lunes, 26 de febrero de 2024
domingo, 25 de febrero de 2024
SE TRANSFIGURÓ DELANTE DE ELLOS
Reflexión Evangelio del Domingo 25 de Febrero de 204. 2º de Cuaresma.
Hoy, en este segundo domingo de cuaresma, en el que se nos
llama a convertirnos y a creer en el evangelio, se nos ofrece el relato de la
transfiguración del Señor para que lo meditemos, lo oremos y nos dejemos
convertir por él.
En este relato de la transfiguración hay un reconocimiento de
Jesús como hijo de Dios y una invitación a escucharle: “Este es mi hijo, el
amado, en quien me complazco. Escuchadlo.” Jesús no es sólo una buena persona o
un modelo para nosotros. Jesús para nosotros lo es todo: es el Hijo de Dios, es
nuestra referencia, quien llena de sentido nuestra vida; es en quien decimos
creer y a quien decidimos seguir.
Y, por este motivo, estamos llamados a volver nuestra mirada
y nuestro corazón a Él, a su Palabra, a su Evangelio. Pero este reconocimiento,
esta confesión de fe, la escuchamos en varios momentos en el evangelio. ¿Qué
hay hoy de diferente? Hoy esta confesión nos llega acompañada de dos figuras,
Elías y Moisés. Y esto no es baladí, esto nos quiere decir algo.
La figura de Moisés para el pueblo de Israel es muy
importante porque él es quien les entrega la ley de parte de Dios y para ellos
la ley es un medio para mantenerse unidos a Yahvé, para cuidar la alianza, el
pacto, entre Él y el pueblo. Pero no solo es quien les entrega la ley, también
es aquel instrumento de Dios que les trajo la liberación, que les dio la
libertad.
No podemos separar estos dos aspectos: ley y libertad. Están
íntimamente unidos. Toda ley tiene que servir para cuidar y proteger la
libertad del ser humano, hombre y mujer. La ley que no libera no es buena ley,
la ley que oprime tiene que ser denunciada, tiene que ser eliminada. Hoy día,
en el mundo, hay muchas leyes que siguen oprimiendo al ser humano, que le
quitan su libertad, que son un obstáculo para el cuidado de su dignidad. Y ante
esto, no podemos callar, no debemos callar. No olvidemos que el silencio es
cómplice, que quien calla otorga.
Por esto quiero que nos fijemos en la otra figura que
aparece, Elías. Este fue un profeta hebreo que vivió en el siglo IX antes de
Cristo. Los profetas hacían presente a Dios en medio del pueblo, anunciaban su
palabra y daban testimonio de él. Los profetas también denunciaban todas
aquellas situaciones y acciones que separaban al pueblo de Dios y que dañaban a
los que Yahvé amaba. Pero no se quedaban en la denuncia, llamaban a la
conversión e indicaban los caminos por los que llegar a ella, a dicha conversión.
Esto hoy nos tiene que llevar a pensar si verdaderamente
estamos siendo fieles al Dios de Jesús cuando no denunciamos o nos callamos
ante conductas como las siguientes: no estar dispuestos a caminar con las
personas que piensan diferente o que tienen otra manera de ver las cosas,
cerrar las puertas a las personas migrantes o dejarlas en el limbo por falta de
papeles, invisibilizar a las personas sin hogar cuando pasamos por su lado como
si no hubiera nadie, etc.
Jesús, es aquel que nos entrega la ley definitiva, aquel que
nos trae la libertad plena, aquel profeta definitivo que es presencia de Dios
porque es Dios mismo. Jesús denunció todo lo que denigraba al ser humano, mujer
y hombre; y Jesús anunció la vida levantando a quien estaba caído.
Así se acercó a las mujeres que eran consideradas impuras
para dignificarlas, como sucedió en la curación de la mujer que padecía flujos
de sangre o no dudó en acercarse, igualmente, a los leprosos, sanándolos y
dándoles un sitio en la sociedad de la cual habían sido marginados. Puso,
también, a un samaritano, considerado hereje por los judíos, como ejemplo de
compasión para con el prójimo. Como se nos dice en uno de los prefacios: “se
acerca a todo hombre y a toda mujer que sufre en su cuerpo o en su espíritu y
cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza”.
Todos estos gestos de Jesús nos encaminan hacia esa nueva
humanidad que ya se ha hecho realidad en Él: esa nueva humanidad que estos tres
discípulos de Jesús ya gustaron, en cierta medida y en la cual hubieran querido
permanecer. Pero no es posible, hay que volver a la vida cotidiana, al día a
día, para anunciar con la palabra y con la vida esa nueva humanidad haciéndose
semilla del Reino. Jesús les invita y nos invita a bajar al valle, a la vida
normal, a vivir el evangelio con los hermanos y hermanas y a hacerlo vida en
nuestra propia vida.
Y aquí llega lo que, a ninguno, en muchas ocasiones, nos
gusta oír: para llegar a esa humanidad nueva, que ya se ha hecho presente en
Jesucristo, hemos de pasar por la pasión, por la entrega, como tuvo que pasar
Jesús, que entregó su vida en la cruz por fidelidad al Padre y al ser humano:
fidelidad, porque pasó por la vida haciendo el bien y curando o liberando a los
oprimidos por el mal; fidelidad porque entregó su propia vida para que todos
tuvieran vida y la tuvieran en abundancia.
Hoy a nosotros también se nos invita a ser fieles a Dios y al ser humano practicando las obras de misericordia, siendo instrumentos de comunión y reconciliación en medio de una sociedad fragmentada y dividida, trabajando por la justicia y la paz en un mundo tan castigado por la injusticia y las múltiples violencias, entre ellas la de las guerras.
Fray Javier Aguilera Fierro O.P.
sábado, 24 de febrero de 2024
domingo, 18 de febrero de 2024
UNA EMOCIONANTE PRESENTACIÓN DEL CARTEL 2024
En la mañana de hoy, ha tenido lugar el ya tradicional concierto de marchas procesionales a cargo de la AMC. Puente Romano con la interpretación espectacular de un repertorio de marchas desde las más clásicas a las célebres, actuales.
"CONVERTÍOS Y CREED EN EL EVANGELIO"
Reflexión del Evangelio del Domingo 18 de Febrero de 2024. 1º de Cuaresma.
Una llamada a la confianza en la
bondad de Dios
Las lecturas de este Primer Domingo de Cuaresma están todas
ellas conectadas con un mensaje de confianza en la bondad de Dios para con
nosotros, sus hijas e hijos: “Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros
descendientes... no volveré a destruir la vida” (Gn 9,9.11).
También los textos recogidos como salmo responsorial abundan
en el mismo sentimiento: “El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a
los pecadores” (Sal 24, 8).
Igualmente, la segunda lectura, tomada de la Primera Carta de
San Pedro, alude al misterio de la Redención, expresión y culmen del Amor del
Padre ofrecido al mundo en la entrega de su Hijo: “Cristo murió por los pecados
una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conduciros a Dios” (1
P 3, 18).
En el fragmento del Evangelio de San Marcos podemos del mismo
modo entrever esta manifestación de la bondad del Padre Dios, que llena de su
Espíritu al Hijo, Jesús, el Señor, quien, conducido al desierto, tras vencer al
tentador, anuncia la proximidad del Reino de Dios y llama a la conversión: “Se
ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: convertíos y creed en el
Evangelio” (Mc 1, 15).
Pienso que la meditación de estos textos, el dejarnos
interrogar por ellos, llenarán de esperanza nuestros corazones y nos conducirán
a un vivir y obrar con mayor fidelidad al mensaje del Señor Jesucristo.
El Reino que anuncia es el del Amor del Padre por todas sus
hijas e hijos. Y el Evangelio que nos invita a acoger es la Buena Noticia que
nos explica y realiza como humanos. En el origen y en la meta de esta nuestra
vida está el Amor del Padre. Y sólo nos realizamos plenamente como hijas e
hijos suyos en la medida en que nuestra vida transite por las sendas de su
Amor.
Una llamada a la visibilización
del Invisible
“Convertíos y creed en el Evangelio”
Se me antoja conectar esta llamada clara y explícita del
Señor con el indicativo de San Pablo en su carta a Tito: “Ha aparecido la
bondad de Dios y su amor a los hombres” (3, 4). Aquí radica la llamada a la
conversión y a mantener viva la fe en el Evangelio. Añade una cualificación al
contenido de la fe. Creemos que el Misterio de Dios es principio y fin, origen
y meta; y creemos también que es fuente de Amor, que abre nuestra vida a la
confianza en Él, y reclama una respuesta henchida de amor por parte de cada uno
de nosotros.
Estamos asistiendo, incluso protagonizando, a un momento
histórico de fuertes contrastes y contradicciones. A veces se apodera de
nosotros el horror de nuestra propia fuerza destructiva; otras nos indignamos
por el demasiado lento crecimiento y consecución de la justicia, cuando nos
percatamos de cómo se agigantan los abismos que distancian la opulencia y la
pobreza.
A veces, los afortunados nos asombramos, admirados, de
nuestros propios logros que nos hacen la vida más grata y difuminan problemas y
preocupaciones... Y los creyentes, con preocupación, observamos como el interés
por el Misterio de Dios, y la relación con Él, se difuminan en la vida de
muchos de nuestros contemporáneos.
La Palabra del Señor quiere llegar, a través nuestro, a este
mundo de contrastes y contradicciones, y olvido de Él. Viene a sacudir nuestras
conciencias y a ponernos en alerta para ser testigos y propagadores del amor y
la bondad que se encierran en el Reino de Dios que anhela llegar a todos los
rincones del mundo.
Vivir la Cuaresma con talante y espíritu cristiano habrá de
empujarnos a aunar, y no a confrontar; a pacificar, y no generar violencia; a construir la justicia
destruyendo egoísmos; a tender puentes en vez de engendrar abismos; a generar
confianza donde abundan las dudas, sutilezas y resquemores; a ofrecer valores
sólidos a quienes inician las sendas de la vida para librarlos del aullido
destructor del vacío; a iluminar horizontes de esperanza donde las sombras tiñen
los rostros de tristeza; a llenar con la calidez del amor la gelidez de la
soledad y el desamor...
Quizás entonces pueda amanecer un mañana mejor para muchos, y
estaremos esbozando, con y desde el Evangelio del Reino de Dios, algún perfil
de Aquel cuyo misterio nos desborda.
Entremos dentro de nosotros en este tiempo santo, y busquemos
la senda, o las sendas, que habremos de transitar para hacer visible al
Invisible.
Que Él guíe, sin temor, nuestro caminar.
Fr. César Valero
Bajo O.P.
lunes, 12 de febrero de 2024
domingo, 11 de febrero de 2024
sábado, 10 de febrero de 2024
¡IMPURO!
Reflexión del Evangelio del Domingo 11 de Febrero de 2024. 6º del Tiempo Ordinario
Ya conocemos cómo las normas religiosas judías, similares a las de las demás culturas de la época, regulaban la presencia social de aquellos que tenían supuestas enfermedades contagiosas. De un modo particular se trataban todas las dolencias que tenían que ver con la piel, y que eran especialmente visibles. El judaísmo justifica desde su concepción religiosa que, también estas dolencias que aparecen de forma inesperada, responden al pecado personal del enfermo o de sus antepasados. Y el pecado, que contagia siempre impureza, se soluciona con el aislamiento. Nadie como los leprosos experimenta el dolor de la soledad y el desarraigo. Sus necesidades básicas pueden ser cubiertas, pero el estigma social de señalamiento y marginación rompe su vida por completo. Es una soledad impuesta por un juicio externo y superficial. Los sacerdotes señalan la separación y solo ellos pueden reintegrar en el supuesto caso de curación. La primera lectura resume los dos capítulos (13 y 14) que el Levítico dedica a esta enfermedad.
Ser leproso no es únicamente una declaración exterior, sino que se termina convirtiendo en una definición de identidad. El enfermo camina repitiendo a gritos lo que marca su existencia: “impuro, impuro” (Lev 13,45). Y esa realidad no solo le separa de Dios, al que rechazó con el pecado que ahora le enferma, o de los demás: también le aísla de sí mismo. ¿Qué sentirá? ¿Cómo se hablará? Afortunadamente la lepra en nuestro mundo está prácticamente curada, pero los aislados y separados, los señalados o estigmatizados siguen siendo muchos. Por diferentes causas: políticas o ideológicas, culturales, de violencia física o psicológica, quizá por motivos religiosos. Puede que también nosotros nos sintamos en ocasiones completamente solos y sintonicemos con aquellos condenados a vivir en cuevas apartadas. El cartel de “impuro” que nos cuelgan o nos auto-imponemos nos pesa demasiado… Escuchemos las voces de fuera, acojamos los gritos de dentro. Acoger es el primer paso para iniciar el camino de la sanación.
Ante todo, la caridad, como imitadores de Cristo
Pablo se hace eco en la segunda lectura de una problemática surgida en la comunidad de Corinto. ¿Pueden los nuevos cristianos comprar y consumir la carne que en los templos paganos se ha sacrificado a los falsos dioses, y que ahora se vende para todos los públicos?
El Apóstol no mira lo práctico o lo individual: no habría problema porque para los creyentes no significa nada. Pero se fija, desde la caridad, en el escándalo que eso podría provocar entre los más pequeños o en quienes deseen crear polémica.
El bien común está por encima del bien personal. Pablo, con esta decisión, invita a los cristianos de Corinto a subordinar las propias opciones o decisiones en beneficio de la comunidad. Se trata de salir del propio aislamiento individualista para construir juntos una comunidad más fuerte y creíble.
Y la frase con la que acaba el texto, “sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo” (11,1), es reflejo del espíritu misionero y comunitario que ha orientado su entrega. A nosotros siempre se nos llama a imitar al Maestro, el modelo que nos saca de nuestra “autorreferencialidad” y nos empuja a construir Iglesia en camino y misión, en dinámica de crecimiento e integración.
El Reino empieza por la compasión de Jesús
El texto de la curación del leproso es particularmente dinámico y ágil. Los verbos se amontonan en los primeros versículos y nos permiten convertirnos en espectadores que se dejan impresionar por un encuentro que, de entrada, es ilegal. Ni Jesús ni el enfermo respetan la separación: el uno porque reconoce en Jesús a quien le puede devolver lo perdido; el otro porque “extiende la mano y toca” (1,41). Con Jesús no hay normas sino personas, no hay enfermos sino hermanos, no hay caminos de pecado sino oportunidades de reintegración.
Porque el leproso no pide ser curado expresamente, sino “limpiado”, reincorporado a la vida comunitaria, que alguien lo mire en profundidad y declare que es digno más allá de su dolencia. Y Jesús certifica esa dignidad con gestos profundamente humanos: acercarse, escuchar, tocar… Justo aquello que la ley, que hablaba en nombre de Dios, prohibía terminantemente. Por encima de las normas religiosas que oscurecen la grandeza de las criaturas, está la humanidad que devuelve a cada persona la belleza escondida.
Jesús no pronuncia frases mágicas. Solo un verbo, “quiero”, que se une al “querer” expresado por el enfermo. Sus voluntades y deseos confluyen, van en la misma línea del “querer” de Dios que en el origen creó a su imagen y semejanza, y regaló belleza y dignidad a la obra de sus manos.
Tras la curación, los caminos de Jesús y del leproso anónimo (cualquiera puede ocupar su lugar) se separan. El enfermo, que ha vivido en primera persona la salvación y sanación, vuelve al pueblo de donde había sido expulsado y se convierte en testigo.
Recuerda que los profetas anunciaron la llegada del Mesías como aquel que curaría todas las dolencias y males. Y afirma que él lo ha conocido, por eso no puede callarlo. Sin duda el Reino de Dios ya ha llegado. Anuncia con pasión y sin miedo a Cristo, y el que había sido marginado, se integra en la nueva Iglesia y construye comunidad.
Jesús, sin embargo, “se queda en los lugares despoblados” (1,45), quizá donde están los más frágiles y abandonados que necesitan escuchar y experimentar la Buena Noticia. Allí hay un lugar para nosotros, para los más desamparados, para quienes temen a la comunidad o han sido expulsados de ella, los que aún no quieren acercarse al Compasivo. Ellos son y serán sus preferidos, quienes tras dejarse tocar tienen la misión de convertirse en testigos convincentes de la fuerza del Reino.
¿Quiénes son hoy aquellos a quienes nosotros, y la sociedad, marginamos o descartamos? ¿Cómo me acerca la compasión y la humanidad al reino que comienza Jesús? ¿De qué forma puedo comprometerme más en la comunidad eclesial? ¿Cómo dar testimonio de lo que el Señor ha hecho y sigue haciendo en mi vida?
Fr. Javier Garzón Garzón
domingo, 4 de febrero de 2024
"TODOS TE BUSCAN"
Reflexión del Evangelio del Domingo 4 de Febrero de 2024. 5º del Tiempo Ordinario.
Jesús aprovechaba todas las ocasiones para predicar y dejar
su evangelio a todas las gentes, enseñando la verdad, el modo de comportarse y
de proceder ante las situaciones de la vida. Predicaba a tiempo y a destiempo,
como luego dirá Pablo a su discípulo Timoteo (2 Tim 4,2). Enseñaba la Buena
Noticia libre de todo compromiso, sin miramientos… Y así, el evangelista Marcos
nos relata en breve síntesis lo que era una jornada de Jesús.
Después de llegar a Cafarnaúm se fue a la sinagoga para
enseñar y escuchar los comentarios que de los textos sagrados hacían los
doctores de la ley y concluido este cometido se dirigió a la casa de Simón y
Andrés en compañía de sus otros dos primeros discípulos, Santiago y Juan. Allí
curó a la suegra de Simón Pedro que estaba con fiebre.
Este milagro, junto a otro que obró curando a un endemoniado
en la sinagoga, hizo que al anochecer de aquel día se arremolinara, junto a la
casa de Simón, gran cantidad de gente con enfermos del lugar para que los
sanara, de tal manera que Jesús realizó muchas curaciones y milagros.
Jesús sabía acoger a los enfermos con afecto y despertar su
confianza en Dios, perdonar su pecado, aliviar el dolor y… sanar su enfermedad.
La actuación de Jesús ante el sufrimiento humano siempre será para todos
nosotros el ejemplo a seguir en el trato a los enfermos, porque la enfermedad
es una de las experiencias más duras del ser humano. No sólo sufre el enfermo
que siente su vida amenazada, sino todos los que comparten su vida.
Desde el punto de vista más humano, Jesús podría haber
aprovechado esa circunstancia para atraerse la admiración de todos, pero no era
ese el modo de proceder de Jesús, de tal manera que levantándose muy de mañana
se retiró de entre la muchedumbre y se fue al monte para orar a solas, hablar
con Dios y oír su voz.
Con frecuencia nos hablan los evangelios de la oración de
Jesús a lo largo de su vida, principalmente en los momentos más difíciles y
sublimes de su existencia y cuando tuvo que tomar las decisiones más
significativas e importantes.
Y así, se retiraba a orar en muchas ocasiones: por ejemplo,
antes de elegir a los doce apóstoles (Lc 6,12). Un monte fue también, esta vez
con sus discípulos más cercanos, el lugar que Cristo eligió para orar antes de
su transfiguración (Lc 9,28-29). Jesús oró al Padre con la institución de la
Eucaristía (Mt 26,30). Y, antes de su pasión, en el monte de los olivos (Mt
26,36). Oró siempre que tuvo que realizar algún milagro importante, como en la
resurrección de su amigo Lázaro (Mc 7,34; Jn 11,41). Y en tantos otros
momentos.
Jesús nos presenta así el valor y la importancia de la
oración de modo que tuviésemos un modelo a seguir y un modo de actuar en todo
momento significativos, de tal manera que por muy agobiados que estemos no
debemos dejarnos llevar por fáciles pretextos para evadirnos de la oración.
Necesitamos orar, necesitamos adentrarnos en el diálogo, íntimo, personal y
comunitario con Dios, la contemplación… para llevar luego todo a la acción
evangélica.
Los apóstoles no comprendían aún a Jesús… ¿cómo no aprovechar
la euforia de aquella gente que se arracimaba en torno a la casa de Simón?
Fueron a su encuentro, pero Jesús no se deja llevar fácilmente de ese
entusiasmo fácil y popular; su repuesta fue singular: “vámonos a otra parte… a
predicar allí también, que para eso he venido” (Mc 1,38).
He ahí, resumida, la misión de Jesús. Cristo ha venido para
anunciar a todos los hombres el mensaje de la salvación, para dirigirse al
mayor número posible de gentes, para ir de pueblo en pueblo predicando y
anunciando la Buena Nueva. Cristo ha venido a buscar lo que estaba perdido (Lc
19,10), a llamar a los pecadores (Mc 2,17), a dar su vida en rescate por muchos
(Mc 10,45).
Este universalismo del mensaje de Jesús no puede ser olvidado
por la comunidad de creyentes, ya que, si Cristo ha venido para predicar el
evangelio a todos los pueblos y a todas las gentes, también la iglesia deberá
esforzarse en seguir sus pasos y llevar la Buena Nueva hasta los confines de la
tierra, sin tener miedo a las dificultades que puedan sobrevenir por la
predicación de la palabra. Así se lo dirá Jesús a todos los que le seguían,
antes de subir a los cielos: “id por todo el mundo…” (Mc 16,15).
El verdadero apóstol es aquel que trata de hacerse todo para
todos para ganarlos a todos para Cristo. El verdadero apóstol deberá encarnarse
en la realidad de la vida de cada día, haciéndose débil con los débiles, pobre
con los pobres, humilde con los humildes. Ha de interpelar y cuestionar a los
de conciencia dormida para que despierten de su letargo.
La predicación del evangelio debe constituir un imperativo para todo cristiano que consciente del compromiso contraído en su bautismo, deberá repetir con San Pablo: “el hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio y, ¡ay de mi si no anuncio el evangelio!” (1 Cor 9,16).
Fray Carmelo Preciado Medrano O.P.