Reflexión Homilía del Domingo 27 de Septiembre de 2015.
Si el domingo pasado el Señor nos
invitaba a ser los primeros en servir, hoy a una con el Evangelio, intuimos dos
indicaciones en nuestro caminar como cristianos:
-
Reconocer el bien (venga de donde venga y lo haga quien lo haga)
-
Huir de aquello que pueda herir sensibilidades
1 .Dios, nos lo recuerda el
Vaticano II, no es un coto cerrado o un privilegio de unos pocos. Nosotros, y
le damos gracias por ello, hemos tenido la suerte de conocerlo a través de la
Iglesia; lo escuchamos y lo meditamos en la Palabra; lo saboreamos en la
Eucaristía. ¡Cuántas veces no lo hemos sentido vivo y operante en diversos
momentos, aquí, en esta gran familia que es nuestra iglesia universal!
Por cierto, al decir Iglesia
Universal, estamos en consonancia, y damos un acorde perfecto, con el evangelio
que acabamos de escuchar. El término universalidad define, perfectamente, lo
que Jesús quiere y desea de nosotros: buscar más lo que nos une, que aquello
que nos separa.
No creo que nos encontremos en
esa cerrazón o suspicacia que el evangelio denuncia. La mayoría hemos sido
educados en la tolerancia o en el respeto a los demás y, precisamente por ello,
tal vez sufrimos más por el hecho de que hermanos nuestros no descubran que, la
fuente de la bondad está en Dios, y no por el hecho en sí, de que hagan o dejen
de hacer obras buenas.
No hay peligro de clasificación
en bandos. Debiéramos de interrogarnos sobre el por qué no hay muchísima más
gente dispuesta a hacer el bien; a pregonar y defender la justicia; a calmar
los ánimos de un mundo que se debate y se desangra en guerras ideológicas o
económicas.
Esa es la gran interpelación que,
tal vez el evangelio de hoy, nos suscita: ¿Por qué no hacemos más, y a más
gente, el bien? ¿Por qué no se orienta y se educa – desde la universidad o
desde el colegio- al creyente y no creyente, al agnóstico o al ateo, a encauzar
esfuerzos, medios y creatividad hacia el bienestar de los demás y no solamente
hacia el propio?
2. No seamos ilusos. A menor
vivencia religiosa existe un serio peligro de tibieza a la hora de ejercitar la
solidaridad y la caridad. Lo cual, por supuesto, no significa que siempre –los
de casa- lo forjemos todo santo y bueno y, los de fuera, todo mal.
- Hoy no podemos permanecer con
los brazos cruzados ante la que nos está cayendo. Los cristianos masacrados
especialmente en Irak y Siria, el drama de los refugiados que clama al cielo (y
con los que no sabemos qué hacer y dónde colocarlos), la trata de personas
(mujeres y niños) que el Papa Francisco ha pedido en Naciones Unidas que sea
considerada “crimen contra la humanidad” y un largo etc…reclaman, como Cáritas
nos recuerda en su mensaje de inicio de curso, un dejar huella a favor de la
justicia allá por donde pasemos. .
- Hoy damos gracias al Señor por
muchas cosas. Sobre todo (en el inicio de este nuevo curso pastoral) por el
hecho de estar construyendo su Reino en la medida de nuestras posibilidades;
unos lo harán desde la música, otros desde la catequesis o como sacerdotes,
otros integrados en distintos movimientos eclesiales, algunos más apoyando el
abundante campo social que la iglesia tiene y cuida, otros como animadores de
la liturgia o en las diferentes tareas pastorales. ¡No caigamos en la tentación
de pensar que “lo nuestro” es lo único válido ante los ojos de Dios, o la
panacea ante los retos que nos plantea la nueva evangelización!
En definitiva, lo del evangelio
de hoy, “quien no está en contra nosotros, está a favor nuestro”. Otro pelo nos
luciría si, en vez de mirar lo que los demás hacen, hiciésemos un esfuerzo
renovado y redoblado por vivir y enseñar aquellos caminos que conducen a la
auténtica felicidad, al amor y a la alegría que produce el encuentro personal
con Jesucristo.
3.- Ayúdame, Señor, a mirar con
respeto las cosas que existen a mí
alrededor las iniciativas que, otras
personas, las crean con esfuerzo y valor.
Ayúdame, Señor, a mirar con agrado, a descubrir que,
todo lo que hago, es inspiración tuya y,
aquello que lo que los demás promueven,
puede ser signo de tu presencia.
Ayúdame, Señor, a mirar con amor: a ir al fondo del
tesoro más valioso a sentirme tan cerca
de ti que, todo, lo estime poco
comparado contigo.
Ayúdame, Señor, a expulsar de mi interior los
espíritus inmundos que me impiden vivir
en paz conmigo mismo.
Ayúdame, Señor, a no apropiarme de tu nombre exclusivamente a
dejar que, otros, puedan descubrirte y entrar
por la gran puerta de tu salvación a
reconocer que, otros, están en el camino
del evangelio por sus obras y palabras.
Ayúdame, Señor, a no sentirme peor ni mejor que nadie a
disfrutar de mí amistad contigo, a no
poner etiquetas de “estos son buenos” o
“estos son malos”.
Ayúdame, Señor, a no encerrarme en mi pequeño mundo a
abrirme, sin miedo ni complejos, a los
que puedan enseñarme tu recto camino.
Ayúdame, Señor, a no monopolizar mi trato contigo a
valorar otras vertientes evangelizadoras
que, a mí, me puedan parecer estériles.
Ayúdame, Señor, a descubrir en todas ellas los signos
de tu presencia divina.
Ayúdame, en definitiva, Señor, a no considerar que, lo
mío, es lo único que vale y, aquello que
los demás realizan, es despreciable.
Ayúdame, Señor.
Por Javier Leoz
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