Reflexión del Evangelio del Domingo 23 de Enero de 2021. 2º de Navidad
Este segundo domingo de Navidad, después de la fiesta de María Madre de Dios con que abrimos el año nuevo, es una profundización en los valores más vivos de lo que significa la encarnación del Hijo de Dios.
1. Esta es una de las páginas más
gloriosas, profundas y teológicas que se hayan escrito para decir algo de lo
que es Dios, de lo que es Jesucristo, y de lo que es el hecho de la
encarnación, en esa expresión tan inaudita: el “Verbo se hizo carne y habitó
entre nosotros”. La encarnación se expresa mediante lo más profundo que Dios
tiene: su Palabra; con ella crea todas las cosas, como se pone de manifiesto en
el relato de la creación de Génesis 1; con ella llama, como su le sucede a Abrahán,
el padre de los creyentes; con ella libera al pueblo de la esclavitud de
Egipto; con ella anuncia los tiempos nuevos, como ocurre en las palabras de los
profetas auténticos de Israel; con ella salva, como acontece con Jesucristo que
nos revela el amor de este Dios. El evangelio de Juan, pues, no dispone de una
tradición como la de Lucas para hablarnos de la anunciación y del nacimiento de
Jesús, pero ha podido introducirse teológicamente en esos misterios mediante su
teología de la Palabra. También, en nosotros, es muy importante la palabra,
como en Dios. Con ella podemos crear situaciones nuevas de fraternidad; con
nuestra palabra podemos dar vida a quien esté en la muerte del abandono y la
ignominia, o muerte a quien esté buscando algo nuevo mediante compromisos de
amor y justicia. Jesús, pues, también se ha encarnado para hacer nuestra
palabra (que expresa nuestros sentimientos y pensamientos, nuestro yo más
profundo, lo que sale del corazón) una palabra de luz y de misericordia; de
perdón y de acogida. Él ha puesto su tienda entre nosotros... para ser nuestro
confidente de Dios.
2. El himno y las sentencias que
lo constituyen se relaciona con las especulaciones sapienciales judías. El
filósofo judío de la religión, Filón de Alejandría, que vivió en tiempos de
Jesús, hizo suyas aquellas reflexiones, pero en vez de sabiduría habló de la
Palabra divina, del Logos. En el judaísmo «sabiduría» y «palabra de Dios»
significaban prácticamente lo mismo. Sobre este tema desarrolló Filón una serie
de profundas ideas. En el himno al Logos de Juan han podido influir otras
corrientes conceptuales de aquella época. Fuera como fuere, en el texto joánico
la idea del Logos tiene una acuñación cristiana propia, una forma inconfundible
ligada a la persona de Jesús. Se interpreta, en efecto, esta persona, mediante
los conceptos ya existentes sobre la Palabra de Dios, de una manera no por
supuesto absolutamente nueva, pero sí profundizada.
3. El Logos, en griego, la
Palabra divina, se ha hecho carne, es nuestra luz. Quizás parece demasiado
especulativa la expresión. Pero recorriendo el himno al Verbo, descubrimos toda
una reflexión navideña del cuarto evangelio. El Verbo ilumina con su luz. La
iniciativa no parte de la perentoria necesidad humana, sino del mismo Dios que
contempla la situación en la que se encuentra la humanidad. Suya es la
iniciativa, suyo el proyecto. En el Verbo estaba la vida y la vida es la luz de
los hombres. Por eso viene a los suyos, que somos nosotros. La especulación
deja de ser altisonante para hacerse verdaderamente antropológica, humana. Pone
su tienda entre nosotros, el Logos, la Sabiduría, el Hijo, Dios mismo en
definitiva. ¿Cómo? No como en el el AT, en la tienda del tabernáculo en el
desierto, ni en un “Sancta Sanctorum”, sino en la humanidad misma que era la
que verdaderamente necesitaba ser dignificada. El hombre es imagen de Dios, y
esa imagen se pierde si la luz no nos llega. Y esa luz es la Palabra,
Jesucristo.
Fray Miguel de Burgos
Núñez
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