domingo, 30 de julio de 2023

EL REINO DE LOS CIELOS SE PARECE A UN TESORO ESCONDIDO...


Reflexión Evangelio Domingo 30 de Julio de 2023. 17º Tiempo Ordinario.

En el Evangelio de este domingo, Jesús adopta tres imágenes para hacer comprender lo que es el Reino de los cielos: en un primer momento lo compara a un tesoro escondido en un campo para cuya adquisición el que lo encuentra vende todo cuanto tiene; por otro lado, lo compara a un comerciante de perlas que encuentra una de gran valor y vende también todo lo que posee para su posesión. Por último, explica que este Reino se parece a una red que se hecha al mar y recoge toda clase de peces, pero sólo se conservan los buenos, mientras los malos son devueltos al mar.

Ahora, retomemos la pregunta que Jesús formula a sus discípulos: ¿entendéis bien todo esto? Más aún, ¿Qué nos quiere indicar con esas comparaciones? Os invito a detenernos solo en la primera parábola, la del tesoro escondido y en la segunda, la de la perla de gran valor.  

Si nos fijamos con detenimiento en la primera parábola, podemos percibir que es Dios mismo ese tesoro escondido que, a menudo y de forma inesperada, se deja encontrar por el hombre. Y este encuentro puede darse tanto en medio de las faenas de la vida diaria como consecuencia de una fuerte experiencia, llámese crisis existencial o dura experiencia de sufrimiento o de alegría... Y es que en la humanidad de Jesús Dios ha venido a habitar entre nosotros, ha venido a formar parte de nuestra realidad. Su presencia cubierta en nuestro mundo, la podemos descubrir en acontecimientos, en personas… y en aquellas realidades cotidianas con las que él mismo se identificaba. Y ahora cabe hacernos otra pregunta: una vez descubierto este tesoro que es Dios mismo, ¿qué hace el hombre que lo encuentra? Jesús mismo nos responde cuando dice que el hombre que lo encuentra vende todo lo que posee para su adquisición. En efecto, Dios es el tesoro al que todos nuestros otros tesoros deben ser subordinados. Nuestro encuentro con Dios exige que le confiemos todo lo que tenemos e incluso todo lo que somos. Ante este encuentro no camben negociaciones ni regateos; hemos de venderlo todo, como el personaje de la primera parábola, para adquirir el campo donde hemos encontrado el tesoro. 

En la segunda parábola Jesús continúa con su enseñanza a propósito del encuentro del ser humano con Dios. En esta parábola, a diferencia de la primera, podemos observar que la acción recae, en gran medida, en el mercader, que es quien busca perlas más hermosas para su colección. Con esta segunda parábola, Jesús nos quiere insistir sobre otro aspecto importante, a saber, la necesidad de buscar a Dios con perseverancia. A veces Dios se nos revela sin que lo busquemos, como en la primera parábola, pero también se nos revela solo después de una larga búsqueda. Dios está en nuestra vida cotidiana, siempre se deja encontrar. Depende de nuestra actitud, depende de nosotros tener los ojos abiertos y los odios atentos para verlo y escucharlo en las circunstancias en las que se nos quiere y puede manifestar.

La primera lectura, tomada del primer libro de Reyes, nos ha hablado de la elección del rey Salomón, que, ante otros valores posibles y apreciados por nuestro mundo, prefirió la sabiduría. Muchas cosas y personas pueden distraernos en nuestra búsqueda de Dios, de allí que como Salomón hemos de pedir a Dios, en nuestra oración, la sabiduría suficiente para saber discernir y elegir el verdadero tesoro. 

Algunas actitudes y hábitos son incompatibles con el Evangelio proclamado por Jesús: ¿soy capaz de renunciarlo todo por el verdadero y auténtico tesoro? ¿está mi vida llena de alegría por el descubrimiento de Dios? ¿Qué otros tesoros o perlas de mi vida estoy dispuesto a renunciar por Dios?

Fr. Jesús Nguema Ndong Bindang

domingo, 23 de julio de 2023

"EL REINO DE LOS CIELOS SE PARECE A UN HOMBRE QUE SEMBRÓ EL CAMPO"

 

Reflexión Evangelio Domingo 23 de Julio de 2023. 16º Tiempo Ordinario.

La fuerte imagen agrícola de hoy nos ayuda a profundizar no sólo a qué se parece el Reino de los cielos. Aún más, es una invitación a revisar si estamos en parte configurando nuestra vida con el mismo. La línea general de la Escritura este Domingo gira en torno a la bondad de Dios, del Creador que ha sembrado la buena semilla, aquel que hace maravillas. En primer lugar, hay una pequeña diferencia entre la buena semilla y la mala semilla con respecto al trigo. Esto es porque la cizaña no deja de ser también una especie de trigo, pero agreste, salvaje y que no hace bien a nuestro cuerpo.

Es algo que exteriormente puede parecer lo mismo, pero internamente, sustancialmente, es lo opuesto. Cuando alguien nos ofrece un regalo envuelto, como está la semilla al plantarla, pensamos que será algo positivo. Y las personas que nos quieren nunca pondrían algo que pueda hacernos daño dentro. Sin embargo, alguien que no nos quiera y busque nuestro mal es capaz de envolver dulcemente el mayor de los venenos. Por eso se debe estar atento, ya que no sólo en el mundo, sino que en nuestro propio corazón portamos ambas semillas que crecen dependiendo de cual cuidamos y atendemos más. Incluso, se puede uno preguntar si en su vida imita a Dios sembrando buena semilla o prefiere ir sembrando cizaña entre los hermanos.

"Dejadlos crecer juntos hasta la siega"

En algunos momentos somos muy rápidos para ver y arrancar la cizaña ajena, aunque bastante lentos con la propia. Sin embargo, existe otro gran peligro cuando el trigo y la cizaña crecen juntos. Y este es que no es fácil distinguir cual tallo corresponde al uno o al otro hasta la siega. Por eso, la cizaña interna es más fácil de eliminar porque podemos ver qué nos aleja o acerca a Dios. Y aun así por medio de la oración, confiando sobre todo en la misericordia y la gracia del Señor. Evitar mirar la cizaña ajena ayudará aún más a realizar esta tarea, además que no nos corresponde a nosotros el arrancarla. Esta tarea es sólo del Señor, «que escruta los corazones», puede ver y distinguir verdaderamente el trigo de la cizaña. Además, que sólo Él conoce bien los tiempos, siendo «clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal».

Cuando llega la hora de la siega, una cosa ayuda a distinguir claramente el trigo de la cizaña. Mientras que el trigo de buena semilla cuando está rebosante se inclina, la cizaña se mantiene recta y erguida. Esta imagen ayuda a ver claramente los frutos de la buena semilla del Espíritu, que llevan a la humildad y a compartir los dones con los otros; frente a la cizaña que se presenta orgullosamente estirada. A ver esto, nos podemos preguntar ¿Qué fruto tiene más peso en mí mismo? ¿Sé donarme como el trigo o me enorgullezco como la cizaña?

"El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene"

En el proceso de dejarnos transformar para ser trigo bueno, en el que Dios mismo va sanando nuestra propia cizaña, es fundamental reconocer nuestra debilidad. En ocasiones podemos ocultar nuestra pequeñez debajo de una pose de superhéroe, sintiendo miedo de mostrarnos tal y como somos. En esos momentos, además, podemos pedir a Dios no aquello que es verdaderamente necesario para nosotros, como ser un buen trigo en medio de tanta cizaña. Sino que puede surgir el deseo de tener el aparente éxito de la cizaña.

El único camino para ser trigo bueno, para germinar como tal y sembrarlo donándose en medio del mundo es seguir la voz del Espíritu. Y al sentir la gracia sanadora y renovadora del mismo, ser sanadores sanados en medio de un mundo lleno de heridas. En mi día a día, ¿soy capaz de vivir acogiendo mis debilidades y siendo dócil al Espíritu? ¿O acaso prefiero esconderme en las súplicas de aquello que no me conviene?

Fr. Antonio Rafael Medialdea Villalba O.P.

domingo, 16 de julio de 2023

SALIÓ EL SEMBRADOR A SEMBRAR...

 

Reflexión Evangelio Domingo 16 de Julio de 2023. 15º Tiempo Ordinario.

La impresión que nos transmite el relato de este texto es la de un hombre que sale de su casa con la firme determinación de sembrar y hacer todo lo posible para que en su campo se haga realidad, transcurrido el tiempo, la expectativa que alienta su proyecto y su profunda confianza. Lleva consigo la semilla y su experiencia de vida campesina que le ha dado alegrías algunas veces y sinsabores otras. No siempre se han materializado plenamente sus deseos, pero, en esos casos, ha sabido, cuando ha podido, sobreponerse a esas contrariedades que le hacían pasar severas estrecheces los años en los que se frustraron sus deseos. Pero él nunca deja de sembrar y esperar su cosecha.

El sembrador del texto es Jesús. Ha salido de su casa a “sembrar” y lleva consigo la semilla (la Palabra) y su vida entregada a la realización del Reino. Estos dos elementos son la simiente. Tiene clara su misión y llevará adelante el designio de su Padre hasta el final. La Palabra es su fuerza y alimenta su vida.  Y Nosotros, somos hoy los destinatarios de esa siembra y, a quienes también, al término de la parábola, dirige ese aviso que suena en nuestros “oídos” y en nuestro corazón: “El que tenga oídos que oiga”.

¿Tenemos el corazón embotado porque oímos sin entender y miramos sin ver?

¿Flaquea nuestra confianza en Dios y no creemos que el Reino pueda materializarse?

Estamos ante uno de esos momentos de cambio que afectan a todos los órdenes de la vida:  cultural, religioso, económico, político, social, ecológico…  Por un lado, nuestro mundo es mucho más plural cultural y religiosamente. Por otra parte, nos enfrentamos a situaciones de profundo sufrimiento colectivo, marcadas por grandes desigualdades, pobreza, guerra y una violencia generalizada. La globalización del sufrimiento muestra también la incapacidad de los responsables de gestionar las causas de todo esto y sus consecuencias.

Jesús presenció un mundo en pleno cambio también, con la globalización de un imperio que tuvo consecuencias muy importantes para aquel momento. Pero de ahí surgió una nueva manera de vivir a Dios.

Los cristianos no vivimos de la seguridad y la certeza, nos caracteriza la confianza en Dios, esa misma que, como en el caso de Abraham y Job, alimenta nuestra convicción de que Dios nunca nos falla. En estos tiempos, marcados por la incertidumbre y la complejidad, la Palabra hecha carne en Cristo, sigue teniendo la fuerza de alimentar esa confianza para asumir el reto que para el cristiano es afrontar estos cambios y hacer de ellos una oportunidad para la creatividad, el asombro y la novedad del mensaje evangélico. La cuestión es cómo vivir el misterio y la gratuidad en medio de este mundo mayoritariamente funcional, y ver cómo la experiencia de Dios también puede ser contemporánea de esta realidad.

A veces perdemos la confianza en que el Reino sea posible. Pues bien, en la medida en que nuestra confianza en Dios nos lleve a nosotros a hacer en nuestro mundo lo que Jesús hizo en el suyo, iremos realizando la tarea del Reino. Aunque sea en cosas muy pequeñas, pero es importante que no tengamos una actitud pasiva en la espera del Reino y aprendamos a vernos como constructores activos del mismo. En cualquier caso, es importante que nunca seamos ni conformistas, ni pasivos ante lo que ocurre. Especialmente, que nunca nos ataque el virus de la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Si somos capaces de ir metiendo esto en nuestras vidas, experimentaremos que el Reino se está realizando. El mundo es hoy una responsabilidad nuestra, cada uno en la medida de sus posibilidades y de su entorno, pero Dios necesita que le echemos una mano (mejor, que seamos sus manos) en corregir las desigualdades, las injusticias, las corrupciones y las muestras de desamor y abandono que nos encontramos tan frecuentemente.

¿Creemos en la fuerza renovadora del Evangelio en nuestra vida?

¿Sentimos lo nuevo de una fe vivida en estos tiempos inciertos y complejos?

Fr. José R. López de la Osa González

domingo, 9 de julio de 2023

"VENID A MI..."


Reflexión Evangelio Domingo 9 de Julio de 2023. 14º Tiempo Ordinario.

“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28)

Sorprenden las palabras de Jesucristo por su decidida actualidad. ¿Qué persona no está cansada y agobiada en nuestros días? En el ritmo frenético que nos toca vivir, con las dificultades que se presentan en nuestro camino, con lo que los medios de comunicación ponen diariamente ante nuestros ojos en el horizonte de nuestro mundo, ante el sufrimiento injusto de tantas personas que simplemente se ven implicadas en los egoísmos ajenos, que haya una voz que se atreva a decir que para toda tragedia hay un “alivio”, esa voz no es la del político de turno, con promesas que sabe no va a cumplir.

Se trata de la voz de Jesucristo, la voz de quien nos asegura que sus palabras no pasarán. Pasarán el cielo y la tierra, y no es insignificante el punto de comparación, el cielo y la tierra. La afirmación de Jesucristo es rotunda, total: Mis palabras no pasarán (Mt 24,35). Las personas “cansadas y agobiadas” encontramos una salida acudiendo a Jesucristo y tratando de hacer nuestro el camino que a todos propone.

Después de todo, en medio de la oscuridad del mundo, ¿por qué no vamos a intentar todo lo posible? No todo está perdido en medio de tanto cansancio y agobio. Hay una voz que nos anima, es la voz de Jesucristo, invitándonos a acudir a él.

Optar por Jesucristo no es solamente consecuencia de una situación desesperada sino la esperanza de que tal voz, precisamente “esa” voz, sea la que hemos de hacer nuestra y seguir caminando. El Señor nos invita a salir de nosotros mismos, a abrir nuestro corazón a quien nos asegura una vida nueva y no precisamente porque disponga de una varita mágica, sino porque el Señor mueve el corazón tantas personas en este mundo que serán las que proporcionen “alivio” a quienes están “cansados y agobiados”.

Ante la multitud hambrienta y escuchando la solución propuesta por sus discípulos para que despidiera a la gente y fueran a comprar algo para comer, Jesucristo se limitó a decir a sus discípulos: “Dadles vosotros de comer” (Mt 14,16). Tal imperativo lo siguen llevando a cabo muchas personas y organizaciones cristianas en nuestro mundo. La pregunta quiere ayudarnos en nuestro camino cristiano: ¿acaso no puedo hacer nada más para aliviar el “cansancio y agobio” de tantas personas?

Solemos pensar directamente en medios económicos. Son necesarios, pero bien sabemos que no todos disponemos de tales medios, y menos cuando estamos padeciendo una crisis económica provocada por políticas que marginan a las personas más necesitadas. Cáritas no puede hacer más de lo que hace, los comedores sociales y los bancos de alimentos cada vez están más desprovistos. Si a nosotros no nos falta lo necesario para alimentarnos y para vivir no desperdiciemos nada de lo que tenemos y por favor, no dejemos de dar gracias a Dios por lo que tenemos.

“Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29)

Jesucristo, el buen Maestro, nos invita a todos para fijarnos en él, acercarnos a él, aprender de él. Este es el camino de la oración y de la contemplación: la escuela de Jesucristo, que pasaba noches en oración (cf. Lc 6,12), o que madrugaba e iba a un lugar solitario para orar (cf. Mc 1,35).

Jesucristo no se ha limitado a formular teorías ni a lanzar ideas. El buen Maestro va por delante, no con ilusiones vanas sino con el testimonio de la propia vida. Esto es lo que atrae y convence: el testimonio. Precisamente para esto nos necesita el Señor, no simplemente para repetir lo que Él dijo, sabiendo todos que las palabras las lleva el viento, mientras que el testimonio de vida es el que sirve para animar a otras personas a superar las dificultades que encuentran en su camino.

Nada de esto se improvisa. De ahí la importancia del ejemplo de Jesucristo que se retiraba a solas para orar, que pasaba la noche en oración. Todos nosotros necesitamos este contacto con Dios-Trinidad. No caminamos en el vacío, sino que sencillamente tratamos de seguir los pasos de Jesucristo, que amorosamente nos pide que aprendamos de él, y lo que nos propone es ser mansos y humildes de corazón.

Estas palabras podrían provocar hilaridad, sí, especialmente en el tiempo que vivimos, en la sociedad que nos rodea, en el mundo que habitamos, donde lo que predomina y lleva la voz cantante es la fuerza, el predominio, la imposición, por más que presumamos tanto de democracia. Lo más necesario es la educación, el respeto a las demás personas, y esto es lo que Jesucristo nos ofrece: ser mansos y humildes de corazón.

¿Aprenderemos la lección? ¿Secundaremos lo que Jesucristo nos pide y espera de nosotros? ¿Somos conscientes de que Jesucristo nos necesita? ¿Acaso no le vamos a prestar nuestro corazón y nuestra mente? ¿Podríamos pasar de largo ante las necesidades de nuestro prójimo?

Mansos y humildes de corazón nos quiere el Señor. Jesucristo cuenta con nosotros, confía en nuestro testimonio personal.

Fr. José Mª Viejo Viejo O.P.

domingo, 2 de julio de 2023

"EL QUE PIERDA SU VIDA POR MÍ, LA ENCONTRARÁ"

 

Reflexión Evangelio Domingo 2 de Julio de 2023. 13º Tiempo Ordinario.

El testigo cristiano acoge la cruz como seguidor de Jesús, se dispone a vivir su existencia crucificada. Desde esta dinámica se entiende la aparente paradoja el encontrar la vida verdadera en Jesús, perdiendo la de nuestros afanes y desvelos inútiles, ya que cuando la persona hace el bien sale ganando vida.

Además, entregando la vida se genera comunión y comunidad, no nos lanzamos al desamparo, sino a la acogida comunitaria, aunque entreguemos un simple vaso de agua. El amor a Dios tiene nombre y apellido, es nuestro prójimo. A lo largo del día encontramos personas en nuestro camino, sus rostros arrastran una historia y depende de nosotros, el que esas historias queden tocadas por la gracia de Dios a través de nuestra acogida.

Encontrar la vida entre los perdedores

Nuestra sociedad, está plagada de hermanos perdedores crucificados: nacidos en países dominados por imperios; no contando para nada en los mundos de la eficacia y las riquezas; como si hubieran nacido en el lado equivocado: sin identidad, alojados sin patria, sin los servicios más necesarios como el alimento, la educación, la sanidad. Además nosotros se lo recordamos y tantas veces, no tenemos ninguna intención de ayudarles a recuperar su dignidad.

Seguir a Jesús no es sufrir. El nunca quiso el sufrimiento (enfermedad, injusticia, soledad, desesperanza, ….), es más: se dedicó a eliminarlo, luchó contra él de todas las maneras; esta fue su preocupación, no el pecado.

Perder la vida es hacer sobresalir en la vida testimonial la generosidad, la caridad, la gratuidad, sobre las pasiones y pulsiones humanas; sobre las indiferencias, odios y malos royos humanos; sobre lo material, lo relativo, la eficacia. Y ya más en concreto: poner por delante de todo, la vida con Dios sacramental, de oración, de solidaridad.

Misioneros de un Dios solidario, de un amor incondicional, pero con cruz.  ¿Vida cristiana sin aguijón?

El hecho de predicar el Dios amor, no quiere decir, fabricarnos un Dios a nuestra medida, un Dios que nos diga sí a todo lo que nos gusta, un Dios que legitime nuestra religión “burguesa”, sino un Dios que con su encuentro nos haga responsables y más de una vez, tendremos que renunciar a nuestra voluntad. El evangelio no es un tranquilizante para justificar nuestras vidas placenteras y satisfechas, ni es algo que nos evite el dolor e inmunice ante el sufrimiento, sino que nos hace gozar y sufrir, consuela e inquieta, apoya y contradice, porque así es camino, verdad y vida. La fe cristiana no está enfocada fundamentalmente para solucionar mis problemas y mis sufrimientos, como si fuera de uso personal, al servicio de cada uno, sino que se centra en el sufrimiento de los demás y solo así se vive la fe como experiencia de salvación.

Vivir así, trae problemas, pues hacer el bien, estar al lado de los que sufren, de los últimos provoca el rechazo de los que no quieren cambiar nada. Así nos lo quiere explicar Jesús con la metáfora del “cargar con la cruz”. Todos conocían lo que significaba cargar con la cruz en aquel tiempo. El objetivo era que quien la llevara, apareciera como culpable. Por tanto, si le seguimos vamos a ser rechazados. Buscar a Jesús y llevar su cruz, no es buscar cruces, sino aceptar la crucifixión que nos llegará porque le seguimos.

Jesús se fija siempre en lo que pasa en al otro, en sus situaciones: es compasivo. Ante la posibilidad de aburguesamiento a la que puede llegar quien se dedica a la perfección por los caminos del cumplimiento exacto y fiel de la ley, Jesús lo corrige con el “sed compasivos y misericordioso como vuestro Padre”, pues la perfección, la santidad no se encuentra en la separación de los hombres para creer que estamos más cerca de Dios, sino en el acercamiento compasivo y samaritano al dolorido, al herido y débil que tengo al lado.

La recompensa de un vaso de agua

Con frecuencia oímos que el amor es dar y nos imaginamos que “ese dar” es desde la mentalidad actual del tener y del ser eficaz, prescindir de algo nuestro, gastar algo mío, sacrificarme en algo, privarme de algo, de tal manera de nadie quiere entrar en ese empobrecimiento y en esa especie de falta de realidad poco inteligente. En cambio, el gesto de dar es señal de vitalidad, de riqueza y poder creador. Cuando damos algo a los demás es una experiencia de vitalidad desbordante, que nos hace entender nuestra capacidad para enriquecer a los otros. Dar significa estar vivo y ser rico. El que tiene mucho y no sabe dar no es rico, es un pobre hombre por muchos bienes que tenga. Es verdad, solo es rico quien es capaz de regalar algo de sí mismo a los demás.

El descubrir lo que está vivo en nosotros y hace bien a los demás: cariño, alegría, compasión, esperanza, acogida, cercanía, es eso que nos parece poco, pero es mucho lo que podemos dar. No se trata de cosas grandes, solo de un vaso de agua fresca y no quedará sin recompensa. En el fondo hay alguien que bendice lo pequeño, si estamos dispuestos a abrir nuestra vida a los demás, si somos capaces de compartir nuestro trocito de pan, nuestros pocos peces. El los bendice y multiplica como hizo en aquel milagro.

Entregados y peregrinando con los hermanos, recibimos a Jesús, parece que perdemos nuestra vida, pero avanzamos a la meta final, que es el Padre.

¿Qué es lo que no permite a Dios obrar en mi vida y abrirle la puerta de mi corazón para que Él reine? ¿Qué vida tengo que perder yo?

¿Soy consciente que la verdadera cruz diaria es ser testigo de quien creo? ¿No llamaré cruz a tantas cosas que no son tan importantes como esta?

¿Crees que asentar tu vida haciendo el bien, como perdedor, es ganar tu propia vida?

¿Son suficientes los acompañamientos técnicos y profesionales a personas perdedoras? ¿no deberá de ir acompañado de la compañía, el afecto, el cariño, el detalle humano?

Fr. Pedro Juan Alonso O.P.