El evangelio de este domingo nos
presenta la imagen del «buen pastor». Una imagen que puede evocar muchas cosas,
pero quizá la que más caracteriza el oficio de pastor es que estamos ante
alguien que se dedica a cuidar. Jesús se presenta como aquel que se entrega de
forma incondicional al cuidado de todos los que forman «el rebaño» que su Padre
le ha confiado. Ya no hay porqué sentirse abandonado ni olvidado; despreciado
ni marginado porque hay alguien -Jesús, el pastor bueno- que estará dispuesto a
todo, incluso a entregar la vida, con tal de que nadie sea maltratado ni
humillado. Y es que la confianza que trasmite el pastor bueno nos habla de un
cuidado desde la ternura y el amor.
La cultura del cuidado en
nuestros días significa estar con él, con el otro,estar atentos y escuchar
todos sus lenguajes. Solo así podremos cuidarlo, solo así podremos llevar a
cabo el «oficio de pastor» al estilo de Jesús de Nazaret. Porque la escucha,
saber escuchar, es primordial a la hora del cuidado ya que nos remite a voluntad
y disponibilidad. Escuchar requiere un diálogo que consiga un acercamiento al
otro. Porque el diálogo significa la capacidad de ser en los otros sin perder
la propia identidad, dado que puede enriquecer a cada uno. Supone el vigor de
aceptar lo diferente como diferente, de acogerlo y dejarnos enriquecer con
ello. Los peores rivales del diálogo son el individualismo y toda una serie de
alteraciones dañinas que mutilan de forma considerable la labor que debe
desempañar todo aquel que se entregue al cuidado de los demás: la envidia, los
celos, el resentimiento, el miedo, la arrogancia. Es necesario el encuentro y
el diálogo fraterno; es necesario abrirse al razonamiento del otro, pero sin
ser enemigos de la verdad porque, si esto sucediera, se fractura el proceso del
cuidar como un buen pastor.
Si se quiere llevar a cabo el
pastoreo y el cuidado a la luz del evangelio de este domingo, habría que
aplicar esa expresión que el papa Francisco no ha dudado en acuñar: «oler a
oveja». Es cierto que a muchos les resulta insulsa e incluso infantil, pero no
deja de ser una expresión cuya intención es despertar una sensación que el
lenguaje no es capaz de describir. Porque oler a oveja -y no olvidemos el
carácter vocacional de este domingo- se trata de acompañar la vida de muchos y
ofrecer la posibilidad de entrar en comunión con ese Dios de quien somos sus
hijos para disfrutar de esa realidad amorosa que es la divinidad. Oler a oveja
es escuchar heridas y sanar errores; bendecir toda ilusión y corregir engaños.
Oler a oveja es acompañar no pocas soledades y levantar pobrezas; alentar,
apoyar, sostener. Y es que el pastor que huele a oveja es aquella persona
creyente que ha escuchado la inquietante sugerencia de Dios para entregar su
vida como ofrenda a favor de los demás, y solo para los demás. Que sabe que la
más de las veces va a ser terapeuta herido, discípulo, aprendiz, con toda la
grandeza y la miseria que comporta su humana condición. Pero, como en cualquier
obra de arte, la grandeza que posee la entrega al cuidado del otro no está
encerrada en la materialidad. Porque a través de esa entrega la compasión de
Dios seguirá mirando y cuidando a la humanidad.
El olor nos dice, nos cuenta y
nos revela, es decir, es fuente de conocimiento por el cual se llega a la
esencia de la vida. Por ello «oler a oveja» al estilo del pastor bueno del
evangelio de este domingo es mostrar, aún más, la humanidad que nos habita.
Fr. Ángel Luis
Fariña Pérez O.P.
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