Homilía para el Domingo 4 de Octubre de 2015. 27 del tiempo ordinario, B.
“El Señor Dios dejó caer sobre el
hombre un letargo, y el hombre se durmió. Le sacó una costilla y le cerró el
sitio con carne”. En este domingo leemos el relato bíblico de la creación de la
mujer (Gén 2,18-24). Es un texto bellísimo. Su sencillez e ingenuidad nos
parece difícil porque hemos perdido el sentido de la poesía primitiva.
El relato nos habla de la soledad
del hombre y de la compasión de Dios que diseña para él la compañía. El “yo”
puede al fin encontrar un “tú”. La mujer aparece en el sueño del hombre. Todo
nos dice que no la ha creado el hombre. Por tanto no debe tratar de dominarla.
La mujer hay que soñarla, como ha dicho el papa Francisco.
El relato nos expone la
estructura del matrimonio como la unión fiel y definitiva de un hombre y una mujer.
El matrimonio como proyecto de vida. Como donación interpersonal. Como
esperanza compartida.
EL PROYECTO DE DIOS
Al matrimonio se refiere también
el evangelio que hoy se proclama (Mc 10,2-16). Los fariseos se presentan a
Jesús con una pregunta pensada para ponerlo a prueba: “¿Le es lícito a un
hombre divorciarse de su mujer?” Jesús conoce las cuestiones que se debatían en
los diversos grupos de intérpretes de la Ley de Moisés.
Jesús sabe que sus interlocutores
han convertido un deber en un derecho. El derecho al divorcio cuando la Ley lo
presentaba como la obligación de dar un documento a la mujer abandonada. Un
documento para que pudiera rehacer su vida y no perecer, al no tener quien la
defendiera en la sociedad.
Pero Jesús se manifiesta a favor
de la permanencia de la unión matrimonial. No porque sea su opinión personal,
sino porque así se lee en el texto del Génesis que relata la creación de la
mujer. Su referencia al “principio” es fundamental para evocar el proyecto de
Dios sobre el amor humano y sobre la vocación al matrimonio.
GENEROSIDAD Y ESPERANZA
De hecho, Jesús repite las
palabras fundamentales del texto del Génesis: “Abandonará el hombre a su padre
y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. Son palabras
que conocemos o creemos conocer demasiado bien.
“Abandonará el hombre a su padre
y a su madre”. En la antigüedad era difícil apartarse del primitivo clan
familiar. Aquí no se trata de ignorar las necesidades de los padres. Se trata
de recordar que la familia de elección es más importante que la familia de
origen.
“Se unirá a su mujer”. Hoy
hablamos del amor, pero lo reducimos a un gusto pasajero. Más que un
sentimiento, el amor es un compromiso. Olvidamos lo que significa de entrega
personal, única y definitiva hasta la muerte.
“Serán los dos una sola carne”.
Estas palabras las reducimos a la intimidad sexual. Y es verdad que la evocan.
Pero implican sobre todo el encuentro compartido de memorias y proyectos, de
trabajos y esperanzas.
Señor Jesús, hoy te presentamos
las dificultades y la alegría de tantos matrimonios que nos piden una oración.
Concédeles tu luz y tu fuerza para vivir su vocación con generosidad y
esperanza. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
No hay comentarios:
Publicar un comentario