Reflexión del Evangelio del Domingo 14 de Febrero de 2021. 4º del Tiempo Ordinario.
1. Es el último episodio de la
"praxis" de la famosa jornada de Cafarnaún, antes de pasar a las
disputas (Mc 2,1-3,6). Quiere ser como el "no va más" de todo aquello
a lo que se atreve Jesús en su preocupación por los que sufren y están cargados
de dolor, de miseria y de rechazo por una causa o por otra. En cierta manera es
un milagro "exótico" por lo que implica de que, quien fuera curado de
una enfermedad como la lepra, tenía que presentarse al sacerdote para ser
"reintegrado" a la comunidad de la alianza. Los leprosos son
"muertos vivientes", privados de toda vida de familia, de trabajo y
de religión. El leproso cae de rodillas delante de Jesús (genypetéô). Es verdad
que nos encontramos ante un hecho taumatúrgico sin discusión, pero es mucho más
que eso. Incluso en razón de las exigencias de Lev 13-14, no basta con ser
curado, sino que este hombre debe ir al sacerdote, es decir, al templo para que
de nuevo recupere la identidad como miembro del pueblo elegido de Dios. Pero
Jesús, con su "acción", ya está haciendo posible todo ello; ha ido
más allá de lo que le permitía la ley; se ha acercado a la miseria humana, la
ha curado, pero sobre todo, la ha acogido.
2. El relato evangélico está
planteado, con mucho acierto, al final de la actividad de Jesús en esa jornada
de Carfarnaún que nos ha venido ocupando los últimos domingos. La narración
sigue un proceso liberador, en el que se ponen de manifiesto las actitudes de
los hombres y los pensamientos de Dios. Un leproso, como ya hemos dicho, estaba
excluido de la asamblea del pueblo de la alianza y debía presentarse al
sacerdote, en el templo, en Jerusalén, el centro del judaísmo y de las clases
poderosas. Aunque todo comenzara siendo una "ley de sanidad", como en
Israel todo se sacralizaba, se llegó a dogmatizar de tal manera, que quien
estaba afectado por ella, era un maldito, pasando a ser una "ley de
santidad". Ya hemos dicho que esta es una enfermedad de pobres y
marginados. Nadie, pues, se acercaba a ellos: su soledad, su angustia, sus
posibilidades) quién podía compartirlas? Es el momento de romper este círculo
infernal.
3. Jesús, que trae el evangelio,
va a enfrentar a los hombres de su tiempo con todo lo que significa marginar al
los pobres en nombre de Dios. Jesús se acerca a él, le toca (expresamente se
dice que extendió la mano y le tocó, lo que implicaría que desde ese instante
Jesús también quedaba bajo la ley sagrada de la contaminación); pero le cura y,
con una osadía inaudita, le envía al sacerdote (a los que representan lo
sagrado y el poder) para que sea un testimonio contra ellos y contra todo lo
que pueda ser sacralizar las leyes sin corazón. El evangelio es un escándalo y
pone de manifiesto eso de que los pobres nos evangelizan. Dios, pues, se hace
vulnerable. No encontramos, pues, ante la fuerza poderosa de un
"sistema" que debe ser vencido por la debilidad del evangelio. Lo
lógica del sistema que está detrás de esa ley de santidad-sanidad, es la de
autoconservación, hasta el punto de ser inexorable. Con esas realidades se
encuentra Jesús en su vida y tiene que hacer opciones como las que aquí se
muestran. La fuerza del Jesús taumaturgo, o médico, pasa a un segundo plano
frente a su opción por los que viven día a día la miseria a que son reducidos
todo los desgraciados.
4. En este relato de Marcos no es
menos sugerente el mandato de Jesús de que no diga nada a nadie y el poco caso
que hace de ello el "leproso" curado. El "secreto a voces"
lleva la intencionalidad de este evangelista, porque pretende poner de manifiesto
que más importante que la aceptación por parte del sacerdote de su curación, es
proclamar (se usa, incluso, el verbo kêrýssein, que es propio del anuncio del
evangelio en el cristianismo primitivo) que ha sido Jesús, el profeta de
Galilea, quien le ha llenado el alma y el corazón de gratitud y de acción de
gracias a Dios. La ley, aquí, frente al evangelio, también queda mal parada y,
en cierta forma, anulada. Y si queremos, podemos ver que el "leproso"
curado, ni siquiera va al templo, al sacerdote (el texto, desde luego, no lo
explicita y yo opino que intencionadamente); no le hace falta, porque el
evangelio que Jesús trae en su manos es más que esa religión que antes lo ha
marginado hasta el extremo.
Fray Miguel de Burgos Núñez
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