Reflexión Homilética para el Domingo 13 de Enero de 2019. Fiesta del Bautismo del Señor, C.
“Consolad, consolad a mi pueblo,
dice vuestro Dios; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido
su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido
doble paga por sus pecados“ (Is 40,1-2). Así comienza la segunda parte del
libro de Isaías. Se ha terminado el tiempo de la prueba, es decir, la
deportación del pueblo hebreo en Babilonia. Ha llegado el tiempo del consuelo y
de la redención.
En los versos siguientes se oye
una voz que invita a preparar en el desierto un camino al Señor. Esas palabras,
que hemos escuchado durante el Adviento, son evocadas por los evangelios cuando
nos presentan la figura de Juan Bautista.
El salmo responsorial es un canto
de alabranza a Dios por la maravilla de su creación (Sal 103). Toda una
invitación a contemplar la belleza de este mundo.
En la segunda lectura, que nos
recuerda la misa de la nochebuena, san Pablo proclama que Dios nos ha salvado
con el baño del segundo nacimiento (Tit 3,4-7).
EL MESÍAS ANUNCIADO
Estos textos preparan nuestro
espíritu para la celebración de esta fiesta del Bautismo de Jesús. En el
evangelio de Lucas que hoy se proclama (Lc 3,15-16. 21-22) escuchamos la voz de
Juan el Bautista. El pueblo estaba en expectación y muchos se preguntaban si no
sería el Mesías esperado. Pero sus palabras revelaban su profunda humildad.
“Yo os bautizo con agua, pero
viene el que puede más que yo”. Se sabía enviado a purificar a su pueblo en la
espera del gran advenimiento. Bien sabía él que su misión consistía en anunciar
la llegada de alguien que había de dar pruebas del poder de Dios.
“Yo no merezco desatarle la
correa de sus sandalias”. Juan no osaba compararse con el Mesías que estaba a
punto de aparecer entre su pueblo, Bien sabía él que ante Dios todos los
merecimientos humanos son fruto de la gracia.
“Él os bautizará con Espíritu
Santo y fuego”. El Mesías que Juan anunciaba purificaría a su pueblo por medio
del Espíritu de Dios. Bien sabía él que las imágenes del viento y del fuego
manifestaban claramente la necesidad de purificar el corazón.
EL HIJO PREDILECTO
Juan se consideraba menos que un
esclavo. El evangelio de Lucas parece haber tomado en serio esa expresión. De
hecho, no lo presenta como el ministro del bautismo de Jesús: “En un bautismo
general, Jesús también se bautizó”. El precursor desaparece de la escena.
El evangelio de Lucas, recuerda
una y otra vez la oración de Jesús. Y ese es el ambiente en el que sitúa su
bautismo: “Mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él
en forma de paloma, y vino una voz del cielo: Tú eres mi hijo, el amado, el
predilecto”.
“Tú eres mi hijo”. La fe
cristiana nos lleva a recordar la verdad que ya se anunciaba en las palabras
del salmo: “Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy” (Sal 2,7). Como Jesús,
también nosotros reconocemos e invocamos a Dios como nuestro Padre.
“El amado”. En el libro del
Génesis leemos la orden que Dios dirigió a Abraham: “Toma a tu hijo único,
Isaac, al que amas…y ofrécelo en holocausto” (Gén 22,2). Como Isaac, también
Jesús descubre en su bautismo un camino que lo llevaría al sacrificio.
“El predilecto”. En el primer
poema del Siervo del Señor, Dios lo llama “mi elegido en quien se complace mi
alma” (Is 42,1). Jesús es el predilecto de Dios. Esa predilección de Dios
sustenta la confianza de Jesús en su Padre y sostiene también la nuestra.
Señor y Dios nuestro, tú
proclamaste a Jesús como Hijo tuyo muy amado, cuando era bautizado en el río
Jordán y el Espíritu Santo descendia sobre él. Tambien nosotros hemos nacido
como hijos tuyos por medio del agua y del bautismo. Concédenos escuchar siempre
tu voz y perseverar con fidelidad en el cumplimiento de tu voluntad. Por el
mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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