombres y mujeres santos. Celebrar la fe no es huir de responsabilidades, sino estímulo para comprometernos ahora con lo que viviremos en el reino de los cielos. La eucaristía nos congrega para darnos el Espíritu de Cristo desde el que configurar comunidades acogedoras, integradoras y misioneras.

Fray Xabier Gómez García O.P.