sábado, 21 de junio de 2025

"LOS PARTIÓ Y SE LOS IBA DANDO"

 

Reflexión Evangelio Domingo 22 de Junio de 2025. Solemnidad del Corpus Christi

Hoy, en la celebración del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, se nos invita a profundizar en lo que significa en nuestra vida como creyentes el cuerpo de Cristo entregado y la sangre de Cristo derramada y la llamada a hacer memoria de este acontecimiento en la eucaristía y en nuestra cotidianidad.

Celebrar el cuerpo y la sangre de Cristo es celebrar su vida, su entrega, su muerte y su resurrección. Es celebrar la vida entregada para que todas las personas tuvieran vida. Eso es lo que Jesús hizo durante todo el tiempo en el que estuvo entre nosotros, acercarse al que estaba caído para que se levantara de su postración: dio de comer al hambriento, sanó al herido, abrazó al excluido, acogió al marginado y apartado, reconoció a las mujeres y las llamó por su nombre, como a María Magdalena. En definitiva, puso vida allí donde había muerte. Y no se conformó con lo mínimo, sino que dio todo y se dio por entero, entregando su propia vida para la vida de todos. Y la resurrección es el sí del Padre a lo que fue la vida de Jesús. En la resurrección, el último obstáculo para la vida que es la muerte misma queda vencida. En la resurrección ya no hay muerte, solo vida.

 

Pero no podemos olvidar que Jesús nos invita a repetir este gesto en cada eucaristía: “Haced esto en memoria mía”. Estamos llamados a llevar a nuestra vida lo que fue la vida de Jesús. Estamos invitados a vivir desde la entrega y el servicio, y lo hemos de llevar a cabo en nuestra cotidianidad, allí donde nos encontramos: en nuestras casas, en nuestros trabajos, en nuestros barrios, en nuestras ciudades. Estamos llamados a hacerlo con los de cerca y también con los de lejos. Esto también lo vemos en ese gesto que repetimos en cada jueves santo cuando realizamos el lavatorio. Él nos dice: “Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.” Esta es la llamada y la invitación: hacer realidad el mandamiento del amor, haciéndolo realidad por medio de las obras.

Y, como podemos ver en el evangelio, en este darse y entregarse, en este amor no hay acepción de personas. Estamos llamados a entregarnos a todo aquel que nos necesita, como hizo Jesús. Él dio de comer su pan a todos los que se encontraban allí escuchándole: ¿Cómo vamos a dar de comer a todos, se preguntarían los discípulos, si son unos cinco mil? No miró si eran buenos o malos, justos o injustos. Tenían hambre y les dio de comer. No miró si estaban bien o mal vestidos, o si parecían pobres o ricos. Tenían hambre y les dio de comer. No miró cómo vivían su religiosidad o su ciudadanía, si eran saduceos, fariseos, zelotes, gente del pueblo. Tenían hambre y les dio de comer. ¡Cuántas discriminaciones hacemos nosotros ahora! Si son o no de los nuestros, si tienen o no nuestro mismo modo de pensar, si son de derechas o de izquierdas, si son conservadores o progresistas. Nosotros construimos muros que nos separan mientras que Jesús construye puentes que nos unen. Nos olvidamos que todos nos necesitamos para construir una sociedad en la que todos tengan sitio.

¡Y qué importante es crear vínculos para que esta entrega, este darse a todos sea posible! Cuando en el evangelio dice que los mandó sentarse formando grupos de unos cincuenta cada uno, me gusta pensar que esto lo hace no solo para que sea más fácil el reparto, sino porque en grupos pequeños es más fácil poder crear vínculos que nos ayuden a superar las barreras que nos dividen y a crecer en fraternidad. Además, estos pequeños grupos, que podrían ser la familia, las comunidades religiosas, las comunidades parroquiales u otros posibles, nos tendrían que ayudar, como pequeñas escuelas, a aprender e vivir unidos en la diversidad, a superar los conflictos por medio del diálogo, a caminar juntos buscando la unanimidad, etc. Nos tendrían que ayudar a caminar juntos con nuestras diferencias.

Lo mejor de todo es que nos deja su cuerpo y su sangre para que no nos sintamos solos en nuestro camino y para que nos ayude a llevar a nuestra propia vida lo que fue su vida. El momento mismo de la comunión lo significa: Llevar a nuestro propio cuerpo el cuerpo de Cristo para que estando con nosotros le dejemos crecer en nuestra propia vida, conformándonos y configurándonos con Él. Para ello tendremos que vaciarnos primero de todo aquello que no le deje sitio en cada uno de nosotros, nuestras faltas de amor hacia nosotros mismos, hacia los demás y hacia la creación, para que así Él pueda crecer en nosotros. Entonces seremos sus testigos.

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