Reflexión Homilética para el Domingo 31 de Mayo de 2020. Domingo de Pentecostés
En nuestro mundo se hablan muchos
idiomas. Muchas veces no nos entendemos. Seguro que en nuestra ciudad también
nos encontramos por la calle con personas que hablan otras lenguas. Quizá
nosotros mismos hemos pasado por la experiencia de no encontrar a nadie que
entendiese nuestro idioma cuando necesitábamos ayuda o de no poder ayudar
adecuadamente a alguien porque sencillamente no le entendíamos.
Hoy celebramos Pentecostés, la venida del
Espíritu Santo sobre aquel primer grupo de apóstoles y discípulos que, después
de la muerte y resurrección de Jesús se seguían reuniendo para orar y recordar
al maestro. La venida del Espíritu Santo tuvo un efecto maravilloso. De
repente, los que habían estado encerrados y atemorizados se atrevieron a salir
a la calle y a hablar de Jesús a todos los que se encontraron. En aquellos días
Jerusalén era un hervidero de gente de diversos lugares y procedencias. Por sus
calles pasaban gentes de todo el mundo conocido de aquellos tiempos. Lo
sorprendente es que todos escuchaban a los apóstoles hablar en su propio idioma
de las maravillas de Dios, del gran milagro que Dios había hecho en Jesús
resucitándolo de entre los muertos.
Desde entonces el Evangelio ha saltado
todas las fronteras de las naciones, de las culturas y de las lenguas. Ha
llegado hasta los más recónditos rincones de nuestro mundo, proclamando siempre
las maravillas de Dios de forma que todos lo han podido entender. Junto con el
Evangelio ha llegado también la paz a muchos corazones y la capacidad de
perdonar, tal y como Jesús en el Evangelio les dice a los apóstoles.
Hoy son muchos los que se siguen dejando
llevar por el Espíritu y con sus palabras y con su forma de comportarse dan
testimonio de las maravillas de Dios. Con su amor por todos y su capacidad de
servir a los más pobres y necesitados hacen que todos comprendan el amor con
que Dios nos ama en Jesús. Con su capacidad de perdonar van llenando de paz los
corazones de todos. El Espíritu sigue alentando en nuestro mundo. Hay testigos
que comunican el mensaje por encima de las barreras del idioma o las culturas.
¿No ha sido la madre Teresa de Calcuta un testigo de dimensiones universales?
Su figura pequeña y débil era un signo viviente de la preferencia de Dios por
los más débiles, por los últimos de la sociedad.
Hoy el Espíritu nos llama a nosotros a
dejarnos llevar por él, a proclamar las maravillas de Dios, a amar y a perdonar
a los que nos rodean como Dios nos ama y perdona, a encontrar nuevos caminos
para proclamar el Evangelio de Jesús en nuestra comunidad. Hoy es día de fiesta
porque el Espíritu está con nosotros, ha llegado a nuestro corazón. ¡Aleluya!
Fernando Torres CMF
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