Homilía para el Domingo 13 de Septiembre de 2015. 24 del tiempo ordinario, B.
“El Señor Dios me abrió el oído;
yo no me resistí, ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me apaleaban, la
mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos”
. Estas palabras se encuentran en el tercer canto del Siervo de Dios (Is
50,5-6).
Son unos versos escandalosos. No
reflejan solamente la crueldad de los que se han ensañado con un hombre
inocente. Reflejan también y sobre todo, la paciencia con la que éste ha
aceptado los golpes y los ultrajes.
El Siervo de Dios, cantado por el
poeta puede representar a todo su pueblo, mil veces humillado. Pero la
tradición vio en él la anticipación del Mesías, que había de salvar a su pueblo
no gracias a la fuerza, sino mediante el sufrimiento.
En este mundo tan agresivo muchas
personas desprecian a quien se opone a la violencia. Solo se sublevan si la
persona injuriada y apaleada es una mujer. En este caso, la opinión pública se
escandaliza ante una muestra de aguante que se convierte en complicidad.
PREGUNTAS Y RESPUESTA
El evangelio de este domingo nos
reenvía a los caminos. Es precisamente mientras vamos de camino cuando Jesús
nos dirige las dos preguntas fundamentales para el discípulo.
“¿Quién dice la gente que soy
yo?” No sabremos responder a esta pregunta si vivimos encerrados en nuestra
campana de cristal, sin escuchar a los demás. Puede ser que nuestros vecinos de
hoy no sepan nada de Jesús. Pero hay que reconocer que muchos de nosotros no
nos paramos a escucharles para saber qué imagen tienen del Maestro.
“Y vosotros quién decís que soy
yo”. Esa pregunta nos interpela directamente. No podemos olvidarla ni dejarla
en un archivo. Cada día hemos de examinar nuestra idea de Jesús y, sobre todo,
lo que él significa en nuestra vida. Aunque Él sea siempre el mismo, no es la
misma la forma en que lo vemos, lo aceptamos o lo rechazamos.
Pedro respondió con una decidida
confesión: “Tú eres el Mesías”. Hay muchas ocasiones en la vida en las que
tenemos que demostrar una convicción semejante. Nosotros no seguimos a una
idea. Seguimos a Jesús. Lo reconocemos como nuestro Salvador. Y lo seguimos,
cada uno con nuestra cruz.
SALVARSE O PERDERSE
El seguimiento de Jesucristo no
es fácil. Como decía Tomás de Kempis en La Imitación de Cristo, “muchos siguen
a Jesús hasta el partir del pan, mas pocos hasta beber el cáliz de la pasión”
(2, XI). El seguimiento exige radicalidad, pero en seguir al Señor está la
felicidad.
“El que quiera salvar su vida la
perderá”. La vida cristiana no puede identificarse con esa espiritualidad
blandita y poco comprometida, que se reduce al gusto por “sentirse bien
interiormente”. La fe no es un intento por salvar la propia existencia de los
sinsabores y de las responsabilidades de cada día.
“El que pierda su vida por el
Evangelio la salvará”. La vida cristiana tampoco puede identificarse con una
neurosis permanente, con una búsqueda enfermiza del sufrimiento, con un regusto
masoquista de las penas. La seriedad de la fe no se mide por los dolores
soportados, sino por la entrega de la vida por amor.
D. José-Román Flecha Andrés
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