Homilía para el Domingo 6 de Septiembre de 2015. 23 del tiempo ordinario, B.
SIERVOS DEL SILENCIO
“Se despegarán los ojos del ciego, los oídos
del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo
cantará”. Cuatro asombrosas promesas que se proclaman en la celebración de la
eucaristía de hoy (Is 35, 4-7). Las cuatro evocan situaciones de una cierta
incapacidad que afecta a los ojos, los oídos, los pies y la lengua.
Es interesante recordar que con
estas palabras anunciaba el profeta Isaías el final de la esclavitud de los
hebreos en Babilonia. Como se puede observar, la liberación social y política
se manifestaba con imágenes que reflejan otra servidumbre: la de la persona que
sufre la incomunicación total o parcial con sus semejantes.
A pesar de pregonar la libertad,
también nuestro mundo vive en la esclavitud. La humanidad no logra ver el bien
que tiene delante. No escucha el lamento de los hermanos, ni las palabras que
podrían darle consuelo. No dirige sus pasos hacia las metas de la esperanza. No
llega a entonar las canciones que realmente pueden alegrar la vida.
OÍR Y PROCLAMAR
También el evangelio de este
domingo nos presenta a un hombre que sufre una cierta discapacidad (Mc
8,31-37). Se trata de una persona sorda, que solo logra expresarse con
dificultad. En el evangelio hay algunos detalles que merece la pena subrayar.
El sordomudo nos parece sumido en
una lamentable dificultad para tomar decisiones. Su sordera le ha llevado a
perder su autonomía. De hecho, son otras personas las que lo presentan a Jesús
y ruegan al Maestro que le imponga las manos.
El texto subraya la importancia
de los gestos corporales de Jesús. El Maestro aparta de la multitud al sordo,
como para ayudarle a encontrarse consigo mismo. Utiliza el lenguaje de las
manos para hacerse entender. Mira al cielo y suspira para indicarle de dónde
viene la fuerza que le salva. Y le dirige una palabra que es una orden y una
revelación: “Ábrete”.
El mensaje que nos transmite este
texto evangélico no se despega del hecho, pero se convierte de pronto en una
“buena noticia”: solo aquel que es la Palabra puede devolver al sordo la
capacidad de oírla y el valor para proclamarla sin dificultad.
UN ENCUENTRO
El papa Benedicto XVI decía que
la fe no se apoya en lecciones ni en razones. La fe nace de un encuentro vivo
con Jesucristo. También en el evangelio de hoy asistimos a un encuentro entre
la Palabra y la sordera. Un encuentro que nos interpela a todos. Y que nos hace
apreciar el testimonio de la multitud que presenció el encuentro:
“Todo lo ha hecho bien; hace oír
a los sordos y hablar a los mudos”. Que el Señor toque nuestros oídos, quite
los tapones que los cierran y sane nuestra sordera. Eso es lo que necesitamos
para creer, puesto que “la fe entra por el oído”.
“Todo lo ha hecho bien; hace oír
a los sordos y hablar a los mudos”. Todos los cristianos hemos oído alguna vez
la palabra de Dios. Pero no siempre hemos tenido el valor y la lucidez para
anunciarla, También necesitamos que el Señor nos toque con su saliva.
Señor Jesús, líbranos de la
servidumbre del silencio. Queremos acercarte a los hermanos que no han oído tu
voz. Y queremos también que abras tú cada día los oídos de nuestro corazón y
pongas en nuestros labios la belleza salvadora de tu palabra. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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