Reflexión Homilética para el Domingo 20 de Enero de 2019. 2º de Tiempo Ordinario, C.
“Como un joven se casa con su
novia, así se desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido
con su esposa, la encontrará tu Dios contigo” (Is 62,5). Estos versos se
encuentran en la última parte del libro de Isaías. Ya ha terminado el exilio
del pueblo hebreo en Babilonia. Y un anónimo profeta entona este canto a la
Jerusalén reconstruida.
Es cierto que en los versos
anteriores, el profeta proclama que el esplendor de esa ciudad a la que ama se
deberá exlusivamente a la iniciativa de Dios. El Señor pondrá en ella su
deleite. La alianza de Dios con su pueblo se entiende como una entrega
esponsal. La imagen del amor matrimonial refleja las relaciones de Dios con la
Ciudad Santa.
Ante la maravilla de ese amor
divino, el salmo nos invita a proclamar que “el Señor es rey y gobierna a los
pueblos rectamente” (Sal 95,10).
En la segunda lectura se escucha
el discurso de san Pablo sobre la abundancia y la diversidad de los carismas
con los que Dios enriquece a su pueblo (1 Cor 12,4-11).
LA GLORIA Y LA FE
La imagen del amor que se expresa
en el matrimonio reaparece en el Nuevo Testamento para reflejar las relaciones
de Jesucristo con la nueva comunidad. De hecho, en este segundo domingo del
tiempo ordinario, el evangelio de Juan evoca la presencia de Jesús en una boda
celebrada en Caná de Galilea (Jn 2,1-11).
Esta fiesta tiene lugar “a los
tres días” a contar desde el encuentro de Jesús con Natanael. Esa alusión al
tercer día, recuerda la manifestación de Dios en el monte Sinaí (Éx 19,16) y
preanuncia la manifestación de Dios en la resurrección de Cristo. Entre una y
otra se sitúa esta “hora”, en la que se manifiesta la gloria de Jesús ante sus
discípulos.
En la boda de Caná Jesús
convierte el agua en vino. Pero no lo hace mediante un golpe de magia. Allí
están las tinajas del agua necesaria para las purificaciones de los judíos. Y
allí están los sirvientes para llenarlas de agua. El vino de la nueva alianza
presupone el agua de la fe de Israel y la ayuda silenciosa de los servidores.
Caná evoca de alguna manera el
monte Sinaí. En la alta montaña, Dios había manifestado su gloria ante un
pueblo que con frecuencia desconfiaría de él. Con este primer “signo”, Jesús
manifiesta su gloria ante sus discípulos, que comienzan a creer en él.
EL SERVICIO Y LA FE
Al meditar este relato de las
bodas de Caná no se puede olvidar la presencia de María. Junto a ella
descubrieron a Jesús los pastores y los magos llegados del oriente. Las dos
frases que le atribuye el evangelio de Juan nos dicen que por ella también nosotros
podemos descubrir la presencia y la gloria de Jesús.
“No les queda vino”. María presta
atención a las necesidades de sus amigos y conocidos. En ella se ha visto
reflejada la comunidad de su Hijo. También la Iglesia ha de estar atenta a las
dificultades de una humanidad, que parece haber perdido las razones para vivir
y las razones para esperar, a las que aludía el Concilio (GS 31).
“Haced lo que él diga”. María
sabe que la salvación es un don gratuito de Dios. Pero sabe también que la
humanidad ha de estar preparada para acoger esa salvación. La fe es una gracia
del Dios que se adelanta y primerea, como dice el papa Francisco. Pero todos
hemos de mantener el corazón abierto para obedecer al Señor y recibir esa
gracia.
Señor Jesús, la experiencia nos
dice que nuestros cálculos no siempre se ven coronados por el éxito. Sin ti
difícilmente podremos satisfacer los deseos de una humanidad que busca la
alegría. Quisiéramos ser los siervos atentos y obedientes que transportan el
agua que ha de convertirse en el vino de la fiesta. Sabemos y creemos que la
manifestación de tu gloria habrá de coronar nuestros esfuerzos y aumentar
nuestra fe. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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