
Reflexión Evangelio Domingo 30 de Noviembre de 2025. 1º de Adviento.
Comenzamos un nuevo año litúrgico
La Iglesia, con sabia pedagogía, nos invita a abrir el
corazón al Adviento, ese tiempo breve pero intenso que nos prepara a celebrar
el misterio de la Encarnación. No se trata simplemente de “esperar la Navidad”,
como quien cuenta los días hasta una fiesta familiar. Adviento es tiempo de
despertar, de volver a poner la mirada en el horizonte de nuestra esperanza: el
Señor que vino, que viene y que vendrá.
El evangelio de este domingo nos sitúa ante la palabra clave
de este tiempo: “velad”. Jesús la repite con insistencia. Velar no es vivir
asustados, ni en una tensión nerviosa; es vivir despiertos, atentos a la
presencia de Dios en nuestra historia. En un mundo que nos adormece con el
ruido, la prisa y el consumo, el Adviento nos sacude y nos recuerda que hay
algo más profundo que las luces de las calles o las compras de temporada: el
Señor está viniendo a nosotros.
El texto de Mateo nos habla de los días de Noé. “Comían,
bebían, se casaban… hasta que llegó el diluvio”. Jesús no critica esas
actividades; son cosas normales de la vida. Lo que reprocha es la indiferencia,
ese vivir como si Dios no existiera, como si la historia no tuviera meta ni
sentido. También hoy podemos caer en ese sueño: cumplir con nuestras rutinas,
hacer planes, trabajar, divertirnos… y sin embargo, dejar que el corazón se
apague. El Adviento es un llamado a salir de la indiferencia y volver a centrar
nuestra vida en lo esencial.
"La noche está avanzada, el día se acerca"
San Pablo, en la segunda lectura nos lo dice con palabras que
resuenan con fuerza: “Ya es hora de despertaros del sueño… La noche está
avanzada, el día se acerca”. El “día” del que habla Pablo no es una metáfora
poética, sino el día del Señor, el momento definitivo en que Cristo se
manifestará en plenitud. Pero ese día comienza ya aquí, cada vez que acogemos
su presencia en el corazón, en la Eucaristía, en los pobres, en la Palabra que
nos transforma. Por eso el Adviento no mira sólo hacia el futuro, sino también
al presente: Cristo viene ahora, en medio de la historia, en lo pequeño y
cotidiano.
"Venid, subamos al monte del Señor"
La primera lectura, del profeta Isaías, nos ofrece la imagen
de los pueblos que suben al monte del Señor. Es una visión de esperanza: las
armas se convierten en arados, los corazones se abren a la paz. En un tiempo en
que tantas guerras ensombrecen la tierra, esta palabra profética suena como una
llamada a ser constructores de esperanza y reconciliación. El Adviento nos
invita a caminar hacia ese monte, a dejarnos enseñar por el Señor sus caminos,
a trabajar por un mundo más justo y fraterno.
Velar, entonces, no es sólo rezar o esperar en silencio. Es
vivir con el corazón encendido, con la fe despierta y las manos activas. Es
tener la lámpara preparada, como las vírgenes prudentes de la parábola,
sabiendo que el Esposo puede llegar en cualquier momento. Velar es cuidar la
oración, pero también cuidar los gestos de amor, la atención al hermano, la
fidelidad en lo pequeño.
Quizás este Adviento podríamos hacernos una pregunta sencilla
pero exigente: ¿En qué me he dormido?
Tal vez en la rutina de la fe, en la falta de tiempo para
Dios, en el descuido de la familia, en la indiferencia ante los que sufren.
Despertar no siempre es cómodo, pero es el comienzo de una vida nueva.
El Adviento nos ofrece cuatro semanas para reorientar el
corazón. Cada vela que encendamos en la corona será un recordatorio de la luz
que Cristo quiere encender en nosotros. Cada lectura, cada canto, cada oración,
será una invitación a dejar que su venida nos renueve por dentro.
No sabemos el día ni la hora -dice el Señor-, pero sí sabemos
quién viene: Aquel que nos ama, que se hace niño, que comparte nuestra carne y
nuestras lágrimas. Por eso, la vigilancia cristiana no es miedo, sino alegría
confiada. Quien espera al Señor con fe no teme el futuro, porque sabe que el
final de la historia será un abrazo.
Que este Adviento nos encuentre despiertos, atentos y
agradecidos. Que sepamos descubrir la presencia de Cristo que viene a
visitarnos cada día en los rostros de quienes nos rodean. Y que, cuando llegue
la Navidad, no sólo tengamos listas las luces y los regalos, sino sobre todo el
corazón abierto al Emmanuel, el Dios-con-nosotros.
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