Reflexión Evangélica para el Domingo 26 de Junio de 2020. 17º del Tiempo Ordinario.
1. El texto evangélico de hoy
es el final del c.13 de Mateo, el capítulo de las parábolas por antonomasia, en
que una y otra vez se compara el "Reino de los cielos" con las cosas
de este mundo, de la tierra, del campo, de la cizaña. En este caso, nos hemos
de fijar en el tesoro del campo y la perla (vv. 44-46). Son como dos parábolas
en una, aunque pudieran ser independientes en su momento. Las dos parábolas,
tras una introducción idéntica, narran el descubrimiento de algo tan valioso
que los protagonistas (un hombre cualquiera y un comerciante) no dudan ni un
instante en vender todo lo que tienen para adquirirlo; lo hallado es tan
extraordinario que están dispuestos a desprenderse de cuanto poseen con tal de
apropiárselo. No todos los días tiene uno la suerte de descubrir un tesoro o
una perla de inmenso valor. Cualquier hombre sería feliz con un descubrimiento
semejante. Por eso, haría todo lo posible por obtenerlo, aunque para ello
tuviera que pagar un alto precio. En las dos parábolas, los bienes que poseen
los protagonistas del relato, pocos o muchos, son suficientes para que con su
totalidad puedan adquirir lo que han encontrado. En ambos casos, el acento
recae sobre el descubrimiento y sobre la decisión que toman los dos
protagonistas.
2. Efectivamente, la decisión
que toman parece desproporcionada o, al menos, arriesgada. Pero hemos de
considerar que tienen una seguridad en esa decisión que les lleva hasta ese
destino. ¿Es sabiduría o coraje (parresía)? Las dos cosas. Los elementos secundarios
de las narraciones -si entendemos que son dos-, no dejan de tener sentido,
aunque ya sabemos que en la interpretación de los parábolas no debemos exagerar
o alegorizar cada una de las cosas que aparecen. Bien es verdad que en la
primera hay un elemento sorpresa, porque es como el hombre que está en el
campo, muy probablemente contratado, y encuentra el tesoro por casualidad. En
el caso del mercader que recorre los bazares, sin duda, que siempre espera
encontrar algo extraordinario y por eso porfía.
3. Como en los dos casos la
comparación es con el “reino de los cielos” (bien en el caso del tesoro, bien
en el caso del mercader) entonces el sentido no puede ser otro que este: cuando
uno encuentra el Reino de Dios, bien porque ha tenido la suerte inesperada de
encontrarse un tesoro o bien porque lo iba buscando habiendo oído hablar de él,
entonces todo está en poner en marcha la sabiduría y el coraje de que uno es
capaz, los cinco sentidos, arriesgarlo todo, entregar todo lo que uno tiene,
por ello.
4. ¿Es que el reino de Dios
es un tesoro? Naturalmente que sí. Porque es el acontecimiento de un tiempo
nuevo de gracia y salvación, de felicidad y amor que Jesús ha predicado y que
ha convertido en causa de su vida y de su entrega. Por eso lo importante de
estas dos parábolas es la decisión que toman ambos protagonistas y más todavía
la alegría de esta decisión en el caso de tesoro en el campo (extraña que el
mercader de perlas no tenga esta reacción primera, aunque sea la misma
decisión). No he encontrado mejor conclusión que esta: «El Reino aparece así
como un don al alcance de todos, de los afortunados y de los inquietos, de los
que sin buscarlo se lo encuentran por casualidad y de los que lo descubren al
final de una búsqueda. Para responder adecuadamente a ese don, aceptándolo y
haciéndolo suyo, el ser humano ha de estar convencido de que el Reino es lo más
valioso que se le puede ofrecer y, en consecuencia, ha de estar dispuesto a
anteponerlo a cualquier otro bien» (cf. F. Camacho Acosta, Las parábolas del
tesoro y la perla, Isidorianum, 2002).
Fray Miguel Burgos Nuñez
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