Homilía para el Domingo 27 de Noviembre de 2016. 1º de
Adviento, Ciclo A.
“Caminemos a la luz del Señor”.
Así concluye la primera lectura de este primer domingo de Adviento (Is 2,5). El
profeta Isaías anuncia que, al final de los tiempos, el monte sobre el que se
levanta el Templo de Jerusalén se convertirá en la meta de una peregrinación
universal, Todos los pueblos acudirán a escuchar la palabra del Señor.
Una palabra de justicia y de paz
para todos los pueblos. “De las espadas forjarán arados y de las lanzas
podaderas”. ¡Con qué fuerza recordó Pablo VI aquella profecía en su visita a la
sede de las Naciones Unidas en la ciudad de Nueva York! Es un sueño, pero es
también una tarea para toda la humanidad.
El salmo responsorial nos invita
a iniciar esa peregrinación de paz: “¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la
casa del Señor!” (Sal 121,1). Es la hora de despertar para caminar por las
sendas de la luz. Que el cuidado de nuestro cuerpo no fomente los malos deseos.
Así lo escribía san Pablo a los cristianos de Roma (Rom 13,14).
EL DILUVIO
Nos cuesta reconocer que nuestra
vida está marcada por el signo de la espera y la esperanza. Durante el tiempo
del Adviento nos preparamos para la celebración de la fiesta del Nacimiento de
Jesús. Es un tiempo que nos invita a recobrar y afianzar la esperanza. Y,
además, nos educa para vivir el tiempo de la espera.
La fe nos lleva a caminar con
generosidad mientras nos mantenemos a la espera de la venida del Señor. Por
cinco veces se repite en el evangelio de este domingo el verbo “venir”. Y otras
dos veces se insiste en afirmar que “no sabemos” el momento de su venida.
En primer lugar, el texto evoca el
pasado y nos recuerda la imagen bíblica del diluvio. Las gentes vivían
dedicadas a sus tareas habituales, pero también a sus placeres. El diluvio los
sorprendió a todos.
En segundo lugar, el texto mira
también al futuro y nos anuncia que la venida del Hijo del hombre revelará las
actitudes más secretas. Con su venida llega el discernimiento definitivo. A
unos los llevará y a otros los dejará.
LOS ADIVINOS
Hay otra imagen que ilustra la
exhortación. La del hombre que no sabe a qué hora puede un ladrón a asaltar su
casa. El tema de la venida imprevisible del Señor suscita la invitación a
mentenerse vigilantes. “Estad en vela, porque no sabéis que día vendrá vuestro
Señor”.
Para mantenerse en vela es
preciso practicar la sobriedad. No podemos caer en la tentación de confundir la
satisfacción con la felicidad. No es de sabios dejarse embotar por los deseos
que nos adormecen.
Además, se nos dice que no
sabemos el día ni la hora. Son muchos los que tratan de adivinarla. Demasiados
adivinos siembran ese temor del futuro que nos distrae de las tareas del
presente. Hay que superar la tentación de tratar de adivinar el tiempo futuro.
Y, finalmente, el evangelio nos
advierte que no esperamos algo, por importante o fantástico que parezca.
Nosotros vivimos esperando a Alguien. Nos mantenemos en vela, aguardando la
manifestación del único Salvador, que es nuestro Señor.
Señor Jesús, tu venida no es para
nosotros un motivo de temor, sino de esperanza. No saber el tiempo de tu
llegada nos ayuda a mantener la caridad. ¡Ven, Señor Jesús!
D. José-Román Flecha Andrés
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