Reflexión del Evangelio Domingo 16 de Noviembre de 2025. 33º del Tiempo Ordinario.
Las crisis han
de ser vividas con esperanza
Las tres lecturas de este domingo nos lanzan un grito de confianza y valentía. Y es que el fin del año litúrgico y su lenguaje apocalíptico son toda una invitación para que mantengamos aún más nuestra capacidad de escucha al actuar de Dios en nuestros días. Así pues, si nos centramos en la lectura del evangelio, vemos cómo las palabras de Jesús acerca de las persecuciones y tribulaciones que vendrán en el futuro pueden dar la impresión de que hemos de vivir sobrecogidos, aterrados e incluso asustados. Pero la cosa no va por ahí. Las palabras de Jesús no han de ser interpretadas como el anuncio de un final catastrófico. Más bien han de ser leídas desde la óptica de una paciencia activa, es decir, desde un actuar esperanzado que es la actitud que deben tener quienes creen en un Dios paciente y fuerte que alienta y conduce la historia.
Dicho lo anterior, podemos llegar a pensar que seguir hablando de actitudes esperanzadas en tiempos de crisis y de no pocas incertidumbres es un contrasentido o una ingenuidad. Porque ante un mundo que parece haber enloquecido. Un mundo donde hay tal cantidad de mal y tanto pobre sufriendo al poderoso. Un mundo con tanta violencia y desprecio contra el hombre inocente y tantas víctimas de segunda porque se sigue encubriendo, protegiendo e incluso justificando a depredadores absolutamente psicópatas. Un mundo con tantas catástrofes climáticas, guerras, migraciones y convulsiones sociales y eclesiales de todo tipo. En definitiva, una realidad, la de este nuestro mundo, donde parece que todo se desmorona y donde toda esta gran contradicción en lo hondo de la creación que la destruye, que la enfrenta consigo misma, que la deja en menos que ridículo ensayo de un hacedor de pacotilla, la esperanza parece no tener cabida.
Sin embargo, y aunque parezca que es un despropósito llegar a pensar así, la única manera satisfactoria -humanamente hablando- de enfrentarse a estas realidades es vivirlas con esperanza. ¿Por qué? Pues porque la esperanza, o dicho de otra forma, la paciencia activa es una pasión que se suscita ante la negatividad de la desesperación. Las preguntas hechas a Jesús, «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?» (Lc 21,7), son las que dan pie a este discurso escatológico en el que queda de manifiesto que Dios sigue actuando en cada ser humano, y que su obra sigue adelante.
La paciencia
activa no se agota en la realidad presente
No deberíamos pensar que la esperanza niega el mal. Como tampoco debería pasarnos por la cabeza que se trata de optimismo ingenuo o hipócrita. La paciencia activa no se agota en la realidad presente, en la limitación presente. Es como si viéramos una luz al final de un túnel, o como una estrella en mitad de la noche. La esperanza sabe guiar nuestros pasos hacia algo mejor. Y es que gracias a la esperanza sabemos que la creación entera será un día transformada por completo para ser solamente buena, para que exista sólo el bien, la bondad, la belleza. La esperanza es la noticia que tenemos de lo que está por venir. Y es una noticia realmente fascinante, porque anuncia que lo porvenir es bueno. La esperanza no se agota en la espera pasiva ni victimista y mucho menos resignada, sino que urge al compromiso activo con ese destello de luz que se entrevé a tientas en las oscuridades que no dejan ni dejarán de acecharnos. Porque, a decir verdad, si vemos una luz al final de un túnel como hemos indicado, ¿nos quedamos esperando a que nos alcance? ¿No será, más bien, todo lo contrario? ¿No será que nos movemos, que caminamos, que corremos cuanto podemos para lograr alcanzarla?
La celebración de este domingo, que nos va acercando a un nuevo año litúrgico, nos lanza la invitación de leer la realidad desde una perspectiva esperanzada. Y esto nos llama a actuar con firmeza. Así pues, debemos trabajar para que, hoy mismo, en un mundo que parece no ofrecer nuevos comienzos, un futuro esperanzador y la posibilidad de romper con lo mismo de siempre, se convierta en un lugar lleno de oportunidades y promesas de un mañana mejor. Laborar en este sentido es colaborar con los planes de Dios. Es seguir haciendo posible la Encarnación. Es hacer su voluntad y confiar en que un día tenga a bien llevar a plenitud lo que aquí sólo alcanzamos limitada y provisionalmente. El papa León XIV en la Exhortación Apostólica DILEXI TE nos dice, entre otras cosas, que «el amor cristiano atraviesa abismos humanamente insuperables» (Nº 120).
¿Sabremos
renunciar a nuestras efímeras y a veces ridículas seguridades para encontrar
nuestro apoyo en Dios? ¿Seremos capaces de destruir nuestros deseos egoístas de
poseer, para poseer sólo la gracia y experimentarlo todo como don? ¿Podremos
cambiar nuestra forma de vida, las más de las veces endogámicas, para que el
mundo pueda ser más justo aun teniendo que echar por tierra nuestras
comodidades y caprichos? ¿Dejaremos de dañarnos y despreciarnos unos a otros
para defender nuestras patrias, nuestras religiones o nuestras identidades?
¿Estaremos dispuestos a que sea la paciencia activa la que marque el compás de
nuestra vida creyente?

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