Homilía para el Domingo 5 de Enero de 2014. 2º Domingo de
Navidad.
Nuestros graciosos “belenes”,
están llenos de tradición, de arte y de ternura. Pero la hondura de la Navidad
se le escapa a quien sólo mira esas hermosas figuritas. El misterio de la
Natividad del Señor nos lleva una y otra vez a recibir la Palabra de Dios que
se ha hecho carne y ha entrado en nuestra historia.
Dios nos habla de muchas formas,
como recuerda el Concilio Vaticano II en la constitución sobre la Sagrada
Liturgia (SC 7). Pero nosotros hemos de leer con asiduidad la Sagrada
Escritura, como dice también el Concilio en la constitución sobre la Divina
Revelación (DV 25). En ella se contiene la palabra definitiva de Dios.
Según san Jerónimo, “desconocer
la Escritura es desconocer a Cristo”. La importancia que, con razón, concedemos a la Palabra de Dios escrita puede
y debe disponernos a escuchar al que es la Palabra de Dios vivida y viviente.
LA SABIDURÍA CREADORA
El libro del Eclesiástico recoge hoy el elogio
que la sabiduría hace de sí misma. Creada por Dios desde el principio, asiste a
Dios en la obra de la creación y en el gobierno del mundo. Su sabiduría no
cesará jamás. La memoria de la sabiduría de Dios ha de librarnos de nuestra
altanería.
Según la carta a los Efesios,
también nosotros hemos sido elegidos antes de la creación del mundo para ser
santos e irreprochables por el amor. Para ello necesitamos que Dios nos conceda
el don de sabiduría para conocerle e ilumine los ojos de nuestro corazón para
comprender la esperanza a la que nos llama.
Esos son los dones que esperamos
de la Palabra eterna de Dios. Según el evangelio de Juan, la Palabra se ha
hecho carne y habita entre nosotros. Ese misterio abarca la historia entera,
remece nuestra comprensión de Dios y del hombre. Y, por supuesto, ha de
orientar nuestra oración de cada día.
LA PALABRA VIVIFICADORA
En el prólogo al evangelio de
Juan sobresalen tres afirmaciones inolvidables sobre la Palabra eterna de Dios
que se ha hecho terrena y cercana a quienes la escuchan:
• “En la Palabra había vida”.
Muchas de nuestras palabras carecen de vida. O por que no dicen nada. O porque
son dañinas para nosotros mismos y para los demás. No podemos vivir de verdad
sin prestar una atención cordial y comprometida a la Palabra de Dios.
• “La Palabra era la luz
verdadera”. Ella es la luz que ilumina a todos los hombres. También a los que
pretenden ser luz para ellos mismos. Es impensable tratar de vivir con claridad
sin dejarnos guiar humildemente por la luz de la Palabra de Dios.
• “La Palabra se hizo carne”. Los
dos últimos papas han insistido en afirmar que la fe no nace de una idea, sino
de un encuentro. Es lamentable vivir colgados de una idea sin dejarnos
interpelar por el realismo de la presencia de Jesucristo en nosotros.
* Señor Jesús, Palabra de Dios,
que has decidido habitar para siempre entre nosotros, permítenos caminar
guiados por ti, para que nuestra vida sea luminosa y dé a nuestros hermanos
testimonio de tu luz. Amén.
D. José-Román Flecha
Andrés
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