domingo, 19 de octubre de 2025

“DIOS, ¿NO HARÁ JUSTICIA A SUS ELEGIDOS QUE CLAMAN ANTE ÉL DÍA Y NOCHE"”

Reflexión del Evangelio Domingo, 19 de Octubre de 2025. 29º del Tiempo Ordinario.

El Señor sigue enseñando a sus discípulos y también a nosotros cada día, cada vez que nos acercamos a su Palabra y le escuchamos. En el evangelio de este domingo, Jesús, que nos conoce bien, a través de una parábola, nos enseña cómo debemos orar siempre, sin desfallecer, sin desanimarnos.

Es preciso que comencemos por reflexionar brevemente sobre el papel o significado de la oración, en nuestro tiempo. Quizá estamos anclados en una concepción meramente utilitarista de la oración: ¿para qué sirve rezar? Hacemos esta pregunta desde el contexto de nuestra vida en la que cuenta tanto la eficacia, la obtención de resultados de forma inmediata. ¿No será acaso la oración algo inútil o una pérdida de tiempo?

Estamos en un error si pensamos que la oración solo es eficaz cuando conseguimos lo que pedimos a Dios. La verdadera oración cristiana es la expresión de nuestra relación con Dios, una relación llena de confianza en el Padre, al estilo de Jesús mismo. Y una oración que nos ayuda, en definitiva, a vivir en cercanía con nuestros hermanos, a ser más creyentes y más humanos. En la oración ponemos nuestro corazón a la escucha de Dios, y también nos ayuda a escuchar a nuestro prójimo.

Pero tratando este tema de la oración, no podemos olvidar que una de las objeciones más serias que se plantean en la religión y sobre la misma existencia de Dios es su silencio o indiferencia ante el sufrimiento del ser humano. ¡Cuántas veces hemos oído a muchos creyentes la queja de que Dios no escucha las peticiones y los ruegos que se le dirigen! Esta experiencia ha llevado a muchos a dejar de creer en un Dios que parece desentenderse de nosotros, que no nos cuida.

En la humanidad de antes y de ahora, siempre ha habido mucho sufrimiento. Y a Dios se le sigue acusando de su silencio, de permanecer callado. Los creyentes no podemos caer en esta tentación. Es preciso recordar que Dios nos ha hablado definitivamente a través de su Hijo encarnado, corriendo nuestra misma suerte, asumiendo la vulnerabilidad de nuestra condición humana. El propio Jesús murió experimentando ese silencio de Dios, pero habiendo puesto su confianza en el Padre a lo largo de toda su vida; también sintiéndose acompañado por Él en el momento supremo de la cruz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Así ha de ser también inquebrantable nuestra fe y confianza en Dios y en su salvación. Porque Él siempre hace justicia. Nos lo deja bien claro el texto de la parábola y la imagen bíblica de la viuda sola y desamparada, que solo reclama justicia.

Hemos de reconocer que, en el mundo de hoy, una gran parte de la humanidad, hombres y mujeres de toda condición, raza, religión… siguen reclamando no caprichos, sino más paz, justicia, derechos y dignidad. ¡Esa espera se les tiene que hacer muy larga! Y esta realidad nos debe hacer examinar si nuestra oración no se centra demasiadas veces en nosotros, y nuestros intereses particulares, olvidándonos de pedir por nuestros hermanos que más sufren en el mundo.

Según la parábola, Dios no es ese tipo de juez, conoce muy bien las injusticias y el dolor que sufren los más pobres y vulnerables. Jesús conoce bien al Padre y nos traslada que Dios siempre está de parte de los más débiles, de los que no pueden defenderse. Por eso nos recuerda a sus discípulos que los más desvalidos son quienes ocupan preferentemente el corazón de Dios Padre.

La Palabra de este domingo nos recuerda fuertemente que una oración perseverante y confiada debe ser necesariamente una oración de sensibilidad y preocupación por los débiles y por los pobres, y que esa preocupación debe expresarse administrándoles justicia.

¿En nuestra oración están presentes los pobres del mundo y sus necesidades?

Dios no da largas, a quien acude a él día y noche. Hace justicia sin tardar. Pero… ¿encontrará esta fe en la tierra?

En esta eucaristía pedimos de nuevo a Jesús: “¡Señor, enséñanos a orar!” y unimos nuestras súplicas a las de él.

Dominicos

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