Reflexión homilética Domingo 20 de Noviembre de2016. Solemnidad de Cristo Rey.
“Tú serás el pastor de mi pueblo,
Israel, tú serás el jefe de Israel”. Con estas palabras, los ancianos que
representaban a todas las tribus de Israel, reconocían a David como rey. El que
había gobernado desde Hebrón a las gentes de Judá hacía ahora un pacto con sus
“electores” y se convertía en rey de todo el pueblo (2 Sam 5, 1-3).
El salmo 121 nos invita a hacer
nuestra la alegría de las tribus de Israel que subían a Jerusalén “a celebrar
el nombre del Señor”. Al evocar esa subida jubilosa, seguramente pensamos que
hoy se ha hecho difícil esa unidad para proclamar la grandeza de Dios. ¿Alguna
peregrinación del año jubilar de la misericordia ha contagiado tanta alegría?
En el hermoso himno que se
incluye en la carta a los Colosenses, san Pablo proclama la majestad que Dios
ha concedido a su Hijo, por quien todo fue creado y que es anterior a todo.
“Por él quiso Dios reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de
la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz” (Col 1,20). Él es el Señor
del universo.
LA CRUZ COMO TRONO
No es ocioso mencionar la cruz de
Cristo. De hecho, el evangelio que hoy se proclama nos recuerda que sobre ella
se podía ver un letrero escrito en griego, en latín y en hebreo en el que se
presentaba al condenado: “Este es el rey de los judíos”.
Claro que no todos reconocían su
majestad. El texto evangélico evoca tres tipos de burlas que se oyeron en torno
a la cruz de Jesús:
• Las autoridades y el pueblo le
echaban en cara que, habiendo salvado a otros, no pudiera salvarse a sí mismo.
Según ellos, no era el Elegido por Dios.
• Los soldados, ciertamente
extranjeros y mercenarios, miraban con desprecio a aquel que no demostraba ser
el rey de los judíos.
• Finalmente, uno de los dos
malhechores condenados junto a él pretendía que aquel que era considerado como
el Mesías se salvara a sí mismo, y también a él le llegara la salvación.
Allí se daban cita tres
presupuestos y tres intereses diferentes. Una razón religiosa, una visión
política y un interés personal. Todos coincidían en esperar que Jesús bajara de
la cruz.
EL HOY DE DIOS
Con todo, el texto evangélico
pone en boca de otro de los malhechores una súplica que se eleva por encima de
aquel griterío de desprecio y de blasfemia.
- “Jesús, acuérdate de mí cuando
llegues a tu reino”. Es la última súplica que viene desde el Antiguo
Testamento. El condenado ha comprendido que Jesús tiene un poder que no
reconocen los que se burlan de él. No es el poder mágico de desclavarse de la
cruz. Es la autoridad del rey que puede recordar a los que han compartido su
suerte y su muerte.
- “Hoy estarás conmigo en el
paraíso”. Jesús responde con una promesa que caracteriza la llegada del Nuevo
Testamento. Ese es el “hoy” de Dios. El hombre caído y su Dios se encuentran de
nuevo en el paraíso. Un paraíso que no ha de ser imaginado como un lugar, sino
como una relación de acogida y de misericordia.
Señor Jesucristo, nosotros te
reconocemos como nuestro Rey. Sabemos que tu entrega en la cruz nos ha rescatado
del mal y del pecado. Tú eres nuestro Señor y nuestro Redentor. Atrae hacia ti
nuestras miradas para que podamos vivir en el reino de la verdad y la vida, el
reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz.
Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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