1. El evangelio de Mateo
(25,14-30) nos muestra, tal como lo ha entendido el evangelista, una parábola
de "parusía" sobre la venida del Señor. Es la continuación inmediata
del evangelio que se leía el domingo pasado y debemos entenderlo en el mismo
contexto sobre las cosas que forman parte de la escatología cristiana. La
parábola es un tanto conflictiva en los personajes y en la reacciones. Los dos
primeros están contentos porque “han ganado”; el último, que es el que debe
interesar (por eso de las narraciones de tres), ¿Qué ha hecho?:“enterrar”.
2. Los hombres que han recibido
los talentos deben prepararse para esa venida. Dos los han invertido y han
recibido recompensa, pero el tercero los ha cegado y la reacción del señor es
casi sanguinaria. El siervo último había recibido menos que los otros y obró
así por miedo, según su propia justificación. ¿Cómo entendieron estas palabras
los oyentes de Jesús? ¿Pensaron en los dirigentes judíos, en los saduceos, en
los fariseos que no respondieron al proyecto que Dios les había confiado? ¿Qué
sentido tiene esta parábola hoy para nosotros? Es claro que el señor de esta
parábola no quiere que lo entierren, ni a él, ni lo que ha dado a los siervos.
El siervo que “entierra” los talentos, pues, es el que interesa.
3. Parece que la recompensa
divina, tal como la Iglesia primitiva pudo entender esta parábola, es injusta:
al que tiene se le dará, y al que tiene poco se le quitará. Pero se le quitará
si no ha dado de sí lo que tiene. Y es que no vale pensar que en el
planteamiento de la salvación, que es el fondo de la cuestión, se tiene más o
menos; se es rico o pobre; sino que la respuesta a la gracia es algo personal
que no permite excusas. La diferencia de talentos no es una diferencia de
oportunidades. Cada uno, desde lo que es, debe esperar la salvación como la
mujer fuerte de los Proverbios que se ha leído en primer lugar. Tampoco el
señor de la parábola es una imagen de Dios, ni de Cristo, porque Dios no es así
con sus hijos y Cristo es el salvador de todos. Es una parábola, pues, sobre la
espera y la esperanza de nuestra propia salvación. No basta asegurarse que Dios
nos va a salvar; o aunque fuera suficiente: ¿es que no tiene sentido estar
comprometido con ese proyecto? La salvación llega de verdad si la esperamos y
si estamos abiertos a ella.
Fray Miguel de Burgos
Núñez
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