Domingo 3 de Junio de 2012. Solemnidad
de la Santísima Trinidad.
No
podemos vivir sin creer y si alguien no cree en nosotros. No podemos vivir sin
esperar y si alguien no espera algo de nosotros. No podemos vivir sin amar y
ser amados. En la misma estructura personal se encuentra la capacidad de creer
y confiar en alguien, la necesidad de vivir en apertura confiada a un futuro
que se percibe como plenificador, y la posibilidad y el gozo de descansar en
una persona amada.
Esas
virtudes son profundamente humanas. Por eso pueden ser divinas. Las virtudes
teologales de la fe, la esperanza y la caridad son don de Dios. Y por eso son
también revelación de Dios. Su sujeto y objeto primario es el Dios
trascendente. El Dios Trinidad cree en el hombre que ha creado, espera su
respuesta a la llamada que le ha dirigido por medio del Hijo y lo ama en el
Espíritu de la verdad y la unidad.
Por otra parte, el hombre creado puede creer y
confiar en el Dios Trinidad. Puede esperar la felicidad que es Él mismo. Y
puede amarlo en el tiempo, amando a los hijos de Dios, con la confianza de
vivir en la eternidad de una comunión gratuita y divinizante. Las tres grandes
virtudes quedan así elevadas a la altura del Padre, según el modelo del Hijo
Encarnado, gracias a los dones del Espíritu.
VOCACIÓN
Y REUNIÓN
En esta
solemnidad de la Santísima Trinidad se proclamar el texto final del evangelio
según San Mateo (Mt 28, 16-20). Jesús se despide de los once discípulos. De
entre ellos, unos se postran ante Él y otros vacilan. Es la última hora. Pero
en el camino de la fe nada está garantizado. Siempre es posible la
inseguridad.
Con todo, hay algo que nos llama
la atención. Jesús confía en todos ellos, en los que creen y en los que dudan.
No los ha llamado porque eran perfectos, pero espera que lo sean. A pesar de la
resistencia y la debilidad de que han dado pruebas, Jesús sigue confiando en
ellos.
A unos y a otros, Jesús los deja
como continuadores de su misión y de su obra. A todos les encomienda una triple
misión: hacer discípulos, bautizarlos y enseñarles a guardar lo mandado por Él.
La evangelización, la celebración de la fe, y la catequesis sobre el
comportamiento cristiano responden al envío del Señor.
En el centro del programa
misionero está la referencia al Dios Trinidad.
La vocación personal y la reunión de la comunidad nacen de ahí. Bautizar
a las gentes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo no es sólo
una fórmula ritual. Es el resumen de la revelación del Maestro. Su última y
definitiva lección.
EL MISTERIO DE SU PRESENCIA
El texto termina con una
advertencia inolvidable: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta
el fin del mundo”. Al principio del evangelio de Mateo, Jesús había sido
anunciado como el Emmanuel, el Dios con nosotros. Al final del mismo evangelio
Jesús promete estar con nosotros por siempre. Él es el Dios definitivamente
cercano al hombre.
• “Sabed que yo estoy con vosotros”. Gracias al don de la fe, descubrimos entre la niebla esa presencia del Señor entre nosotros y vivimos con la serena confianza que nos da su cercanía.
• “Todos los días” . Gracias al don de la esperanza, recibimos la capacidad de mantener la vista fija en el horizonte de las promesas divinas y de prestar atención cada día a los signos de los tiempos.
• “Hasta el fin del mundo”. Gracias al don del amor que en Jesús se nos ha revelado, tratamos de verlo en el hambriento y el sediento hasta que Él examine nuestra responsabilidad.
- “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén”.
José-Román
Flecha Andrés
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