sábado, 19 de enero de 2019

EL SIGNO DE LAS BODAS


Reflexión Homilética para el Domingo 20 de Enero de 2019. 2º de Tiempo Ordinario, C.

“Como un joven se casa con su novia, así se desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo” (Is 62,5). Estos versos se encuentran en la última parte del libro de Isaías. Ya ha terminado el exilio del pueblo hebreo en Babilonia. Y un anónimo profeta entona este canto a la Jerusalén reconstruida.

Es cierto que en los versos anteriores, el profeta proclama que el esplendor de esa ciudad a la que ama se deberá exlusivamente a la iniciativa de Dios. El Señor pondrá en ella su deleite. La alianza de Dios con su pueblo se entiende como una entrega esponsal. La imagen del amor matrimonial refleja las relaciones de Dios con la Ciudad Santa.

Ante la maravilla de ese amor divino, el salmo nos invita a proclamar que “el Señor es rey y gobierna a los pueblos rectamente” (Sal 95,10).

En la segunda lectura se escucha el discurso de san Pablo sobre la abundancia y la diversidad de los carismas con los que Dios enriquece a su pueblo (1 Cor 12,4-11).

LA GLORIA Y LA FE

La imagen del amor que se expresa en el matrimonio reaparece en el Nuevo Testamento para reflejar las relaciones de Jesucristo con la nueva comunidad. De hecho, en este segundo domingo del tiempo ordinario, el evangelio de Juan evoca la presencia de Jesús en una boda celebrada en Caná de Galilea (Jn 2,1-11).

Esta fiesta tiene lugar “a los tres días” a contar desde el encuentro de Jesús con Natanael. Esa alusión al tercer día, recuerda la manifestación de Dios en el monte Sinaí (Éx 19,16) y preanuncia la manifestación de Dios en la resurrección de Cristo. Entre una y otra se sitúa esta “hora”, en la que se manifiesta la gloria de Jesús ante sus discípulos.

En la boda de Caná Jesús convierte el agua en vino. Pero no lo hace mediante un golpe de magia. Allí están las tinajas del agua necesaria para las purificaciones de los judíos. Y allí están los sirvientes para llenarlas de agua. El vino de la nueva alianza presupone el agua de la fe de Israel y la ayuda silenciosa de los servidores.

Caná evoca de alguna manera el monte Sinaí. En la alta montaña, Dios había manifestado su gloria ante un pueblo que con frecuencia desconfiaría de él. Con este primer “signo”, Jesús manifiesta su gloria ante sus discípulos, que comienzan a creer en él.

EL SERVICIO Y LA FE

Al meditar este relato de las bodas de Caná no se puede olvidar la presencia de María. Junto a ella descubrieron a Jesús los pastores y los magos llegados del oriente. Las dos frases que le atribuye el evangelio de Juan nos dicen que por ella también nosotros podemos descubrir la presencia y la gloria de Jesús.

“No les queda vino”. María presta atención a las necesidades de sus amigos y conocidos. En ella se ha visto reflejada la comunidad de su Hijo. También la Iglesia ha de estar atenta a las dificultades de una humanidad, que parece haber perdido las razones para vivir y las razones para esperar, a las que aludía el Concilio (GS 31).

“Haced lo que él diga”. María sabe que la salvación es un don gratuito de Dios. Pero sabe también que la humanidad ha de estar preparada para acoger esa salvación. La fe es una gracia del Dios que se adelanta y primerea, como dice el papa Francisco. Pero todos hemos de mantener el corazón abierto para obedecer al Señor y recibir esa gracia.

Señor Jesús, la experiencia nos dice que nuestros cálculos no siempre se ven coronados por el éxito. Sin ti difícilmente podremos satisfacer los deseos de una humanidad que busca la alegría. Quisiéramos ser los siervos atentos y obedientes que transportan el agua que ha de convertirse en el vino de la fiesta. Sabemos y creemos que la manifestación de tu gloria habrá de coronar nuestros esfuerzos y aumentar nuestra fe. Amén.

D. José-Román Flecha Andrés

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