domingo, 1 de junio de 2025

"FUE LLEVADO HACÍA EL CIELO"



Reflexión del Evangelio del Domingo 1 de Junio de 2025. 7º de Pascua.

La fuerza que viene de lo alto

Escribiendo San Pablo a los colosense (Cap. 1, vers. 15ss) en un bello himno sobre la primacía de Cristo, afirma que Él (Cristo) es imagen de Dios invisible y que todo lo creado ha sido por Él y para Él. El Evangelio de San Juan (Cap. 14, vers. 9) también lo corrobora: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Podemos afirmar, sin incurrir en error, que toda la creación ha sido obra de la Trinidad, porque Trinidad es el nombre de Dios amándose en tres personas, ya que la relación entre las tres divinas personas genera la fuerza del amor divino. Un amor que no es de nuestro mundo, como recordada el Papa Benedicto en “Deus caritas est”, pero que se deja sentir como una fuerza incontenible que procede de un lugar que llamamos ‘lo alto’ o ‘el cielo’.

La glorificación se refiere a la transformación por la entrega sin condiciones a Dios por parte del creyente. Jesús es nuestro modelo y guía ya que cuando se revistió de nuestra carne nos abrió el verdadero camino que nos conduce hasta la misma entraña de Dios, que no es otra que la de dar vida plena. Yo he venido, decía Jesús, enviado por el Padre para dar vida y vida en abundancia. No hay gloria sin vida y la vida sin gloria es un vivir sin horizonte de plenitud, que es la eternidad. La vida no es algo que solo pasa, es también la oportunidad que se nos da para entrar en la dimensión del verdadero amor.

Jesús dijo en alguna ocasión que nadie ha subido al cielo, sino aquel que del cielo ha bajado, en clara referencia al misterio de su persona y a su íntima relación con el Padre. En el misterio del Verbo encarnado, el cielo y la tierra se juntan, entremezclan y funden en un abrazo de amor solidario. Somos criaturas nacidas por la voluntad amorosa del Padre que a todo llamó a la existencia desde la nada y cuyo Espíritu no deja de aletear. Dios es amor en una doble dirección: se ama a sí mismo y ama a su creación, particularmente al ser humano, que lo hizo a su imagen y semejanza.

El templo verdadero

Identificamos al templo como un espacio dedicado con exclusividad para Dios. El templo es una arquitectura esencial en casi todas las religiones del mundo, también lo fue en el judaísmo, la religión en la que vivió y creció Jesús, y lo es también entre los cristianos como lugar de reunión para celebrar la fe comunitaria, la dispensación de los sacramentos y como lugar privilegiado para la oración y el encuentro con Dios. El templo es el espacio humanizado en el que Dios habita como si fuera su casa siguiendo el modelo del cielo, según se cree.

Jesús, el Hijo de Dios, habla del Nuevo Templo que es su Cuerpo, no de un edificio construido por manos humanas de diferentes materiales, por muy nobles que sean. Cuando la Iglesia habla de sí misma se presenta como Cuerpo Místico de Cristo. A partir de Jesús nos relacionamos con Dios a partir de nuestra corporeidad, individual y comunitaria, ya que Jesús nos ha dejado su cuerpo y su sangre, de forma sacramental, en una Nueva Alianza que Dios ha querido tejer con los seres humanos. La Nueva Ley de Dios no es para estar escrita sobre tablas o pergaminos, sino para ser grabada en nuestros corazones.

San Pablo llega a decir que el verdadero templo donde habita Dios como, en un sagrario, es nuestro cuerpo, de ahí que debamos cuidar de nuestro cuerpo y darle la atención que se merece. La vida es el flujo que el cuerpo necesita para su existencia, por eso para Dios la defensa de la vida es prioritaria. Todo proyecto humano que no tiene como horizonte la preservación y defensa de la vida, sobre todo la de los más vulnerables, inocentes, desfavorecidos y marginados, es perverso y contrario a la voluntad de Dios. El Padre Eterno se relacionó con su creación por medio del cuerpo de su Hijo amado. El Padre se ha hecho cuerpo en Hijo con la vitalidad efusiva del Espíritu Santo.

Testigos de Jesús hasta los confines del espacio y del tiempo

El cristianismo se gestó desde los testimonios de aquellos que fueron testigos y compañeros de Jesús. Los Evangelios son las narraciones acreditadas y conservadas de las relaciones que Jesús mantuvo con ellos y de cómo fueron intuyendo y descubriendo el nuevo proyecto de Dios para la humanidad a partir de esos encuentros. La fe es el despertar del creyente a la experiencia de Dios en y desde Jesús. Jesús no es un hombre cualquiera, ni siquiera el mejor de los hombres posibles, es el Hijo de Dios y Dios mismo. Lo vieron levantarse de entre los muertos y lo vieron levantarse ir al cielo. Ese es el testimonio, que la resurrección de Jesús y su ascensión al cielo es parte del mismo proceso.

La resurrección y ascensión del Señor son datos de fe, creencias religiosas, en torno a las cuales un grupo de personas, judíos y no judíos, elaboraron su fe y su culto en el convencimiento que Dios ha visitado a su pueblo para rescatarlo de la opresión del pecado y liberarlo de las ataduras de la enfermedad, del sufrimiento y de la muerte, afirmando, además, que esa salvación ofrecida por Dios es para toda la humanidad y que, por tanto, todo el mensaje de la salvación tiene que ser conocido, y vivido, por todos los hombres y mujeres, sin distinción de pueblos, razas, culturas, países, etc. La salvación de Dios es universal. Católico es una palabra griega que significa universal, para todos sin distinción.

La fe cristiana se difundió desde Jerusalén como un granito de mostaza y hoy está presente en todo el mundo, aunque no toda la humanidad sea cristiana. Cada generación tiene que dar respuesta a la pregunta de Jesús: ¿Quién dice la gente que soy yo? La respuesta a esa pregunta es siempre desde la fe de un Dios que, levantado sobre el suelo, fue crucificado, que, levantado sobre la muerte, fue resucitado, que, levantado al cielo, es glorificado, para que nosotros también experimentemos su gloria.

Feliz día de la Ascensión, santo y feliz Domingo de Pentecostés, que Dios les bendiga y la Virgen Madre les proteja por siempre. Cuídense.

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