
Homilía para el Domingo 3 de Abril de 2016. 2º de Pascua.
“Los apóstoles hacían muchos
signos y prodigios en medio del pueblo”. Así comienza la primera lectura de
este domingo segundo de Pascua (Hech 5,12). Ha comenzado el tiempo de la
Iglesia. Los discípulos del Señor hacen ahora visible su misericordia.
En realidad, la compasión de Dios
se hace visible en la curación de los enfermos. Es interesante observar que la
gente que se acercaba a los apóstoles deseaba que al menos la sombra de Pedro
cayera sobre los pacientes que les acercaban.
Tambien hoy la humanidad sufre en
su cuerpo y en su espíritu y busca por todas partes un alivio a sus ansias y
dolores. Podemos preguntarnos si también el paso de los cristianos de hoy
aporta una respuesta a las expectativas de la humanidad.
Con el salmo responsorial
agradecemos haber sido aliviados de nuestros males: “Dad gracias al Señor,
porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 117)”.
LOS CONTRASTES Y LA MISERICORDIA
El evangelio nos recuerda dos
momentos de la revelación del Resucitado a sus discípulos (Jn 20, 19-31). El
texto parece jugar con diversas contraposiciones. Es como si intentara
ofrecernos una pintura que se configura con un fuerte claroscuro
En primer lugar se contraponen
el miedo y la alegría. Tras la muerte de Jesús, los discípulos están todavía
atemorizados. Pero el descubrir a Jesús presente en medio de ellos, los llena
de alegría.
En segundo lugar observamos que
el miedo los mantiene paralizados y con las puertas cerradas. Pero el aliento
de Jesús los exhorta a salir a la calle. Los encerrados, se convierten ahora en
los enviados.
En tercer lugar, intuimos que
los discípulos no han superado el sentido de culpa por haber abandonado a
Jesús. Pero el resucitado no vienen a reprenderles su falta. Al contrario, los
convierte en ministros del perdón y de la misericordia.
LA PROTESTA Y LA FE
Con frecuencia oímos calificar a
Tomás como “el incrédulo”. Pero olvidamos que fue precisamente él quien había
desafiado a los otros discípulos a seguir al Maestro: “Vayamos también nosotros
a morir con él” (Jn 11,16). Tomás tenía fe para aceptar la muerte. ¿Es que
ahora no tiene fe para aceptar la vida? Habrá que repensar sus palabras y las
del Señor.
“Si no veo la señal de los
clavos…, no creo”. Esas palabras no delatan la incredulidad de Tomás. Son una
protesta personal contra los que aplauden la luz sin haber aceptado la cruz.
“Trae tu dedo… No seas
incrédulo, sino creyente”. Las palabras de Jesús se dirigen a Tomás y a todos
nosotros. Ni incrédulos, ni crédulos. Se nos pide la seriedad de los creyentes.
“Señor mío y Dios mío”. Tan
sólo la declaración de Pedro puede compararse a esta confesión de fe que el
Resucitado suscita en quien estaba dispuesto a seguirlo hasta la cruz.
“Dichosos los que crean sin
haber visto”. Sólo en eso podemos superar la valentía y la coherencia de Tomás.
Él creyó por las llagas. Nosotros nos apoyamos en la fe del que creyó.
Señor Jesús, como nos ha dicho
el Papa Francisco, tus llagas son un signo permanente del amor misericordioso
de Dios. Que ellas nos ayuden a descubrir, celebrar y confesar su misericordia.
Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
Yo pensaba que iba a dejar mi primer comentario. No sé qué decir, excepto que he disfrutado de la lectura. Bonito blog, voy a seguir visitando este blog muy a menudo.
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