Homilía para el día 1 de Noviembre de 2016. Solemnidad de Todos los Santos.
Nos descubren cómo es Dios y nos dicen que las personas que las viven se parecen a Él, por eso son bienaventurados. Ser santo es parecerse a Dios... casi nada.
- «Felices los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos» Dichosas las personas sencillas, las que no buscan aparentar y se muestran tal como son, sin doblez ni mentira; dichosas porque, la conciencia que tienen de sus limitaciones y errores las hace humildes y capaces de perdonar y de pedir perdón. Dichosas las personas sencillas que no prestan oídos a la cultura propagandística del mercado porque saben bien que el afán de riqueza y consumo no les va a hacer más felices, sino vacíos e insolidarios.
- «Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» Felices las personas que tienen un corazón grande, un corazón en el que siempre hay sitio para la gente y en él encuentran acogida y cariño; felices, porque no hay alegría mayor que hacer felices a los demás, especialmente a los que la vida no les sonrió; felices porque hacen posible, ya desde ahora, una sociedad con corazón; felices porque su misericordia les acerca al corazón de Dios. Felices, porque en esta salida hacia los otros, descubrirán que el amor de Dios es pura misericordia.
- «Felices los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» Bienaventuradas las personas que son «buena gente», que no piensan mal y tampoco hablan mal de nadie. Bienaventuradas porque son tolerantes, comprenden y disculpan. Bienaventuradas porque, en lugar de criticar y maldecir las tinieblas, encienden una pequeña luz y, gracias a ella, la vida se ilumina. Bienaventurados los cristianos de corazón limpio, honestos, abiertos a la vida y a Dios, dispuestos a dejarse llevar por la novedad y la fuerza del evangelio, que todo lo transforma.
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