Homilía para el Domingo 11 de Octubre de 2015, 28 del
tiempo ordinario, B.
“Supliqué y se me concedió la
prudencia, invoqué y vino a mí un espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y
a tronos, y en su comparación tuve en nada la riqueza”. Así comienza el texto
del libro de la Sabiduría que se lee en la misa de este domingo (Sab 7, 7.11).
En los versículos siguientes se dice que la sabiduría es más preciosa que el
oro y la plata.
Evidentemente, esa sabiduría,
comparable a las piedras más preciosas, no puede confundirse con la mera
erudición. No basta con saber muchas cosas para ser feliz. Para este autor
bíblico la verdadera sabiduría, la que nos da la felicidad, es el conocimiento
de Dios. Es la aceptación de su voluntad.
En realidad no es cuestión de
“saberes” sino de “sabores”. Se nos invita a gustar a Dios, su Ley y su proyecto
sobre el mundo y sobre el hombre. Es realmente sabio quien conoce el camino de
la bondad. Quien es consciente de que no basta con conocer la misericordia. Es
preciso practicarla cada día.
UNA MIRADA CARIÑOSA
El evangelio que hoy se proclama
nos presenta a “uno” que se acerca a Jesús y le pregunta: “Maestro bueno, ¿qué
haré para heredar la vida eterna?” (Mc 10, 17-30). Jesús ha dicho que el agua
que él nos da salta hasta la vida eterna. Y que el pan que él nos entrega nos
da la vida eterna. Lo eterno es su horizonte y su promesa.
Tal vez este hombre conocía ya
este lenguaje de Jesús. Como nos dice el texto, contaba ya con dos elementos
para llevar una buena vida: riquezas y un comportamiento recto. Sin embargo,
aspiraba a una vida que durara más allá de los límites de la muerte. Deseaba
conocer el camino que conduce a esa patria. Y consideraba a Jesús como el
Maestro adecuado.
Pues bien, en la respuesta de
Jesús aparece también la sabiduría: “Ya sabes los mandamientos”. Y en efecto,
su interlocutor no sólo los sabía sino que, al parecer, los había cumplido
desde pequeño. De acuerdo con las convicciones de su pueblo, estaba ya en el
camino verdadero.
LO QUE FALTA
Jesús sabe que es necesario
cumplir los mandamientos para ser feliz. Pero a la mirada cariñosa de Jesús
sigue una preciosa orientación: “Una cosa te falta: anda, vende todo lo que
tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo- , y luego
sígueme”.
“Vende todo lo que tienes”. El
ser no puede reducirse al tener. El camino a la vida sin término no puede estar
pavimentado por las cosas que terminan. Así que el rico ha de dejar de poner su
confianza en los bienes que posee.
“Da el dinero a los pobres”. Dios
es el dueño de todo lo que existe. Hay que defender el derecho humano a la
propiedad. Pero sabiendo que los dones de Dios nos han sido entregados para que
los distribuyamos con equidad entre los hijos de Dios.
“Sígueme”. Con esa palabra llamó
Jesús a sus primeros discípulos. Pero ya se ve que el discipulado permanece
abierto. Seguir a Jesús no es un peso obligatorio. Es una llamada y un honor
para todos los dispuestos a escucharla
Señor Jesús, tú sabes que ponemos
nuestra confianza en las riquezas. Ayúdanos a compartir nuestros bienes con los
pobres y marginados y a seguirte por el camino. Amén.
D. José-Román Flecha
Andrés
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