sábado, 26 de septiembre de 2015

NO CERREMOS LOS OJOS


Reflexión Homilía del Domingo 27 de Septiembre de 2015.

Si el domingo pasado el Señor nos invitaba a ser los primeros en servir, hoy a una con el Evangelio, intuimos dos indicaciones en nuestro caminar como cristianos:

-  Reconocer el bien (venga de donde venga y lo haga quien lo haga)
-  Huir de aquello que pueda herir sensibilidades

1 .Dios, nos lo recuerda el Vaticano II, no es un coto cerrado o un privilegio de unos pocos. Nosotros, y le damos gracias por ello, hemos tenido la suerte de conocerlo a través de la Iglesia; lo escuchamos y lo meditamos en la Palabra; lo saboreamos en la Eucaristía. ¡Cuántas veces no lo hemos sentido vivo y operante en diversos momentos, aquí, en esta gran familia que es nuestra iglesia universal!

Por cierto, al decir Iglesia Universal, estamos en consonancia, y damos un acorde perfecto, con el evangelio que acabamos de escuchar. El término universalidad define, perfectamente, lo que Jesús quiere y desea de nosotros: buscar más lo que nos une, que aquello que nos separa.

No creo que nos encontremos en esa cerrazón o suspicacia que el evangelio denuncia. La mayoría hemos sido educados en la tolerancia o en el respeto a los demás y, precisamente por ello, tal vez sufrimos más por el hecho de que hermanos nuestros no descubran que, la fuente de la bondad está en Dios, y no por el hecho en sí, de que hagan o dejen de hacer obras buenas.

No hay peligro de clasificación en bandos. Debiéramos de interrogarnos sobre el por qué no hay muchísima más gente dispuesta a hacer el bien; a pregonar y defender la justicia; a calmar los ánimos de un mundo que se debate y se desangra en guerras ideológicas o económicas.

Esa es la gran interpelación que, tal vez el evangelio de hoy, nos suscita: ¿Por qué no hacemos más, y a más gente, el bien? ¿Por qué no se orienta y se educa – desde la universidad o desde el colegio- al creyente y no creyente, al agnóstico o al ateo, a encauzar esfuerzos, medios y creatividad hacia el bienestar de los demás y no solamente hacia el propio?

2. No seamos ilusos. A menor vivencia religiosa existe un serio peligro de tibieza a la hora de ejercitar la solidaridad y la caridad. Lo cual, por supuesto, no significa que siempre –los de casa- lo forjemos todo santo y bueno y, los de fuera, todo mal.

- Hoy no podemos permanecer con los brazos cruzados ante la que nos está cayendo. Los cristianos masacrados especialmente en Irak y Siria, el drama de los refugiados que clama al cielo (y con los que no sabemos qué hacer y dónde colocarlos), la trata de personas (mujeres y niños) que el Papa Francisco ha pedido en Naciones Unidas que sea considerada “crimen contra la humanidad” y un largo etc…reclaman, como Cáritas nos recuerda en su mensaje de inicio de curso, un dejar huella a favor de la justicia allá por donde pasemos. .

- Hoy damos gracias al Señor por muchas cosas. Sobre todo (en el inicio de este nuevo curso pastoral) por el hecho de estar construyendo su Reino en la medida de nuestras posibilidades; unos lo harán desde la música, otros desde la catequesis o como sacerdotes, otros integrados en distintos movimientos eclesiales, algunos más apoyando el abundante campo social que la iglesia tiene y cuida, otros como animadores de la liturgia o en las diferentes tareas pastorales. ¡No caigamos en la tentación de pensar que “lo nuestro” es lo único válido ante los ojos de Dios, o la panacea ante los retos que nos plantea la nueva evangelización!

En definitiva, lo del evangelio de hoy, “quien no está en contra nosotros, está a favor nuestro”. Otro pelo nos luciría si, en vez de mirar lo que los demás hacen, hiciésemos un esfuerzo renovado y redoblado por vivir y enseñar aquellos caminos que conducen a la auténtica felicidad, al amor y a la alegría que produce el encuentro personal con Jesucristo.

3.- Ayúdame, Señor, a mirar con respeto las cosas que existen a mí  alrededor las iniciativas que, otras  personas, las crean con esfuerzo y valor.

Ayúdame,  Señor, a mirar con agrado, a descubrir que, todo lo que  hago, es inspiración tuya y, aquello que lo que los  demás promueven, puede ser signo de tu presencia.

Ayúdame,  Señor, a mirar con amor: a ir al fondo del tesoro más  valioso a sentirme tan cerca de ti que, todo, lo estime poco  comparado contigo.

Ayúdame,  Señor, a expulsar de mi interior los espíritus inmundos que  me impiden vivir en paz conmigo mismo.

Ayúdame, Señor, a no  apropiarme de tu nombre exclusivamente a dejar que, otros, puedan  descubrirte y entrar por la gran puerta de  tu salvación a reconocer que, otros,  están en el camino del evangelio por sus obras y palabras.

Ayúdame,  Señor, a no sentirme peor ni mejor que nadie a disfrutar de mí amistad  contigo, a no poner etiquetas de  “estos son buenos” o “estos son malos”.

Ayúdame,  Señor, a no encerrarme en mi pequeño mundo a abrirme, sin miedo ni  complejos, a los que puedan enseñarme tu recto camino.

Ayúdame,  Señor, a no monopolizar mi trato contigo a valorar otras vertientes  evangelizadoras que, a mí, me puedan parecer estériles.

Ayúdame,  Señor, a descubrir en todas ellas los signos de tu presencia  divina.

Ayúdame,  en definitiva, Señor, a no considerar que, lo mío,  es lo único que vale y, aquello que los demás  realizan, es despreciable.

Ayúdame,  Señor.
Por Javier Leoz

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