Homilía para el Domingo 25 de Octubre de 2015. 30 del tiempo ordinario, B.
“Se marcharon llorando, los
guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en
que no tropezarán”. Con estas promesas anima Dios al pueblo que fue llevado al
cautiverio y que Él hará regresar a su tierra (Jer 31,7-9).
Es cierto que estas palabras nos
remiten a tiempos muy lejanos, pero nos ayudan a evocar el drama de todo un
pueblo deportado y llevado al destierro. Una experiencia que, por desgracia, se
ha repetido muchas veces a lo largo de la historia hasta estos mismos días.
Pero la experiencia de la fe nos
invita a leer nuestra peripecia personal a la luz de estas palabras proféticas.
Todos nosotros somos esclavos de algo. Todos necesitamos que Dios se apiade de
nosotros, nos muestre su misericordia y nos libere.
TRES DETALLES DEL RELATO
Esa primera lectura de la misa de
este domingo 30 del Tiempo Ordinario nos prepara para meditar el hermoso pasaje
de la curación del ciego de Jericó (Mc 10, 46-52).
Para comenzar, ya nos llama la
atención que este ciego sea el único de los curados por Jesús que tiene nombre
y apellido. Parece como si el texto quisiera indicarnos la dignidad personal de
los pobres y de los enfermos.
También nos sorprende la súplica
que dirige a Jesús: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Como se ve, emplea un
título en el que reconoce a Jesús como el Mesías enviado por Dios. Y además,
parece convencido de que Jesús es el rostro vivo de la misericordia de Dios.
Y por fin, nos asombra la
confianza de esos gestos que reflejan las actitudes del verdadero creyente:
soltar el manto en el que recoge las monedas que le entregan los que pasan; dar
un salto cuando todavía está ciego; y acercarse con decisión a Jesús.
TRES ECOS DE LA LLAMADA
En el relato evangélico aparecen
también los discípulos que acompañan a Jesús. En un primer momento tratan de
acallar las súplicas del ciego. Pero una indicación de Jesús les hace
redescubrir su propia misión. Así que lo llaman diciendo: “Ánimo, levántate,
que él te llama”.
“Ánimo”. Una primera palabra, en
la que se resume la misión de la Iglesia, enviada a infundir esperanza en los
abandonados y humillados de la tierra.
“Levántate”. La misericordia no
ignora la situación de postración y aun de pecado. Pero invita a la humanidad a
ponerse en pie con decisión y confianza.
“Él te llama”. La Iglesia sabe
que ella no es el final del camino. Su misión es la de transmitir una llamada
que conduce hasta el Señor.
Señor Jesús, en el ciego de
Jericó reconocemos nuestra propia situación. Tú te has compadecido de nuestra
postración, nos has devuelto la luz y nos has permitido seguirte por el camino.
Bendito seas por siempre.
D. José-Román Flecha Andrés
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