Reflexión Homilía del Domingo 11 de Abril de 2021. 2º de Pascua.
Desde la misericordia y la verdad
La doctrina social de la iglesia
no nace, sin embargo, de un sueño utópico, sino de la vida y predicación de
Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, confesado como Señor y experimentado,
religiosamente, como resucitado. Habrá siempre una gran distancia entre los que
‘vieron’ al Señor resucitado y todos los demás, incluido San Pablo, que solo
podemos ‘tener una vivencia’, una experiencia, de la Resurrección del Señor por
la vía religiosa, es decir, provocada desde la fe. Una fe que brota en virtud
del encuentro personal con la Palabra de Dios y el testimonio histórico de
aquellos que lo vieron resucitado. Hemos venido a la fe porque otros nos han
compartido ese testimonio, hemos creído en él y nos ha impactado.
Desde que Jesús saliera de
Nazaret hasta su muerte, en cruz, en Jerusalén su vida pública, todo lo que
dijo e hizo, tenía como horizonte mostrar la cercanía y misericordia de aquel
que llamaba ‘Abba’, identificado con el Dios de la Alianza del Antiguo
Testamento. El desvelo de Jesús fue mostrar el empeño que ese Dios tenía por
querer establecer con la humanidad, por su mediación, confesado como su Hijo y
Mesías, una nueva Alianza que tuviera a las Bienaventuranzas por ‘carta magna’
en el horizonte escatológico de un juicio en el que solo seremos, al final,
examinados en el amor. Testigo de todo esto fueron aquellos a los que Él mismo
llamó y asoció a su propia misión, en especial, a los apóstoles, a los
enviados.
En Jesús, el Cristo, confluyen la
misericordia y la verdad de Dios Trinidad. La misericordia para ser verdadera
tiene que ser activa y la verdad dinámica para ser cierta. La una necesita de
la otra para construir la Verdad del Dios Misericordioso que pasa por el
encuentro, la comunidad y el compartir. Del mismo modo que nadie puede
concebirse a sí mismo, si no es por obra de otros, nadie, por sí mismo, puede
alcanzar lo que pueda llegar a ser y menos aún conquistar su propia salvación.
En cristiano, al menos, todo pasa por el partir y el compartir. La nuestra no
es una fe destinada para unos pocos escogidos o de una doctrina reservada a
unos pocos elegidos, sino un camino abierto a todos los que se dejan encontrar
por el Espíritu de Jesús resucitado.
No se trata de ver para creer,
sino de creer para poder ver
Aunque el ‘ver’ forma parte de la
experiencia religiosa, su componente esencial es el ‘creer’. No es fácil
definir o hablar en términos aceptables, para nuestro lenguaje común y
coloquial, sobre la creencia. La mayoría de las veces nos sucede, además, que
no ‘acertamos’ a expresar atinadamente cuando hablamos de nuestras convicciones
religiosas, y peor aún si, además, percibimos en los que nos escuchan, en ‘los
otros’, indiferencia, burla, hostilidad o sarcasmo. Considero que nunca ha sido
fácil transmitir la fe viva y estos nuestros tiempos, dominados por la
increencia generalizada y la ostentosa secularización, son particularmente
retadores para los creyentes que quieran dar a conocer a Jesús, evangelizar o
transmitir su fe.
Creer en el núcleo fundamental y fundacional de nuestra fe, en la resurrección, no es un asunto menor. El final del Evangelio de San Juan es una prueba de ello (el actual capítulo 21 fue un añadido posterior). Termina el Evangelio, ciertamente, haciendo una confesión de fe por parte de Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!, pero en un contexto general donde la ‘duda’, razonable por otra parte, del mismo Tomás, es un factor incómodo. Hablar de la resurrección y, más aún, experimentarla, aunque sea de forma religiosa, es algo fuera de lo común, ya que de lo que sí tenemos plena evidencia es de la muerte y de que con ella toda vida individual se termina. Es la fe del mismo creyente la que le hace dar un paso más allá.
La fe compartida, la Palabra y
los Sacramentos construyen la Iglesia, nos convierten en miembros de una
comunidad histórica en la que, gracias al testimonio de los que fueron testigos
acreditados de la resurrección de Jesús de entre los muertos, la vida, y no la
muerte, tiene la última palabra. Es la definitiva Palabra de Dios: he venido
para que tengan vida eterna. Pascua, que significa ‘paso’, es atreverse a dejar
el miedo a una evidencia, la muerte, por abrazar una esperanza nacida de la fe,
plenitud de la vida enraizada en ese Dios que compartió nuestra condición
humana, que murió por nosotros y que resucitó como primicia de nuestra propia
resurrección. Feliz tiempo pascual. Alegraos, porque el Señor, en verdad, ha
resucitado.
Fray Manuel Jesús
Romero Blanco O.P.
No hay comentarios:
Publicar un comentario