
Homilía Domingo 24 de Abril de 2016. 5º de Pascua. C.
“Hay que pasar por muchas
tribulaciones para entrar en el reino de Dios” (Hech 14, 22). Esa podría ser
una de esas frases que nos envían con frecuencia los amigos. Llegan
superpuestas a una hermosa foto de un lago o de la cumbre nevada de un monte. A
primera vista nos impresionan. Después las olvidamos, atraídos por la belleza
del paisaje.
En la ciudad de Listra, colonia
romana y patria de Timoteo, los apóstoles Pablo y Bernabé habían curado a un
hombre tullido. Al ver el portento, las gentes quisieron adorarlos como a
dioses, Pero ellos pregonaron a gritos que eran hombres y nada más. El texto
nos da cuenta de la persecución que sufrieron en las ciudades de Licaonia.
“Hay que pasar por muchas
tribulaciones para entrar en el reino de Dios”. Esa frase no es un lema
inocente para encabezar la predicación de un retiro espiritual. No es una pura
teoría. Es la conclusión de una experiencia de persecución sufrida por los
apóstoles. Sólo después de haber sufrido, podían animar a los hermanos con esta
exhortación.
LA HORA
El evangelio que se proclama en
este quinto domingo de Pascua (Jn 13,31-35) se sitúa en el escenario de la
última cena de Jesús con sus discípulos. Exactamente, después de que Judas
salió del Cenáculo para internarse en la noche. Para él había llegado la hora
de entregar a su maestro en manos de los sacerdotes del templo de Jerusalén.
“Ahora es glorificado el hijo del
hombre, y Dios es glorificado en él”. Para Jesús, aquella salida del discípulo
traidor marcaba la llegada de su glorificación. Jesús había previsto este
momento. Es más, lo había anunciado a sus seguidores. Pero ellos nunca hubieran
sospechado que la glorificación iba a coincidir con la crucifixión.
“Hijitos, me queda poco de estar
con vosotros”. Nos sorprende la ternura con que Jesús se dirige a sus
discípulos. Solamente en esta ocasión aparece la palabra hijitos en los
evangelios. Nos sorprende también la claridad con la que Jesús ha previsto su
suerte y su muerte. El tiempo de su misión terrestre toca a su fin. Y él lo
sabe.
Y EL MANDATO
“Amarás a tu prójimo como a ti
mismo”. Jesús había recogido la regla de oro de todas las culturas (Mc 12,31),
según el texto que se leía en el libro del Levítico (Lev 19,18). Pero en la
hora de su despedida modificaba sustancialmente aquel precepto:
“Os doy un mandato nuevo: que os
améis unos a otros como yo os he amado”. Lo habitual era que el mismo sujeto se
tomara a sí mismo como la medida del amor. Desde ahora, la medida del amor sólo
puede ser Jesús.
“La señal por la que conocerán
que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”. Los grupos humanos
tratan de distinguirse por sus hábitos o la etiqueta que pegan a sus vestidos.
Los discípulos de Jesús habrán de distinguirse por el amor mutuo.
Señor Jesús, si tú has llamado
hijos a tus discípulos, eso significa que todos son hermanos. Que somos
hermanos. Y que solo el amor puede ser la señal para reconocernos y hacernos
reconocer. Danos tu luz para que comprendamos el signo y el significado de esa
entrega personal. Enséñanos a amar como tú nos has amado. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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